domingo, 17 de diciembre de 2017

Bitcoin: mucho ruido

Don't... don't... don't believe the hype 
Public Enemy 

La historia del dinero es fascinante porque cuando estudiamos la manera en que la humanidad ha comerciado también indagamos en la esencia misma del espíritu humano. Desde que en la primera tribu se realizó el primer trueque, hasta que los mercaderes de Venecia forjaron la banca moderna, o hasta 2008 cuando Satoshi Nakamoto concibió el protocolo Bitcoin ⎯la más popular de las criptomonedas actuales⎯ notamos un patrón: la confianza.

Toda transacción comercial se basa sobre el hecho de que un vendedor y un comprador están seguros del valor de la moneda de cambio. Hoy en día puedes ir a Starbucks y comprar un caffè macchiatto porque ambas partes, tú y Starbucks, han acordado que el brebaje cuesta CLP$2.800. Entregas ese valor en dinero fiduciario y a cambio recibes el café. El precio te conforma y el vendedor se fía de recibir la cantidad de dinero acordada por proporcionar el bien. Las monedas con que pagas, o los billetes, o incluso el valor nominal con que la compra se efectúa mediante una tarjeta bancaria electrónica, tienen valor porque ambas partes confían que así es. Pero, ¿y si no lo fuese?

Los dictadores Nicolás Maduro en Venezuela, o el recientemente depuesto Robert Mugabe en Zimabue, han envilecido la moneda a tal punto que la cifra de su denominación alcanza niveles astronómicos. Y su poder de compra es misérrimo. El billete de cien trillones de dólares de Zimbabue ya es histórico, aunque nunca tan inquietante como el infame billete de quinientos millones de papiermark, emitido en 1923 bajo la República de Weimar, cuando Alemania cayó en default por no pagar las reparaciones de la Gran Guerra y que constituye la antesala de la Alemania Nazi. Hablamos de dinero: hablamos de la humanidad misma.
Billete de 500 millones de marcos, Museo Británico
Foto propiedad de Chile Liberal

En el Chile de la Unidad Popular ya tuvimos precios exorbitantes y el resultado fue el golpe militar de 1973. Cuando la Gran Recesión, la crisis del 2008, estalló, surgió nuevamente la necesidad de manipular la masa de dinero que emite un gobierno, lo que al final implica jugar con la estabilidad misma del sistema económico en el que nos ganamos los porotos.

Como mencionamos anteriormente, un enigmático señor conocido como Satoshi Nakamoto (no es su nombre real y se ignora su paradero) se propuso una idea supuestamente novedosa: el respaldo del dinero en circulación ya no dependerá más del gobierno de turno ni de las instituciones que lo sustentan, ni menos de un metal precioso, sino que será virtual. Inventaron una divisa electrónica.

En este post, Chile Liberal, no obstante, argumentará que la idea no es original. De hecho es más vieja que el hilo negro. Más aún, la solución redundará en el mismo vicio incurrido en todos los intentos ya vistos por regularizar el dinero y, como si fuese poco, tecnológicamente es insostenible.

La historia se repite a sí misma
El historiador Charles Kindleberger ya lo ha explicado todo. No obstante, vale la pena revisitar algunas extrañas formas de respaldar el circulante. A lo largo de la historia se han usado desde dientes de tiburón hasta palos tallados (tally sticks), pasando por la sal, cuchillos y hasta piedras, para garantizar el valor nominal de la moneda.

Hasta hace poco, el oro era ese respaldo. Se suponía que por cada dólar impreso en EEUU, el gobierno depositaba una cierta cantidad de oro en las bóvedas del Fuerte Knox. Pero el patrón oro se desechó y ya no hay ningún respaldo. A su vez, el Banco Central de Chile, cada vez que imprime CLP, guarda dólares en sus propias bóvedas como respaldo. Es vertiginoso pensar que todo nuestro sistema económico tiene bases tan enclenques como meros papeles.

Para financiar todos los desvaríos populistas del gobernante, desde luego la tentación de meter chala a las imprentas y lanzar dinero a circulación es irresistible. Famoso es el caso de las imprentas de billetes en Argentina que se rompieron por su trabajo febril durante la crisis de hiperinflación bajo la cleptocracia Kirchnerista.

Para evitar aquello, se ha decretado en casi todo el mundo civilizado que el Banco Central será independiente del gobernante, y su función se remite a emitir suficiente dinero para asegurar la estabilidad de precios, sin la cual no hay comercio ni prosperidad posible. Tal como Ulises pide que lo aten al mástil para no dejarse llevar por el meloso influjo del canto de sirenas, los gobiernos han debido alejarse ⎯al menos en teoría⎯ de las imprentas de las Casas de Moneda.

Pero el Quantitative Easing o las irresponsables bajas de tasas de interés demuestran que se pueden domar los ciclos económicos sólo hasta cierto punto. Todo el trabajo de tu vida, respaldado en el dinero que tienes en tus bolsillos, bajo el colchón o en el banco, puede ser borrado de un plumazo por un burócrata que da la orden de imprimir más plata ⎯ sin importar lo benévolo de sus intenciones y lo catastrófico de sus resultados.

Como no estamos en 1848 buscando oro en California a balazo limpio, ha aparecido una forma de metal precioso propia de nuestra era. Esta vez, la mina es electrónica. Con el bitcoin cada cual puede tomar su laptop y acuñar su propio dinero sin ser el más rápido del Oeste. La idea parecía loquísima pero agarró vuelo y ahora ya viene de hacer una entrada triunfal en los mercados de valores. El oro del bitcoin lo constituyen complejas operaciones matemáticas. Sus bóvedas son enormes sistemas distribuidos en intrincados equipos computacionales llamados "cadenas de bloques".

Pero esto ya ha ocurrido antes e inevitablemente volvemos al mismo problema. La verdad es que no hay diferencia entre un computador acuñando bitcoins y un tally stick o un diente de tiburón. O un billete de 10 euros respaldado nada más que por las leyes de la UE.

Los banqueros de la Edad Media entregaban un boleto a todo aquel que depositara oro en sus cajas fuertes. Así, los comerciantes podían viajar con estos boletos sin miedo a que los asalten y les quiten los ducados de oro: surgía el comercio seguro. Nada de tontos, los banqueros se dieron cuenta que podían emitir más boletos que el equivalente al oro depositado, y en ello, se hacían ricos porque los boletos ⎯pronto llamados billetes⎯ aumentaban su valor y comenzaban a valer por sí mismos. Empezó la especulación el día mismo que el primer mercader medieval partió a China a comprar seda y porcelana con el primer billete. ¿Por qué sería distinto con el bitcoin?

La criptomoneda "etherum" colapsó en 2016 cuando una falla informática arruinó el sistema y debieron salir a hacer una especie de rescate bancario. Nos quieren hacer creer que bitcoin es infalible y que es ajeno a los mismos vicios de la moneda fiduciaria.

Las impracticabilidad misma del bitcoin de hecho es hilarante. Un australiano botó a la basura su laptop y perdió 4,8 millones de libras en bitcoins. Otro en Inglaterra dio vuelta un café en su computador y de pasó derramó café sobre una fortuna. Tal como los mercaderes del medioevo, habrá entonces que emitir un billete para facilitar las transacciones. Cuando estos billetes entren en circulación, los especuladores harán nata. O sea, quedamos en las mismas.

Si hay varias criptomonedas en paralelo, ¿puede haber mercado? Si un macchiato vale 2 bitcoin y yo tengo 1 ethereum, de nuevo los especuladores se darán un festín haciendo las conversiones, tal como los mercaderes del Templo a los que Jesús de Nazaret echó cagando por enriquecerse sólo convirtiendo monedas a los losers que iban a pagar sus ofrendas (era una calle Agustinas de la Antigüedad). Es decir, se implorará... un Banco Central.

Como si esto fuese poco, en la actualidad se necesita la misma cantidad de energía eléctrica que requiere Dinamarca para mantener las minas del bitcoin. En menos de una década, si el sistema es exitoso, consumirán la misma cantidad de energía que EEUU. La risa se apodera de mí.

La jefa del FMI lo explicó hace poco de manera concisa y brillante en una conferencia en el Banco de Inglaterra: 

Por ahora, las monedas virtuales como bitcoin no suponen un problema al sistema actual de monedas fiduciarias y bancos centrales. ¿Por qué? Porque son demasiado volátiles, riesgosas, requieren demasiada energía y sus tecnologías no son de escala.

De hecho, el éxito del bitcoin llevará a los Bancos Centrales a emular la idea y emitir sus propias divisas virtuales. Lo que igualmente sepultará al bitcoin.

Así como cuando chicos en el patio de la escuela cambiábamos las láminas de mayor valor ⎯más escasas⎯ de los álbumes Salo por su valor en las láminas más comunes (ojo aquí con la caída de carnet), el mismo mecanismo hará que los primeros que acuñen bitcoin puedan especular con ellas. La única forma de conseguir más láminas en esa época era comprándolas con dinero fiduciario y luego haciendo trueque o jugándolas con otros para ganar más. Designar láminas sobrevivientes del álbum Basuritas podría efectivamente ser otra forma de crear dinero ya que sigue la lógica de los inventores del bitcoin: su cantidad es limitada, escasa y estable. 

El bitcoin de hecho tiene valor porque se querrá convertir a dinero fiduciario y su propia cantidad, aunque estable, es susceptible a la especulación. Los que acuñaron bitcoins baratos ayer se regocijan porque hoy pueden venderlos caros. Como su cantidad es limitada ⎯se fijó su emisión en 21 millones⎯ esto se ciñe a la teoría del inversionista tonto. Es decir, la ingeniería financiera de bitcoin constituye apenas una Pirámide Ponzi. Su sustento real es igual al de un casino de apuestas.

Más problemas vemos cuando una divisa puede apreciarse o depreciarse 20% en un par de horas. Es imposible comerciar en esas condiciones. Ni hablar de su opacidad inherente que es la delicia para los blanqueadores de dinero y traficantes variopintos.

La gente fácilmente impresionable se ha dejado llevar por esta burbuja especulativa, tal como lo fue el negocio inmobiliario la década pasada, la Internet a fines de los años 90, las acciones de la bolsa en Nueva York en 1929, o los tulipanes en Holanda en 1636 ⎯ por dar sólo un puñado de ejemplos. Ante este entusiasmo que suscita el bitcoin, Chile Liberal retruca: Don't believe the hype.

domingo, 3 de diciembre de 2017

Crítica literaria: "Origin", de Dan Brown

Otro best seller que nos deja pasmados


Where do we come from?
Where are we going?

La última entrega de Dan Brown, "Origin", resultó ser para mí, un fan confeso del autor de El Código Da Vinci, otra excelente lectura. Era que no. Esta vez el intrépido profesor Robert Langdon aparece en el Museo Guggenheim de Bilbao para asistir a una rueda de prensa organizada por su ex alumno Edmond Kirsch y como se imaginarán nuestro héroe acaba en un torbellino de aventuras resolviendo los más complejos acertijos en lugares atiborrados de historia en medio de alambicadas simbologías.

Dan Brown aborda esta vez el tema del origen de la vida en nuestro planeta. Nade de temas menores pues. El punto neurálgico de la novela es el Experimento de Miller y Urey. El autor da vida a un joven y excéntrico magnate, Edmond Kirsch, un híbrido entre Elon Musk ⎯fundador de Tesla⎯ y Steve Jobs, y quien además fue alumno de Langdon. El iconoclasta emprendedor convoca a la prensa y a todos los internautas del planeta vía YouTube para anunciar una noticia escalofriante que remecerá los cimientos de la humanidad.

La narración comienza en el Monasterio de Montserrat, en las colinas que rodean Barcelona, donde Kirsch ha primero develado en hermético secreto su tremendo notición a los principales pontífices de las religiones abrahámicas para así advertirles que el anuncio por transmitirse dentro de unas pocas semanas desestabilizará a los creyentes y borrará las religiones de la faz de la Tierra. 

La tensión va en aumento y a medida que las páginas, galopantes, se suceden unas tras otras van apareciendo personajes asesinados y vemos hasta atentados terroristas. Dan Brown en todo su esplendor. El lector queda inmediatamente enganchado: todo apunta a existencia de una prueba contundente, fehaciente e inapelable de que dios no existe.

El punto fuerte de las novelas de Dan Brown como todos sabemos es no dar tregua al lector. El fondo importa más que la forma. La prosa es pulida sólo para que el contenido de deslice con fluidez. Los que denuestan a Brown por una supuesta falta de valor literario son necios. El autor americano nos sirve una refinada hamburguesa gourmet. Si tu paladar artístico sólo admite platos de restaurantes con estrellas Michelin, pues ya tienes la literatura de Ian McEwan.

Los únicos que pueden abiertamente desacreditar a Dan Brown son los creyentes, a quienes desde luego le aparencen ronchas en sus ultrasensibles epidermis. Por ejemplo, el discurso de presentación de Kirsch es una punzante diatriba contra las religiones y sus mitos sobre el origen del mundo (hay algunas referencias al profesor Richard Dawkins y al filósofo Sam Harris ⎯ habitués de Chile Liberal).

Para todos los amantes de los buenos libros, es imposible no dejar de googlear mientras lees sus novelas, luego tienes que ir a la biblioteca, y finalmente quieres visitar los lugares donde se lleva a cabo la trama. París vivió una avalancha de turistas producto de El Código Da Vinci. En lo personal, tuve la dicha de visitar Florencia hace poco: Inferno fue una de las razones para querer ver y sentirme, aunque sea un poquito, un pequeño profesor Robert Langdon.

Si bien valoro con una nota muy alta esta nueva novela, la única apreciación negativa es que Dan Brown sabe demasiado bien que los productores de Hollywood esperan ansiosos sus historias para llevarlas a la pantalla grande. La literatura mediante palabras crea imágenes en la mente. El cine muestra las imágenes ya hechas pero no resuenan como las palabras. A veces da la impresión de leer un guion y no una novela. Por ejemplo, la acompañante de Langdon en esta ocasión es Ambra Vidal, la glamorosa directora del Museo Guggenheim, y basta su primera descripción para saber que es Penélope Cruz. Pero esto en nada opaca una novela absolutamente recomendable.

Desde antes que el ser humano haya inventado la rueda o dominado el fuego, cuando no existían ni la imprenta ni los teléfonos inteligentes, nos hemos como especie las mismas preguntas: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿cuál es el origen de la vida? Los científicos y filósofos se han ocupado de aquello a lo largo de la historia, así como todos nosotros en algún momento nos hemos planteado esas inquietudes existenciales. Un novelista hoy nos dice que encontró la respuesta. En una de esas, capaz que la ficción sólo se haya adelantado a la realidad.