domingo, 9 de noviembre de 2014

Aborto terapéutico: Presidenta Bachelet, ¿hasta cuándo?

No más excusas
Ya me referí al caso terrible de mi hermana, quien debió soportar un embarazo de alto riesgo sin posibilidad de acceder a un aborto, sabiendo que su bebé no podría sobrevivir ya que se le diagnosticó una rara enfermedad genética incompatible con la vida. Luego de tortuosos meses, dio a luz, pero a los pocos minutos dejó de escuchar el llanto de la recién nacida ya que falleció, como se sabía de un principio. Meses de terapia no logran borrar un trauma semejante.

Si lo anterior es terrible, el caso de la niña de Carahue, de apenas 13 años violada por su padrastro, y embarazada, es de una vileza inefable. Sobrepasa el límite de lo tolerable saber que fue forzada a tener ese bebé. La impotencia es aún mayor al enterarnos que ese bebé sufría de una cardiopatía congénita igualmente incompatible con la vida. Insistir que en un caso como éste esa pequeña debía dar a luz es una cuestión que simplemente no resiste más discusión.

Señora Michelle Bachelet, dígame: ¿qué esperamos para tener una legislación humana y ética en Chile? ¿qué pasa? 

Ya llevamos demasiado tiempo esperando y esta situación es insostenible. ¡Hasta cuándo!

Sabemos que las fuerzas conservadoras —los sempiternos ultramontanos— son quienes impiden avanzar en esta materia. En la hojarasca de su miseria moral, seguramente se solazan al ver el sufrimiento ajeno, así nos piden juntar las manitas para pedir a dios que con su misericordia nos perdone, de qué no lo sabemos, pero quizás algo hicimos así que nos deben perdonar. 

A la curia y sus soflamas pro-vida se le debe poner atajo de una vez por todas. Consultado sobre esta materia, el cura Ezzatti responde con una perorata de la cual en definitiva se resume que una niña de 13 años sí debe dar a luz igual porque dios lo quiere. Si dios lo quiere, nadie puede ni debe estar en contra. Esto es indefendible en un Estado laico.

Usted señora Michelle Bachelet prometió que seríamos un Estado laico. Los principios religiosos no pueden usarse como sustrato de la legislación que nos rige a todos. La llevamos a la presidencia, y ahora le pedimos que cumpla.

domingo, 12 de octubre de 2014

Andrés Velasco, no te amilanes

 

La mejor carta presidencial sufre un ataque artero, del que saldrá fortalecido 

Ha salido a la luz pública un caso de financiamiento ilegal de campañas mediante falsificación de boletas. Los receptores de estos dineros son políticos de la derecha ultraconservadora salvo una notable excepción, Andrés Velasco, ex pre-candidato presidencial de la coalición de centro-izquierda (proclamado por primera vez en este sitio como candidato). 

A pesar de haber entregado oportunamente los antecedentes necesarios, su residencia particular fue allanada mientras se encontraba fuera del país, generando una batahola mediática que ha levantado suspicacias de toda índole. Esta situación, deseada por algunos, es inaceptable. Habla muy mal de la institucionalidad chilena —pilar del excepcionalismo chileno— y demuestra no sólo ansias de figuración personal del fiscal, sino una evidente animosidad política contra un personero que ha planteado verdades incómodas en la Nueva Mayoría. Exponer a Andrés ante la opinión pública como un delincuente es una bajeza de la peor ralea.

No es un misterio que la economía chilena ha iniciado su ciclo a la baja de manera innecesariamente abrupta. Hasta hace poco éramos una de las naciones de mayor crecimiento en el mundo. Hoy vemos con envidia las tasas de crecimiento de Bolivia y Perú. Sólo la incompetencia de las cleptocracias gobernantes en Argentina y Venezuela nos salvan de un vergonzoso último lugar. 

Nada de esto era inesperado. Andrés Velasco, portando la voz de todos nosotros, ha puesto el dedo en la llaga en cuanto a las reformas planteadas, criticando la chapucería de la coalición gobernante —una Concertación desdibujada con populismos resucitados de los años 70— y ahora no escatiman recursos para amedrentarlo. Los rufianes de las "malas prácticas" han disparado su artillería pesada contra el exministro de Finanzas de Chile, quien ha cometido el ultraje de ser la mejor opción presidencial portando los estandartes de cuestiones al parecer inaceptables como una política fiscal sensata, el rechazo al populismo facilón, el privilegio al diálogo, trial-and-error en la metodología, y el énfasis en la inversión y la creación de empleo.

El problema se llama "business confidence"
Chile atraviesa una recesión que es un balazo en el pie. Nada la justifica salvo nuestra propia impericia. El principal problema del gobierno de la Nueva Mayoría es mermar el business confidence, es decir, la confianza en los negocios, definida por el Financial Times como el índice que expresa la cantidad de optimismo o pesimismo que sienten los directores de empresas sobre el futuro de sus negocios y organizaciones, y que además proporciona una sinopsis del estado de la economía

En Chile Liberal advertimos que las reformas planteadas no sólo son dudosas en su contenido además de torpes en su diseño, y probablemente ridículas en sus resultados (piensen en el bizantino sistema tributario que saldrá de todo esto), sino que lo más grave aún es que con un business confidence enclenque se paralizan las inversiones... y comienza la desaceleración. En un país que debe mantener una tasa de inversión del 30% este es el escenario propicio para un futuro incierto. (De hecho, llamamos a tirar esa reforma al tacho de la basura.) 

El quid del asunto —y lo que Andrés deberá aprovechar— es que los grandes capitales de Chile sienten plena confianza en el otrora hombre fuerte de Michelle Bachelet. Andrés puede lograr lo que hasta antes de él era impensable: ganar una elección como candidato de centro y centro izquierda y que la Bolsa se dispare, y el business confidence llegue al cénit. Dicho a la inversa, es equivalente a que gane un candidato de derecha y los sindicalistas salgan a festejar a las calles. 

Si los hombres de negocios de Chile empiezan a enfriar champaña cuando ven los resultados de Andrés Velasco en las encuestas entonces esto es una cuestión que se debe enfatizar — no ocultar. La postura de Chile Liberal es clara: lo que es bueno para las grandes empresas de Chile, es bueno para todo Chile. Andrés Velasco es no sólo un hombre que vivió en carne propia las injusticias de la dictadura criminal, sino alguien que durante años trabajó por poner la economía chilena a beneficio de la clase media, de los pequeños emprendedores, de los trabajadores, con cirugías mayores como la reforma a las AFP, y siendo inflexible ante el grupúsculo de estudiantes y sus demandas estúpidas. 

Andrés se echará al bolsillo el simbólico distrito 23, normalmente el fortín de la derecha. Y con el apoyo de la red social de la ex Concertación, puede llegar a todo el país. Así como Bill Clinton dejó a EEUU con el mayor superávit fiscal de la historia reciente, y fue un mandatario muy respetado por los trabajadores, la clase media y las grandes fortunas de EEUU —aún recordamos con nostalgia la década de oro de los 90—, Andrés Velasco puede aglutinar a sectores que desde siempre se han visto contrapuestos gracias a las mañas de quienes azuzan la lucha de clases, poniendo a todo Chile a remar en la misma dirección.

Para que esto ocurra, como dijimos, Andrés deberá sobreponerse ante quienes lo denigran y desdeñan como un mero number cruncher y que no escatiman recursos para tumbarlo. Sería una lástima que el exministro abandonase la política y dejase la cancha libre a esa piara que demuestra una feroz inquina en su contra. Por cierto, son los mismo que nos tienen hartos. En los cenáculos liberales existe consternación pero estamos seguros que de esta "pésima práctica" nuestro candidato salrá fortalecido.

lunes, 22 de septiembre de 2014

¿Escocia independiente? ¿Escocia libre?



Escocia ha logrado de manera impecable lo que en otros lugares sería imposible
En 1995 el actor neonazi Mel Gibson interpretó a William Wallace en Breaveheart—cinta atiborrada de inexactitudes—y logró que la cultura pop global conociera la batalla libertaria entre escoceses e ingleses. El 2014, el mundo entero recordó aquella película  y se preguntó si Caledonia, el nombre romano de Escocia, se independizaría como lo hizo parte de Hibernia o si seguiría siendo parte de Britannia


Claro que el líder independentista esta vez es un oscuro político escocés, un señor regordete, de triple papada, que no es alcohólico como el neonazi Gibson pero le gusta un whiskicito después de almuerzo, otro después de la cena, otro antes de acostarse, otro después del desayuno... y otro entre las comidas. El mayor mérito de Alex Salmond, Primer Ministro escocés, ha sido procurar la liberación de un peligrosísimo terrorista libio —por el puro gusto de enfurecer a Londres y al mundo—y además hacer fracasar la intentona independentista de Escocia. Al menos ha tenido la grandeza de asumir su derrota y renunciar (en Chile, la ultraderecha ha perdido todas las elecciones desde siempre y sus mandamases jamás renuncian, lo que se agradece: así siguen perdiendo).

¿Por qué Escocia quería ser independiente? La respuesta no es fácil. Se dice que el descubrimiento de grandes yacimientos de petróleo habría inflamado las llamas independentistas ya que las ganancias que reportarían quedarían en el país y no irían a parar a las arcas del gobierno central en Londres. Se esgrimen razones culturales, de identidad nacional y tonterías similares. Pero esto es falso.

Escocia, o al menos parte de su población, necesitó replantearse su pertenencia al Reino Unido por una cuestión política que comenzó a fraguarse en los años 70, durante las paralizaciones nacionales en el país—que pusieron en duda su pertenencia al Primer Mundo—y posterior ascensión de Margaret Thatcher. Nadie vivió de manera más violenta la irrupción conservadora que los escoceses.

La verdad es que en el fondo sí hay algo de identidad nacional en juego. Inglaterra es un país 10 veces más poblado que Escocia, con una extrordinariamente nítida división entre el norte rudo, industrial, de un acento ininteligible, y el sur esnob, comercial, de pronunciación recibida. El norte de Inglaterra indefectiblemente vota por el laborismo y la ilusión tan absurda como estúpida de resucitar su pasado industrial, y el sur pragmático dedicado a la industria financiera, prácticamente incondicional al conservadurismo. El sur de Inglaterra son los buenos mozos, sarcásticos y talentosos Blur; el norte, los cejijuntos y desfachatados Oasis. Y el norte del norte es Escocia: las barras de chocolate fritas, las batallas campales de centenares de borrachos cada viernes y sábado, país cuya población exhibe la más baja tasa de longevidad del mundo occidental.

En Westminister una de las pocas razones que impiden al Conservadurismo arrasar con todo son los votos incondicionales de Escocia por la izquierda. Sin los pocos parlamentarios laboristas de los distritos en las Highlands, el panorama político sería otro. "Nunca más un gobierno Tory", prometían los independentistas escoceses. Debe ser frustrante para ellos saber que en el país donde nadie jamás ha elegido un conservador, tener que soportar gobiernos conservadores porque los antipáticos sureños, que son mayoría, así lo quieren. Poco importa que Tony Blair o Gordon Brown hayan sido escoceses. Lo importante es que nunca más vuelva a gobernar el Partido Conservador. Con las ganancias del petróleo, Escocia podría cumplir su fantasía de convertirse al modelo escandinavo de altos impuestos y fuerte redistribución, sueño coartado por los conservadores ingleses.

Lo cierto es que la independencia de Escocia habría sido una catástrofe y una estupidez mayor. Primero, conservarían la libra esterlina y tendrían que seguir pagando la deuda externa británica, un sinsentido y un insulto al euro. Segundo, no serían una república ya que tal como en Canadá la Reina Isabel seguiría siendo su jefa de Estado. Con apenas 5 millones de habitantes, no podrían tener fuerzas armadas ni la presencia diplomática global del Reino Unido. Deberían ser aceptados en la Unión Europea, a lo que España se opondría rotundamente (piensen en Cataluña, País Vasco), poniendo en jaque a todo el continente (sólo la aprobación unánime permite integrarse a la UE). 

Pero peor aún, sería el fin de una de las naciones más influyentes del globo. El Reino Unido ha sido una inspiración para todos. Mientras otros países se destrozaron en las guerras de religiones, los británicos aprendieron a tolerar todas las sectas protestantes, incluso a la iglesia romana. La democracia parlamentaria británica ha sido un paradigma para muchos, entre ellos el Chile decimonónico. En el RU vivió Karl Marx y publicó sus libros sin que sus ideas causaran una revolución, de hecho, sus libros fueron atentamente leídos y sus ideas consideradas por sus méritos (y luego desechadas, los británicos no son huevones). El país es en sí mismo una comunidad de naciones independientes que han aprendido a tolerarse y a vivir sin fronteras, unidas por una moneda común, mucho tiempo antes de la Unión Europea. Sin Escocia, la idea de una mancomunión armoniosa de naciones e identidades se acaba. No tiene sentido retirar la bandera azul y blanca del Union Jack.

Los escoceses no han sido sometidos al yugo (impuestos) de los ingleses de la Edad Media. Al contrario, pertenecer al Reino Unido les garantiza no volverse una nación socialista empecinada en revivir la grandeza de la Revolución Industrial, que ya se acabó. Para siempre. Ningún plan industrial va a revivir Escocia, al contrario, dejada fuera del resto, pudo quedar a merced del peor populismo imaginable. Primó la cordura y la moderación y Chile Liberal los felicita.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Tiranicidio: Tiempo de matar

Matar a Pinochet era un acto legítimo aunque poco práctico, y quizás hasta contraproducente

Con el paso del tiempo todos los recuerdos de la infancia se desvanecen, tanto así que uno difícilmente puede recordar lo que hacía un día determinado de nuestra niñez o adolescencia. No obstante, sí quedan grabados a fuego ciertos acontecimientos. En lo personal, difícilmente olvidaré el domingo 7 de septiembre de 1986. Esa noche, TVN transmitiría El Imperio Contraataca, segunda entrega de la saga inmortal La Guerra de las Galaxias, estrenada inicialmente en los cines a fines de los 70 pero que por gentileza de la dictadura que arreciaba en Chile casi nadie pudo verla en su momento. En casa, hace 28 años, recuerdo que aguardaba con impaciencia esa noche, y así también mis familiares, amigos y compañeros de curso.

Tanto era el fervor que incluso dos de mis tíos llegarían a casa a tomar el té y luego veríamos todos la película. Mis dos tíos, de parte materna y paterna respectivamente, ambos en la Universidad en aquella época, son por lejos las personas que más influyeron en mi formación intelectual y ética, gracias a sus siempre fascinantes intercambios. Con ellos pude entender ese día que estaba en presencia no de una simple peli de sables lásers y ciencia ficción sino ante una epopeya que abordaba la condición humana en toda su magnitud. Escrita y dirigida por George Lucas, su magnum opus se podía contar al lado de La Ilíada, La Odisea o Gilgamesh. "Esta no es una película futurista", aclaraba Manolo (no es su nombre real) —barbón, socialista, y siempre con un dejo de petulancia—"es una película sobre el pasado, por algo empieza con 'Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana'". Cuando el Halcón Milenario navegaba a la velocidad de la luz, Lucho (mi otro tío, tampoco su nombre real), recalcaba "imposible viajar a esa velocidad, no podrían avanzar, sino retrocederían en el tiempo".  Éste último siempre bien afeitado, era tan de izquierda como el primero, pero simpatizaba con el Partido Humanista. Mi padre, un hombre con menos inclinación a las cavilaciones, remataba: "dejen ver la película tranquilos, ¿ya?".

Es edificante escuchar y aprender de gente inteligente. Pero presenciar a dos personas inteligentes argumentar, discutir y rebatirse es lo que realmente predispone al conocimiento, incluso cuando dicen necedades. En una época de álgidas discusiones políticas, que dividieron a muchas familias de Chile, estos minidebates en mi casa eran un deleite.

En aquella época ya habíamos visto en la tele la primera entrega, Una nueva esperanza. En la segunda —de la cual hoy todos sabemos la trama—, los rebeldes reorganizaban su lucha desigual contra El Imperio. Luke Skywalker, acompañado por R2, partía en en busca del maestro Yoda para culminar su formación de Caballero Jedi y así poder enfrentar a Darth Vader para vencer al Lado Oscuro de La fuerza. Para muchos —al menos para mi— ese viaje iniciático en la pantalla de TV sin control remoto fue la experiencia místico-religiosa más impactante de la niñez.

Pero mientras esperábamos enterarnos de todo aquello, ese lejano domingo 7 de septiembre de 1986, sentados frente al televisor, quedamos atónitos cuando supimos mediante un flash de 60 Minutos, el telediario oficial del régimen, que otro grupo de rebeldes había perpetrado un ataque contra otro Imperio y su Lado Oscuro. Una célula del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, un grupo guerrillero, había atacado con armamento de combate a la comitiva de Augusto Pinochet, el mandamás de Chile. La consternación fue total. La película en realidad empezó, lo recuerdo muy bien. Pero los newsflash se sucedían uno tras otro, interrumpiendo las escenas. El Imperio Contraataca finalmente fue sacada del aire y sólo siguieron hablando de Pinochet. Mi decepción era total. Uno es niño y tiene prioridades. Que maten o no a Pinocho era una trivialidad comparada al destino de la Alianza Rebelde, liderada por la Princesa Leia, cuyo objetivo era destruir al Imperio para reinstaurar la República y así volvería la libertad. Al lado de todo aquello, el Pinocho era una nimiedad.

Mis tíos y mi padre estaban atónitos. Su sonrisa maliciosa, mezclada con incredulidad, daba paso de inmediato al pánico. O era un montaje o francamente esto se desbordaba nuevamente. Me mandaron a acostar porque definitivamente El Imperio Contraataca ya no se transmitiría más. No pude dormir. La mañana del lunes no llegamos a la escuela para recrear las escenas de combate — en vez de sables láser usábamos escobas y nosotros mismos imitábamos el zumbido: zzzz ZZZZZ  zzzZZz y kshhh KSSHH zZzzz KSHH ZZZZzzzzZZZ. Ese día lunes había sólo desolación. No era sólo una película, era mucho más. Y de algún modo, presentíamos que el Pinocho y la situación del país nos estaba robando nuestra infancia.

Hace 28 años, en una cuesta muy, muy lejana...
La princesa Leia fue reemplazada por Cecilia Magni, y Luke Skywalker por Jorge Valenzuela (no eran hermanos). El FPMR era la Alianza Rebelde. Pinochet, Darth Vader. Su gobierno, la Estrella de la Muerte. Los paralelismos, aunque inexactos, son varios.

El atentado se llevó a cabo en la Cuesta Achupallas, lo recuerdo claramente porque mi tío Manolo decía "Cuesta Creerlo".  Los rebeldes encararon a Pinochet, dispararon para matarlo, pero éste salió ileso. La hierba mala nunca muere. De hecho, apareció en la tele relatando el atentado, interrumpiendo la película. En una esquina de la ventanilla trasera del vehículo los impactos de bala habrían formado "una Virgen", como decían las viejas pinocheteras (que eran muchas), y esa Virgen habría protegido a Pinochet. Estaba claro: el Lado Oscuro de la Fuerza acompañaba al tirano.

El destino de los rebledes fue trágico. Cecilia Magni fue capturada, y torturada, y ejecutada sumariamente. Su cuerpo fue arrojado a un río. El régimen adujo que fue baleada mientras huía, lo que le quebró todos sus huesos fueron las piedras del río Tinguiririca y no la CNI, la Guardia Imperial. Pinochet continuó adelante con su estrategia de aferrarse al poder y darse ínfulas de legitimidad con una "ratificación" nacional, en 1988. Del atentado salió fortalecido: miles salieron a defenderlo.


Tiranicidio: Cuando matar es inevitable
The right of a nation to kill a tyrant in case of necessity can no more be doubted than to hang a robber, or kill a flea. —John Adams
Hoy conmomeramos un nuevo aniversario del atentado a Pinochet y vale la pena reflexionar sobre el peliagudo tema del tiranicidio. ¿Es legítimo matar? Por supuesto que no. Ninguna sociedad civilizada se ha construido sobre el asesinato, por constituir la máxima violación a la libertad del prójimo. No obstante, cuando un sujeto ejerce tal nivel de violencia sobre un grupo humano, ¿es legítimo matarlo? Matar es malo, estamos de acuerdo, pero ¿es legítimo matar para causar el bien mayor? De hecho, ¿es concebible el que en algún momento sea necesario matar para causar un bien mayor?

La respuesta es sí. El novelista y pensador liberal Mario Vargas Llosa en su novela "La fiesta del chivo" (2001) nos relata con crudeza las asquerosas pasiones del lunático dictador dominicano Rafael Trujillo (1891-1961). Los rebeldes que lo mataron, mientras agazapados aguardaban al tirano para ajusticiarlo, reflexionan sobre este tema con el siguiente diálogo:
—¿Y un católico no puede hablar de coños pero sí matar, Turco? —lo provocó Imbert. Lo hacía con frecuencia: él y Salvador Estrella Sadhalá eran los amigos más íntimos de todo el grupo; estaban siempre gastándose bromas, a veces tan pesadas que quienes las presenciaban se creían que terminarían a trompadas. Pero no habían reñido nunca, su fraternidad era irrompible. Esta noche, sin embargo, el Turco no lucía ni pizca de humor: —Matar a cualquiera, no. Acabar con un tirano, sí. ¿Has oído la palabra tiranicidio? En casos extremos, la Iglesia lo permite. Lo escribió santo Tomás de Aquino. ¿Quieres saber cómo lo sé? Cuando comencé a ayudar a la gente del 14 de junio y comprendí que tendría que apretar el gatillo alguna vez, fui a consultárselo a nuestro director espiritual, el padre Fortín. Un sacerdote canadiense, de Santiago. Él me consiguió una audiencia con monseñor Lino Zanini, el nuncio de Su Santidad. «¿Sería pecado para un creyente matar a Trujillo, monseñor?» Cerró los ojos, reflexionó. Te podría repetir sus palabras, con su acento italiano. Me mostró la cita de santo Tomás, en la Suma Teológica. Si no la hubiera leído, no estaría aquí esta noche, con ustedes.
La cuestión del tiranicidio es importante porque los gobernantes deben tener claro que si usurpan el poder, es decir, si lo obtienen mediante la fuerza, sin ser elegidos por sufragio popular y libre, es mediante la misma fuerza que los ciudadanos, aprovisionados de armas de combate, pueden legítimamente proceder a matarlos.

Esto no es un tema abstruso ni incendiario, está consagrado, por ejemplo, en la II Enmienda de la Constitución de EEUU la libertad de proveerse de armas, y cualquier jurista estará de acuerdo en que el eliminar a un tirano, así como el derecho de rebelión, deben ser respetados. Antonio Imbert, uno de los rebeldes que mató a Trujillo, fue condecorado como Héroe Nacional. Mientras un país no sea democrático, los ciudadanos tienen pleno derecho a procurarse armas y a usarlas contra el tirano (siendo EEUU una democracia consolidada, cuesta entender por qué civiles pueden poseer armamento militar: hoy es ridículo).

Lo que hizo el FPMR el 7 de septiembre de 1986, por lo tanto, gozaba de plena legitimidad. No quiero glorificar la violencia, pero al menos reconozcamos que estos grupos paramilitares se formaron después que el dictador chileno impusiera su Constitución, es decir, el FPMR fue una respuesta a la extraordinaria violencia ejercida por Pinochet contra ciudadanos no armados. Se aplicó la tortura, las ejecuciones sumarias, los cuerpos nunca se entregaron. La violencia revolucionaria fue sólo una reacción —y tardía— a toda la carnicería gestada por Pinochet. El hecho que los grupos armados recién surgieran cuando ya toda esperanza estaba perdida creo que habla muy bien de Chile y nuestra vocación por el diálogo, los consensos y la democracia.

Pero en la práctica, el atentado a Pinochet era contraproducente. Apliquemos una lógica binaria. Si fallaba, fortalecería al tirano. Si lograba su cometido, descabezada la Junta Militar y probablemente nunca se habría realizado el Plebiscito ("ratificación"). La violencia de la dictadura habría sido incluso más bestial. En respuesta, otros más violentos habrían decidido matar al nuevo dictador. Y así continuaría el espiral de violencia — quizás hasta nuestros días. Probablemente hoy no gozaríamos de la paz y prosperidad que han puesto a Chile a un paso de ser incluido dentro de los países civilizados.

Sabemos que a la dictadura se la derrocó finalmente con los métodos más bien de los Caballeros Jedi. Con elegancia. El tiempo decidiría que la derrota de la dictadura sería total. Hoy, ni sus más acérrimos apologetas se atreven a defender las atrocidades del pasado — a lo sumo "matizan" el horrible legado del tirano. El país avanzó sin prisa pero sin pausa hacia el restablecimiento de nuestro orden tradicional, que ha sido la democracia republicana. Mientras que en Argentina se avanzó mucho más rápido, la dilapidación de sus Fuerzas Armadas y la merma a su institucionalidad fueron un precio demasiado alto para lograr lo que en Chile, tortuosa pero incesantemente, también finalmente se logró, pero con el mérito de mantener las FFAA, la justicia, y la institucionalidad en general intactas.

La tarea hoy es consolidar la democracia y el respeto a las libertades individuales. A eso se dedica Chile Liberal. Los impactantes acontecimientos de ese lejano 7 de septiembre de 1986 sirven para dejar constancia a los gobernantes que si alguno vuelve a tomarse el poder por la fuerza, alterando el orden democrático tradicional de los chilenos, deberá, tarde o temprano, enfrentarse a las fuerzas rebeldes que querrán restaurar la República, y éstas tendrán completa legitimidad para hacerlo.

miércoles, 30 de julio de 2014

Nuestro apoyo a Israel

Soldado israelí con el Monte del Templo a sus espaldas

Israel tiene la superioridad moral y debe continuar bombardeando Gaza
Cuando Jesús —o quienes inventaron su historia— profetizó el fin del mundo, por supuesto que no se refería a ninguna payasada hollywoodesca donde un meteorito impacta al planeta o una bomba nuclear nos destruye. El Nuevo Testamento fue escrito a posteriori, esto lo sabemos. Los autores quisieron mostrar a Jesús como un genuino profeta y con este objetivo la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén (Mateo 24:3), hecho histórico perfectamente documentado, se le atribuyó años después al carpintero judío. En la caldera sociopolítica de la provincia romana de Judea era cuestión de tiempo antes que la cosa estallara, y así fue. En el año 70 de la Era Común una revuelta judía sería reprimida ferozmente por el Imperio Romano. Los judíos fueron expulsados, y la profecía a posteriori de Jesús se hizo realidad: el Templo de Jerusalén efectivamente fue destruido.

Comenzaría en ese momento, hace ya dos milenios, un largo y horrendo exilio cuyos efectos perduran hasta hoy. Los judíos partieron al destierro y comienza a gestarse la llamada diáspora. Pero la historia ya antes de la persecución romana fue bastante dura para el "pueblo elegido". La esclavitud en Babilonia (actual Irak) y su posterior regreso, al igual que la huida de la esclavitud en Egipto relatada en el Éxodo constituyen parte del imaginario universal, pero tienen fuentes históricas que las avalan. Luego de estos dos destierros, la expulsión por los romanos terminaría con los judíos errantes en Europa viviendo entre el acoso y el desprecio instigado por el cristianismo, que los culpaba de haber asesinado a Jesús. 

Durante las Cruzadas los cristianos empezaban sus misiones primero masacrando judíos en Europa antes de ir a hacer lo mismo en Tierra Santa (añadiendo allá a musulmanes). En España los judíos fueron masacrados en la Edad Media, y ejecutados por la Inquisición. Condenados nuevamente al exilio masivo, debieron soportar ser culpados por la epidemia de peste negra, la más devastadora de Europa y que desestabilizaría a Occidente al ver morir a tres cuartas partes de los europeos. A fines del siglo 19, el Affaire Dreyfus expone en todo su esplendor el extraordinario sentimiento anti-semita en Francia, nación que se jacta de civilizada. Todos conocemos los pogromos, las matanzas de judíos que inspiraron a Adolf Hitler. Ni hablar del Holocausto, lo que simplemente sobrepasó todo límite de lo aceptable y constituye la bajeza más avergonzante de la especie humana. Antes de lanzar la primera piedra, recordemos cuando nosotros mismos en el patio de la escuela cantábamos "el perro judío". 

A comienzos del siglo 20, durante los tumultuosos años en que el nazismo se abría camino en la culta Europa, apareció una corriente política judía, el sionismo, que planteaba seriamente la necesidad de fundar un Estado en sus tierras ancestrales para escapar de la matanza que se ya se veía venir. El fin de la II Guerra Mundial y el descubrimiento de los campos de exterminio nazi marcaron el punto de no retorno: Naciones Unidas decide un Plan de partición en Palestina, en ese entonces provincia británica, en que se avizoraba una misma tierra dividida en dos Estados, uno judío y uno palestino, con ambos pueblos coexistiendo pacíficamente bajo tutela internacional. Esto, como sabemos es la esencia de la Resolución 181 de la ONU.

Los británicos, exangües luego de la conflagración mundial, decidieron abandonar la experiencia imperialista y en este contexto abandonarían Palestina (lo mismo haría Francia con Líbano y Siria). El gran día era el 14 de mayo. Los británicos partieron del territorio con una breve ceremonia militar, y ese mismo día los israelíes, liderados por David Ben-Gurion, proclamarían su flamante Estado. La medianoche de ese mismo día las tropas de Egipto, Jordania, Líbano, Sira, Irak, y en definitiva, todo el mundo árabe, le declara de inmediato la guerra a Israel. Después de milenios añorando volver a sus tierras para vivir en paz, el mismo día en que inauguran su Estado los israelíes, apenas 4 millones (entre ellos muchos sobrevivientes de Auschwitz), debieron enfrentar a los 200 millones de árabes que juraron entonces expulsarlos y "arrojarlos al mar", como luego prometería Gamal Abdel Nasser. Comenzaba la primera guerra árabe-israelí. Hoy, Hamás y Hezbolá continúan su labor de lograr la aniquilación de Israel.

Contra todo pronóstico, la guerra de 1948 la ganaron los israelíes. Vuelven a declararle la guerra en 1967, la cual Israel vuelve a ganar — esta vez de forma espectacular. En apenas 6 días, Israel le voló la raja a todos sus vecinos, y particular mención merece la destrucción completa de la enorme fuerza aérea egipcia por parte de Tsahal, las ultra-disciplinadas FFAA israelíes. Esta vez Israel ocupa territorios más allá de los acordados en el armisticio de la guerra de 1948. Luego, en 1973, Egipto aún con ánimos de venganza, le declara la guerra a Israel (Guerra de Yom Kippur), e Israel vuelve a ganar, y se yergue como la más extraordinaria potencia militar del mundo a pesar de ser un país muy pequeño (20 km2, menos que Antofagasta).

La propuesta de Israel es simple: si los árabes le reconocen su derecho a existir —negado desde 1948—, Israel les devuelve las tierras ocupadas. Los territorios ocupados son su único As para negociar la aceptación de sus vecinos — cosa que hasta ahora no ocurre. 

Por su parte, los palestinos fundan la Organización para la Liberación Palestina, que desde 1964 buscó destruir a Israel. En 1987 estalla la Primera Intifada, y ya la opinión pública mundial se ha olvidado por completo de varias cosas: primero, que árabes y musulmanes en general vivieron en calma durante mucho tiempo; segundo, los judíos eran bien recibidos en Palestina porque los árabes sabían que traían consigo tecnología y conocimiento de Europa; tercero, Israel es una nación pequeña, pero armada hasta los dientes, cuyos frágiles y poco auspiciosos primeros pasos como Estado se convirtieron en pasos gigantes hasta convertirse en una potencia tecnológica y científica, tanto así que la opinión pública percibe a Israel como una nación enorme y arrogante, cuando en realidad es una nación pequeña (y rodeada de enemigos que han jurado su aniquilación).

La Primera Intifada culminó con los Acuerdos de Oslo, en 1993, que le valieron a Arafat y Yizaak Rabin el nóbel de la paz. Bill Clinton fue el gestor. El líder palestino reconocía que Israel puede convivir con Palestina y que ambos podían llegar a algún arreglo. La OLP renunciaba al terrorismo, lo que tendría un enorme costo político para Arafat. A Yizaak Rabin lo asesinaría un fanático y el acuerdo tambaleó.

No obstante, Bill Clinton logró lo imposible: reanudar las conversaciones. Esta vez serían en Camp David, el año 2000. Acá comienza la más extraordinaria saga de lo que sólo puede calificarse como estupidez Palestina.

Ehud Barak, primer ministro israelí, hace la mayor concesión imaginable. De los territoros en disputa, Israel ofrece devolver más o menos las tres cuartas partes. La ciudad de Jerusalén, centro neurálgico de todas las disputas (reclamada por ambos como su capital), quedaría bajo jurisdicción y administración palestina pero bajo soberanía de Israel. De la zona histórica más explosiva, el famoso Monte del Templo, lugar sagrado en el judaísmo y el islam, quedarían bajo "custodia" palestina.

Bill Clinton quedó estupefacto. Le suplicó a Arafat que por favor aceptase. Una oferta así de Israel era única e irrepetible, de hecho, era la oportunidad de zanjar el conflicto para siempre. Lamentablemente, Arafat demostró ser un imbécil y lo rechazó. Al final, la actitud palestina es la intransigencia. 

El rechazo palestino al final del conflicto sería el final político de Ehud Barak, y daría paso a un "ultra", Ariel Sharon, antiguo héroe de guerra de 1967. Su famosa visita al Monte del Templo, que increíblemente iba a ser ofrecido bajo "custodia" a los palestinos, provocaría la Segunda Intifada. La violencia perdura hasta hoy. Empezamos este post refiriéndonos a la Destrucción del Templo, pues bien, en uno de los costados de este Monte aún yace uno de sus muros, que es conocido como el "Muro de los lamentos", que constituye el lugar más sagrado de la fe judía y único vestigio del Templo original (construido unos dos mil años antes de Jesús). Israel jamás va a aceptar ceder este lugar simbólico. 

Este confllicto puede parecer incomprensible y con raíces que se extienden hasta el comienzo mismo de la Historia. No obstante, se ha impuesto una actitud maníquea y ramplona en que los palestinos son los buenos y los israelíes los malos. El colapso de la Unión Soviética dejó a la izquierda internacional huérfana y en la "causa Palestina" encontró un orfanato. Esto en nada ayuda a comprender una situación que en realidad es relativamente simple: Israel es una nación moderna hastiada de conflictos, que sólo busca ser reconocida.

Estamos 100% con Israel
Por ahora en Chile Liberal somos claros. Mientras los terroristas descolgados de la OLP y agrupados en Hamás (o Hezbolá en Líbano) insistan en destruir Israel y le lancen bombas a sus ciudadanos, Israel debe tomar las medidas necesarias para proteger a su población. Los palestinos y los necios que creen apoyarlos deben mejor incitar a una revuelta popular en Gaza para derrocar a Hamás. Mientras no lo hagan, Israel no tiene opción sino contestar el fuego. No se conoce un país que estoicamente pueda soportar un bombardeo a sus civiles. Israel ya ha ofrecido cuatro treguas, todas rotas por Hamás. No le pidan más a Israel. Es hora de pedir a los criminales islamistas que sean ellos quienes depongan las armas, no Israel, que es una democracia parlamentaria con separación de poderes y que cuenta con una población educada. Las armas Israel las necesita pare defenderse de quienes sólo añoran su exterminio. Ni egipcios, ni babilonios, ni romanos, ni las Cruzadas, ni la Inquisición, ni los pogromos, ni los nazis pudieron contra los judíos, no veo como un grupo de islamistas enloquecidos podrá algo contra Tsahal. O se sientan a negociar, o que Israel los haga añicos.

Cuando sus vecinos acepten el derecho de Israel a vivir en paz, serán devueltas las tierras ocupadas y quizás vea la luz la propuesta de Chile Liberal: Dos Estados laicos coexistiendo pacíficamente, separados por la Línea verde,  con Jerusalén declarada patrimonio de la humanidad, ajena a soberanía de unos u otros (sean musulmanes, cristianos o judíos). Después de todo, Jerusalén significa, en hebreo, ciudad de la paz. Ya con más de tres mil años en guerra, la ironía del destino es desgraciadamente muy triste.

sábado, 14 de junio de 2014

¿Por qué Hitler perdió la guerra?



Una sociedad abierta y tolerante siempre acaba por imponerse
En el post anterior hemos rememorado la epopeya del Día D, el desembarco aliado en Normandía, que comenzó a inclinar la balanza a favor de las naciones democráticas en la conflagración mundial. Para que la hazaña militar haya sido exitosa se necesitó —como dijimos— largos y complejísimos preparativos. El  desembarco en Normandía merece no sólo saludar la memoria de los soldados sino también de quienes prestaron sus servicios lejos del campo de batalla, como por ejemplo, el extraordinario científico inglés Alan Turing. Como veremos en este post, la historia desgraciadamente tuvo un humillante e injusto vuelco en su contra el cual de algún modo fue mitigado hace unos meses.

Hitler pudo bombardear París pero no se atrevió a destruir a su antiguo enemigo. El demente, gran apasionado del arte, prefirió preservar la Ville Lumière, símbolo de la gloriosa sofisticación que él añoraba para su país. No obstante, el Fuhrer no tuvo empacho en bombardear Londres, ciudad gris y, digámoslo, bastante fea. El episodio como sabemos se le llama el Blitz. Más aún, optó por una guerra de atrición con Gran Bretaña, primero bombardeando lugares claves, luego cortándo los suministros marinos a la isla, para debilitarla hasta que finalmente capitulara. Los temibles, indetectables submarinos U-boat, orgullo tecnológico del nazismo, romperían las conexiones marítimas británicas hasta dejar a los británicos bloqueados y sin provisiones. 

Para coordinar los movimientos submarinos se recurrió al uso intensivo de las ondas de radio, codificadas por los alemanes con las máquinas Enigma. Innumerables películas, como Enigma (2001), protagonizada por Kate Winslet, nos han mostrado lo que ocurría lejos de las trincheras y de los mares. En Bletchely Park, en los alrededores de Londres, bajo el más estricto secreto, se daba una batalla sin balas ni hombres en uniforme: civiles intentaban descifrar las transmisiones de radio alemanas. Era necesario romper la encriptación que producían los nazis con las máquinas Enigma. Finalmente los británicos lograron la hazaña e interceptaron los mensajes de los submarinos, los decodificaron, los tradujeron, y más aún pudieron confundir las comunicaciones internas del enemigo para distraerlos, permitiendo que las tropas pudieran desembcarcar en el Continente el Día D.

La historia de cómo se conformó y trabajó el equipo de Bletchely Park ejemplifica los beneficios de vivir en una sociedad libre. Y de cómo, esta supuesta libertad, muchas veces se olvida y da paso a atrocidades. El hombre que venció a los nazis fue el pionero de la computación y la inteligencia artificial, Alan Turing. Él era homosexual, o sea, en Alemania habría acabado en la cámara de gases. La plana mayor británica lo consideraba un estúpido, pero él y otros en Bletchley Park escribieron una dramática carta a Winston Churchill explicando la urgente necesidad de más financiamiento para su proyecto ya que la guerra también se libraba lejos del campo de batalla. Churchill lo aceptó. Hitler, en cambio, jamás habría permitido que un grupúsculo de chiflados le dirigiera la palabra (si bien los chiflados eran él y sus seguidores). El equipo de Turing era variopinto, había un jugador de ajedrez, anarquistas de todos los pelajes, judíos, o gente estrafalaria que también habría acabado gaseada. Una sociedad abierta no es top-down, sino bottom-up. El talento fluye de abajo a arriba. Einstein, judío, como muchos otros científicos, huyeron de la muerte en Alemania y prestaron sus servicios a los aliados: el totalitarismo promueve la fuga de cerebros. 

Como sabemos, los soldados desembarcaron, muchísimos fueron abatidos, pero la operación fue un éxito. Los Aliados, con la ayuda Soviética, vencieron al Fuhrher en 1945. Winston Churchill perdió la reelección. Comenzó de inmediato la Guerra Fría. Fue imposible no acoger a los veteranos con un sistema universal de salud y otras prestaciones estatales para evitar que estallase otra guerra — esta vez, una guerra civil. El equipo de Betchley Park comenzó a disolverse pero se habían sembrado las semillas de una nueva ciencia, la informática, y Alan Turing fue el cerebro detrás de la teoría de los primeros computadores.

Comenzó a gestarse una de las injusticias más grandes del siglo 20. Alan Turing en 1952 fue condenado por homosexualidad, criminalizada en aquella época. A uno de los genios más grandes de la humanidad finalmente le fue permutada su condena a prisión por una horrible "castración química", es decir, una sobredosis de hormonas que lo dejaría inhabilitado para mantener relaciones sexuales. Este tratamiento a tal nivel perturbó su salud que no pudo continuar su trabajo ni su vida personal.

El 8 de junio de 1954, dos días después del aniversario del Día D, Turing fue encontrado muerto en su habitación. Acá comienza la ficción a combinarse con la realidad. La causa de su muerte, se dice, fue una sobredosis de cianuro, veneno que el propio Turing habría puesto en una manzana. A su costado se encontró una manzana mascada. Dos décadas más tarde, otro genio de la computación, uno de origen californiano, se inspiraría en las investigaciones de Turing para crear el computador personal y masificarlo. Su logo: una manzana mascada.

Transcuridos 60 años desde que fue arrojado a la muerte, el matemático que venció a los nazis recibió un perdón póstumo solicitado por miles de británicos. El 24 de diciembre del año 2013 la Reina Isabel II decretó el perdón real de Turing por el crimen de "indecencia". Entre quienes figuraban en el petitorio a Su Majestad figuraban nombres como el de Stephen Hawking, otro a quien Hitler habría gaseado, por ser débil.

Una increíble injusticia histórica de algún modo ha sido reparada. El mejor homenaje a todos los que cayeron por defender la libertad es seguir luchando hoy contra el fascismo, incluso ahí donde creemos que la libertad ya es cosa ganada e imposible de perder. La homosexualidad ya no es un crimen en los países esclarecidos pero continúan los más horrendas discriminaciones. 

Los homosexuales, los alternativos, los liberales, los judíos, los extranjeros, los disidentes, los inválidos, ninguno de ellos tenían cabida en la Alemania Nazi, pero sí tuvieron cabida en las naciones aliadas. Hitler desperdició el talento que necesitaba porque su asquerosa ideología es enemiga del progreso y la dignidad del ser humano. Comenzamos este post plantéandonos una pregunta: ¿por qué Hitler perdió la guerra? La respuesta es relativamente sencilla: Hitler perdió por nazi.

lunes, 9 de junio de 2014

Día D: Rendimos homenaje


Eternamente agradecidos

Hace 70 años, después de intensos y complejísimos preparativos, las tropas aliadas desembarcaron en la "Playa de Omaha" y comenzaríamos —al fin— a torcerle la mano al Führer y su putrefacta ideología. Estos hechos han sido copiosamente documentados, y recreados en innumerables películas. Sin duda Operación Overlord es la más extraordinaria y decisiva acción militar de todos los tiempos.

Las máximas autoridades políticas del mundo, desde la realeza británica hasta Vladimir Putin, pasando —controversialmente— por la canciller Angela Merkel, se han dado cita en la costa de Normandía para rememorar este momento cúlmine en la historia de la libertad y rendir un justo homenaje a los veteranos, y por sobre todo, recordar el máximo sacrificio de todos los que nunca volvieron.

Por supuesto que uno se emociona. Ver a los veteranos, ya muy viejitos, caminando con bastones, acompañados por sus nietos, otros en sillas de ruedas, pero así todo con una sencillez y brío que sólo otorga la grandeza, no deja indiferente a nadie.


Uno de los momentos más conmovedores fue el apretón de manos entre un antiguo paracaidista de la Luftwaffe y un veterano del ejército francés. Y no sólo un gesto: ambos son amigos y vecinos. Los enemigos de ayer hoy se consideran "hermanos". Desde luego que debe ser así: una vez ganada la guerra, se debe ganar la paz.

Por lo mismo, pensar en todo el heroísmo de los veteranos, sólo produce repulsión saber que el fantasma del nacionalismo más asqueroso vuelve a penar en Europa. En Francia, los negacionistas del Frente Nacional —remozados con un discurso tan ladino como incoherente— se coronan como el partido de mayor votación — al menos en las elecciones europeas. Es entendible que en el deprimente contexto económico actual, con los 30 Gloriosos —las tres décadas de extraordinario crecimiento económico que prosiguieron al fin de la II Guerra— apenas un lejano recuerdo, el populacho descargue su ira votando por lo peor de lo peor. Pero es una falta de respeto a todos los que lucharon contra los nazis, y a quienes les debemos agradecer hoy la libertad de la que gozamos.

¿Es la Unión Europea una organización demasiado abstracta, lejana, burocrática y onerosa? Sí, lo es. ¿Es la moneda única un fracaso? Hasta ahora, quizás sí.

El problema es que la Unión Europea justamente nace a partir del descalabro ético de Europa. Luego de ocupar el pináculo del humanismo y la técnica, Europa se volvió una vergüenza. El mismo continente que nos dio a Mozart también nos dio a Adolf Hitler. Una cosa es por ejemplo ver las masacres odiosas de Gengis Khan, el salvaje rey de los mongoles. Es lógico que sea uno de los mayores criminales de la historia. Pero es infinitamente más tétrico construir campos de exterminio masivo después que leímos a Nietzsche, después que escuchamos a Beethoven. Cómo se pudo caer tan bajo es incomprensible. Pero después de todo esto, insistir en votar por el partido que fundó Jean-Marie Le Pen, un hombre que declaró que el holocausto fue un "detalle", y que apenas el día de ayer se ha burlado de un cantante francés (judío) diciendo que "lo mandaría al horno" son cosas que empequeñecen el corazón.

No obstante, cabe destacar que la Unión Europea ha sido un éxito rotundo en su objetivo primario: mantener la paz. Hoy, un conflicto armado entre estas naciones es impensable. A partir del descalabro, el proyecto político de la UE consiste en unir para siempre el destino de todas estas naciones. El sello de todo sería eliminar las fronteras y crear una moneda única. Es como un matrimonio. Y como todo matrimonio no todo es color de rosa como se creía el día que se firmó en el registro civil. El matrimonio de la UE está pasando por una dura crisis matrimonial.

Creo que el mejor homenaje a los veteranos es seguir profundizando la democracia, y nunca, ni siquiera como expresión de hastío, otorgarle votos a los odiosos fascistas. Es un insulto a todos los que desembarcaron en Normandía y a los que entregaron su vida en la II Guerra Mundial. Ellos merecen nuestro reconocimiento. En este pequeño rincón de la Internet les rendimos un modesto pero sentido homenaje.

domingo, 25 de mayo de 2014

Luces y sombras de la Pikettymania



La versión en inglés de Le capital au XXIe siècle ha causado furor en todo el mundo, especialmente en Chile, aunque por las razones equivocadas

Se le ha descrito como "el Jean Dujardin de la economía", o el francés más influyente en EEUU después de Tocqueville o Daft Punk. Su obra monumental El Capital en el siglo 21 ha ocupado el primer lugar del ránking de libros más vendidos en EEUU. Si un libro de economía sobrepasa incluso a las novelas de ficción debemos entrar a preocuparnos. La prensa mundial, incluido Chile Liberal, se ha fascinado con el trabajo de Thomas Piketty, el hombre que luego de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión propone evitar el colapso total con una idea tan novedosa como escalofriante: un impuesto a las rentas de capital a escala planetaria. 

Para los chilenos el timing no pudo ser mejor. Las feroz desigualdad y la creciente brecha entre ricos y pobres, la necesidad de aumentar impuestos y otorgar al Estado más control sobre las riquezas es precisamente el tema álgido de la política chilena en momentos que se discute una Reforma Tributaria. No pocos esgrimen a Piketty y Capital como su aval intelectual. Otros apenas dan manotazos de ahogado para refutarlo. Ambos se equivocan. 

¿Marx 2.0?
En este post espero entregar a modo de introducción una reseña del argumento de Piketty, abordar temas que han pasado desapercibidos, y hacer ciertas aclaraciones. Finalmente, Chile Liberal espera entregar una refutación sólida a los argumentos del profesor francés.

A diferencia del alambicado estilo de Das Kapital, el original, Piketty escribe en una prosa límpida. Su conceptualización por momentos desquicia por su claridad. Se presenta como una obra técnica y desideologizada, de tono básicamente académico y con frases incendiarias sólo entre paréntesis. Abigarrado de pies de página, el lector se abre paso a ritmo cansino. No obstante el volumen de los datos y el contundente compendio técnico publicado en Internet convierten Capital en el siglo 21 en la obra —quizás— de la década. 

Es francamente patético leer a Axel Kaiser promoviendo las AFP (capitalización individual de pensiones) para contrarrestar a Piketty. El propio Piketty, págs 782-787 (en la edición original en francés) lo desecha (ver este artículo al respecto). El David Irving criollo es más honesto: escribe sus habituales tonterías pero al menos admite que no ha leído el libro.

Piketty, resumido en su mínima expresión, propone la constante r > g. Escueta, poderosa, elegante y que ha causado la misma conmoción que la fórmula E = mc2. En el fondo, Piketty concluye que las rentas del capital (r) son mayores que el crecimiento (g); sea cual sea el comportamiento de la economía, los detentores de capital infaliblemente se volverán más ricos y la riqueza se acumulará cada vez más en unos pocos capitalistas-rentistas. Desecha el coeficiente de Gini y propone estudiar las desigualdades en dos fases: primero el decil más rico, los cuatro deciles de clase media, y los cinco deciles más pobres, y luego disecta en centiles. Nos muestra que la brecha no es entre ricos y pobres, sino entre el 1% más rico y el resto. Este es el quid del asunto y vale la pena explicarlo porque toma 951 páginas —al menos en la versión francesa— desarrollar la idea. 

Los porristas de la Reforma Tributaria en Chile debiesen moderar un poco su entusiasmo antes de aducir que Piketty los apoyaría. Les recomiendo, primero, leer el libro. El francés hace una distinción sutil pero importante entre las utilidades y las rentas. Lo ejemplifica con una analogía entre Bill Gates, fundador de Microsoft, y Lilianne Bettencourt, la mujer más acaudalada de Francia y propietaria de la firma de cosméticos L'Oréal. El emprendedor americano amasó su propia fortuna y en pos del progreso ha facilitado el avance de la tecnología, sin olvidar que ha empezado a donar su propio dinero en favor de los pobres en África. Bettencourt, al contrario, en su vida ha movido un dedo. Ella heredó L'Oréal, el genio fue su padre. No obstante, Piketty estima que ambos se enriquecen a un 5% anual a partir de las rentas de sus fortunas, a pesar que el crecimiento mundial es casi 1%. 

Luego, Piketty sostiene que el mismo Gates y sus herederos se dedicarán a explotar las rentas de capital en vez de emprender o invertir. En el fondo, el admirado empresario americano, o sus hijos, se volverán unos viles rentistas, tal como la señora Bettencourt. ¿Para qué trabajar? Esto es importantísimo y es quizás lo que más rescata Chile Liberal de esta obra (de manera magistral recurre a una analogía con Le  Père Goriot de Balzac y Sense and Sensibility de Jane Austen, volveremos a este punto en otro post). 

A partir de la premisa de Marx sobre la tendencia del capitalismo a la acumulación de capital en pocas manos y que este fenómeno "siembra las semillas de su propia destrucción", el profesor francés toma el mismo concepto de "capital" de Marx, y se propone entregar una validación estadística y matemática de los postulados marxistas. No obstante, en un dramático coup de théâtre, el autor finalmente alaba las virtudes del capitalismo, aplaude la genialidad de Milton Friedman, y concluye que el capitalismo debe ser corregido para, en el fondo, salvar al capitalismo de sí mismo. El capitalismo sí distribuye riqueza pero a condición que se ponga atajo al rentismo. Para lograr esto último, Piketty propone un impuesto a las rentas de capital aplicado en todo el mundo.

Ayer el Financial Times ha publicado una demoledora crítica a las cifras y el manejo estadístico de Capital en el siglo 21. Será fascinante leer los nuevos descargos del autor, porque hasta ahora el mérito universalmente elogiado de la obra es ordenar y presentar al lector común y corriente la historia del capitalismo en cifras. La magnitud del trabajo de Piketty no puede ser subvalorada. 

Hermógenes lo nigunea, entre otras cosas, porque Piketty habla principalmente de su país. El autor lo explica. Ocurre que desde la Revolución Francesa su país ha doblado su población, ha mantenido sus mismas fronteras y existe una impresionante consistencia en los datos recolectados por sus autoridades. En cambio, desde su independencia, EEUU ha pasado de 3 millones de habitantes a más de 300 millones hoy. Su población netamente inmigrante ha transformado por completo a esa nación con el paso de las décadas. Piketty arguye que EEUU es un país nuevo y que no sirve para un análisis cronológico. Francia ha sido prácticamente la misma nación desde que era una monarquía. Así todo, compara a ambos y llega a una conclusión notable, que no dejó a nadie indiferente: EEUU siempre fue una nación igualitaria, de emprendedores innatos, al contrario de la vieja, desigual y decadente Europa y sus aristócratas rentistas y herederos. La gente huía de Europa a EEUU. Pero el capitalismo financiero y rentista volvió a EEUU una nación desigual e injusta, contrario al verdadero espíritu americano. Copiosos gráficos lo demostrarían.

En Chile
La bullada Reforma Tributaria en Chile no se basa en los postulados de Capital en el siglo 21. Lo que Piketty cuestiona es el rentismo, y propone grabarlo con un impuesto para que los capitalistas deban arriesgar su capital, invertirlo, generar riqueza y así lograr la redistribución. 

En cambio en Chile se propone un impuesto a las utilidades de las empresas, a pesar que el francés elogia el mérito del capitalismo para crear bienestar. El impuesto de Piketty mermaría las fortunas rentistas, y para compensarlo, los capitalistas se verían forzados a reinvertir. Sólo bajo esta condición se podrá finalmente repartir la riqueza con mayor equidad.

En Chile se ha llegado al extremo de proponer eliminar el FUT, un mecanismo que promueve la inversión. Lo lógico, si quieren seguir las propuestas de Piketty, sería algo así como cobrar interés en el FUT, medida avanzada por nuestro (pre-) candidato presidencial, Andrés Velasco. Así este mecanismo serviría efectivamente para la inversión (Chile urgentemente necesita un 30% de inversión si quiere crecimiento sostenido) y no para evadir impuestos.

Orwell versus Piketty
El gran problema de Capital en el siglo 21 es que para aplicar este impuesto a escala planetaria se necesita un gobierno todopoderoso, donde nadie pueda guardar riqueza sin que el gobierno sepa dónde está el dinero de cada cual. Piketty llama abiertamente a eliminar los paraísos fiscales y a un nuevo super-control de las declaraciones de impuesto.

Piketty acaba por hacer un llamado a una especie de gobierno mundial. El Presidente Obama lo recibió en la Casa Blanca y le otorgó audiencias con las máximas autoridades americanas. Consideremos que Obama y la NSA han conformado la más sofisticada red de espionaje que la historia ha conocido y preguntémonos si realmente vale la pena ponerle atajo al capitalismo mediante un gobierno mundial.

viernes, 23 de mayo de 2014

Aborto: Por fin, Presidenta



La Presidenta Michelle Bachelet avanza hacia una normalización de la ley de aborto. Tiene todo nuestro apoyo

Los argumentos a favor de mantener la actual penalización del aborto son horrorosos. Y sé de lo que hablo. He relatado en esta tribuna el suplicio al que fue sometida mi hermana, a cuyo bebé en gestación le diagnosticaron Síndrome de Potter, una condición incompatible con la vida extra-uterina del feto. Insistir en mantener la macabra legislación actual es propio del lobby ultramontano, pero ya les llegó su hora.

Hoy, el rector de la principal universidad confesional de Chile envía una misiva al principal periódico ultraconservador del país para manifestar sus argumentos contra el proyecto de ley anunciado por Michelle Bachelet. Veamos los argumentos y procedamos a rebatirlos.

Para fundamentar su oposición a la despenalización del aborto terapéutico —es decir, cuando es necesario para salvar a la mujer— este señor nos dice que en Chile la ley no es necesaria ya que por ejemplo una mujer embarazada de 12 o 16 semanas, diagnosticada de cáncer, puede recibir una quimioterapia que le salvará la vida y la ley no penaliza este tratamiento, a pesar que se sabemos causará la muerte del feto. 

Curioso. Resulta que para el lobby ultramontano, el feto es "un niño", como adujo Sebastián Piñera por Twitter. El señor rector nos dice, en el fondo, que es perfectamente legítimo matar a un niño para salvar a su madre. Menos mal que el signatario de esta carta nos asegura que defiende la vida. Ninguna argumentación a favor de la vida puede justificar matar a un niño para salvar a su madre, porque no existe fundamento ético para preservar la vida de uno causando la muerte de otro. 

Es evidente que el feto no es un niño ni mucho menos. Jamás sería legítimo un tratamiento a una madre si sabemos de antemano que el procedimiento causará la muerte de su hijo. De hecho, sería un homicidio. Este embrollo es insalvable para los sectores pro-vida.

La segunda parte es incluso más absurda. El rector se opone al aborto en caso de malformación incompatible con la vida, como fue en el embarazo de mi hermana. Por supuesto que para llegar a esta postura extrema se necesita un argumento religioso, como lo es declarar que "la vida es un don sagrado". Ocurre que sin el fundamento de fe encontramos que no hay ninguna justificación para dar a luz una criatura condenada a morir a los pocos minutos después del parto, o peor aún que vivirá un calvario de hospitales e interminables tratamientos.

Desde que en la hora undécima de su gobierno ilegítimo e ilegal la dictadura decidió prohibir el aborto bajo toda circunstancia el lobby ultraconservador ha causado miseria y sufrimiento a miles de mujeres. Se calcula en 700 al año. En este blog dijimos BASTA.

En este discurso presidencial Michelle Bachelet ha justificado plenamente nuestro voto por ella. Es ahora su obligación asegurar que este proyecto se convierta en ley, y para ello necesita del apoyo de la ciudadanía. La Presidenta puede contar con nuestro respaldo.

miércoles, 23 de abril de 2014

Reforma Tributaria: ¿Qué diría Say?

Jean-Baptiste Say (1767 - 1832), un grande

El proyecto de reforma tributaria de la presidenta Bachelet debe tener un destino: el tacho de la basura

El más notable economista clásico francés ha sido, sin lugar a dudas, Jean-Baptiste Say, célebre en la historia intelectual de Occidente no sólo por haber propuesto la ley de Say, sino además por sus agudas observaciones sobre el carácter nocivo del impuesto. Hoy, cuando en Chile se discute una masiva alza de tributos, Say tiene mucho que decir.

El brillante economista galo sostuvo que el impuesto perjudica a la sociedad entera y en particular a los creadores de riqueza —los empresarios— por dos razones. Primero, porque aumenta los costos de producción de las empresas ya que, en sus propias palabras, les impôts sont une addition aux frais de production. La segunda razón —tan corrosiva como la primera— es que los impuestos desincentivan el consumo y la demanda: en élevant le prix des produits, ils réduisent la consommation et par conséquent la demande des consommateur

Por tanto, el subir los impuestos es altamente desaconsejable porque encarece la producción, reduce el consumo, y afecta la demanda. Perjudica a los creadores de riqueza y en consecuencia a toda la sociedad. Es decir, se termina por causar un enorme perjuicio a todos. 

En Chile Liberal no vemos absolutamente ningún beneficio en aumentar los impuestos. Por lo mismo, nuestra recomendación al gobierno de Michelle Bachelet es que encuentren la manera de excusarse ante el país por el desaguisado de haber propuesto alzas de impuestos durante la campaña presidencial y hoy, ya instalados en el gobierno, desechen de una vez este proyecto de reforma tributaria, por las razones aquí expuestas.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Un desenlace triste, e innecesario

Finalmente ocurrió. Mi hermana se fue a acostar con unos dolores, en apariencia habituales. Pero resultaron ser dolores de parto. A las 4.30 de la madrugada fue internada, y finalmente, pasadas las 16 horas, luego de 6 epidurales, vómitos y dos desmayos, nació su bebé. Excepto que la familia no estallo de felicidad. Mi hermana escuchó su llanto, incluso se la pasaron, y falleció menos de dos minutos después de nacida.

Los médicos la reanimaron los 15 minutos reglamentarios, luego se la declaró oficialmente fallecida.

Esto ha sido una pesadilla que no se la recomiendo a nadie. De sólo pensar que esto pueda pasarme a mí y mi mujer me hace desvanecer las piernas. Lo genuinamente horroroso es que el dolor, tanto físico como sicológico, era completamente evitable. Los reproches vuelven: ¿Por qué no existen exámenes más robustos para determinar malformaciones como el Síndrome de Potter?

Y por sobre todo, ¿por qué no existe de una buena vez el aborto terapéutico, o eugenésico?

Lo único rescatable de todo es que a la bebé, llamada M., le hicieron un breve velorio y se realizó un pequeño funeral, al que sorpresivamente llegó muchísima gente, excepto yo. Según mi hermana —en post-natal en estos momentos— esto le sirvió como catarsis. Hasta el último segundo tuvo la esperanza, tan vana como improbable, que los médicos se habían equivocado y M. nacería sana, o al menos con posibilidades de vivir. Pero la conclusión —y un macabro alivio—es que mejor que partiera ahora en vez de someterla a una vida de hospitales y tratamientos, sólo exigidos por la demencia religiosa de unos pocos.

Ahora que se acerca un nuevo gobierno, espero la señora Michelle Bachelet tome cartas en el asunto y rectifique ese horror lacerante en nuestra legislación para que los médicos, los eticistas, los especialistas y los padres puedan tomar las decisiones que más les convengan. El oscurantismo religioso no puede imponerse de esta manera tan ruin.

Desde luego no puedo evitar reflexionar sobre estas desgracias que ponen la vida en perspectiva. El dolor de perder a un hijo es, como sabemos, el más terrible que puede experimentar un ser humano. Es parte del libreto de la vida el enterrar a los padres, no que los padres entierren a sus hijos. Nadie está preparado para aquello.

Probablemente, éste sea el motivo por el que las gentes crean dioses y esperan algún día reencontrarse con sus seres queridos, más aún si los que parten lo hicieron prematuramente. Esto es entendible. Una persona que ve morir a su hijo necesita una fuerza superior que la levante y que le ayude a sobrellevar el dolor. Y digo sobrellevarlo, jamás superarlo. Con un dolor así sólo se aprende a convivir con él, se le hace un espacio, se asume, se aprende a disimularlo, la gente hace tratos con ese dolor , lo deja en un lugar aparte mientras cada cual aprende a rehacer su vida. Pero siempre estará ahí, acechando.

No obstante, no es bueno confundir las cosas. Si alguien necesita creer en un dios porque le ayuda, eso es cuestión de cada cual. De ahí a asegurar que exista, eso es otra cosa.

Ya se va para los cielos, ese querido angelito...
La tierra lo está esperando con su corazón abierto
Por eso parece que el angelito está despierto...

sábado, 25 de enero de 2014

La Haya: Un fallo favorable a Chile

Hay más razones en favor de la postura chilena

El pensamiento místico se define como un intento por torcer la realidad mediante actos irracionales. Por ejemplo, si todos creemos que mañana va a llover, lloverá, aunque el pronóstico diga otra cosa. Si gritamos por nuestro equipo de fútbol, aunque los jugadores sean unos borrachos que nunca entrenan, nuestro equipo ganará. O si le pedimos a un ser tan todopoderoso como inexistente que ocurra X, entones X ocurrirá. Hoy en Perú presenciamos una orgía nacional de pensamiento místico: si todos creen que el fallo será favorable, el fallo entonces será favorable. 

Un examen frío de los hechos demuestra justamente lo opuesto. Reducido a su mínima expresión, en este litigio se debe zanjar si la frontera marítima entre Chile y Perú es la línea del paralelo o no. Cualquier cosa que no sea la línea recta será una derrota para Chile. La cuestión entonces consiste en aclarar, como argumentó la defensa chilena, que ya hay tratados firmados donde se reconoce la línea paralela. La posición peruana debe, al contrario, establecer que entre Chile y Perú no hay ningún tratado marítimo, y convencer que la línea paralela entre Colombia y Ecuador, y entre Ecuador y Perú, de algún modo no es aplicable entre Perú y Chile. Si bien los fallos de La Haya privilegian la equidad por sobre las líneas rectas, la ausencia de islas o recursos en el fondo marino nos indican que el triunfalismo peruano es, aparte de ordinario, injustificado. 

Ciertamente, no hay un tratado marítimo per se. Esto ha desatado una bacanal nacionalista al norte de la línea de la Concordia. Es un non sequitur asumir que ante la ausencia de tratado, no hay frontera reconocida. Más aún, cuando en los acuerdos ya firmados entre ambas naciones, como la Declaración de Santiago de 1952 y 1954, se parte de la base que la frontera entre ambos es la línea paralela. Este acuerdo de 1954 menciona textualmente el “paralelo que constituye el límite marítimo entre los dos países”. Basta una lectura de buena fe para entender que así es. Si la defensa chilena logró explicar esto de manera contundente, entonces podemos esperar un fallo favorable a Chile. En Chile Liberal sostenemos que el trabajo chileno durante los alegatos fue sólido y por eso el veredicto acogerá la argumentación chilena.

En estas altas instancias internacionales el que pestañea pierde, y la defensa peruana pestañeó cuando sorpresivamente sí admitió que la Declaración de Santiago es un acuerdo. Pocos días más tarde, dio otro paso en falso al solicitar una línea bisectriz, o sea, Perú pidió el famoso fallo salomónico, en que el tribunal daría mitad y mitad a cada cual sobre la parte en disputa. Si tan seguro está Perú de sus argumentos, debiese afirmar hasta el final su posición, y no conformarse con la mitad de ella, ni menos insistir que no hay acuerdos, cuando los acuerdos ya están, como terminaron por reconocer, sin convencer que en los acuerdos no se establece una frontera marítima, cuando el paralelo aparece claramente mencionado. 

Un fallo favorable a Chile puede desestabilizar Perú, cuyo gobierno tambalea y donde la institucionalidad es débil. La caliad paupérrima de la prensa sensacionalista peruana puede inflamar los ánimos y exigir desconocer el veredicto, como ocurrió en 1978 con el laudo arbitral austral de Su Majestad, cuando la dictadura argentina inicialmente sí aceptó el fallo favorable a Chile pero la prensa argentina agitó al populacho argentino hasta forzar a los milicos argentinos a declararlo insalvablemente nulo. No descartamos una situación similar en este diferendo con Perú. 

En caso que los jueces resuelvan a favor de la postura peruana, o que no haya un veredicto concluyente y el tribunal devuelva la papa caliente a los litigantes, sabemos que las ganas de usar nuestros F-16 estarán latentes pero no llegaremos a eso, sino al contrario, aceptaremos el fallo con nuestro tradicional espíritu flemático, como lo hicimos con el de Laguna del Desierto. Lo más importante es recordar que esta disputa —más allá de los nacionalismos—, es sobre una estúpida raya en el mar, algo absurdo que no amerita el escándalo suscitado.