domingo, 20 de mayo de 2018

Boda Real: Lo hicieron nuevamente

La monarquía británica sigue más vigente que nunca



La brega entre monarquistas y republicanos quedó en el baúl de los recuerdos como una anacronía curiosa. En la actualidad varios de los países más modernos, progresistas y con mayor protección de las libertades individuales son monarquías: Suecia, Dinamarca, Reino Unido, por dar sólo unos ejemplos. En Chile Liberal somos republicanos acérrimos pero ayer, la verdad sea dicha, fuimos monarquistas totales.

Alguna vez fue imposible contraer nupcias para un miembro de la familia real con una plebeya, peor si provenía de las incivilizadas Plantaciones de Norteamérica. ¿Más aún, hija de esclavos? La monarquía británica, con un milenio de historia a sus espaldas, demuestra hoy estar más conectada con sus súbditos que nunca antes. La boda real entre Enrique y Meghan captura el espíritu del Reino Unido contemporáneo: global, abierto, pluralista, multicultural y multiétnico.

Isabel II no gobierna, reina. Concepto sencillo pero potente. En el caso británico la monarquía no es absolutista. Sus poderes están circunscritos y limitados por una Constitución no escrita (excentricidad británica por excelencia: esa gente no pierde tiempo en redactar constituciones). Si indagamos en ella, de hecho, observamos que la soberanía reside en el Parlamento, no en el monarca, ni tampoco en "el pueblo", como ocurre en otras latitudes. Lo corroboramos en el caso del Brexit.

Todos recordamos exactamente qué hacíamos el 31 de agosto de 1997 cuando escuchamos: "muere Lady Di". Se le llamó la "Reina de los corazones" en alusión a Alicia en el País de las Maravillas. Tony Blair ⎯un orador brillante⎯, en su discurso fúnebre la inmortalizó como la Princesa del Pueblo. Su trágico y repentino deceso, del cual con nuestro morbo y avidez por la cultura de la celebridad todos fuimos responsables, nos dejó turbados. El sentimiento de culpa fue casi intolerable cuando vimos a los pequeños Enrique y Guillermo sepultar a su mamá y nos preguntamos entre sollozos si alguna vez esos muchachos criados en una burbuja palaciega podrían ser gente normal como tú o yo.

Guillermo resultó ser un tipo afable y muy aterrizado, con más sentido de la humildad que muchos piojos resucitados que alguna vez hemos conocido. Basta ver las imágenes de su matrimonio el 2011 para constatar que se casó tan enamorado de la mujer de su vida como cualquiera de nosotros, plebeyos que nunca heredaremos fastuosos castillos ni títulos nobiliarios. Al final ¿qué importa todo eso? Sólo el marxista más recalcitrantemente fanático de la lucha de clases podría no vitorear estas bodas reales.

Enrique ayer se mostró tan emocionado como yo cuando vi a Chanchi vestida de blanco el día que nos casamos. Y lo mismo corre para cualquiera. Todos fuimos parte de la gran ceremonia en Windsor, presenciada por televisión en directo por un quinto de la población mundial y cubierta sin excepción por todos los medios de prensa, y festejada por muchos británicos y amigos de otros países que se apostaron en los alrededores con sus sándwiches y termos de té mientras enarbolaban Union Jacks.

La duquesa Catalina de Cambridge ya ha dado a luz a tres hijos. Nuestros parabienes a ella y su marido. Le deseamos dicha por formar una familia y lo mismo a Enrique y Meghan, hoy duques de Sussex. El Príncipe Carlos, quien entregó a su nuera en el altar, parece un hombre contento después de rehacer su vida con Camila. La Reina se ve orgullosa de haber reinado el país durante la reconstrucción después de dos guerras mundiales y de ser la madre de una familia bastante normal, a pesar del boato.

En las entrevistas ninguno de los hijos de Diana habla con ese encopetado tubérculo bucal que simboliza lo más arcaico, rancio y afectado de la lengua de Shakespeare. Su acento no es señorial sino la clásica entonación de los británicos educados, de clase media. A veces incluso deslizan algunos sonidos oclusivos glotales ⎯ propios de las clases populares. 

Guillermo pasó casi tres meses haciendo trabajos voluntarios en la región de Aysén, Chile, desde octubre a diciembre de 2000, donde aprendió hasta a hacer pan amasado. La entonces Kate Middleton hizo algo muy similar, pero de enero a marzo del año siguiente, en la misma región. Ambas estadías fueron parte del habitual "gap year" que se toman muchos británicos. De seguro ese fue uno de los puntos en común cuando Guillermo entabló conversación por primera vez ("empezó a engrupirse") con Kate en el bastante modesto y ya mítico Café Northpoint, en el pueblito de St Andrews, cuando ambos estudiaban en la universidad homónima. 

Harry, por su parte, visitó como un tipo más un hogar de menores en Pudahuel, en los suburbios de Santiago, el año 2014. Si incluso los príncipes tienen una cierta conexión con nuestro lejano país, donde siempre el Reino Unido ha sido un paradigma (por combinar mercados abiertos con protección social bajo un régimen democrático), más aún están conectados con el resto de los súbditos de su abuelita y suegra, respectivamente.

Ayer en la ceremonia hubo un asiento vacío en la Capilla de San Jorge, en Windsor, delante de la Reina Isabel II. Algunos asumieron que era un puesto simbólico reservado para Lady Di. En realidad es parte del protocolo real que nadie se siente delante de Su Majestad, pero Diana estaba de algún modo ahí presente y me vino un gran sobrecogimiento con aquella foto. La mamá de Meghan estaba genuinamente emocionada como cualquier mamá que ve a su hija casarse feliz  irrelevante que sea en segundas nupcias. Lady Di estaría dichosa de ver que sus hijos salieron buenos cabros, casados con buenas chiquillas. Sería una mamá feliz.


domingo, 13 de mayo de 2018

Atomic!

Oh your hair is beautiful...
Tonight...
Atomic!

-"Atomic" (1980), Blondie


Boom
EEUU, adalid de la libertad universal, ya lanzó dos bombas atómicas en Japón y gaseó civiles no armados con napalm y Agent Orange en Vietnam. Tal como esos fanáticos born again Christians, gente borracha y coquera que luego "descubre a Cristo" e imponen su novel puritanismo a medio mundo, EEUU ahora tiene una misión: nadie más aparte de ellos mismos podrá usar bombas atómicas ni gasear civiles con armas químicas.

Existe un pacto mundial activado por los vencedores de la II Guerra Mundial para impedir que proliferen las armas nucleares, en especial, para alejar de arsenal atómico a países inestables. Hoy, el acceso al botón nuclear lo tiene un impredecible neofascista, misógino y  racista, quien ha vuelto al mundo un polvorín. La prevalencia de la vida en la Tierra depende de un señor de bisoñé, adicto a la Coca Cola y las papas fritas que las consume hasta la madrugada mientras ve tele y tuitea como loco.

En este blog hablábamos del regocijo en que vivimos los años 90. En ese época, después del desplome de la Unión Soviética y con la caída del Muro de la Vergüenza, creímos puerilmente que el mundo post Guerra Fría había sido liberado del miedo a la "Tercera Guerra Mundial" y la posibilidad de una conflagración a bombazos nucleares quedaba sepultada para siempre. Nuestras vidas habían pendido de un hilo desde la Conferencia de Yalta en 1945 --y gracias a Fidel Castro casi fue realidad--, pero finalmente despertamos de esa pesadilla a un mundo auspicioso. Los millenials hoy no creen que se vivió tanto tiempo en ascuas ante el temor a que soviéticos y norteamericanos se lanzaran armas nucleares y que la radiación nos matara a todos. El tema Russians (1985) de Sting capturó magníficamente el espíritu de su época.

Un poco de perspectiva
La humanidad tomó conciencia de que por primera vez en la Historia disponía del poder tecnológico para destruirse a sí misma y con esta terrible realidad comenzó la era post-moderna. Los punks --un movimiento occidental contracultura-- adoptaron esa estrafalaria estética de cortes mohicanos y pelos parados imitando el efecto que suponíamos tendría la radiación nuclear sobre los humanos. 

No obstante, mirados esos años bajo la óptica actual, el mundo binario y la brega entre Occidente Capitalista versus Bloque Soviético comunista resultó brindar un frágil equilibrio. Después de cada "cumbre" de los líderes de la URSS y EEUU respirábamos un poco más tranquilos: no habría otra crisis de los misiles y en realidad la proliferación nuclear podía mitigarse. Los matones del mundo al menos se temían el uno al otro. El teléfono rojo era la única esperanza de salvarnos justo antes que los amos del planeta decidieran hacerse un harakiri gigante, arrastrándonos a todos. En los años 80 la expansión económica ultraliberal, los yuppies jalando coca y la irrupción del sida auguraban problemas más apremiantes para occidente, si bien el temor a la guerra nuclear seguía latente y cruzábamos los dedos.

El temor real vino después, cuando las obsoletas y flatulentas tecnologías rusas esparcidas en la esfera comunista, por su carácter vetusto, podían causar otro Chérnobyl, o se emplearían en feroces guerras tribales ahí donde los soviéticos alguna vez pusieron orden.

Pero los años 90 y el supuesto fin de la Historia fueron un espejismo bien tonto. Hoy, no es el secretario general de la nomenclatura comunista quien reivindica su derecho a las armas nucleares, sino los líderes completamente desquiciados los que o tienen bombas nucleares, como Donald Trump, o aspiran a producirlas como Kim Jong-un en Norcorea o Hassan Rohani en Irán.

Con una cuota de escepticismo y algo de candidez pensamos hasta los 80 que EEUU nos podía proteger. Pasamos a los 90 muertos de la risa mientras descubríamos la Internet, leíamos a Fukuyama y jurábamos que el comunismo quedaba enterrado en el siglo 20 junto al nazismo. Nunca pensamos en la época en que nos deleitábamos con el britpop y bailábamos en las desenfrenadas fiestas rave que al final la Unión Soviética resultaría ser el mal necesario que mantenía a occidente a raya, y que dos décadas más tarde, sin Guerra Fría, el mundo sería un polvorín peligrosísimo, y que EEUU ya no es garantía de paz ni estabilidad sino una potencia en decadencia material y ética. Su presidente actual lo refleja.

De "armados par la paz" al Armagedón
¿Por qué hay países que quieren procurarse arsenal nuclear? El milenarismo, doctrina crística surgida de las entrañas de EEUU, añora un armagedón nuclear ya que constituiría el Armagedón del Apocalipsis: en medio de las fisiones atómicas y de las ondas radioactivas, el Señor Jesús bajará del Cielo a la Tierra (y sostienen que descendería específicamente al condado de Jackson, Misouri) y comenzará el Juicio Final. Son unánimemente adeptos a Donald Trump. Se han aliado con los integristas judíos de ultraderecha en un esfuerzo por reconstruir el Tercer Templo de Jerusalén, el cual sería el gran signo profetizado en el Apocalipsis de que el Juicio Final se acerca. Vemos con inquietud la alianza entre crísticos norteamericaos y judíos ultraortodoxos bajo el auspicio de Trump, en particular ahora con la instalación de la Embajada de EEUU en Jerusalén. Estamos ante locos de marca mayor.

Hace un par de días una tirada de 70 rockets israelíes fue lanzada desde los Altos del Golán hacia el sur de Siria (ver foto abajo) para debilitar a la milicia libanesa chíita Hizbolá, un acto de Israel destinado a poner en su lugar a Irán, en momentos en que el Primer Ministro israelí vuelve de una visita a Moscú. Rusia apoya a Irán pero Israel le exige que no le venda las armas de mayor sofisticación, en especial los rockets S-300. Al mismo tiempo, EEUU patea la mesa y se retira de las negociaciones con Irán que intentaban evitar que éste último prosiga sus aspiraciones nucleares. La tensión llega al máximo. Emmanuel Macron llama a una "desescalada" y por supuesto nadie le da bola.
Asimismo, alejados de Oriente Medio, en Asia, Kim Jong-un tiene motivaciones similares a las de Irán. Debemos aquí entender el intríngulis del asunto: la tecnología nuclear es relativamente sencilla y de costo más bien bajo. No se requiere de enormes esfuerzos científicos ni monumentales presupuestos para enriquecer uranio. Es necesario conseguirse armas nucleares para ponerse de igual a igual frente a cualquier otra potencia militar mundial.

En Corea del Norte, donde gracias a los comunistas la gente ha comido guaguas (los comunistas desde siempre causaron hambrunas como en Ucrania o Rusia donde la gente también se comía guaguas: de ahí el adjetivo comunistas comeguaguas. Este epíteto no se aplica directamente a los comunistas, como sarcásticamente sostiene la diputada Vallejo o el alcalde Jadue, porque los mandamases en las nomenclaturas comunistas viven orondos y comen opíparamente: es el proletariado al que ellos supuestamente defienden el que se caga de hambre en sus repugnantes regímenes), jamás podrían desplegar una fuerza militar capaz de hablar de tú a tú a EEUU. Pero basta una bomba nuclear y ya está.

A King Jong-un lo consideramos un peligroso clown pero en su desquicio el tipo sigue una cierta lógica. Con tropas americanas estacionadas en Corea del Sur desde la Guerra de Corea, cuando su abuelo Kim Il-sung era un osado líder antiimperialista y teórico marxista, su régimen hoy necesita de armamento nuclear para contar con una fuerza militar capaz de igualarse con EEUU y mantenerlos al sur del paralelo 38º y así evitar convertirse en otra Vietnam. La pequeña Norcorea puede desplegar un volumen de efectivos militares que apenas le haría cosquillas a EEUU, por eso necesita imperiosamente un arma nuclear y así mágicamente se empareja la cancha. Comprobamos acá cómo EEUU contra-intuitivamente genera las condiciones que vuelven al mundo un lugar peligroso.

La reciente cumbre entre Kim Jong-un y Moon Jae-in, líder de la Corea capitalista, quizás promete una nueva era. Extasiados, un grupo de congresistas norteamericanos proponen a Donald Trump como candidato al Nobel de la paz. Se ha fijado incluso fecha para tal cumbre de payasos: Trump y Kim Jong-un se encontrarían en un tête-à-tête en Singapur el 12 de junio del 2018. 

Es imposible saber qué ocurrirá. Lo único que sabemos es que el mundo ya no es bipolar sino multipolar. EEUU cada vez más esmirriado y con la UE post-Brexit ya asumida como una anémica y espectacular irrelevancia internacional, el mundo pasó del frágil equilibrio de la Guerra Fría a la hegemonía ultraliberal occidental noventera y de ahí a un inesperada atomización actual del poder. El mundo está atomizado tanto en el sentido en que una cacofonía de pequeños caudillos regionales son los vigilantes de su sector, y atomizado porque actualmente hay más locos decididos a procurarse armas atómicas y están listos para apretar el botón.