miércoles, 17 de abril de 2019

¿Arde París?

Tous les yeux s’étaient levés vers le haut de l’église. Ce qu’ils voyaient était extraordinaire. Sur le sommet de la galerie la plus élevée, plus haut que la rosace centrale, il y avait une grande flamme qui montait entre les deux clochers avec des tourbillons d’étincelles, une grande flamme désordonnée et furieuse dont le vent emportait par moments un lambeau dans la fumée.  
Todos los ojos se habían levantado hacia lo alto de la iglesia. Lo que veían era extraordinario. En la cima de la galería más elevada, más arriba del rosetón central, había una gran llama que subía entre los dos campanarios con remolinos de chispas, una gran llama desordenada y furiosa a la que el viento arrancaba en algunos momentos la lengua en medio del humo. 
Notre-Dame de París (1831), Victor Hugo

Íbamos saliendo de la consulta del pediatra de Chiquitita cuando de paso escuché en alguna radio sobre un "incendie" en Notre-Dame. No le di mayor importancia. De seguro un incendio más, pensé, como ya ha habido varios estas últimas semanas, el más inquietante en la iglesia de Saint Sulpice. "La única iglesia que ilumina es la que arde", pensé con socarronería.

Llegué a casa y cuando vi no sólo que la sensacionalista BFMTV ⎯la versión gala de SkyNews⎯ sino que todos los canales al unísono transmitían en directo la tragedia, entonces supe que estábamos ante una catástrofe mayor. En Notre-Dame se han escrito varios capítulos de la Historia de Occidente. El jefe de bomberos anunciaba por tv que quizás no podrían salvar la catedral. Los incesantes llantos de Chiquitita volvían la escena añadían más angustia.

La mañana siguiente continuó la programación especial. Desayuné con mi habitual café y brioche, bastante aliviado con la noticia de que gran parte de la estructura fue salvada y las obras de arte más valiosas fueron puestas a salvo oportunamente. La tarea de reconstrucción, no obstante, se anunciaba titánica: 5 años de trabajo, y un presupuesto no menor a los mil millones de euros.

Cuando el fuego ya estaba sofocado, las familias más acaudaladas de Francia anunciaron donaciones para reconstruir Notre-Dame... y estalló otro incendio.

Las polémicas por las inequidades y la brecha entre ricos y pobres ⎯en particular entre el 1% que posee 30% de la riqueza y el resto⎯ ha dejado estupefacta a la Francia de los chalecos amarillos ⎯la que se queja de que no llega a fin de mes⎯, al ver que en pocas horas una especie de Teletón de billonarios recaudó casi mil millones de euros. 

La brigada igualitarista empezó a arrojar espuma por la boca en los diferentes programas de radio y tv, así como en las redes sociales, demandando que dichas donaciones no sean exentas de beneficios fiscales. Algunos aducen incluso que ese dinero debe usarse en otras cosas: en el Hexágono existen 140 mil personas en situación de calle, y casi 9 millones de franceses viven con menos de 1.026 euros mensuales, es decir, bajo la línea de la pobreza del país. Si un puñado de ricachones puede concertarse en pocas horas para escribir cheques de cifras astronómicas (en Francia adoran los cheques, este debe ser el último país del mundo donde todos tienen chequera), entonces es cuestión de subirles los impuestos y asunto arreglado.

Estas necedades no deben dejarse pasar sin un examen. Veamos. Primero, persiste el mito de que la pobreza es una cuestión de distribución de plata: si se la quitamos a los ricos y se la pasamos a los pobres, asunto arreglado. ¿Es posible ser tan básico? Sí, al parecer, es posible. Si la cosa fuese así de simple ya habríamos derrotado la pobreza hace siglos, ¿no creen?

Segundo, no olvidemos que justamente la chispa que hizo estallar la crisis de los chalecos amarillos fue un impuesto nimio, de apenas unas pocas chauchas por litro de combustible. Francia ya vive una asfixia fiscal, con muchos impuestos confiscatorios, con gente que pide préstamos para pagar sus tributos, y donde ya no hay espacio para ningún alza de impuesto, aunque sean dos chauchas. No es posible estrujar más al contribuyente francés con el yugo impositivo sin esperar una nueva rebelión fiscal.

Lo anterior ocurre en un país en que el Estado representa el 55% del PIB. Es decir, el Estado más grande del mundo. Si con todo ese gasto aún el país vive penurias, entonces no culpemos a los ricos ni a la brecha social. La fiscalidad esclerótica y el desempleo rampante, con niveles de deuda insostenible, son los culpables. Ya nadie paga impuestos para mejores hospitales o escuelas, sino simplemente para pagar décadas de hemorragia fiscal. Urge evitar la fuga de fortunas. Macron, de hecho, la misma noche del incendio se preparaba a anunciar por cadena nacional una retahíla de medidas entre las cuales se contaba no revivir el impuesto a las mega-fortunas (y, tristemente, no más impuestos verdes, luego del fiasco de los chalecos amarillos).

Tercero, si bien las tasas de interés están por los suelos, es absurdo el llamado de algunos economistas de izquierda a financiar la reconstrucción de la Catedral de Notre-Dame con deuda. Incluso arguyen que serviría de estímulo fiscal keynesiano. Si hay gente dispuesta de buena gana a desembolsar dinero, como lo han hecho la familia Arnault (dueños del imperio del lujo LVMH, ya saben, carteras Louis Vuitton y esas cosas), la familia Pinault (grupo Kering: Gucci, Yves Saint-Laurent), y desde luego la familia Bettencourt-Meyers (herederos del imperio L'Oréal), es porque pueden esquivar la monstruosa burocracia estatal para lograr la clave de la distribución económica: hacer que los recursos lleguen expeditamente allí donde se necesitan.

Se han anunciado otras medidas privadas para que el pueblo llano colabore. Por ejemplo la mítica editorial Gallimard lanzará una edición 30 mil ejemplares de colección de la novela de Víctor Hugo, así como casas de discos de música docta publicarán música grabada en Notre-Dame. El gobierno de Macron también se ha comprometido a defiscalizar del pago de impuesto a la renta un 70% de las donaciones de particulares al esfuerzo de reconstrucción. 

Lo anterior puede parecer excelente, y lo es, pero no olvidemos un detalle: la iglesia de Roma sigue siendo la dueña de Notre-Dame. La Catedral, si bien es la piedra angular del patrimonio cultural francés (es de hecho el kilómetro cero de Francia, tal como la Plaza de Armas de Santiago lo es de Chile), pertenece a una agrupación que sólo en EEUU, según cálculos de The Economist, posee ingresos operacionales de USD 170 mil millones (el PIB de Chile es de unos USD 270 mil millones, para que se hagan una idea).

Sí, restauremos Notre-Dame. La mitad del presupuesto se ha reunido, y ya están por venir los artistas, especialistas y toda la mano de obra requerida para este magno esfuerzo. Pero bajo condición que Notre-Dame reconstruida quede en manos del pueblo francés y no de la iglesia romana. No por nada, fue en Francia donde se inventó el laicismo y la separación de iglesia y Estado, herencia de ese año 1789 inolvidable, cuando los revolucionarios franceses torcieron la historia y depusieron a la monarquía, y entre sus muchas atrocidades, vandalizaron Notre-Dame. Si no es así, entonces no estamos para subsidiar a la iglesia de Roma y ella misma deberá financiar los gastos de su propio bolsillo, o que incurran exclusivamente los donantes privados.

1 comentario:

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