Por Eugenio D'Medina Lora
Lima, 23 de marzo de 2008
http://referentelibertad.blogspot.com
Un encuentro tan estimulante como el del Rosario, Argentina, con ocasión del III Congreso de la Red Liberal de América Latina (RELIAL), no es moneda corriente que se pueda desperdiciar. Plantea desafíos muy grandes: construir institución a partir de la diversidad de visiones institucionales y de países, concretar en acción los postulados ideológicos y los idearios institucionales de los miembros y elaborar un mensaje de alta convocatoria hacia nuestras sociedades y que pueda ser el telón de fondo sobre el cual desplegar los dos desafíos anteriores.
La construcción  de una institución corporativa es inherente a la acción concreta de  sus miembros, lo que genera una simbiosis que compromete a “hacer”  antes que “decir”. Sin acción de las instituciones individuales,  será imposible sostener la institucionalidad de RELIAL, al menos si  se pretende que se proyecte a una entidad cuya opinión se convierta  en referente en Latinoamérica.
Dista mucho  mi intención de plantear una agenda, ni siquiera un marco para la discusión  de la RELIAL. El solo hecho de plantearlo, además de arrogante, sería  inútil por la variedad de talentos y visiones de los integrantes de  la organización. Apenas alcanza para delinear conjeturas a modo de  reflexiones, por donde, en algunos casos, quizá se puedan construir  algunas sinergias institucionales que nos permitan avanzar en cada uno  de nuestros países, a través de pasos concretos con los que logremos  trascender desde la fina teoría hacia la práctica política. 
¿Es esa práctica  política, inherente a la construcción de partidos liberales en América  Latina? Estoy entre los que piensan que sí. El liberalismo sólo se  construye con marca de clase. Insertarlo en otros programas ideológicos  es útil para las políticas públicas en el corto plazo, pero resulta  poco valioso para el sostenimiento de la doctrina en el largo plazo,  que a su vez, da coherencia a las políticas públicas de largo plazo.  Un sostenimiento que se constituya en dique de contención de las arremetidas  de la marea colectivista que cada tanto golpea las playas del desarrollo  sostenido en América Latina y que en la actualidad, se perfila como  un ataque estructurado desde el socialismo hegemónico en el continente,  en todas sus variantes y matices. Socialismo que llega incluso a la  abierta y oficial apología de grupos terroristas y que las variantes  presuntamente menos radicales, muchas veces consideradas “moderadas”  o “responsables”,  no condenan ni deslindan con claridad y energía. 
Ese sustento  doctrinal de largo plazo necesario para contener este avance del socialismo  latinoamericano, requiere de una acción política también sostenida  y debidamente posicionada en el espectro político de nuestros países,  a través de los partidos políticos. El hecho de que algunos gobiernos  socialistas de la región hayan cosechado ciertos éxitos debido a elementos  de liberalismo económico que insertaron en sus políticas públicas  – i.e. Chile, Argentina, Perú - , en algún momento pudo haber sido  suficiente para avanzar hacia reformas necesarias para torcer la ruta  del descalabro. Sin embargo, en presencia de la reciente sumatoria de  elementos como el chavismo combinado con el terrorismo y el neo-armamentismo  promovido en la región desde el autodenominado “socialismo del siglo  XXI” - que en realidad es el socialismo de siempre - vuelve insuficiente  la receta de un liberalismo que se derrame y se infiltre en las políticas  de gobiernos de izquierdas y derechas. Se hace indispensable pasar a  la acción política con membrete propio.
Ahora bien,  situar la acción política en el terreno de los partidos, en un sistema  democrático implica aceptar que: i) los partidos son organizaciones  cuyo fin fundamental es alcanzar el poder y ejercer funciones de gobierno,  para lo cual, en sistemas democráticos, implica ganar elecciones; y  ii) el mensaje y la doctrina deben diseñarse para convocar la mayor  cantidad posible de electores “duros” que sustenten votaciones ganadoras.  Lo segundo se hace imprescindible para lo primero y lo primero se vuelve  vital para la existencia de un partido político como tal. De esta manera,  especial cuidado merece la pena la construcción del mensaje.
Esa construcción,  para ser real y consistente, tiene que estar basada en la consolidación  de principios que aglutinen un mensaje uniforme, coherente y realista,  pero también en un convencimiento profundo de que la crisis política  dirigente en que ha devenido América Latina, con un elemento particularmente  peligroso como el “social-imperialismo de estado” que encarna nítidamente  Hugo Chávez y sus allegados ideológicos, en otros gobiernos latinoamericanos,   hace imprescindible actuar de manera decidida y participativa en el  campo de la política activa, sin excluir la posibilidad de encontrar  acuerdos programáticos con quienes sin profesar la doctrina, comparten  un anhelo genuino de construir sociedades donde existan oportunidades  de desarrollo individual y social y en el que los latinoamericanos   no seamos extranjeros en nuestros propios países. 
La práctica  política, a diferencia de la ciencia política, necesariamente implica,  en consecuencia, capacidad de tender puentes estratégicos a los que  no se puede cerrar ningún proyecto viable de partido liberal que tenga  verdadera opción de ganar una elección. Sin embargo, esos canales  deben ser administrados tan pulcramente como sea posible, sin abandonar  banderas fundamentales que alteren la naturaleza liberal de una propuesta.  En este sentido, entregarle al socialismo latinoamericano la autocrítica  por las reformas de los noventa, que en el caso de países como México  y Perú, fueron tan decisivas, es una abdicación, antes que una concesión  estratégica, puesto que dichas reformas cambiaron el rumbo de tales  economías y permitieron que los gobiernos de esta década partieran  de economías más consolidadas para poder exhibir hoy algunos éxitos  que de otro modo, si se hubiera continuado gobernando como en los ochenta,  hubiera sido imposible. 
Más allá  de los despropósitos de la corrupción de algunos funcionarios particulares,  que se generó por la desnaturalización, en casos puntuales, de los  procesos de privatización y concesiones, y que merecen el peso de la  ley sobre la base de procesos justos y no políticos,  lo cierto es  que estas reformas, y otras, fueron provechosas para las economías  de América Latina y son de factura liberal. Los noventa representan,  para todas las versiones del socialismo latinoamericano, un golpe del  que recién se vienen recuperando en la presente década, pero también  un icono contra el cual enfilan sus baterías en todos los frentes –  de la economía, de la política e inclusive de los derechos humanos  – sencillamente porque en dicha década se marcó un quiebre en varios  países que implicó también, entre otros efectos, la ruptura de las  izquierdas latinoamericanas, incluidos sus hoy nítidamente aliados  grupos terroristas marxistas-leninistas que azotaron países como el  Perú. Por este motivo, mi posición es no hacerle el juego a las izquierdas  sólo para “limpiarnos” de los activos y pasivos políticos que  significaron los noventa.  
Caso distinto  es el de pretender aligerar la tradicional y fundamental distinción  liberal, entre el manejo de los asuntos públicos y los asuntos religiosos.  El afán por promover el ideario liberal no puede llevarnos, según  mi opinión, a mezclar el discurso liberal con los temas de fe. Una  de las conquistas fundamentales de la doctrina fue la separación del  estado con las iglesias, por lo cual,  el no-clericalismo – antes  que el anti-clericalismo – es consecuentemente, una marca de clase  de la doctrina. Es altamente peligroso tomar esta clase de atajos, pues  la confusión de lo político con lo confesional es algo, sencillamente,  reñido con el alma liberal. Pienso que debemos mantenernos críticos  de los políticos que, aprovechando su posicionamiento en cuestiones  de fe, en cualquier expresión religiosa, pretendan extrapolarlo a los  asuntos públicos con evidentes intenciones de manipulación de las  masas. Los liberales tenemos que ser leales y consistentes a nuestra  esencia, como defensores de una doctrina que acepte todo tipo de adeptos  a un ideario político que acepte por igual a todos los creyentes de  cualquier credo, sin pronunciarse sobre ellos ni caer en el juego de  la polémica con cualquier iglesia o agrupación religiosa. 
Para avanzar  en la construcción del mensaje apropiado de cualquier movimiento o  partido liberal en América Latina, es conveniente empezar planteando  la pregunta fundamental que, según mi parecer, debiera ser eje de la  reunión de Rosario. La pregunta es: ¿por qué ha sido tan vulnerable  el liberalismo en América Latina y cómo podemos fortalecerlo a corto  y mediano plazo? Sería un gran avance que la respuesta a esta pregunta,  y todo lo que se acuerde en torno a ella que se vincule a la acción  institucional, pueda concretarse en una Declaración de Rosario  que consigne una renovada visión del liberalismo latinoamericano, de  acuerdo a las amenazas actuales y que involucre compromisos reales de  las instituciones miembros.
Ensayando explicaciones,  se me ocurren cuatro: la construcción del mensaje equivocado, la inexistente  estrategia de comunicación, la incapacidad de establecer una suerte  de simbiosis entre los hechos empíricos de nuestras realidades y la  doctrina liberal y, finalmente, la incapacidad de trabajar en equipo  entre los propios liberales y construir plataformas programáticas.
La constitución  del mensaje liberal ha tendido a ser ahuyentador en vez de atrayente.  Exclusivo, no inclusivo. El entusiasmo o la desesperación por acelerar  cambios y establecer distinciones doctrinarias, ha llevado a trazar  líneas divisorias radicales en el discurso que han terminado, unas  veces, por desanimar afiliaciones y desincentivar intentos de conformación  de alternativas liberales, y muchas otras veces, por minar el alma misma  de la ideología liberal acercando los contenidos ideológicos hacia  utópicas visiones anarquistas que no resisten contrapesos con la realidad  de la práctica política.
En esta línea,  se debe ser prudente y serio en la elaboración de propuestas que den  contenido a este mensaje. Vemos como ejemplo de la inmadurez y la improvisación,  el caso reciente de Rafael Correa, que estuvo a punto de desatar una  guerra en el continente, para ganarse los parabienes de su “hermano  mayor ideológico”, dejándose manipular por su icono del Orinoco.  O el caso del Alan García de los ochenta que desató el descalabro  peruano por sus apresuramientos extremistas inspirados en el viejo velasquismo  que hoy, otro aspirante a púber político, Ollanta Humala, pretende  revivir en el Perú cuarenta años después. 
Para marcar  la diferencia, los liberales debemos ser impetuosos y decididos, pero  a la vez, serenos y creíbles. No por ir a los extremos vamos siempre  a ganar presencia. Hay que tener la capacidad y el talento de elegir  los frentes de batalla en que no queremos ceder,  de cara no a una arrogancia  intelectual sino con miras a una estrategia política. En esa línea,  hay que salir del facilismo de las soluciones utópicas, que sólo nos  abre nuevas vulnerabilidades y no permiten que nos tomen en serio en  el debate público. 
Un elemento  claramente recurrente que ilustra este punto es la proclama generalizada  de la reducción del estado, cuando lo que se busca en realidad es el  gobierno limitado. Limitado a acciones de gobierno, desde luego. Pero  entrar al terreno de propugnar drásticas reducciones impositivas, reducciones  a cinco ministerios o la abolición de los sistemas de seguridad social,   cuando no se analiza la situación de cada país y los grados de libertad  de la política pública en cada uno de ellos, es sencillamente ir por  el camino del facilismo. Y lo que es peor, de la utopía.
No es posible  comparar, por ejemplo, realidades como la de Costa Rica y Perú. Mientras  Costa Rica es un país con un proceso de consolidación que partió  de una cultura del trabajo generalizado donde no había grandes distancias  entre diversas clases sociales, Perú atravesó un proceso de mestizaje  violento y jerarquizado desde el inicio de la colonización española,  que produjo una sociedad culturalmente fragmentada. Asimismo, mientras  Costa Rica tiene poco más de medio millón de pobres, la mayoría incluso  constituida por la población inmigrante nicaragüense, Perú posee  quince millones de pobres y seis de ellos en situación de extrema pobreza.  Es decir, en Perú existe toda la población costarricense, y una mitad  adicional, sólo de pobres extremos, diseminados en un territorio donde  no llega el estado ni la ley ni los valores occidentales en general.
En escenarios  como el descrito, planteo abiertamente que si un gobierno liberal “químicamente  puro” – si esto existiera – llegara al poder, no reduciría drásticamente  los impuestos ni el total del gasto público, simplemente porque no  podría. Lo que sí es factible es que redistribuya ese gasto, financiado  con la recaudación tributaria,  y lo haga más eficiente. En otras  palabras, no propongamos lo in-factible porque nos quita credibilidad  como alternativas de gobierno. En vez de ello, enfoquémonos en el campo  de las políticas públicas, antes que en el de la teoría política  utópica.
En consecuencia,  pienso que hay que abandonar el anquilosado lugar común de la simple  reducción del estado y transformarlo en la idea de construcción de  un aparato estatal liberal, que sea del tamaño apropiado a las necesidades  de cada país, pero que fundamentalmente sea eficiente y eficaz, no  corrupto y no entorpecedor, capaz de establecer alianzas con el capital  privado para implementar grandes proyectos, facilitar condiciones de  desarrollo de competitividades y construir espacios de tolerancia pacífica  entre diversas expresiones culturales – dentro de las cuales incluyo  a las expresiones religiosas – , étnicas – porque el racismo es  un anacronismo incivilizado que debemos combatir desde la esencia liberal  - y de vivencias diversas – lo cual implica la no discriminación  por modos de vida particulares. Todo lo cual, enmarcado en un respeto  a un sistema legal que establezca reglas de juego claras, simples, sostenidas  e invulnerables a los cabildeos y tráficos de influencias. 
Ante este hecho,  no hay que horrorizarse ni sorprenderse. Baste la observación empírica  de que no existe nación ni país sin estado. De lo que se trata es  que se promueva toda la libertad económica como sea posible y de contar  con un estado hasta donde sea estrictamente necesario. Debe marcarse  entonces sí con claridad, la línea divisoria muy clara entre liberalismo  y anarquismo, que es el caldo de cultivo de los totalitarismos de extrema  izquierda y extrema derecha.
Ha fracasado, por otro lado, la estrategia de comunicación con el ciudadano – si es que hubo alguna – porque no se aprovecha en el discurso político, las conquistas ideológicas que se han logrado en el terreno económico y político. Nada de esto se ha capitalizado, porque cuando los socialistas de siempre pretenden comportarse como liberales, nosotros, en vez de ponerlos en evidencia, los aplaudimos por la “conversión” o nos auto-relegamos hacia posiciones radicales pretendiendo mantener una identidad, cayendo en la trampa de no afirmar los principios liberales y dejarnos “acomplejar” por la prédica socialista comunitarista. Se ha aceptado así, como práctica tolerable, quedarnos en las catacumbas camuflando nuestra identidad como liberales y sin capacidad de articular la respuesta política adecuada de cara a una propuesta concreta, realista y viable en el contexto de cada uno de nuestros países.
El trabajo de los socialistas en áreas como los derechos humanos y  el medio ambiente, convirtiéndolos en dos de sus vetas de desarrollo  más activas, ante el fracaso histórico de sus tesis en contra de la  economía de mercado, ilustra muy bien este punto. Increíble si tenemos  en cuenta que en los países donde mayores violaciones a los derechos  humanos se han hecho – y se siguen haciendo – son precisamente aquellos  de regímenes comunistas. Y por cierto, los mayores atentados contra  la ecología se dan en aquellos países donde los estados totalitarios  hacen posible la emergencia de monstruos capaces de mega-destrucciones  medioambientales, precisamente debido a la ausencia de libertad de información. 
Hemos dejado vacíos estos segmentos de desarrollo ideológico, haciéndole  un harakiri a la doctrina puesto que para ninguna corriente de pensamiento,  el bienestar humano ha tenido tanta preponderancia como para el liberalismo.  Se ha hecho descansar al liberalismo sólo en el concepto del libre  mercado y se han desprotegido otros terrenos. Se cayó en la trampa  de anteponer a las utopías marxistas, las utopías de los mercados  puros y perfectos y del laissez faire, o los purismos pretendidos  de los que se dicen seguidores2 de los austrians,  con el resultado de dividir en vez de sumar. 
El gran Friedrich  Hayek advirtió estos peligros. Al respecto, dijo3:
“No hay  nada en los principios básicos de liberalismo que hagan de éste un  credo estacionario; no hay reglas absolutas establecidas de una vez  para siempre. El principio fundamental, según el cual en la ordenación  de nuestros asuntos debemos hacer todo el uso posible de las fuerzas  espontáneas de la sociedad y recurrir  lo menos que se pueda a la coerción, permite una infinita variedad  de aplicaciones. En particular, hay una diferencia completa entre crear  deliberadamente un sistema dentro del cual la competencia opere de la  manera más beneficiosa posible y aceptar pasivamente las instituciones  tal como son. Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal  como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas  rutinarias, sobre todo en el principio del   laissez-faire. Y sin embargo, en cierto sentido era necesario  e inevitable.”
Y añade el  propio Hayek, para que no queden dudas, lo siguiente4:
“Crear las condiciones en que la competencia actuará con toda la eficacia posible, complementarla allí donde no pueda ser eficaz, suministrar los servicios que, según las palabras de Adam Smith,´ aunque puedan ser ventajosos en el más alto grado para una gran sociedad, son, sin embargo, de tal naturaleza que el beneficio nunca podría compensar el gasto a un individuo o un pequeño número de ellos´, son tareas que ofrecen un amplio e indiscutible ámbito para la actividad del estado. En ningún sistema que pueda ser descrito racionalmente el estado carecerá de todo quehacer. Un eficaz sistema de competencia necesita, tanto como cualquier otro, una estructura legal inteligentemente trazada y ajustada continuamente. Sólo el requisito más esencial para su buen funcionamiento, la prevención del fraude y el abuso (incluida en éste la explotación de la ignorancia), proporciona un gran objetivo - nunca, sin embargo, plenamente realizado - para la actividad legisladora.”
En consecuencia, no hay razón para relegar espacios ideológicos que  nos pertenecen históricamente. En vez de ello, debería retomarse los  terrenos perdidos y tener la audacia de penetrar decididamente en ellos.  Por ejemplo, los temas de derechos humanos y el cuidado medioambiental  no pueden ser ajenos al liberalismo, pues tuvieron tanta importancia  en el desarrollo de las ideas liberales del siglo XX, que la Internacional  Liberal explícitamente las destacó en las Declaraciones de Ottawa  de 1987 y Helsinki de 1990. Vale la pena incorporar estos principios  adecuándolos al ideario de la propuesta a construir en América Latina  del siglo XXI y, según mi opinión, debe inspirar la acción de la  RELIAL.
Además es importante recobrar para el liberalismo muchos otros temas.  Uno de ellos es el de la descentralización. Si algo está sintonizado  con el liberalismo es el límite a los gobiernos y los que más poder  acumulan son, precisamente, los gobiernos centralistas. La descentralización  tiene que ser distribución de ese poder entre los miembros de la sociedad  representados en instancias subnacionales – sean estatales o privadas  - sobre bases territoriales. Un ejemplo de esto es la lucha de resistencia  del pueblo cruceño ante la prepotencia del gobierno boliviano que encabeza  Evo Morales.
También ha  habido una incapacidad para relacionar hechos reales con la doctrina.  En todos nuestros países han aparecido experiencias que pueden ilustrar  el avance del liberalismo en la experiencia real del ciudadano. En Perú  tenemos la experiencia de lo que ha sucedido en las áreas marginales  de la ciudad de Lima, muy particularmente en lo que respecta a la zona  norte, que ha experimentado un crecimiento sin precedentes fruto de  la pujanza empresarial de dos generaciones de inmigrantes. Y hay otras  experiencias en el resto de Latinoamérica. En vez de buscar en la lejana  Europa la invocación a estas experiencias, nos está faltando ejemplificar  el avance de la doctrina con las experiencias locales. El liberalismo  no debe convertirse en una lista de citas bibliográficas. En vez de  ello, el liberalismo como políticas públicas debe partir de un catastro  de buenas prácticas para exhibirlas a nuestros ciudadanos como prueba  de su capacidad para generar desarrollo.
Pero la defensa  del liberalismo y la comprobación de que en el subconsciente colectivo  hay un germen creciente de ese ímpetu por hacer prevalecer derechos  individuales, diversidad de modos de vida y economía de mercado, no  es lo mismo ni implica necesariamente, la construcción política de  una verdadera opción liberal. Esta solamente puede lograrse mediante  una docencia ciudadana que abarque tanto un frente académico como el  frente de la política activa. Y es aquí donde la desidia, por un lado,  y el facilismo de pretender consolidar un discurso “químicamente  puro”, por el otro, conspiran contra esta construcción.
Nos ha distraído  la actitud de fomentar las divisiones y no consolidar las coincidencias.  Dividir a los liberales entre “auténticos” y “no auténticos”  es un ejercicio bizantino, arrogante y torpe. Nos hemos vuelto desconfiados  entre nosotros, arrogantes y soberbios. Habremos crecido en capital  humano, pero no hemos construido capital social dentro de las comunidades  liberales de nuestros países. Parafraseando al Presidente colombiano  Alvaro Uribe, hemos dejado que se nos aplique el cinismo socialista  para extremar nuestras posiciones y generar divisionismo donde debería  reinar la convergencia en la diversidad. La diversidad coordinada que  construye proyectos políticos, no la anarquía que explota las diferencias  sólo para generar el caos y facilitar la derrota. 
El rezago del  posicionamiento del liberalismo en América Latina no está en el terreno  de la práctica, sino en el de la teoría, que nos entretiene en las  sesudas reuniones de hoteles lujosos o de charlas de café, pero que  son absolutamente irrelevantes para el votante común de cualquiera  de nuestros países. Así tenemos la paradoja que la gente puede pensar  como nosotros pero no quiere que se les identifique con nosotros. Nos  hemos convertido en marginales, mientras que la convocatoria política,  imprescindible para la construcción de partidos políticos liberales  potentes – i.e. que ganen elecciones – requiere que seamos convincentes,  con capacidad de atractivo de amplias masas de votantes y así, salgamos  del ghetto. 
De hecho, algunos  liberales han hecho un flaco favor a la doctrina con una defensa de  utopías de libro de texto antiguo, consintiendo el avance del socialismo  en los gobiernos y en las mentes de los latinoamericanos. Ensimismados  en pretendidos purismos ideológicos, relegaron la construcción política  para privilegiar sus proyectos de crecimiento personal en el terreno  académico que les brindaba los blindajes para escribir y decir, pero  nunca para actuar en el terreno del mundo real de las políticas públicas.
Revisados los  factores posibles del fracaso del liberalismo latinoamericano, a nivel  de configuración de alternativas electorales, es claro que existen  vetas de desarrollo ideológico por trabajar y camino por recorrer.  Esto implica fortalecer la doctrina y enriquecerla con la adecuación  a nuestras realidades. Además, consolidar el mensaje fundamental y  hacer docencia de él, no sólo en el trabajo “hormiga” de difusión  del liberalismo, sino institucionalmente a través de escuelas populares  de gobernabilidad liberal, que permitan formar cuadros de recambio generacional,  fortalecer los actuales en formación, construir un espacio de diálogo  doctrinal y generar un know how ideológico capaz de sintonizarse  con la evolución de nuestros procesos socio-económicos y culturales  particulares. 
Cumplir este  propósito es vital para una auténtica construcción política, pues  careciendo de la vocación de docencia política institucional, se carece  también de auténticos políticos. Esto marca la diferencia entre los  políticos de trascendencia y los oportunistas que sólo se cuelgan  de cualquier pista doctrinal, aunque no la conozcan a cabalidad, para  tentar un lugar en la burocracia del poder sin otro propósito que el  del beneficio personal, apetitos de egocentrismo o de intereses de clan.  Los políticos son el elemento final del proceso de consolidación de  las opciones políticas y por tanto su importancia es crucial para el  éxito del posicionamiento de la doctrina, pues con políticos liberales  corruptos o ineptos, la imagen del liberalismo latinoamericano será  corrupta e inepta también.
Soy de la opinión  que la consistencia del mensaje liberal tiene que fundamentarse en una  propuesta que atraviese todo el espectro del desarrollo humano y que  trascienda, por tanto, la visión economicista. A tal efecto,  es importante consolidar una propuesta que contemple el desarrollo de  las libertades en su más amplio sentido, dejando en claro que el individuo  esté por encima de cualquier estructura de poder que limite su libertad,  sea estatal o privada. Una propuesta que el individuo pueda comprender  que va a comprometerse con su bienestar y el de los suyos, sin otro  tipo de componendas con intereses que riñen con el bien común. Y además,  una propuesta que atraviese transversalmente el tejido social nacional,  para que más peruanos la hagan suya. Hay que construirnos un liberalismo  al que hay que teñir de cobrizo y que debemos hacer brotar de los Andes,  de las selvas y de los arenales. He ahí el reto.
Una propuesta  liberal que recoja los principios originarios que animó a los fundadores  del liberalismo y a sus más preclaros propulsores, debidamente calibrada  y adecuada a la realidad de nuestros países, pero fundamentalmente  generadora de desarrollo, es la única que tendrá posibilidad política  de amalgamar voluntades y lograr que nuestros ciudadanos la acepten.  Y por supuesto, convocando la mayor cantidad de esfuerzos posibles,  sin excesivas líneas de separación ni “liberales de primera” ni  “liberales de segunda”.
Pienso entonces  que, en un esfuerzo por integrar los principios de los fundadores del  siglo XVIII, pasando por los nuevos aportes de sus sucesores como los  de la denominada escuela austriaca y otros, así como de los  manifiestos, declaraciones y proclamas de la Internacional Liberal,  sin exclusiones porque aquí no sobra nadie, la propuesta liberal tiene  que aterrizar a proposiciones concretas que impacten en el desarrollo  de los ciudadanos de nuestros países, de la manera más extensiva posible.  Este aterrizaje es imprescindible para calibrar la doctrina a nuestras  realidades y trasuntar hacia un mensaje digerible, viable, creíble  y realizable en líneas concretas de acción que empiecen por ser asumidos  por la RELIAL, y a partir de ella, ser asimilados por los partidos liberales  que se puedan formar.
Asimismo, hago  un paréntesis y me tomo la libertad de proponer, con la mayor humildad  y desde la posición de un simple ciudadano, que las instituciones peruanas  que asisten a este importante congreso de la RELIAL, demos una muestra  concreta de capacidad de encontrar puentes de entendimiento y suscribamos  una declaración de intención de re-fundar, en el más breve plazo  y ya en territorio peruano, como corresponde, el proyecto que de una  u otra forma, los presentes aquí y otros, impulsamos en su momento  en la presente década. Vale decir, el Partido Liberal del  Perú, sobre las bases de un ideario que, para no entrar en aguas  turbulentas exploradas pero no cartografiadas, se inspiren en los lineamientos  que se acuerden para la RELIAL en este evento. A partir de este esfuerzo,  si se persiste en continuar a un nivel superior, podremos convocar a  otros liberales a unirse a este proyecto en los próximos meses, esperando  que figuras prominentes del liberalismo peruano se sumen a este proyecto  para coadyuvarlo o para liderarlo, sobre las bases ideológicas y programáticas  que se establezcan en esta declaración de intención. Teniendo en cuenta  que es claro que el Perú será escenario de una lucha sin cuartel contra  el avance del chavismo socialista en las elecciones regionales  y municipales de 2010 y en las presidenciales de 2011, resulta particularmente  importante trabajar rápidamente en la acción política desde el presente  2008. 
Me permito,  del mismo modo, una licencia para expresar que me gustaría que la Declaración  de Rosario pudiera incluir una posición expresa acerca de los siguientes  temas:
- Apoyo al pueblo y al gobierno colombiano en su lucha contra los terroristas de las FARC y contra los gobiernos totalitarios socialistas que interfieren en la política colombiana y apoyan a estos grupos en América Latina.
- Rechazo a la intromisión y provocación del gobierno venezolano en el Perú a través de las denominadas “Casas del ALBA” que son centros de adoctrinamiento y de descarada penetración ideológica chavista.
- Solidaridad con la lucha del pueblo cruceño para obtener su autonomía en el manejo de sus recursos y en respuesta al autoritarismo del gobierno boliviano.
- Rechazo a la intromisión y violación de los derechos humanos en que está incurriendo el gobierno chino con la población del Tibet.
Volviendo a  la esfera latinoamericana, el desafío nos obliga a trabajar ahora,  sin prisa pero sin pausa, sin exclusiones y con el convencimiento firme  de que sólo esto es probable siempre que aprendamos a tender puentes  de entendimiento y desterremos esa idea de que sólo unos pocos son  “propietarios” de la doctrina o depositarios del “santo grial”  del verdadero liberalismo. Si hay que marcar la diferencia, el estilo  también es importante. Y ese estilo tendrá que ser firme pero, a la  vez, conciliador e inclusivo. Después de todo, la política es arte  de lo posible, lenguaje de los gestos, ciencia del equilibrio de la  convivencia social.
Estamos asistiendo  a una crisis política profunda en América Latina que se está expresando  con fiereza en Bolivia y Venezuela, y un poco menos explosiva, pero  siempre potencialmente incendiaria, en Ecuador y Colombia. El Perú  no está al margen y ya vimos lo está pasando en países como Argentina,  Brasil, Chile e inclusive Uruguay, en donde no existen rechazos categóricos  ni deslindes notorios con el chavismo rampante e invasor. La  gente pobre es empujada, en su desesperación y en su desesperanza,  hacia liderazgos que reviven, insólita y peligrosamente, esperpentos  políticos causantes de la actual crisis latinoamericana. No hay más  tiempo para continuar con trayectorias erráticas, ni para trazar divisiones  irrelevantes ni para hipotecarnos al pasado, sino que se impone comprar  futuro.
Aun los enfrentamientos  que hemos sostenido entre nosotros y las diferencias que podamos conservar  hasta ahora, nos han servido para librar esta lucha. Con perspectiva,  debemos verlos como la preparación necesaria para haber afilado las  lanzas y poder confrontar al verdadero enemigo. No sobra nadie. Y nadie,  por tanto, debe ser sujeto de exclusión ni ha de sentirse excluido.  Estamos ante una nueva oportunidad, esta vez, de hacer la diferencia  y convertir un interesante encuentro de intercambio académico en una  extraordinaria línea de partida para la consolidación de redes de  cooperación, puentes de entendimiento y sinergias institucionales.  Nosotros podemos decidirlo. Podemos decidir estar a la altura del desafío  y situarnos inclusive, por encima de nuestros propios desacuerdos y  nuestros propios individualismos mal entendidos. O decidir continuar  siendo conservadores de nuestra anomia y levedad en el escenario político  latinoamericano de esta hora. Repito que nosotros podemos decidirlo.
Constituye  entonces un deber de los liberales latinoamericanos de esta generación  consolidar propuestas viables que trasunten la academia y entren a la  lucha política concreta, que amalgamen a voluntades diversas y construyan  puentes de entendimiento entre los mismos liberales y con aquellos que,  aun sin compartir la doctrina, sí pueden trabajar en conjunto sobre  bases programáticas serias. Sin soberbias y con mucha capacidad de  empatía para construir plataformas que nos permitan ganar elecciones  democráticas y enfilar a América Latina sobre un horizonte de quince  años con una visión libre y compartida, cuando nuestros países conmemoren  el bicentenario de la independencia latinoamericana, conquista liberal  por cierto, y que nos marcó como lo que somos hoy. 
Siempre liberales,
Eugenio D'Medina Lora
 
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