sábado, 25 de enero de 2014

La Haya: Un fallo favorable a Chile

Hay más razones en favor de la postura chilena

El pensamiento místico se define como un intento por torcer la realidad mediante actos irracionales. Por ejemplo, si todos creemos que mañana va a llover, lloverá, aunque el pronóstico diga otra cosa. Si gritamos por nuestro equipo de fútbol, aunque los jugadores sean unos borrachos que nunca entrenan, nuestro equipo ganará. O si le pedimos a un ser tan todopoderoso como inexistente que ocurra X, entones X ocurrirá. Hoy en Perú presenciamos una orgía nacional de pensamiento místico: si todos creen que el fallo será favorable, el fallo entonces será favorable. 

Un examen frío de los hechos demuestra justamente lo opuesto. Reducido a su mínima expresión, en este litigio se debe zanjar si la frontera marítima entre Chile y Perú es la línea del paralelo o no. Cualquier cosa que no sea la línea recta será una derrota para Chile. La cuestión entonces consiste en aclarar, como argumentó la defensa chilena, que ya hay tratados firmados donde se reconoce la línea paralela. La posición peruana debe, al contrario, establecer que entre Chile y Perú no hay ningún tratado marítimo, y convencer que la línea paralela entre Colombia y Ecuador, y entre Ecuador y Perú, de algún modo no es aplicable entre Perú y Chile. Si bien los fallos de La Haya privilegian la equidad por sobre las líneas rectas, la ausencia de islas o recursos en el fondo marino nos indican que el triunfalismo peruano es, aparte de ordinario, injustificado. 

Ciertamente, no hay un tratado marítimo per se. Esto ha desatado una bacanal nacionalista al norte de la línea de la Concordia. Es un non sequitur asumir que ante la ausencia de tratado, no hay frontera reconocida. Más aún, cuando en los acuerdos ya firmados entre ambas naciones, como la Declaración de Santiago de 1952 y 1954, se parte de la base que la frontera entre ambos es la línea paralela. Este acuerdo de 1954 menciona textualmente el “paralelo que constituye el límite marítimo entre los dos países”. Basta una lectura de buena fe para entender que así es. Si la defensa chilena logró explicar esto de manera contundente, entonces podemos esperar un fallo favorable a Chile. En Chile Liberal sostenemos que el trabajo chileno durante los alegatos fue sólido y por eso el veredicto acogerá la argumentación chilena.

En estas altas instancias internacionales el que pestañea pierde, y la defensa peruana pestañeó cuando sorpresivamente sí admitió que la Declaración de Santiago es un acuerdo. Pocos días más tarde, dio otro paso en falso al solicitar una línea bisectriz, o sea, Perú pidió el famoso fallo salomónico, en que el tribunal daría mitad y mitad a cada cual sobre la parte en disputa. Si tan seguro está Perú de sus argumentos, debiese afirmar hasta el final su posición, y no conformarse con la mitad de ella, ni menos insistir que no hay acuerdos, cuando los acuerdos ya están, como terminaron por reconocer, sin convencer que en los acuerdos no se establece una frontera marítima, cuando el paralelo aparece claramente mencionado. 

Un fallo favorable a Chile puede desestabilizar Perú, cuyo gobierno tambalea y donde la institucionalidad es débil. La caliad paupérrima de la prensa sensacionalista peruana puede inflamar los ánimos y exigir desconocer el veredicto, como ocurrió en 1978 con el laudo arbitral austral de Su Majestad, cuando la dictadura argentina inicialmente sí aceptó el fallo favorable a Chile pero la prensa argentina agitó al populacho argentino hasta forzar a los milicos argentinos a declararlo insalvablemente nulo. No descartamos una situación similar en este diferendo con Perú. 

En caso que los jueces resuelvan a favor de la postura peruana, o que no haya un veredicto concluyente y el tribunal devuelva la papa caliente a los litigantes, sabemos que las ganas de usar nuestros F-16 estarán latentes pero no llegaremos a eso, sino al contrario, aceptaremos el fallo con nuestro tradicional espíritu flemático, como lo hicimos con el de Laguna del Desierto. Lo más importante es recordar que esta disputa —más allá de los nacionalismos—, es sobre una estúpida raya en el mar, algo absurdo que no amerita el escándalo suscitado.