domingo, 20 de noviembre de 2016

Snowden: Estado de vigilancia

¿Estamos por la defensa del espacio que cada cual debe tener para cometer errores sin ser juzgado, para pensar con total libertad y ser libre de hablar cualquier cosa con los amigos? Si las conversaciones son registradas en una base de datos donde tú apareces diciendo ‘me gustaría tirar a Donald Trump por un barranco, y luego imagínate que algún día Donald Trump llegase a ser Presidente de EEUU…. y todos los que hablen contra él sean identificados y terminen a ellos lanzándolos por un barranco. Eso sería un mundo bastante peligroso.

—Edward Snowden, entrevista a Vice News.


Soy un hombre promedio
trabajo de las 9 a las 5
pago mis impuestos
llevo una vida promedio
vuelvo a mi casa promedio
y cierro bien la puerta.
Me dicen que soy paranoico
sólo quiero estar tranquilo.
Tengo miedo de tomar una ducha
díganme, ¿hay alguien observándome?

♫I always feel like
Somebody is watchng me♪
(And I have no privacy)

Díganme que esto
es sólo una pesadilla

— Rockwell, Somebody's watching me



Ver la película Snowden es un deber cívico para quienes defienden las libertades individuales



Los estudiosos de la cultura norteamericana deben ver las películas imprescindibles de Oliver Stone. Su cine de protesta nos ha hecho reflexionar, a partir de la sociedad de EEUU, sobre la condición humana universal gracias a obras maestras como Pelotón, Nacido un 4 de Julio, Wall Street o Natural Born Killers. Ahora el realizador vuelve a la carga con otra cinta militante: Snowden, basada desde luego en las revelaciones del hacker/héroe libertario más importante de nuestra era.

Stone esta vez ha tomado el camino fácil y Snowden está lejos del estilo combativo de sus entregas anteriores. Adaptada a un público de salas de múltiplex, su último trabajo es de consumo masivo. Probablemente sea una manera de entregar a la generación anestesiada con sobreabundancia de imágenes un contenido apto para su poca capacidad de reflexión (pocas generaciones han sido más sobrevaloradas que los "Millenials"). 

Un cierta desazón es el retintín que domina la sala, al menos para la Generación X y los Baby Boomers, mientras a mi lado, una chiquilla adolescente con su pololo se zampan cabritas y toman Coca Cola zero, ambos impactados al ver que Snowden hace el amor con su novia y la NSA los observa ya que han hackeado el computador de nuestro protagonista. Imagino que estos muchachos, poco habituados al cine y más a gusto viendo pelis en sus tabletas, entenderán que estamos ante una amenaza planetaria de proporciones escalofriantes.

La película merece una mención especial al histrionismo desconcertante de Joseph Gordon-Levitt, quien encarna a Edward Snowden perfectamente. Si han visto el documental CitizenFour (si no lo han visto, ¿qué esperan?) del cual bebe el guión de la película, se sorprenderán de ver a un Snowden extremadamente real en la película. 

Aprendemos algunas cosas sobre el personaje real, recluido en Moscú. Por ejemplo, que su máxima inspiración filosófica ha sido el pensamiento de la filósofa liberal norteamericana Ayn Rand, o que él mismo, por deformación profesional, sufre de una extraña aversión, casi patológica, a las cámaras de video o de fotos. 

La capacidad tecnológica de la televigilancia que lleva a cabo el aparataje norteamericano es apabullante. Básicamente, un señor en EEUU puede observar cada una de nuestras actividades, y el marco legal en que se realiza este espionaje es una burla a la Constitución de EEUU. Estas acciones sólo pueden autorizarse por un poder judicial independiente, pero las administraciones de Bush y Obama se las han arreglado para montar pantomimas de tribunales y así violar el espíritu de la ley. Lo peor es que esta violación universal a la privacidad, aparte de costosa, es completamente inútil. Estamos todos expuestos a la arbitrariedad de la NSA.

El tema cobra particular relevancia ahora que un demente se apresta para jurar como Presidente de Estados Unidos. El mismo pervertido que entraba a los vestuarios de las Miss Universo para ver a las concursantes semidesnudas, no titubeará en usar el poder total de las cámaras y espionaje en teléfonos y computadores para dar rienda suelta a su voyerismo. 

Aterrorizante es ver que en Francia el gobierno, aprovechando el fin de semana largo de la Toussaint (1 de noviembre) furtivamente ordenó fichar en una base de datos gigante a todos los ciudadanos, sean estos sospechosos de actividad ilegal o no, criminales y contribuyentes honrados todos por igual. En el Reino Unido, la peor de las distopías se llevó a cabo ordenando la vigilancia total en Internet. Ambos, en Francia y Reino Unido, sin ningún debate parlamentario, sino que se dictan por decreto. 

Los drones de televigilancia en los cielos de Chile, las cámaras de espionaje, los documentos de identidad obligatorios y su control "preventivo" son nuestra contribución a una sociedad distópica, como vimos anteriormente. "Los tengo a todos identificados", dijo el ex mandamás de Chile, Augusto Pinochet. Si al menos ver la película Snowden sirve para tomar conciencia del peligro que enfrentamos actualmente, entonces habrá sido una buena tarde en el cine.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Donald Trump: La venganza de los losers

La era de la globalización está en entredicho, y con ello, incluso el imperio norteamericano llega a su fin

En las elecciones del año 2016 estaban en pugna dos bandos, como suele ser en toda democracia consolidada. Por un lado, había una candidata apoyada a pies juntillas por la unanimidad de las estrellas de Hollywood, por todos los ídolos de la canción y por los grandes patrones de Wall Street. No sólo el New York Times y The Economist editorializaron a favor de la candidata favorita, sino muchas revistas que jamás antes entraron a la contienda política, como Vogue. Más de 300 economistas y varios premios Nobel de economía advirtieron sobre los peligros de apoyar al otro candidato, el díscolo contenedor republicano. Las encuestas en su totalidad auguraron su derrota. Pero el electorado habló y Donald Trump fue el ungido por el pueblo americano para ocupar la oficina oval como el cuadragésimo quinto Presidente de EEUU. Shock total. 

¿Quiénes son aquellos que desafiaron a la classe bien-pensant? Se dice que son blancos y poco educados. Si bien esto es cierto, es insuficiente. Trump ha sido elegido por todos quienes se sienten los perdedores en esta nueva sociedad del conocimiento. El principal culpable de esta debacle, a los ojos de Chile Liberal, es el pésimo sistema educativo norteamericano que perpetúa la ignorancia y que no ha sido capaz de preparar a los norteamericanos para competir con los países emergentes. Si añadimos la idiotización social que producen los medios de comunicación y en particular la TV, vemos que el ex Jefe del reality show "The Apprentice" y organizador de Miss Universo, excitando demagógicamente los instintos bajos del populacho ignorante, pasa de ser una rutilante estrella televisiva a convertirse en el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas más poderosas del mundo. De sus fiestas de relumbrón, donde alardea de su fortuna, a la Casa Blanca, existe país en decadencia.  

Gringo, go home
En Chile, el ingreso per capita en 1982 era de más o menos 3 mil dólares. En EEUU, eran 30 mil dólares. Una distancia sideral separaba a ambas naciones. Nosotros, a pesar de ser brutalizados por Nixon y Kissinger, en su momento nos alineamos sin titubear detrás del Papito USA ante el enemigo soviético, que era la cortapisa al poderío de la democracia liberal y los mercados. EEUU representaba el progreso económico del American life style que parecía tan inalcanzable como admirable su democracia que, si lo pensamos bien, es la segunda más antigua de la era contemporánea y probablemente la más consolidada (nada mal para un país del Nuevo Mundo). Sólo unas pocas décadas han transcurrido y hoy, Chile tiene un ingreso que sobrepasa los 20 mil dólares, EEUU tiene 50 mil. La distancia ya no es tanta y sigue reduciéndose. 

Países emergentes como el nuestro han dado saltos extraordinarios hacia el progreso y las clases medias, cada vez más exigentes, se afianzan, a la vez que la prosperidad nos llega de la mano de la globalización. Mientras que la clase media norteamericana pasó de décadas de estancamiento al cuasi derrumbe, y los más desfavorecidos se volvieron incluso más angustiados y empezaron a acumular rabia. Hoy vemos a los gringos más pobres que imaginábamos. Lejos está la prosperidad americana de los años 50. En lo político, nuestras elecciones son un lujo comparadas al estilo virulentamente bananero y vacuo de la contienda Clinton versus Trump.

La globalización nos abrió mercados en todo el mundo, trajo trabajos que antes no podíamos hacer, nos ha brindado prosperidad. Nos obligó a actuar como país serio, como "país OCDE". La globalización nos puso en el mapa, pero a EEUU le creó una crisis de identidad. 

En Chile discutimos si la Presidenta Bachelet cumple o no su programa de gobierno. En EEUU, Trump ni siquiera exhibió un programa como tal ya que ha triunfado sólo con vagas ideas, todas de ellas disparatadas, que demuestran la total impericia e inexperiencia del presidente electo. No obstante, quedan en la retina algunas de sus payasadas. Por ejemplo, condenar el Tratado de Libre Comercio, el mismo que cuando lo suscribió Chile bajo Ricardo Lagos impulsó aún más la economía nacional. Para Trump, el Nafta ha destruido trabajos y traído pobreza. Su objetivo es eliminarlo. La masa lo aplaude porque "Trump dice las cosas como son". Desde Chile nos parece grotesco. El Acuerdo Transpacífico está también en entredicho gracias a Trump. Ridículo. 

Si EEUU tuviese un sistema educacional a la altura de las circunstancias, estaría formando la masa laboral que exige la economía del conocimiento. Pero no lo tiene. Hoy los programadores indios son tan buenos como los norteamericanos y cobran apenas 300 dólares al mes. Los obreros mexicanos arman carrocerías tan bien como al norte de la frontera. En China, ensamblan los iPhones con la misma expertise que en California. ¿Y EEUU? Nada. Las escuelas con detectores de armas, con alumnos lejos del nivel en matemáticas de Corea o Finlandia, son un fiasco. A la edad de 13 años aún no saben leer. Ni siquiera forman gente capaz de participar en la ciudadanía. Sí, EEUU posee una elite de universidades de renombre, pero fuera de la Ivy League, el resto de la educación superior es un mar de mediocridad. Si esto queda para quienes aspiran a un diploma, la clase obrera se encuentra en estado crítico, lista para caer presa de un demagogo irresponsable y populista, con soluciones ramplonas a problemas complejos, con discursos que incitan al odio y que ahondan las fracturas sociales. 

La globalización por supuesto que sí tiene ganadores. Hay una clase que no sólo vive satisfecha por tener su despensa llena, sino que la globalización nos permite ordenar por correo aceite de oliva desde lugares donde se confecciona artesanalmente. Tener un techo ya se da por descontado para quienes tienen una segunda casa. Los controles de pasaporte son absurdos para los que vacacionan en tierras remotas y se desplazan con varios pasaportes en el bolsillo. Eso crea une elite internacional y multilingüe que socializa entre ella y se reproduce y se perpetúa. Es "meritocrático" formar parte de ella. Pero no todos tienen mérito. Para un sector del electorado, la globalización ha traído ganancias sin precedentes. Y aunque los pobres hoy son menos pobres que antes, esto no basta. Se ha acumulado rabia porque la riqueza se reparte de manera aparentemente injusta.

La teoría de juegos ayuda a entender por qué los pobres boicotean la globalización. El experimento llamado Ultimatum nos puede ser útil. Dos grupos de jugadores participan en él para repartirse dinero. Anika recibe $20 y debe compartirlo con Zelda como le plazca. Si Zelda acepta la oferta de Annika, todo bien: ambas vuelven a casa con dinero. Si Zelda rechaza la oferta, ambas vuelven sin nada. ¿Qué ocurrió? Lo lógico es que no importa cuánto Annika le dé a Zelda, la oferta debe ser aceptada. Pero eso no se produjo. Muchas veces las Annikas del experimento daban menos de $3, lo que las Zeldas rechazaban. Ambas volvían a casa con las manos vacías. Esta situación absurda, impropia del Homo oeconomicus, es el gran dilema de las nuevas sociedades globalizadas: los ganadores en este juego le dan unas pocas migajas a los perdedores, asumiendo que eso es mejor que nada. Los perdedores prefieren nada.

El fin de un ciclo
La globalización y el comercio internacional no son nada nuevo. Los fenicios formaron la primera red comercial sofisticada a nivel internacional, que finalmente redundó en el enfrentamiento de Cártago y Roma en las Guerras Púnicas. Marco Polo abrió las rutas comerciales con el lejano Oriente, y para romper el monopolio provocado, Magallanes y Cristóbal Colón se lanzaron a abrir nuevas rutas para comerciar. Todos ellos se tradujeron en nuevos órdenes políticos y estructuras económicas que fueron los precursores de la globalización. Los imperios de España y Portugal cedieron paso al Imperio Británico, la más formidable Talasocracia jamás vista, que junto con Francia conquistaron grandes porciones del planeta.

Durante la Belle Époque el dominio anglo-francés hizo que la humanidad viviera más interconectada que nunca antes en la Historia, niveles que sólo se volvieron a igualar recién en la década de los años '80. En aquel momento, Estados Unidos y la Unión Soviética eran las fuerzas hegemónicas surgidas como tales luego del colapso total de la 2a Guerra. Cuando cae el Muro de Berlín, y se masifica la Internet, EEUU se volvió el único poder internacional. Su imperio incluso dio pábulo para creer que estábamos ante el fin de la Historia como tal. Desde 1989 hasta hoy vivimos bajo la dominación total del Gran País del Norte.

Hollywood nos ha hecho creer que el fin del mundo llegará producto de alguna colisión cósmica o un gran cataclismo planetario del cual sólo EEUU puede salvarnos. Pero los libros nos enseñan que todos los imperios se han destruido carcomiéndose desde dentro, asfixiándose con impuestos, con hemorragias de dinero perdido en guerras lejanas e inútiles, y replegándose políticamente. Donald Trump personifica todo esto. 

Los británicos se jactan de que su imperio al menos legó las grandes obras de ingeniería, las carreteras y puentes que constituyen hasta hoy la columna vertebral de sus ex colonias. Los franceses al menos quieren que los recuerden por haber dejado sus escuelas públicas. Ahora que EEUU quiere edificar muros, gastar más en guerras, repatriar capitales e impedir la entrada de inmigrantes y comerciar menos con el mundo hasta destruirse, nos preguntamos ¿qué nos legó EEUU? El iPod, el jazz... varias cosas, pero nada a la altura de los otros grandes imperios.

En realidad los recordaremos por su basura televisiva, sus películas infumables, su comida chatarra, y otras barbaries que es mejor no mencionar. Fue bueno mientras duró. 

Desde el Oriente, renace China, con un sistema político represivo y su economía dirigida, que nos causa escozor.