jueves, 16 de diciembre de 2021

Un voto nulo

 

Todo se derrumba; el centro no resiste;

The Second Coming” (W.B. Yeats, 1919) 


Well, I woke up this morning and I got myself a beer 

The future is uncertain and the end is always near 

 “Roadhouse Blues” (The Doors, 1970)

Bajo el próximo Presidente no estaremos de regreso en la Unión Soviética ni se proclamará al Tercer Reich. Quien sostenga una de estas barbaries es un necio, un ignorante, o ambos. No obstante, hemos presenciado la elección presidencial de más bajo nivel y la más polarizada de la historia reciente. Chile Liberal no se presta para este circo y anunciamos, por primera vez, ningún politcal endorsement. Votamos nulo.

La ultra-derecha contra la ultra-izquierda. Las facciones extramuros, fuera del tradicional pacto republicano, nos piden su voto, aduciendo cuestiones estrafalarias y estúpidas: bajar impuestos, para el blondo de derecha, o recaudar un 8% del PIB, para el hirsuto de Magallanes. Sacudimos la cabeza en descreencia. ¿Sida o cáncer terminal?

Normalmente, como ocurre en EEUU, después de ungir al elegido en primarias los candidatos comienzan un tortuoso contorsionismo para transitar desde el sectarismo de sus tribus hacia el centro político, que es donde están los votos que permiten ganar. En Chile las primarias definitivamente no prosperan, y los candidatos se apoltronan en sus nichos duros, enardecidos con las soflamas de los cabezas-calientes que los rodean.

Kast y Boric son parte de la lunatic fringe en ambos extremos del espectro. Ambos exhiben unos CVs escuálidos para el cargo. Basta ver las tribus que los apoyaron, y que absurdamente hoy los tratan a ambos de traidores (al parecer se han moderado demasiado) para darse cuenta que la mano nos temblará demasiado cuando haya que hacer una rayita sobre uno de los nombres en la papeleta.

No es usual que nuestro sitio no se la juegue por una opción. Siempre lo hacemos y luego nos refriegan en la cara la torpeza de nuestra decisión: lo asumimos con hidalguía. No obstante, esta no es una elección normal. Ambos candidatos están demasiado lejos del centro político como para que podamos siquiera pensar en votar por ellos. No hicieron nada por ganarse nuestra confianza. El alarmismo, la histeria, y el project fear de uno hacia el otro es lo único que percibimos. Triste.

No obstante, sabemos también que los lectores de la comunidad formada por Chile Liberal piden alguna guía. Veamos. 

En política existe el “Test de la cerveza”, según el cual uno vota por el candidato con el que se tomaría una cerveza (alternativamente podemos llamarlo el “test del café”, Chile Liberal no endosa la glorificación del alcoholismo). No me tomo una chela con Kast ni llorando: ese sujeto me produce desagrado, si bien es digno de encomio su parsimonia. 

¿Con Gabriel nos tomamos una birra? Por supuesto. El tipo es buena onda. Firmó el acuerdo por la Constitución sin aspavientos y se granjeó la enemistad de los pirómanos que lo frecuentan. Pero votar por Gabriel Boric es votar por Daniel Jadue, y éste es mala onda, y más encima es aweonao.

La cuestión al final es determinar si un café crème o una Erdinger heladita con un político lo califica para presidir la república, en un país que sufre aún serias falencias, donde persisten los campamentos, con un sistema de salud deficiente, educación inadeacuada, y un Estado esclerótico incapaz de proporcionar servicios de excelencia.

Pero eso depende de ustedes, amigos lectores. En lo que concierne a Chile Liberal, simplemente no podemos votar por uno u el otro. Votamos nulo.

martes, 16 de noviembre de 2021

Un voto por Sebastián Sichel

Look at the stars

Look how they shine for you

And everything you do

Yeah, they were all yellow.

 

⎯"Yellow" (Coldplay, 2000) 



Sebastián Sichel es la mejor opción para reformar el sistema de pensiones sin dejar de ofrecer gobernabilidad, dando tranquilidad a los mercados y por sobre todo es el único candidato con un diagnóstico correcto: para otorgar servicios de calidad necesitamos modernizar el Estado. Chile Liberal explica los motivos para votar por Sichel para Presidente.

 

Hasta antes de las elecciones primarias se creía que la carrera presidencial se decidiría entre Joaquín Lavín, quien en Tolerancia Cero se declaró socialdemócrata, y el alcalde Daniel Jadue, orgulloso militante del Partido Comunista. Pero después de una importante participación, los candidatos más jóvenes fueron elegidos: Boric y Sichel. El recambio generacional ya ha llegado.


Gabriel Boric es un buen tipo, y a su favor cuenta el haber aceptado los acuerdos que permitieron lanzar el proceso constitucional. Desde entonces su errores han sido muchos, sin contar la tortuosa negación de sus pecadillos de juventud con la extrema izquierda (elogios a Fidel Castro y Maduro, brindar con el asesino de Jaime Guzmán, etc.). 

 

Pero lo más preocupante en el joven hirsuto es el caos reinante en su equipo, en particular en el flanco económico. Cada vez que Claudia Sanhueza, Sebastián Depolo o Nicolás Grau hablan, causan pánico, y es el propio candidato quien debe salir a clarificar, desmentir, o contextualizar. Peor aún, él mismo anda a patadas con las cifras. La desprolijidad en su programa y la tardía publicación cristalizan todos los resquemores que generaría un gobierno en coalición con el Partido Comunista. Se puede juzgar a alguien por quienes lo rodean: el juicio a Gabriel es negativo.


Pretender una reforma tributaria del 8% del PIB es una monstruosidad. Ningún control a la evasión tributaria lo logrará. Decirle al electorado que no habrá cuentas individuales porque no habrá problemas de pensiones bajas es absurdo y va a contrapelo del espíritu de superación individual que plantea Chile Liberal. Incluir a los sindicatos en los directorios de empresas es una obsesión de la izquierda con las grandes empresas, en desmedro del apoyo a las PYMEs. 

 

El país crece pero no ha aumentado la productividad, y las correcciones que pronto vienen serán brutales. Insistir en subir impuestos es la manida reacción instintiva de la izquierda, en la que persisten Boric & Co. Bajar impuestos es ridículo e irresponsable en esta etapa del ciclo, como plantea Kast. Necesitamos alternativas centristas.


Sebastián Sichel es el candidato que ha acertado en el diagnóstico: Chile necesita modernizar su aparato estatal. Hay ministerios que cerrar, pero hay algunos gastos que aumentar. Imposible ofrecer buenas prestaciones de salud y educación labores de las que el Estado no se debe desprender sin modernizar el Estado. Rediseñar las AFP ya no es tabú en la derecha, y tener un candidato de ese sector con un mandato claro para proceder a las reformas es vital. Así lo ha entendido Sichel.


La protección social con el objetivo de facilitar el funcionamiento de la economía de mercado es el enfoque correcto y lo vemos en el programa de Sichel cuando habla de pensión básica. Las transferencias directas son otro tema que ha adelentado Sichel. Además, acierta en temas de inmigración, y por sus posturas en temas sociales y valóricos, evidenemente el talante centrista de Sichel lo convierten en la mejor opción.

 

La actitud contradictoria y ambivalente de Boric y su camarilla sobre la violencia es alarmante. En contraste, la actitud clara de Sichel merece elogio.


Todos los países de la parte Atlántica de sudamérica estuvieron cerca del desarrollo pero fracasaron: Argentina, Uruguay, Brasil y Venezuela. Chile iba por buen rumbo pero la década perdida del ciclo Piñera-Bachelet, más la incapacidad para pensar fuera de la caja y la desconexión con el electorado, nos descarriló. El domingo 21 de noviembre del 2021, puede ser o el comienzo del fin, o la última posibilidad de lograr los niveles de educación, prosperidad, igualdad y modernidad que todos queremos. Sebastián Sichel es la mejor alternativa y Chile Liberal vota por él. Invitamos a nuestros lectores a hacer lo mismo.

lunes, 25 de octubre de 2021

Inmigración: Abran ya esas malditas fronteras

Ahí hay cosas maravillosas para todos

Hay magia en Kingston Town

Kingston Town es donde quiero ir

Si me lo prometen dejaré todo detrás para ver a mis niñas jugar

Y cuando sea rey necesitaré una reina, y un palacio,

Y ahora ya soy rey, 

Y mi reina vendrá

Ella me espera en Kingston Town

Ella me espera en Kingston Town

Hay magia en Kingston Town

KingstonTown (UB40, 1989)


Urge un Plan de reconstrucción nacional y emplear la mano de obra extranjera

 

Hemos visto con absoluto horror las imágenes de una horda desquiciada quemando los pocos enseres que poseían unos inmigrantes ilegales en Iquique. Esta barbarie nos evoca las piras del KKK, las fogatas de los nazis quemando libros, la quema de libros y discos de vinilo en 1973 en las Torres de San Borja, los pogromos en la Unión Soviética contra los “cosmopolitas sin raíces”, y también la quema de libros del Café Literario de Providencia durante los disturbios post 18 de Octubre. La foto del infeliz que lanzó un coche a las llamas nos dejó estupefactos. 

 

El “asilo contra la opresión” y el “verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero”, parte del imaginario colectivo de nuestro país, hoy resuenan como frases vacuas. Políticas racistas por un lado, reivindicaciones identitarias y etno-centristas por el otro, nos asedian. 

 

¿Cómo debe reaccionar la clase bienpensante? Veamos qué ha ocurrido en otras latitudes. Después de la devastación de la II Guerra Mundial en el Reino Unido comprendieron que no podían reconstruir solos la infraestructura del país y le abrieron las puertas a muchos residentes en el Caribe, en las “Indias Occidentales”. El célebre navío Windrush zarpó desde Kingston, en Jamaica (ver epígrafe), trayendo la primera masiva oleada de inmigrantes a Gran Bretaña, la llamada Generación Windrush. Aquel país cambió de cariz para siempre. 

 

La pandemia del Covid, la orgía destructora imparable desde octubre 2019 y la posterior depresión económica exigen un Plan nacional para mejorar la infraestructura nacional. El exitoso proceso de vacunación ha convertido a Chile en un país atractivo y que debiese ser de los primeros en despegar en su recuperación económica, y de algún modo mitigar la estrepitosa caída que sufriremos el 2023 si no actuamos ya.

 

En Punta Arenas hemos visto desabastecimiento porque en Argentina bloquearon rutas. ¿No somos capaces de construir nuestra propia infraestructura caminera y de paso asegurar nuestra soberanía e integridad territorial?  Hoy tenemos mano de obra abundante gracias a la inmigración. Ya es momento de cortar las transferencias directas a los ciudadanos el “helicopter money” que propugnó Chile Liberal, e inyectar recursos para abrir carreteras, construir hospitales y equiparlos, traer profesionales, formar técnicos y obreros para levantar la República. 

 

El déficit habitacional que sufre Chile debe ser paliado ya no con cheques de ayudas sociales ni retiros de las AFP, sino con proyectos de construcción para emplear la mano de obra. Faltan escuelas, profesores, líneas férreas, puertos, tranvías y metros en Santiago y Regiones. Curiosamente ahora es cuando los keynesianos debiesen abrir la boca, pero callan.

 

En Chile ya vivimos experiencia similar durante el PEM y el POJH, cuando la dictadura chilena arrojó al país a la peor recesión económica de la que tenemos memoria viva, y después pasaron años haciéndonos creer que salir de ese abismo fue una “gran obra”. En estos días es imperativo recomponer el país, pasar a las tecnologías verdes, aumentar la productividad y todo ello requiere emplear mucha gente, nacional o extranjera. Tener migrantes tirados en las calles vendiendo golosinas o haciendo fritangas es dispararnos en los pies.

 

En la campaña presidencial en curso el candidato de ultra-derecha propone crear una zanja. No es de extrañarse cuando su máximo referente es el adiposo sicópata que por fin ya echaron de la Casa Blanca. Estos desvaríos deben ser rechazados. Chile es un país de inclusión y acogida. Y Chile requiere mano de obra para reconstruirse.

 

Es una vieja aspiración de este sitio el hacer de Chile un melting pot, un crisol de culturas. Si alguien en algún lugar del mundo ve en nuestro país una oportunidad de prosperar y ser feliz, debiese ser parte de nuestro ethos como nación el darles la bienvenida. Acá pueden formar una tribu, tener su choza, un cacharro. La inmigración es una de las causas más sensibles y caras para Chile Liberal

 

Hoy es urgente asumir que Chile es un país de inmigración. Aprovechémoslo. El sistema de recepción de extranjeros debe ser moderno y eficiente, como en Canadá o Australia, que funcione para el que llega y para los que reciben. Nuestra propia “generación Windrush” nos está pidiendo que abramos las puertas. Abrámoslas de par en par.

domingo, 11 de julio de 2021

Convención Constitucional: No a la apología de la violencia

 

But when you talk about destruction

Don’t you know

That you can count me out


Revolution” (The Beatles, 1968)

 

Juramento del Juego de Pelota

La Convención Constitucional busca una apología de la violencia. Se equivoca.


Después de advertir en este sitio el inminente estallido social fue también acá en Chile Liberal donde propusimos una Convención Constitucional, primero convocando a un plebiscito nacional para saber si el electorado estaba de acuerdo o no con nuestra solución. El clamor de millones de chilenos agolpados pacíficamente en las calles entonando “El baile de los que sobran” justificaba pensar que era de tal magnitud el malestar ciudadano que repensar nuestra institucionalidad exigía una Nueva Constitución y no sólo reformas.

 

Los hechos de violencia que vimos el 2019 fueron inaceptables e inexcusables. Es falso sostener que gracias a ellos podemos optar a rehacer nuestras instituciones: el plan ya estaba en marcha desde el gobierno de Bachelet 2 – fue estúpidamente abortado con el advenimiento, borracho de triunfalismo, de Piñera 2. De hecho, el 2010 en este sitio ya invitábamos a una Nueva Constitución mediante cabildos. Lo pusimos en marcha de forma completamente pacífica y elegante.

 

Más de 70 estaciones de metro quemadas, con una decena destruida de manera planificada, además de un daño irreparable a la propiedad tanto privada como pública, no tienen justificación alguna. Vimos incluso quemas de libros, tal como los nazis, cuando prendieron fuego al Café Literario en Providencia. No cuenten con Chile Liberal.


Así como llevamos décadas repudiando el golpe militar de 1973, y así como Pinochet fue removido pacíficamente, corresponde igualmente condenar cualquier acto de violencia esta vez desde la otra vereda. Algunos matizan o contextualizan la destrucción y el vandalismo aduciendo algo absurdo: si los efectos buscados son cercanos a su propia persuasión política entonces OK. Pues no, no es OK.

 

Otros, erróneamente, arguyen que el Estado ya ejerce violencia contra ellos, y que cada autobús incendiado, cada plaza destruída y cada puesto de trabajo aniquilado son una merecida represalia ante esa violencia primigenia. Pues bien, eso se llama la Ley del Talión y ya hay suficiente literatura desmontando dicha argucia retórica.

 

No es una cuestión de “formas”. Es una cuestión de que si mañana llegan legítimamente al poder los mismos que ahora glorifican la violencia, justifican más violencia de los opositores para deponer a los incumbentes, y luego más violencia de los depuestos para vengarse, y así sucesivamente hasta que queda la cagada y nos agarramos todos a balazos y luego otros claman por una dictadura que imponga el orden. Dicho en sencillo, la apología de la violencia política es la falacia del slippery slope.

 

Piñera ha sido un Presidente muy malo, pero una mala gestión no da pábulo para desfondarlo. A no ser que estemos en un régimen Parlamentario –algo que sí propone Chile Liberal y que veremos en un próximo capítulo—pero en nuestro orden institucional Piñera no es un dictador ni un violador de derechos humanos, y un mandatario malo debe cumplir con su mandato.

 

No obstante, sí notamos una anomalía gravísima. Hay detenidos cumpliendo una interminable prisión preventiva. Acá debemos detenernos y examinar la situación con rigor.

 

La esencia de la democracia liberal es el limitar el poder del Estado. De hecho, el mismísimo nacimiento del liberalismo se remonta al año 1215 con la firma de la mítica Magna Carta, donde se consagra el Habeas corpus, principio filosófico y jurídico que establece que nadie será detenido sin presentar los debidos cargos en su contra. Esto constituyó en ese entonces el primer paso para limitar el poder absoluto del gobierno (y por ende, el nacimiento del liberalismo). Este principio evolucionó durante los siglos hasta nuestra era, donde el Estado absoluto se enfrenta al Individuo absoluto, y es recogido hoy en el artículo 10 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

Toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad, a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra ella en materia penal.

Si no se presentan cargos contra los detenidos, y estos no tienen  derecho a defensa, y por consiguiente no son sometidos a un juicio justo, podemos considerarlos como presos políticos. Simplemente porque son detenidos de forma arbitraria.

 

Las averiguaciones de Chile Liberal indican que hay 25 personas en este limbo legal. Como señaló la Presienta de Senado, Yasna Provoste, no han tenido un juicio justo. Esto es correcto.

 

La Convención Constitucional debe entender que su genesis se encuentra en la indignación popular no sólo frente a un gobierno inepto sino ante la orgía que prosiguió al estallido, y que si ella existe se debe a los millones que pacíficamente salieron a las calles a manifestarse. La Convención se debe también a Chile Liberal que llamó a la clase política a formarla.

 

Bájense del pony

Advertimos que algunos miembros de la Convención se están dando ínfulas jacobinas y quieren forzar un momento “Juramento del Juego de Pelota”, que técnicamente es el comienzo de la Revolución Francesa, es decir, cuando ya los Estados Generales no buscan aliviar la acuciante crisis del país sino crear una nueva Constitución y acabar con el Ancien Régime.

 

Es por esto que Chile Liberal llamó a convocar expresamente a una Convención, y no a una Asamblea Constituyente. Pues siguiendo el esquema y las etapas de la Revolución Francesa, como ya notaron los más perspicaces, la Convención es la fase final. En eso ya estamos. Tenemos un orden constitucional que mejorar, no todo un orden que hacer tambalear y una seguidilla de ejecuciones sumarias para instaurar… una dictadura.

 

Existe el peligro–real—de que la Convención se autoproclame como una Asamblea Constituyente plenipotenciaria, filo-bolivariana e indiscernible de un Sóviet Supremo, y que imponga la dictadura del proletariado. Su retintín bolchevique es conspicuo. Una incomprensible apología de la violencia es su primer paso y también su primer desvarío. De todos depende ahora que el esfuerzo hasta ahora culmine en un texto decente y que no se vaya todo a la mierda.

domingo, 31 de enero de 2021

Seguridad Social con un “opt out” privado

Quiero alimentar a los bebés que no tienen qué comer

Quiero darle zapatos a los niños que andan descalzos

Quiero darle un techo a los que viven en las calles

Sí hay solución

Y quiero volar como un águila hasta el mar.

 

Fly Like An Eagle (Seal, 1996)

 


El covid muestra que necesitamos una seguridad social universalcon un opt out privado

 

Existe un clamor popular por conformar una red de protección social y la clase política debe responder. Un interesante artículo de The Economist nos dice que El capitalismo necesita un Estado de Bienestar para sobrevivir, y esto es correcto. El año 2020, para ralentizar la propagación del coronavirus, gobiernos como el de Reino Unido hicieron algo inédito: un Furlough Scheme con el fin de pagar a todos los afectados por el confinamiento un 80% de su sueldo, lo que constituye un histórico hito en la consolidación de una seguridad social universal. 

 

Existen dos grandes escuelas de pensamiento para abordar esta cuestión. Tenemos primero el esquema “bismarckiano”, por así decirlo, concebido en Alemania bajo Otto von Bismarck, con el objetivo de fomentar un nation-building para consolidar el poderío del Reich y apaciguar a las clases medias ante el miedo al socialismo. Este modelo alemán consiste en que el Estado otorga subsidios proporcionales a los aportes de cada contribuyente. Es decir, los que más pagan, más beneficios reciben. 

 

Por otro lado tenemos el esquema británico “beveregiano”, diseñado por Sir William Beveridge, un economista liberal, plasmado en su brillante e icónico Reporte Beveridge, publicado en 1942, durante lo más cruento de la 2a Guerra Mundial. Su objetivo a diferencia del sistema alemán, era la universalización de la seguridad social con un pago plano para todos por igual, no proporcional a los ingresos. Su objetivo último era curar las heridas del esfuerzo de guerra y evitar un estallido social una vez derrotados los nazis. Dicho en simple, su finalidad era entregar ayudas universales a todos los ciudadanos por igual. 

 

En este post,  Chile Liberal sostiene que la Nueva Seguridad Social chilena debe ser universal, rescatando la filosofía liberal beveredgiana, pero corregiendo sus defectos mediante la incorporación de elementos individuales según el aporte de cada cual, siguiendo los principios bismarckianos. Y tal como ocurre en Alemania, los ciudadanos deben ser libres de contrarar seguridad mediante prestaciones privadas.

 

Sí necesitamos seguridad social

Beveridge identificó en 1942 los “5 Gigantes” que debían combatirse: “necesidad, enfermedad, ignorancia, suciedad y ociosidad”. Su formula para luchar contra todo esto consistía en la universalidad de la asistencia social y ponerle fin al infame “Means Test”, en vigor hasta ese entonces, es decir, acabar con la verificación de la necesidad de los demandantes como condición para entregar beneficios.

 

Ya antes George Orwell, escritór británico (autor de “1984”, Granja Animal, etc.) dedicó largas páginas de su extraordinario ensayo “Road to Wigan Pier” a denunciar las nefastas consecuencias del Means Test, que en los agitados años 30 movilizó a las masas para exigir su abolición. Orwell viajó por las desoladas ciudades industriales y mineras del norte de Inglaterra y contó su experiencia de convivir con los mineros y los obreros (algo que desde la ficción novelística hicieron otros como Émile Zola con “Germinal” o el chileno Baldomero Lillo en “Sub Terra” — este último nos relata la miseria en Lota, un Wigan chileno). Ocurre que en Inglaterra para recibir asistencia social la gente debía atestiguar que es pobre, y los inspectores de la seguridad social llegaban incluso a entrar a las cocinas de la gente para comprobar que no hubiese un solo pedazo de carne en sus ollas, porque si encontraban, les quitaban las ayudas, lo que incentivaba a la gente a preferir la miseria. 

 

Lejos de ser un socialista o un justiciero social, Beveridge velaba por un funcionamiento eficiente de la economía. En su reporte veía en la universalización de la asistencia social una manera de incentivar el empleo.

 

El problema fundamental que ocurrió luego en el Reino Unido es el estigma que acarrea el hecho de demandar el dole, como se llama al seguro de cesantía. Recordemos la inolvidable escena Hot Stuff de la película Full Monty.

 

Otro inconveniente es la burocracia estilo soviético, algo que vimos en I,Daniel Blake, del cineasta Ken Loach. Peor aún, la seguridad social británica se pensó y diseñó en un mundo que necesitaba mucha mano de obra poco calificada para la reconstrucción nacional y donde el desmpleo era una catástrofe pero algo raro.

 

En cuanto al estigma, las clases medias británicas creen que son ellas las que pagan para que los pobres unos flojos irredimibles sigan regocijándose en la vagancia. El extraordinario documental  Benefits Britain causó estupor nacional cuando llegó incluso a discutirse en el Parlamento. Para las estrujadas clases medias, la seguridad social no les da nada. A los pobres, les da todo. Esto solo refuerza el estigma y crea un desdén social insoportable.

 

Por otro lado, con el Furlogh Scheme aprendimos que es bastante complejo ir a buscar a la gente para devolverle su dinero porque el sistema está hecho para extraer recursos del ciudadano para alimentar la máquina burocrática, pero no funciona en sentido contrario. Ya para recibir el dole es necesario atravesar una serie kafkiana de verificaciones, y las ayudas no sobrepasan un 15% del ingreso límite de la pobreza.

 

En Alemania, en cambio, la asistencia social recibida bordea el 60% de los ingresos del demandante. Los sindicatos tienen como objetivo coordinarse con los patrones para formar y reconvertir a los empleados despedidos, y aún más interesante, la gente puede decidir si quiere cotizar fuera del sistema estatal y contratar a privados. En medio del debate constitucional en Chile, cabe destacar que la Constitución Alemana fue escrita bajo la ocupación Aliada y los norteamericanos le impidieron al Estado acaparar todo el poder (el subtexto es que nunca más podrá haber un Hitler) por lo que el Estado central alemán debe dar cabida a entes privados.

 

Lo anterior redunda en que en Alemania nadie se avergüenza de ir a reclamar un cheque, como le ocurría a los desempleados en Full Monty. Eso nos parece muy bien.

 

Para evitar la monstruosa burocracia que nos muestra Ken Loach en I, David Bake, lo lógico sería eliminar todo el aparataje inútil y hacer una transferencia directa a las cuentas individuales de los ciudadanos.

 

Urge además romper el lazo entre aporte individual como condición para el seguro de cesantía cuando hoy sabemos que el empleo de por vida fue un espejismo de la posguerra: hoy no existe el empleo vitalicio, ya no se ven los premios que le daban a nuestros padres y abuelos cuando cumplían 10, 20 o 30 años en la empresa.

 

Si somos inteligentes podemos hacer que el Estado pueda entregar una cantidad igual al límite de la pobreza, lo que responde al esquema beveredgiano, y según la contribución de cada cual se da más a quienes han pagado más al sistema, como lo vislumbrara Bismarck.

 

El covid obligó a hacer esto a la rápida pero abre ya un camino hacia una optimización y universalización de las ayudas sociales. Hoy es necesario porque a la gente se le obligó a confinarse pero acabada la pandemia seguiremos viendo que el desempleo es parte natural de la vida activa de todos. La gig economy es inherentemente inestable, y el Estado, con la participación de privados, puede ser vital para el correcto funcionamiento de la economía y asegurar prosperidad y estabilidad social.

 

En Chile tenemos un problema adicional y es que enormes sectores de la población viven en la informalidad. E incluso teniendo recursos es imposible llegar a ellos directamente sin pasar por los alcaldes, autproclamados adalides del pueblo en su lucha contra las élites. De paso se roban toda la ayuda y entregan apenas unos paquetes de fideos. Este desorden y despilfarro deben terminar.

 

La Nueva Constitución quizás— deba mencionar la seguridad social. De todos modos, el mundo moderno la sigue necesitando hoy tanto como en la época del Londres dickensiano de la Revolución Industrial, o como en el Norte de la Francia de Zola, o en la Lota de los mineros de Baldomero Lillo que bajaban al Chiflón del Diabloasí como hoy en Puente Alto y sus hacinados pobladores en tiempos del covid. De paso, ahorraremos mucho en gasto público.