lunes, 30 de abril de 2007

Confesiones de un liberal

Presentamos un discurso del destacado intelectual peruano Mario Vargas Llosa, al recibir el premio Irving Kristol, otorgado por el Instituto American Enterprise a las personalidades que contribuyen a defender la democracia en el mundo. El escritor peruano nos explica su concepción del liberalismo, que refleja las aspiraciones y el ideario de Chile Liberal.
Aprovechamos además de enviar nuestros más cordiales saludos libertarios a nuestro amigo peruano Eugenio D'Medina Lora, catedrático de economía de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Pueden leer una de sus excelentes columnas aquí: El anti-liberal Pinochet, e invitamos a leer sus blogs Referente Libertad y Liberal Thinking. Con Eugenio hemos estrechado lazos doctrinarios y de amistad, y esperamos unir fuerzas para extender la red liberal por todo el continente. Añadiremos su blog como vínculo permanente.

E invitamos a todos a leer Travesuras de la niña mala, del escritor liberal Mario Vargas Llosa. El primer capítulo se llama "Las chilenitas". Excelente novela. Comenzamos un mini-ciclo sobre el autor peruano, y los dejamos con el magnífico discurso ante el American Enterprise Institute...

Confesiones de un liberal

Por Mario Vargas Llosa

Estoy especialmente reconocido a quienes me han otorgado este premio porque, según sus considerandos, se me confiere no sólo por mi obra literaria sino también por mis ideas y tomas de posición política. Eso es, créanme ustedes, toda una novedad. En el mundo en el que yo me muevo más, América Latina y España, lo usual es que, cuando alguien o alguna institución elogia mis novelas o mis ensayos literarios, se apresure inmediatamente a añadir "pese a que discrepe de", "aunque no siempre coincida con", o "esto no significa que acepte las cosas que él (yo) critica o defiende en el ámbito político". Acostumbrado a esta partenogénesis de mí, me siento, ahora, feliz, reintegrado a la totalidad de mi persona, gracias al Premio Irving Kristol que, en vez de practicar conmigo aquella esquizofrenia, me identifica como un solo ser, el hombre que escribe y el que piensa y en el que, me gustaría creer, ambas cosas son una sola e irrompible realidad.
Pero, ahora, para ser honesto con ustedes y responder de algún modo a la generosidad de la American Enterprise Institute y al Premio Irving Kristol, siento la obligación de explicar mi posición política con cierto detalle. No es nada fácil. Me temo que no baste afirmar que soy —sería más prudente decir "creo que soy"— un liberal. La primera complicación surge con esta palabra. Como ustedes saben muy bien, "liberal" quiere decir cosas diferentes y antagónicas, según quién la dice y dónde se dice. Por ejemplo, mi añorada abuelita Carmen decía que un señor era un liberal cuando se trataba de un caballero de costumbres disolutas que, además de no ir a misa, hablaba mal de los curas. Para ella, la encarnación prototípica del "liberal" era un legendario antepasado mío que, un buen día, en mi ciudad natal, Arequipa, dijo a su mujer que iba a comprar un periódico a la Plaza de Armas y no regresó más a su casa. La familia sólo volvió a saber de él treinta años más tarde, cuando el caballero prófugo murió en París. "¿Y a qué se fugó a París ese tío liberal, abuelita?" "A qué iba a ser, hijito. ¡A corromperse!" No sería extraño que aquella historia fuera el origen remoto de mi liberalismo y mi pasión por la cultura francesa.

Aquí, en Estados Unidos, y en general en el mundo anglosajón, la palabra liberal tiene resonancias de izquierda y se identifica a veces con socialista y radical. En América Latina y en España, donde la palabra liberal nació en el siglo XIX para designar a los rebeldes que luchaban contra las tropas de ocupación napeolónicas, en cambio, a mí me dicen liberal —o, lo que es más grave, neoliberal— para exorcizarme o descalificarme, porque la perversión política de nuestra semántica ha mutado el significado originario del vocablo —amante de la libertad, persona que se alza contra la opresión— reemplazándolo por la de conservador y reaccionario, es decir, algo que en boca de un progresista quiere decir cómplice de toda la explotación y las injusticias de que son víctimas los pobres del mundo.

Ahora bien, para complicar más las cosas, ni siquiera entre los propios liberales hay un acuerdo riguroso sobre lo que entendemos por aquello que decimos y queremos ser. Todos quienes han tenido ocasión de asistir a una conferencia o congreso de liberales saben que estas reuniones suelen ser muy divertidas, porque en ellas las discrepancias prevalecen sobre las coincidencias y porque, como ocurría con los trotskistas cuando todavía existían, cada liberal es, en sí mismo, potencialmente, una herejía y una secta.

Como el liberalismo no es una ideología, es decir, una religión laica y dogmática, sino una doctrina abierta que evoluciona y se pliega a la realidad en vez de tratar de forzar a la realidad a plegarse a ella, hay, entre los liberales, tendencias diversas y discrepancias profundas. Respecto a la religión, por ejemplo, o a los matrimonios gay, o al aborto, y así, los liberales que, como yo, somos agnósticos, partidarios de separar a la iglesia del Estado, y defendemos la descriminalización del aborto y el matrimonio homosexual, somos a veces criticados con dureza por otros liberales, que piensan en estos asuntos lo contrario que nosotros. Estas discrepancias son sanas y provechosas, porque no violentan los presupuestos básicos del liberalismo, que son la democracia política, la economía de mercado y la defensa del individuo frente al Estado.

Hay liberales, por ejemplo, que creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas y que el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo, la marginalidad y la exclusión social. Esos liberales, verdaderos logaritmos vivientes, han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas, los primeros propagadores de esa absurda tesis según la cual la economía es el motor de la historia de las naciones y el fundamento de la civilización. No es verdad. Lo que diferencia a la civilización de la barbarie son las ideas, la cultura, antes que la economía y ésta, por sí sola, sin el sustento de aquélla, puede producir sobre el papel óptimos resultados, pero no da sentido a la vida de las gentes, ni les ofrece razones para resistir la adversidad y sentirse solidarios y compasivos, ni las hace vivir en un entorno impregnado de humanidad. Es la cultura, un cuerpo de ideas, creencias y costumbres compartidas —entre las que, desde luego, puede incluirse la religión— la que da calor y vivifica la democracia y la que permite que la economía de mercado, con su carácter competitivo y su fría matemática de premios para el éxito y castigos para el fracaso, no degenere en una darwiniana batalla en la que —la frase es de Isaiah Berlin— "los lobos se coman a todos los corderos". El mercado libre es el mejor mecanismo que existe para producir riqueza y, bien complementado con otras instituciones y usos de la cultura democrática, dispara el progreso material de una nación a los vertiginosos adelantos que sabemos. Pero es, también, un mecanismo implacable, que sin esa dimensión espiritual e intelectual que representa la cultura, puede reducir la vida a una feroz y egoísta lucha en la que sólo sobrevivirían los más fuertes.

Pues bien, el liberal que yo trato de ser, cree que la libertad es el valor supremo, ya que gracias a la libertad la humanidad ha podido progresar desde la caverna primitiva hasta el viaje a las estrellas y la revolución informática, desde las formas de asociación colectivista y despótica, hasta la democracia representativa. Los fundamentos de la libertad son la propiedad privada y el Estado de Derecho, el sistema que garantiza las menores formas de injusticia, que produce mayor progreso material y cultural, que más ataja la violencia y el que respeta más los derechos humanos. Para esa concepción del liberalismo, la libertad es una sola y la libertad política y la libertad económica son inseparables, como el anverso y el reverso de una medalla. Por no haberlo entendido así, han fracasado tantas veces los intentos democráticos en América Latina. Porque las democracias que comenzaban a alborear luego de las dictaduras, respetaban la libertad política pero rechazaban la libertad económica, lo que, inevitablemente, producía más pobreza, ineficiencia y corrupción, o porque se instalaban gobiernos autoritarios, convencidos de que sólo un régimen de mano dura y represora podía garantizar el funcionamiento del mercado libre. Ésta es una peligrosa falacia. Nunca ha sido así y por eso todas las dictaduras latinoamericanas "desarrollistas" fracasaron, porque no hay economía libre que funcione sin un sistema judicial independiente y eficiente, ni reformas que tengan éxito si se emprenden sin la fiscalización y la crítica que sólo la democracia permite. Quienes creían que el general Pinochet era la excepción a la regla, porque su régimen obtuvo algunos éxitos económicos, descubren ahora, con las revelaciones sobre sus asesinados y torturados, cuentas secretas y sus millones de dólares en el extranjero, que el dictador chileno era, igual que todos sus congéneres latinoamericanos, un asesino y un ladrón.

Democracia política y mercados libres son dos fundamentos capitales de una postura liberal. Pero, formuladas así, estas dos expresiones tienen algo de abstracto y algebraico, que las deshumaniza y aleja de la experiencia de las gentes comunes y corrientes. El liberalismo es más, mucho más que eso. Básicamente, es tolerancia y respeto a los demás, y, principalmente, a quien piensa distinto de nosotros, practica otras costumbres y adora otro dios o es un incrédulo. Aceptar esa coexistencia con el que es distinto ha sido el paso más extraordinario dado por los seres humanos en el camino de la civilización, una actitud o disposición que precedió a la democracia y la hizo posible, y contribuyó más que ningún descubrimiento científico o sistema filosófico a atenuar la violencia y el instinto de dominio y de muerte en las relaciones humanas. Y lo que despertó esa desconfianza natural hacia el poder, hacia todos los poderes, que es en los liberales algo así como nuestra segunda naturaleza.

No se puede prescindir del poder, claro está, salvo en las hermosas utopías de los anarquistas. Pero sí se puede frenarlo y contrapesarlo para que no se exceda, usurpe funciones que no le competen y arrolle al individuo, ese personaje al que los liberales consideramos la piedra miliar de la sociedad y cuyos derechos deben ser respetados y garantizados porque, si ellos se ven vulnerados, inevitablemente se desencadena una serie multiplicada y creciente de abusos que, como las ondas concéntricas, arrasan con la idea misma de la justicia social.

La defensa del individuo es consecuencia natural de considerar a la libertad el valor individual y social por excelencia. Pues la libertad se mide en el seno de una sociedad por el margen de autonomía de que dispone el ciudadano para organizar su vida y realizar sus expectativas sin interferencias injustas, es decir, por aquella "libertad negativa" como la llamó Isaiah Berlin en un célebre ensayo. El colectivismo, inevitable en los primeros tiempos de la historia, cuando el individuo era sólo una parte de la tribu, que dependía del todo social para sobrevivir, fue declinando a medida que el progreso material e intelectual permitían al hombre dominar la naturaleza, vencer el miedo al trueno, a la fiera, a lo desconocido, y al otro, al que tenía otro color de piel, otra lengua y otras costumbres. Pero el colectivismo ha sobrevivido a lo largo de la historia, en esas doctrinas e ideologías que pretenden convertir la pertenencia de un individuo a una determinada colectividad en el valor supremo, la raza, por ejemplo, la clase social, la religión, o la nación. Todas esas doctrinas colectivistas —el nazismo, el fascismo, los integrismos religiosos, el comunismo—, son por eso los enemigos naturales de la libertad, y los más enconados adversarios de los liberales. En cada época, esa tara atávica, el colectivismo, asoma su horrible cara y amenaza con destruir la civilización y retrocedernos a la barbarie. Ayer se llamó fascismo y comunismo, hoy se llama nacionalismo y fundamentalismo religioso.

Un gran pensador liberal, Ludwig von Mises, fue siempre opuesto a la existencia de partidos liberales, porque, a su juicio, estas formaciones políticas, al pretender monopolizar el liberalismo, lo desnaturalizaban, encasillándolo en los moldes estrechos de las luchas partidarias por llegar al poder. Según él, la filosofía liberal debe ser, más bien, una cultura general, compartida por todas las corrientes y movimientos políticos que coexisten en una sociedad abierta y sostienen la democracia, un pensamiento que irrigue por igual a socialcristianos, radicales, socialdemócratas, conservadores y socialistas democráticos. Hay mucho de verdad en esta teoría. Y así, en nuestro tiempo hemos visto el caso de gobiernos conservadores, como los de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y José María Aznar, que impulsaron reformas profundamente liberales, en tanto que, en nuestros días, corresponde más bien a dirigentes nominalmente socialistas, como Tony Blair en el Reino Unido y Ricardo Lagos, en Chile, llevar a cabo unas políticas económicas y sociales que sólo se pueden calificar de liberales.

Aunque la palabra "liberal" sigue siendo todavía una mala palabra de la que todo latinoamericano políticamente correcto tiene la obligación de abominar, lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, ideas y actitudes básicamente liberales han comenzado también a contaminar tanto a la derecha como a la izquierda en el continente de las ilusiones perdidas. No otra es la razón de que, en estos últimos años, pese a las crisis económicas, a la corrupción, al fracaso de tantos gobiernos para satisfacer las expectativas puestas en ellos, las democracias que tenemos en América Latina no se hayan desplomado ni sido reemplazadas por dictaduras militares. Desde luego, todavía está allí, en Cuba, ese fósil autoritario, Fidel Castro, quien ha conseguido ya, en los 46 años que lleva esclavizando a su país, ser el dictador más longevo de la historia de América Latina. Y la desdichada Venezuela padece ahora a un impresentable aspirante a ser un Fidel castro con minúsculas, el comandante Hugo Chávez. Pero ésas son dos excepciones en un continente en el que, vale la pena subrayarlo, nunca en el pasado hubo tantos gobiernos civiles, nacidos de elecciones más o menos libres, como ahora. Y hay casos interesantes y alentadores, como el de Lula, en el Brasil, quien, antes de ser elegido Presidente, predicaba una doctrina populista, el nacionalismo económico y la hostilidad tradicional de la izquierda hacia el mercado, y es, ahora, un practicante de la disciplina fiscal, un promotor de las inversiones extranjeras, de la empresa privada y de la globalización, aunque se equivoca al oponerse al ALCA, Área de Libre Comercio de las Américas (Free Trade Area of the Americas). En Argentina, aunque con una retórica más encendida y llena a veces de bravatas, el Presidente Kirchner está siguiendo sus pasos, afortunadamente, aunque a veces parezca hacerlo a regañadientes y dé algún tropezón. Y, asimismo, hay indicios de que el gobierno que asumirá el poder próximamente en Uruguay, presidido por el doctor Tabaré Vázquez, se dispone, en política económica, a seguir el ejemplo de Lula en vez de la vieja receta estatista y centralista que tantos estragos ha causado en nuestro continente. Incluso, esa izquierda no ha querido dar marcha atrás en la privatización de las pensiones —que han llevado a cabo hasta el momento once países latinoamericanos—, en tanto que la izquierda de Estados Unidos, más atrasada, se opone a privatizar aquí el Social Security. Son síntomas positivos de una cierta modernización de una izquierda que, sin reconocerlo, va admitiendo que el camino del progreso económico y de la justicia social, pasa por la democracia y por el mercado, como hemos sostenido los liberales siempre, predicando en el vacío durante tanto tiempo. Si en los hechos, la izquierda latinoamericana comienza a hacer en la práctica una política liberal, aunque la disfrace con una retórica que la niega, en buena hora: es un paso adelante y significa que hay esperanzas de que América Latina deje por fin, atrás, el lastre del subdesarrollo y de las dictaduras. Es un progreso, como lo es la aparición de una derecha civilizada que ya no piense que la solución de los problemas está en tocar las puertas de los cuarteles, sino en aceptar el sufragio, las instituciones democráticas y hacerlas funcionar.

Otro síntoma positivo, en el panorama tan cargado de sombras de la América Latina de nuestros días, es el hecho de que el viejo sentimiento antinorteamericano que alentaba en el continente, ha disminuido considerablemente. La verdad es que el antinorteamericanismo es hoy día más fuerte en países como España y Francia, que en México o en el Perú. De hecho, la guerra en Iraq, por ejemplo, ha movilizado en Europa a vastos sectores de casi todo el espectro político, cuyo único denominador común parecía ser, no el amor por la paz, sino el rencor o el odio hacia los Estados Unidos. En América Latina, esa movilización ha sido marginal y prácticamente confinada a los sectores más irreductibles de la ultra izquierda. El cambio de actitud hacia Estados Unidos obedece a dos razones, una pragmática y otra principista. Los latinoamericanos que no han perdido el sentido común entienden que, por razones geográficas, económicas y políticas, una relación de intercambios comerciales fluida y robusta con los Estados Unidos es indispensable para nuestro desarrollo. Y, del otro lado, el hecho de que, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, la política exterior norteamericana, en vez de apoyar a las dictaduras, mantenga ahora una línea constante de sostén a las democracias y de rechazo a los intentos autoritarios, ha contribuido mucho a reducir la desconfianza y hostilidad de los sectores democráticos de América Latina hacia el poderoso vecino del Norte. Este acercamiento y colaboración son indispensables, en efecto, para que América Latina pueda quemar etapas en su lucha contra la pobreza y el atraso.

El liberal que les habla se ha visto con frecuencia en los últimos años enfrascado en polémicas, defendiendo una imagen real de los Estados Unidos que la pasión y los prejuicios políticos deforman a veces hasta la caricatura. El problema que tenemos quienes intentamos combatir estos estereotipos es que ningún país produce tantos materiales artísticos e intelectuales antiestadounidenses como el propio Estados Unidos —el país natal, no lo olvidemos de Michael Moore, Oliver Stone y Noam Chomsky—, al extremo de que a veces uno se pregunta si el antinorteamericanismo no será uno de esos astutos productos de exportación, manufacturados por la CIA, de que el imperialismo se vale para tener ideológicamente manipuladas a las muchedumbres tercermundistas. Antes, el antiamericanismo era popular sobre todo en América Latina, pero ahora ocurre más en ciertos países europeos, sobre todo aquellos que se aferran a un pasado que se fue, y se resisten a aceptar la globalización y la interdependencia de las naciones en un mundo en el que las fronteras, antes sólidas e inexpugnables, se van volviendo porosas y desvaneciendo poco a poco. Desde luego, no todo lo que ocurre en Estados Unidos me gusta, ni muchos menos. Por ejemplo, lamento que todavía haya muchos estados donde se aplique esa aberración que es la pena de muerte y un buen número de cosas más, como que, en la lucha contra las drogas, se privilegie la represión sobre la persuasión, pese a las lecciones de la llamada Ley Seca (The Prohibition). Pero, hechas las sumas y las restas, creo que, entre las democracias del mundo, la de Estados Unidos es la más abierta y funcional, la que tiene mayor capacidad autocrítica, y la que, por eso mismo, se renueva y actualiza más rápido en función de los desafíos y necesidades de la cambiante circunstancia histórica. Es una democracia en la que yo admiro sobre todo aquello que el profesor Samuel Huntington teme: esa formidable mezcolanza de razas, culturas, tradiciones, costumbres, que aquí consiguen convivir sin entrematarse, gracias a esa igualdad ante la ley y a la flexibilidad del sistema para dar cabida en su seno a la diversidad, dentro del denominador común del respeto a la ley y a los otros.

La presencia, en Estados Unidos, de unos cuarenta millones de ciudadanos de origen latinoamericano, desde mi punto de vista, no atenta contra la cohesión social ni la integridad de la nación; más bien, la refuerza añadiéndole una corriente cultural y vital de gran empuje, donde la familia es sagrada, que, con su voluntad de superación, su capacidad de trabajo y deseo de triunfar, esta sociedad abierta aprovechará exitosamente. Sin renunciar a sus orígenes, esta comunidad se va integrando con lealtad y con amor a su nueva patria y va forjando un vínculo creciente entre las dos Américas. Esto es algo de lo que puedo testimoniar casi en primera persona. Mis padres, cuando ya habían dejado de ser jóvenes, fueron dos de esos millones de latinoamericanos que, buscando las oportunidades que no les ofrecía su país, emigraron a los Estados Unidos. Durante cerca de veinticinco años vivieron en Los Ángeles, ganándose la vida con sus manos, algo que no habían tenido que hacer nunca en el Perú. Mi madre trabajó muchos años como obrera, en una fábrica textil llena de mexicanos y centroamericanos, entre los que hizo excelentes amigos. Cuando mi padre falleció, yo creí que ella volvería al Perú, como yo se lo pedía. Pero, por el contrario, decidió quedarse aquí, viviendo sola e incluso pidió y obtuvo la nacionalidad estadounidense, algo que mi padre nunca quiso hacer. Más tarde, cuando ya los achaques de la vejez la hicieron retornar a su tierra natal, siempre recordó con orgullo y gratitud a Estados Unidos, su segunda patria. Para ella nunca hubo incompatibilidad alguna, ni el menor conflicto de lealtades, entre sentirse peruana y norteamericana.

Quizás este recuerdo sea algo más que una evocación filial. Quizás podamos ver en este ejemplo un anticipo del futuro. Soñemos, como hacen los novelistas: un mundo desembarazado de fanáticos, terroristas, dictadores; un mundo de culturas, razas, credos y tradiciones diferentes, coexistiendo en paz gracias a la cultura de la libertad, en el que las fronteras hayan dejado de serlo y se hayan vuelto puentes, que los hombres y mujeres puedan cruzar y descruzar en pos de sus anhelos y sin más obstáculos que su soberana voluntad.

Entonces, casi no será necesario hablar de libertad porque ésta será el aire que respiremos y porque todos seremos verdaderamente libres. El ideal de Ludwig von Mises, una cultura planetaria signada por el respeto a la ley y a los derechos humanos, se habrá hecho realidad.

viernes, 27 de abril de 2007

Para saciar la sed de justicia

DERECHOS HUMANOS EN CHILE Y ARGENTINA

Ha transcurrido una generación y en Chile y Argentina las cortes de justicia comienzan a enfrentarse a los perpretradores de atrocidades pasadas

The Economist (ver artículo en inglés)
Durante los últimos 31 años, Viviana Díaz, una mujer pequeña y de voz baja, finalmente ha conocido el paradero de los restos de su padre, Víctor Díaz López, un ex líder del Partido Comunista chileno. Después del sangriento golpe de estado contra el gobierno izquierdista de Salvador Allende en 1973, Víctor Díaz se había convertido en uno de los hombres más buscados por el nuevo régimen militar. Después de 3 años huyendo, fue capturado por la DINA, la policía secreta del dictador chileno, el general Augusto Pinochet. Su familia jamás volvería a verlo con vida.

Él fue uno de los miles de asesinados durante las dictaduras que sacudieron América Latina en la fase final de la guerra fría en las décadas ’70 y ’80. Un cuarto de siglo después del último golpe militar latinoamericano, la región ha avanzado mucho y la democracia se ha establecido con firmeza. Pero en muchos países, el pasado sigue proyectando una sombra que plantea muchas preguntas. ¿Paz o justicia? ¿Retribución o reconciliación? ¿Conocer la verdad, aunque sea dolorosa, u optar por la comodidad del olvido?

Muchos argumentan que es mejor seguir adelante sin mirar atrás para no reabrir heridas. Otros creen que sin justicia, no pueden sanarse las heridas y no se puede garantizar el estado de derecho. Ningún grupo se siente más cercano a esta segunda postura que las asociaciones de familiares de Detenidos Desaparecidos, aquellos secuestrados por organismos estatales y enviados en secreto a centros de detención. Sus cuerpos torturados, arrojados al mar o sepultados en fosas anónimas, rara vez han sido hallados salvo una vez que los dictadores ya han muerto. Mientras tanto, hoy siguen apareciendo osamentas no identificadas.

En la mayoría de los países latinoamericanos donde hubo abusos por parte de gobiernos autoritarios, Guatemala (con 200 mil muertos en la guerra civil entre las dictaduras y los guerrilleros izquierdistas), Brasil, México y Uruguay, apenas se ha comenzado a aplicar justicia. En menor medida, también en este grupo se cuenta El Salvador.

El proceso ha avanzado mucho más en Argentina y, sobre todo, en Chile. Esto marca un cambio. En Chile, alrededor de 3 mil personas fueron asesinadas o “desaparecidas” a manos del régimen de Pinochet. Pero la amnistía que el dictador decretó sobre sus propios crímenes duró mientras él estuvo vivo. Sólo durante estos últimos meses la mayoría de las familias ha conocido dónde están sus familiares.

Veamos el caso de Víctor Díaz. Su familia supo de su arresto a través de una llamada telefónica anónima. Después, silencio. Luego de cuatro meses de búsqueda, Viviana Díaz y su madre, una empleada doméstica, conocieron a una mujer liberada de la Villa Grimaldi, un centro secreto de detención. Ella transmitió un mensaje a la familia Díaz de parte de Marta Ugarte, otra persona detenida en este recinto junto a muchos otros líderes comunistas. Al ser colgada del cielo raso, las muñecas de Marta Ugarte estaban seriamente dañadas, también le quemaron sus pechos con un soplete. El mensaje era que ni Marta Ugarte ni Víctor Díaz saldrían con vida de la Villa Grimaldi.

Durante años, Viviana Díaz organizó manifestaciones, envió solicitudes de justicia a las pusilánimes cortes chilenas y reclamó ante las autoridades. Pero en respuesta sólo obtuvo amenazas de muerte, órdenes de arresto y se le exigió guardar silencio. Después del retorno a la democracia en 1990, el gobierno instruyó a una comisión independiente que determinase la verdad sobre los desaparecidos. Pero ni siquiera entonces se logró que los perpetradores fuesen puestos a disposición de la justicia. No fue sino hasta el arresto de Pinochet en Londres el año 1998, en respuesta a un pedido de extradición desde España, y gracias al veredicto de la Cámara de los Lores que resolvió que Pinochet no goza de inmunidad según las leyes internacionales, que los jueces chilenos mostraron intenciones claras de hacer justicia.

En una serie de veredictos históricos, la Corte Suprema finalmente resolvió eliminar la mayoría de las trabas que obstaculizaban el procesamiento de los criminales del régimen militar. En 1999, declaró que las “desapariciones” son un crimen continuo hasta que no se compruebe la muerte de la víctima. Es decir, que no se beneficiarían de la amnistía que cubre al período 1973-1978. En diciembre de 2006, dictaminó que, como Chile se encontraba en una situación de conflicto interno luego del golpe militar, rige la Convención de Ginebra. Las violaciones a estas normas se considerarían crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, ante las cuales no puede haber prescripción. El mes pasado, también dictaminó que estos delitos no pueden estar sujetos a la amnistía.

Según el ministerio del interior chileno, 148 individuos, incluidos 50 militares, han sido condenados por violaciones a los derechos humanos perpetradas durante los 17 años de dictadura. Otras 400 personas, en su mayoría miembros de las fuerzas armadas, han sido condenados o están bajo investigación. El mismo Pinochet debía enfrentar varios cargos, incluidos homicidio, tortura y evasión de impuestos, al momento de su deceso a los 91 años en diciembre pasado.

Fue a consecuencia de una de estas investigaciones que Viviana Díaz finalmente supo qué ocurrió con su padre. El mes pasado, un hombre conocido como “el elefante” (por el tamaño de su físico), que comandaba la Brigada Lautaro, una unidad de élite previamente desconocida de la DINA, confesó en un cuartel militar de Santiago en 1997, en medio de llantos, ser el autor del aniquilamiento de Víctor Díaz, asfixiándolo con una bolsa de plástico mientras le inyectaba cianuro en las venas. Su cadáver, atado a una viga de vía férrea, fue arrojado al mar desde un helicóptero militar. La verdad, aunque dolorosa, “me ha traido paz”, dice Vivana Díaz.

Juicios y tribulaciones en Argentina
En Argentina, al menos 13 mil personas (quizás hasta 30 mil) “desaparecieron” o fueron asesinadas durante la dictadura militar (1976 a 1983). A diferencia de Chile, el régimen argentino colapsó en medio de los desórdenes que prosiguieron a la derrota en las Falklands. La primera acción del gobierno democrático de Raúl Alfonsín, en 1983, fue anular la amnistía promulgada apresuradamente por la junta militar antes de dejar el poder. Una comisión investigadora, la primera de este tipo en el mundo, proporcionó las evidencias para las investigaciones de los fiscales, siendo uno de ellos Luis Moreno Ocampo, hoy Fiscal Jefe de la Corte Penal Internacional de La Haya. Alrededor de 500 personas, entre ellos nueve miembros de las cuatro juntas sucesivas, fueron inculpados. Argentina se convertía en el primer país que procesaba a ex miembros de juntas militares. Las fuerzas armadas argentinas se defendieron alegando que se vieron obligadas a actuar producto de la violencia guerrillera a gran escala. Tal como en Chile, los gobiernos militares gozaron en un comienzo de un apoyo popular considerable.

Los repetidas sublevaciones militares en protesta a los juicios forzaron a Alfonsín a ceder ante las presiones y aprobó una ley de “punto final” que detuvieron las nuevas investigaciones, seguida por una ley de “obediencia debida” que exoneraba a aquellos que declaraban seguir órdenes superiores, un recurso de defensa ya desechado durante los juicios de Nuremberg después de la Segunda Guerra Mundial. El sucesor en la presidencia, Carlos Menem, decretó perdones a 227 de los ya condenados o acusados, incluidos casi 40 generales y varios líderes guerrilleros.

Los argentinos aún disputan la validez de estas decisiones pragmáticas. La opinión pública estaba decididamente en contra, la sed de justicia era inmensa. Pero hubo un tipo de crimen que ninguna amnistía ni perdón cubrió, la de secuestrar a los bebés de las madres que dieron a luz estando detenidas, y entregarlos a parejas de las fuerzas armadas para que los criaran como hijos propios. Las madres verdaderas fueron posteriormente asesinadas o “desaparecieron”. De acuerdo a la asociación Abuelas de Plaza de Mayo, quienes desde 1977 organizan manifestaciones en la plaza del mismo nombre en Buenos Aires, más de 500 bebés fueron raptados, y hasta hoy sólo se ha logrado seguir la pista de 87.

El arresto de Pinochet en Londres llenó de coraje también a los jueces argentinos. Apenas transcurridos unos meses, el general Jorge Videla, presidente de la junta militar desde 1976 a 1981, fue sometido a proceso bajo cargos de apropiación de bebés, lo que le valió una sentencia a ocho años de cárcel. Ya había recibido una sentencia de por vida en 1985. En septiembre del año pasado, un juez anuló el perdón que posteriormente se le otorgó, aduciendo que sus delitos constituyen crímenes contra la humanidad y por tanto jamás pueden perdonarse. Debido a que el general es mayor de 70 años, se encuentra en estos momentos bajo arresto domiciliario.

El 2005, la Corte Suprema argentina anuló las leyes de punto final y de obediencia debida por considerarlas inconstitucionales, lo que ha facilitado el camino para procesar otros crímenes de la junta. De entre las 772 personas que enfrentan hoy a la justicia, casi todos ellos ex miembros de la policía secreta u organismos militares, hay 260 en prisión preventiva (71 en arresto domiciliario), 46 libres bajo fianza, 41 prófugos, y 109 han fallecido, según el Centro de Estudios Sociales y Legales, un grupo pro derechos humanos. Cinco personas han sido condenadas, dos de ellos bajo cargos de “desaparición” de personas. El gobierno argentino espera que varios juicios se lleven a cabo en el transcurso del 2007. Aún quedan años de más procesos judiciales.

Todas estas acciones legales cuentan con el respaldo tanto del actual presidente peronista, Néstor Kirchner, cuyo gobierno incluye algunos ex miembros de los grupos subversivos llamados “montoneros”, como del apoyo de la opinión pública. A diferencia de lo que ocurre en otros países latinoamericanos, el ejército argentino cuenta con muy poco aprecio ciudadano. En los sondeos de opinión, un 70% de los encuestados apoya la anulación de la amnistía. Ninguna acción se ha iniciado contra los ex guerrilleros. El gobierno sostiene, con una lógica dudosa, que éstos no cometieron crímenes contra la humanidad y en consecuencia están sujetos a la ley de prescripción.

Pero las acciones iniciadas contra Isabel Perón, la tercera esposa de Juan Domingo Perón, el líder populista más reverenciado de Argentina, ha constituido un acto demasiado extremo para muchos argentinos. Después de la muerte de Perón en 1975, Isabel, una antigua bailarina de cabaret, lo sucedió en el poder. En medio del caos económico y el accionar de escuadrones de la muerte de ultraderecha, ella firmó en 1975 un decreto que autorizaba la erradicación total de todos los “elementos subversivos”. Algunos afirman que la Alianza Argentina Anticomunista, la “Triple A”, un escuadrón financiado por el gobierno, fue responsable de al menos 1500 asesinatos durante los 20 meses el mandato de Isabel Perón.

Ella ha vivido en España desde que la junta dispuso su libertad en 1981, y siempre ha sostenido que no sabía nada sobre los abusos cometidos bajo su gobierno. Pero en enero fue detenida en Madrid a solicitud de un juez argentino que investiga la “desaparición” de un militante peronista en febrero de 1976. Cuatro días después, una segunda orden de detención en su contra fue ordenada por otro juez, bajo cargos relacionados con asesinatos llevados a cabo por la Triple A. Pero con más de 75 años de edad y, según su abogado, víctima de depresión, se encuentra en libertad bajo fianza mientras espera los resultados de la solicitud de extradición. Muy pocos esperan que se logre.

[Conclusiones]
Como lo muestra la experiencia de Chile y Argentina, cada país tiene que encontrar su propia manera de enfrentar las atrocidades del pasado de acuerdo a su historia y a sus propias circunstancias. En ocasiones, puede tardar una generación completa para que la sociedad sea capaz de conocer la verdad, tal como en Alemania después de la segunda guerra mundial. En otros casos, una amnistía, que puede posteriormente revisarse o anularse, puede ayudar a conseguir la paz.

El surgimiento de las leyes internacionales de derechos humanos ha contribuido a fortalecer el argumento de quienes sostienen que los crímenes más horribles jamás pueden sacrificarse en pro de la paz. Cuando los conflictos continúan, es bastante difícil aplicar este principio. Sus defensores argumentan que la justicia es esencial no sólo como un fin en sí mismo sino que además para disuadir a futuros tiranos. Hasta hace poco, la mayoría de los dictadores creía que podrían salirse con la suya. Pero cada vez es más cierto que otros países podrán seguir la senda que estos dos pioneros, Chile y Argentina, han trazado.

domingo, 22 de abril de 2007

El resultado del choque de civilizaciones

El autor del este artículo Julian Baggini, es el editor de Philosophers' Magazine. Recomendamos leer su blog y el original aparecido en el periódico británico The Guardian (ver debate). Hemos seleccionado y traducido este artículo porque en Chile Liberal también creemos que no defendemos un "relativismo moral" ni mucho menos, sino que impulsamos una verdad universal y valores que son inherentes al bien y progreso del ser humano. Nuestra postura liberal no se limita a unas políticas económicas ni apoyo a uno u otro candidato presidencial, sino a una forma de entender el mundo. Les invitamos a leer y opinar.

El relativismo ha convertido a la amplitud de mente del liberalismo en una realidad débil, vacua y repugnante en comparación con la claridad del dogmatismo
Por Julian Baggini
La verdad es que no acostumbro a pensar en el Ministerio de Defensa del Reino Unido ni en el Vaticano como fuentes de sabiduría. Pero cuando estos dos oráculos tan disímiles emiten advertencias notablemente similares, hay que prestar atención. Esta semana el Ministerio de Defensa ha declarado en la prensa internacional que “la tendencia hacia el relativismo moral y el creciente pragmatismo valórico” incita a la gente a “sistemas de creencias más rígidos, incluida la ortodoxia religiosa y las ideologías políticas doctrinarias, como el marxismo”. Retrocedamos a 2004 y nos encontramos con Juan Pablo II alentando al cardenal Ratzinger de aquel entonces a desafiar el mundo actual “dominado por un relativismo generalizado y una tendencia al pragmatismo fácil”, al proclamar descaradamente que la Iglesia Católica posee “la verdad”. Desde aquel momento, Ratzinger ha pregonado los peligros del relativismo.

Si juntamos ambas declaraciones, el pronóstico es preocupante. El choque de civilizaciones no es entre el Islam y occidente, como se nos hace creer, sino que entre el relativismo pragmático y la certeza dogmática. En este análisis, es fácil entrar a considerar la democracia liberal no como la obra cúlmine de la civilización humana, sino como una manifestación del laissez-faire moral y vacuo de la era moderna. “El relativismo parece ser el fundamento filosófico de la democracia”, decía Ratzinger en 1996. “La democracia en realidad parece estar construida sobre el supuesto de que nadie es dueño de la verdad”, añadía.

No sorprende que el Ministerio de Defensa y el Papa crean que los beneficiarios de esta polarización serán aquellos que ofrezcan certezas, ya que creer en algo normalmente es mejor que no creer en nada. Como decía Walter en la película El Gran Lebowski, “di cualquier cosa sobre los principios del nacionalsocialismo, viejo, al menos fue una ética”.

¿Cómo es que pudimos llegar a este dilema hobessiano? Los dedos acusatorios se apuntan a los académicos e intelectuales que parecen estar siempre dispuestos a ridiculizar las nociones de la verdad que ellos mismos han creado en una cultura en la que no existe el punto medio entre el relativismo despreocupado y el fundamentalismo dogmático.

Por supuesto, las obras de los anti-verdad-absoluta como Michel Foucault y Richard Rorty no son bestsellers. No obstante, sus ideas se filtran (1) a toda la sociedad. Consideremos, por ejemplo, cómo aquello que pasa por sentido común sobre la moralidad se ha alojado en las mentes. Por miles de años, la gente creía que lo bueno es bueno y que lo malo es malo, y eso era todo. Ahora, los catedráticos universitarios comentan que las nuevas generaciones de estudiantes dan por sentado que nadie puede declarar con certeza qué es “la verdad” y que la moral es relativa. Al menos en los círculos educados, quienes creen en la objetividad pasan por ingenuos. Todo lo que Nietzsche proclamó a fines del siglo XIX fue considerado como escandaloso, pero a comienzos del siglo XXI se cataloga apenas como perogrulladas.

Tal vez la idea más potente que se transmite desde el mundo académico a la vida cotidiana fue articulada por Focault, quien adaptó y popularizó el concepto nietzschiano que aquello considerado como verdad no es más que resultado del poder. No hay hechos objetivos, sólo intentos por imponer una visión en el mundo decretándola como La Verdad. Esta idea está arraigada de tal manera que incluso un conservador como Donald Rumsfeld pudo quejarse de quienes viven en “la comunidad real”, argumentando que “el mundo ya no funciona de esa manera... sino que cada vez que actuamos, creamos nuestra propia realidad”.

La mayoría de los filósofos angloparlantes consideran que esta clase de actitud ultra escéptica es absurda y nociva. Pero aunque estas mismas ideas fueron urdidas por filósofos, se han enraizado en las ciencias sociales y las humanidades en una forma desvirtuada y bastarda.

Algunos filósofos, como Bernard Williams y Simon Blackburn han arremetido en el debate público en un intento por devolver el genio liberado de vuelta en su botella. Libros como Porqué la verdad sí importa (Why Truth Matters) de Ophelia Benson, tratan de oponer un dique al avance de esta marea. Pero no estamos en presencia de un debate entre eminencias intelectuales sobre si existe La Verdad con mayúsculas iniciales, sino sobre cómo las ideas abstractas se relacionan con la vida diaria.

Richard Rorty, por ejemplo, expone argumentos brillantes contra La Verdad, y no sabemos en lo absoluto si está simplemente equivocado o no. El problema es que él no concede tan rotundamente como debiese que en la práctica sus teorías normalmente dejan el mundo tal como estaba. Rorty cree como cualquiera que el Holocausto se produjo casi tal cual como se describe en los libros de historia, pero él se niega a usar un vocabulario supuestamente arcaico de la verdad para decirlo. No sería justo catalogar su negación como una pose, pero ciertamente no es tal como lo parece.

Es irónico que, tal como muchos otros intelectuales con tendencias políticas de izquierda, Rorty crea que la negación de la objetividad y la verdad es políticamente importante, como forma de liberar a la gente de las maneras de ver el mundo que los poderosos promueven como La Verdad. Sin embargo, ocurre que Rorty y todos los de esa ralea han equivocado de juicio sobre qué pasa cuando los intelectuales niegan la verdad frecuentemente y con estridencia. En vez de hacer a la amplitud de mente del liberalismo un elemento atractivo, estas negaciones la convierten en una realidad débil, vacua y repugnante en comparación con la claridad y certeza del dogmatismo.

Son ellos quienes nos deben una disculpa pública por no verse por sí mismos, o mostrárselo a otros, que en la vida diaria podemos y debemos distinguir entre falsedad y verdad, bien y mal, incluso si cuando a estos términos los observamos de cerca no son lo que pensábamos. La ciencia en su objetividad probablemente no pueda ser omnisciente como Dios, pero no es un simple mito. Los valores morales deben ser cuestionados, pero si la discriminación contra las mujeres, homosexuales o minorías étnicas es algo malo, entonces es malo aquí y en cualquier parte del mundo. La verdad quizás no sea el simple fenómeno que creemos conocer, pero tenemos que desafiar las falsedades y oponernos a ellas.

A menos que podamos demostrar un argumento convincente de que la encrucijada no es entre relativismo y dogmatismo, cada vez más gente rechazará la primera y abrazará la segunda. Cuando lo hagan, quienes contribuyeron a crear la impresión de que la racionalidad secular moderna deja todo a merced del mercado de las creencias, tendrán que asumir su culpa.

(1) Nota de ChL. ¿Recuerdan los memes de los que hablaba Richard Dawkins?

Una tragedia americana

Les presentamos el siguiente artículo, traducido por Chile Liberal. Éste ha sido el tema de portada en The Economist (ver original). Tanto ellos como en Chile Liberal estamos a favor de restringir el acceso a las armas.

The Economist

Los políticos estadounidenses siguen negándose a debatir sobre las armas


Tras la masacre en la universidad Virginia Tech el 16 de abril pasado, mientras todo EEUU estaba en duelo por la pérdida de una generación de jóvenes estudiantes a acribillados por un sicópata, el Presidente George Bush y los candidatos que compiten por la presidencia ofrecieron sus condolencias y oraciones. Todos hablaron con gran elocuencia sobre el impacto y tristeza y horror que produjo la tragedia. La presidenta (Demócrata) de la Cámara de Representantes hizo un llamado a guardar “un minuto de silencio”. Sólo dos candidatos mencionaron las armas, y apoyaban su tenencia.

Cho Seung-hui no representa a los estudiantes norteamericanos, como tampoco Dylan Klebold y Eric Harris, los perpetradores de la masacre de Columbine en 1993 donde asesinaron a 13 de sus compañeros. Perturbados mentales existen en todas las sociedades. La diferencia es, como todos sabemos pero ninguna autoridad lo menciona , que en EEUU estos sujetos pueden adquirir fácilmente armamento de terrible poder de aniquilamiento. Cho mató a sus víctimas con dos pistolas, una de ellas una Glock 9mm semi automática, un arma de fuego rápida disponible en otros países sólo para los policías, pero que puede comprarse legalmente en cualquiera de las miles de armerías norteamericanas. Existen alrededor de 240 mil pistolas en EEUU, número mayor que el total de adultos, y alrededor de un tercio son revólveres de mano, fáciles de esconder y de usar. Si Cho no hubiese tenido acceso fácil a estas armas poderosas, este desequilibrado mental habría asesinado menos gente, o quizás a nadie.

Pero la tragedia de Virginia Tech, así como Columbine o Nickel Mines (Pennsylvania), donde cinco niñas fueron asesinadas en una escuela Amish el año pasado, no muestran la magnitud de la maldición de las armas. Mucho más perturbadora es la cosecha anual de acribillamientos que no ocurren en las masacres que salen a la luz pública: 14 mil homicidios rutinarios cometidos el 2005 con pistolas, pero sumemos los 16 mil suicidios con armas de fuego y 650 accidentes fatales (año 2004). Muchos de éstos, especialmente los suicidios, habrían ocurrido igualmente sin armas, pero ellas los hacen mucho más fáciles. Desde el asesinato de John Kennedy en 1963, más norteamericanos han perecido a causa de armas de fuego que en conflictos bélicos durante todo el siglo XX. En el año 2005, más de 400 niños fueron asesinados con armas de fuego.

Gatillo jalado, daño irreversible
Las noticias no son malas en todos los aspectos. Las muertes por armas de fuego han disminuido durante los años 90 y a principios de la década actual. Pero los niveles siguen siendo horrorosos, y volvieron a aumentar drásticamente durante el 2005. Los informes policiales demuestran que aumentaron mucho más rápido el 2006. William Braton, jefe de la policía de Los Ángeles (y anteriormente de Nueva York), hace referencia a “un temporal de crímenes en ciernes”. Los políticos de ambas facciones, dice, han sido “capturados” por la vociferante Asociación del Rifle Norteamericana (NRA). Su silencio sobre Virginia Tech demuestra que su observación es correcta.

El Partido Demócrata ha sido el más decepcionante, ya que hasta hace poco eran los defensores de la regulación de armas. En 1994, el presidente Bill Clinton aprobó un proyecto de ley que prohibía los rifles de asalto (incluidos los semi automáticos y los cargadores de alta capacidad para revólveres) y el año anterior impusieron requisitos para controlar el historial de los compradores. Pero los Demócratas creen que han pagado un precio demasiado alto por su coraje: perdieron la Cámara de Representantes en 1994 poco después de la prohibición de rifles de asalto, y posteriormente la presidencia el 2000. Si Al Gore hubiese ganado Arkansas o West Virginia, o su propio estado de Tennessee, todos ellos fuertemente a favor de las armas, él habría ganado la elección presidencial. En estos días, con la esperanza de una victoria el 2008 según lo que ocurra en los Estados Sureños y en el Oeste, sólo los Demócratas valientes se atreverían a hablar de restricción a las armas. Algunos no quieren ni siquiera contemplar la idea, desechándola como algo “insensible”.

El señor Bush, sin embargo, ha causado un daño gravísimo. Bajo su mandato, la prohibición de los rifles de asalto se dejó que caducara el 2004. Las nuevas leyes hacen mucho más ardua la tarea de rastrear las armas ilegales y requieren la eliminación de antecedentes personales de los compradores 24 horas después de iniciado un seguimiento. La administración Bush también ha reabierto el debate sobre la validez actual de la segunda enmienda, que consagra el derecho a portar armas. El mes pasado, una corte de apelaciones de Washington DC revocó la prohibición en la capital sobre las pistolas de mano, y declaró que viola la segunda enmienda. El caso de seguro pasará a la Corte Suprema, dominada por conservadores, la cual probablemente pondrá término a todos los esfuerzos a nivel estatal y local de controlar el acceso a las armas.

Sí a la libertad, pero ¿a cuál?
La frase más repetida en los debates sobre las armas es “libertad del individuo”. Cuando se trata de productos peligrosos, ya sean drogas, cigarrillos o automóviles veloces, normalmente en The Economist defendemos un enfoque más liberal que el de los gobiernos de EEUU. Pero cuando se trata de armamento, ya sea pistolas de mano, fusiles automáticos u otros diseñados específicamente para matar gente, creemos que es necesario aplicar ciertos controles, sin olvidar que el ser incapaces de lidiar con estos aparatos de violencia implica restringir otras libertades. En vez de un debate sobre las armas, EEUU ahora debate sobre la seguridad en los campus universitarios.

Los norteamericanos están ciertamente más intranquilos respecto a las armas de lo que muchos creen. Sólo un tercio de los grupos familiares cuenta con un arma, una disminución de 54% respecto al año 1977. En cada sondeo de opinión, una inmensa mayoría está a favor de aumentar las restricciones. Muy pocos norteamericanos apoyan una prohibición total, incluso de pistolas de mano, en realidad porque ya hay demasiado armamento en circulación, y mucha gente se siente razonablemente inquieta como para no buscar formas de protegerse. Pero hay mucho radio de acción sin infringir el derecho consagrado en la Constitución de este país.

La prohibición de los rifles de asalto debe renovarse, y sus conspicuos vacíos legales deben eliminarse. Ningún civil necesita una AK-47 con fines legítimos, pero un norteamericano puede comprar una en Internet por US $ 379,99. Las pistolas pueden hacerse mucho más seguras si se vendiesen obligadamente con dispositivos de seguridad a prueba de niños. Un sistema de registro de pistolas y sus dueños, tal como existe en todos los países del primer mundo, no amenaza a nadie excepto a los criminales. Períodos de espera, un flujo mayor de inteligencia, reglas más estrictas al comercio de armas y una lista negra de aquellos no aptos para adquirirlas serían medidas que beneficiarían a todos.
Muchas de las anteriores ya se están poniendo en práctica en varias ciudades y estados, y han funcionado bastante bien. Pero las jurisdicciones con reglas muy rígidas se ven afectadas por aquellas circundantes con una legislación débil. Sólo un esfuerzo a nivel federal producirá resultados reales. Michael Bloomberg, el alcalde de Nueva York, ha formado una coalición de alrededor de 180 otros alcaldes para implantar medidas de este tipo. Les deseamos buena suerte.

jueves, 19 de abril de 2007

Adiós a las armas

El mundo se ha conmovido con dos incidentes brutales que han costado la vida a civiles: el atentado de ayer en Bagdad que liquidó la vida de 200 personas, y la masacre de Virginia Tech. Ambos tienen un denominador común: George W Bush, y por tanto, el Partido Republicano.

Después de décadas de apoyo norteamericano a Saddam Hussein, un día el tonto útil se volvió contra su amo, los republicanos (conservadores) aseguraron que él tenía armas químicas y vínculos a la organización religiosa Al-Qaida, e invadieron Iraq. Lo de ayer es producto del desorden que impera en dicha nación. El principal promotor de este descalabro, el fundamentalista cristiano George Bush, se ha convertido en el presidente más infame de la historia americana.

Sin embargo, la Asociación del Rifle Norteamericana (NRA) es el último reducto de apoyo a Bush. Y como todos sabemos, su radio de acción no es necesariamente la intelligentsia de Boston, ni la intelectualidad neoyorquina, sino que aquellos provincianos montados en sus 4x4, de bigote frondoso, acento nasal, cristianos devotos, que admiran la elegancia de Dolly Parton, visten de jeans, camisa de vaquero y gorras de béisbol. "Praise the Lord and Pass the Ammo" (Alaba al Señor y junta municiones) define su estilo de vida.

Contra la proliferación de armas
Entender la obsesión de los norteamericanos de Jesusland (zonas rurales menos sofisticadas que en "las costas") tiene mucho que ver con la psicología de grupos. Desde los tiempos del Far West que ha habido armas, cuando no había otra ley sino la ley de la pistola, mientras muchos inmigrantes llegaban a buscar oro y en los conflictos sólo sobrevivía el más rápido del Oeste. De ahí, quizás como diría Richard Dawkins, se ha transmitido este meme de generación en generación. Hoy, las provisiones constitucionales que protegen el porte de armas simplemente ya no son relevantes, al contrario, mientras el cine y la cultura norteamericana sigue glamourizando las armas, el resto del mundo ha comenzado lentamente a desarmarse en pos de la institucionalización y democratización de las naciones. En resumen, el imperio de la ley se ha impuesto sobre el imperio de la pistola.

Sin duda que un sujeto que porta un arma altera el principio de igualdad. Si un miembro de la sociedad tiene la capacidad (aunque no la emplee) de eliminar a otro, este desajuste debe remediarse. Tenemos dos opciones: o le entregamos armas a todos, o todos renunciamos al porte de armas. La postura europea es la segunda, quizás porque Europa ha vivido en carne propia las peores masacres de la historia. De algún modo, los sectores campesinos de EEUU siguen creyendo que todos deben portar armas. El porte de armas ya dejó de ser una cuestión de libertad individual, sino un asunto de salud pública. Por ser una cuestión que afecta la salud del resto, es que debemos centrar el debate en lel conflicto entre libertad versus igualdad.

Hasta hace un tiempo, los británicos e irlandeses se enorgullecían de que sus "servicios" policiales (no "fuerzas" policiales) no portaban armas salvo una luma. El típico bobby inglés era un amigo a quien debemos respetar para mantener el orden. Él o ella, por su parte, impone la ley mediante su sola presencia, sin la intimidación que produce un Carabinero chileno con una pistola al cinto (en Paraguay recuerdo haber visto policías con escopetas descomunales, francamente atemorizante). Desgraciadamente, la situación ha cambiado y hoy los policías también portan armas.

El Reino Unido también ha vivido tiroteos pero las medidas en contra han sido enérgicas y orientadas hacia el desarme de la población mediante dos "amnistías" en las que las autoridades decidieron comprar las armas ilegales, sin represalias, y en forma anónima. La medida se volvió a implementar y aunque lejos de ser un éxito, las muertes por acribillamiento no son, en promedio, más de 200 en tierras británicas. En EEUU, sobrepasan las 11.000 muertes.

No hay que ser Einstein para preferir el modelo europeo al nortemericano-rural-republicano.

En Suiza hay armas en los colegios, pero recordemos las peculiaridades de dicho país. Aún así, el acceso es restringido. Lo que proponemos a la sociedad norteamericana es restringir el acceso a las armas.

Cho Seung Hui tenía antecedentes mentales, ¿por qué no restringir armas?
Cada uno de nosotros es libre de comprar un vehículo y desplazarnos libremente. Esto no implica que no haya restricciones como licencias de conducir y límites de velocidad. Sería absurdo que alguien se sintiese ofendido porque se ve impedido de conducir su auto a 160 km ph en el radio urbano, o porque desea estacionarse en medio de la Alameda. O porque considera que un signo Pare atenta contra su libertad de desplazamiento. Si aceptamos estas normas como regulaciones que permiten la seguridad, y por tanto, fortalecen la libertad de los individuos, ¿cómo es posible que para comprar un arma en Virginia no se exija ni licencia, ni prontuario policial limpio, o ausencia de antecedentes de perturbaciones mentales? ¿Cómo es posible que en menos de lo que tardo cambiarme de camisa pueda tener un arma y tener la capacidad de acribillar a individuos por la espalda, o de intimidar, o de matar a un niño?

Lo inaceptable es que el asesino de Virginia tenía antecedentes siquiátricos pero eso no fue impedimento para que adquiriese un arma. Definitivamente, la mayoría de norteamericanos que desea restringir el uso de armas a nivel federal tiene la razón.

Anoche un periodista de la BBC insistía en preguntarle al dueño de la armería donde Cho Seng Hui compró su letal juguetito "cómo es posible que se venda un arma a un loco". El dueño de la tienda contestó "no he hecho nada ilegal". Peor aún, añadió: "hay 25 mil estudiantes sin armas, no es mi culpa que nadie lo haya detenido". Pero no olvidemos que el hecho ocurrió en una universidad, lugar al cual ese ignorante que vende armas jamás ha entrado, basta escuchar su acento nasal para darse cuenta de ello.

El valor de la universidad
Desde que un grupo de estudiosos ingleses volvió de Córdoba con todo el conocimiento aprendido y se instalaron en la pequeña aldea de Oxford para iniciar un centro de enseñanza, las universidades han sido las impulsoras de grandes cambios. La mayoría de los grandes sabios han sido catedráticos, y es en las universidades donde se ha logrado el avance de la humanidad. Las universidades deben seguir siendo centros autónomos, autogobernados, ajenos a las posibles tiranías de un gobierno de turno, reguladas democráticamente por sus parlamentos universitarios, donde el debate y la discusión, la ciencia y el racionalismo son las herramientas de trabajo.

Cuando un sujeto que vende armas propone que los estudiantes universitarios se protejan con armamento, tenemos que reaccionar y darnos cuenta del grave síntoma que ello significa. Hay una enfermedad muy grave en una sociedad donde hay que ir con rifles de asalto a la universidad.

Pero no se confundan. EEUU es un país grandioso, su bandera ha flameado en la luna, la energía de su pueblo es admirable, y su lucha por la libertad constituye uno de los hitos de la historia universal. Por todo lo bueno que nos ha dado Estados Unidos, es que pedimos que rechacen al Partido Republicano, y que redescubran el ideario que iniciasen sus Padres Fundadores, que hoy jamás se habrían hecho partícipes de matanzas en centros de estudio. La época en que se iniciaba el proyecto democrático de EEUU ya pasó, las posibilidades de que se instale un tirano son bajísimas, los civiles ya no necesitan armas.

En apoyo a la mayoría de los norteamericanos que desean vivir en paz: NO a los Republicanos, NO a sus invasiones en el mundo, NO a las masacres. Adiós a las armas.

miércoles, 18 de abril de 2007

Torpezas concertadas

El rechazo al "proyecto estrella" del ministro Velasco es una estocada en la espalda a Bachelet
Tal como veíamos en Lo que Francia necesita, Chile también necesita urgentemente crecer más y expanidir el mercado laboral. El ministro Velasco, suerte de caudillo en las huestes gubernamentales después del calamitoso primer año de gobierno, ha tratado de reordenar e impuslar medidas que si bien son insuficientes, al menos apuntan en la dirección correcta.
La prensa internacional fue clara en manifestar su decepción (ver artículo) y Chile Liberal también lo indicó en su momento (ver artículo). Uno de los sobrevivientes de la rearticulación del gobierno, Velasco, presentó el paquete de medidas "Chile Invierte" que analizamos aquí pero que desgraciadamente fue rechazado ¡por los propios parlamentarios concertacionistas!
Esto es muy importante de destacar. Siempre se ha dicho en cada campaña electoral que el país no avanza por culpa de: la derecha política, la derecha económica, la prensa de derecha. Ocurre que la Concertación política se rebela contra el propio gobierno, mientras que la derecha económica apoya las medidas de Velasco, y por otro lado, no es la prensa derechista chilena sino la prensa internacional la que critica a Michelle Bachelet.
Mientras la presidenta por fin ha puesto en su lugar al cuasi-dictador Chávez, y ya no se deja que "le corran mano" como si acaso no se diese cuenta que ella representa a los chilenos, nos encontramos que con ella fuera de casa, la bancada oficialista se dedica a bombardear al gobierno.
No olvidemos que la Concertación tiene la mayoría
Todos los proyectos del gobierno podrían aprobarse con celeridad si se planeasen bien, y si se aprobasen rápidamente en el legislativo. Pero esto no ocurre porque los TransProyectos Estrella de gobierno se planean mal y los parlamentarios de "la Concerta" viven sumidos en su propia falta de inteligencia.
Hasta hace poco, yo presentía que la gente de izquierda era menos inteligente que la de derecha. pero ahora me he convencido. Sumemos el coeficiente intelectual de todos los votantes de derecha, creo que tendríamos una cifra mayor que el CI de los votantes de izquierda. Quizás si aplicásemos un escáner cerebral a un parlamentario de izquierda, veremos que menos zonas cerebrales funcionan que en uno de derecha. No sé si haya algún estudio al respecto, pero valdría la pena investigar.
Para empezar, fue un insulto al país que Escalona pretendiese un royalty al salmón. ¿Está bien de la cabeza ese pobre hombre? ¿Qué parte de "reactivar la economía" es la que no entiende?
Pero mientras Velasco si al menos intenta fomentar las inversiones con la depreciación acelerada, Ávila contesta con una típica chorrada chilensis: "nos hacen traicionar nuestros principios". Por supuesto, para los chilenos nada es más importante que adherir a sus principios, aunque todos sabemos que las circunstancias de la vida cambian siempre, todo evoluciona, y por tanto, nuestros principios deben adaptarse. Este sector, la Concertación, está obsesionado con subir impuestos, y prefieren paralizar el país (con su consecuente daño a los más pobres producto del alto desempleo) con tal de aferrarse a sus principios. Qué hermoso sería que alguna vez en la vida, estos honorables legisladores traicionasen sus propios principios, y adoptasen el pragmatismo.
Pero eso no es todo, Ominami dice que según sus datos, los más beneficiados serían Lan Chile y Pascua Lama. Esto me recuerda al asesino de Virginia que declaró que "odia a los ricos". Los izquierdistas aparte de estúpidos también tienden tendencias lunáticas.
La derecha profita
Desde luego que a la derecha le importa un comino las PYMES, la derecha latifundista goza con estos pugilatos, lo peor de todo es que ¿podemos culparlos a ellos? El proyecto ahora acabará en una comisión mixta, porque en Chile todo se hace lento, especialmente cuando está en las manos de la Concertación el trabajar con más eficiencia.
La Alianza en realidad mucho no se preocupa. Su patrimonio está asegurado y ahora ellos disfrutan las peleas internas del bloque oficialista. Sólo queda esperar que de la comisión mixta al menos se refine el proyecto, y que el estatuto de las PYMEs continúe en el centro del debate, junto con las facilidades que el sector requiere para acceder al crédito.
Lo concreto es que la Alianza ha acertado al requerir más énfasis a las PYMEs, y el gobierno ve cómo otro "proyecto estrella" se empantana en su propio sector. La derecha ha logrado un triunfo político con este autogol económico. Los únicos perdedores: las PYMEs.

lunes, 16 de abril de 2007

Lo que Francia necesita

Mientras degustaba de una tarte tropézienne (una especie de berlín grande) y un café muy fuerte, dejaba que la brisa me refrescara mientras el sol iluminaba todo St Tropez. La vista al mar era gloriosa, realzada por un intenso sabor local que combina suavemente con las tiendas de artesanías, los restaurantes típicos, los viejos jugando pétanque, con las botiques Gucci, los autos caros y las habitaciones a más de 500 € por día. Francia, en todo su esplendor, goza de la mejor calidad de vida del mundo.

Pero cuando Francia deja de irradiar buen gusto, es un país con falencias que deben abordarse ahora ya. La cuarta economía del mundo es la economía de menor crecimiento en Europa, el descomunal estado francés absorbe la mitad de su PGB, durante los últimos diez años la deuda pública se ha disparado mientras que el desempleo no baja del 12%. La crisis de la banlieu en 2005 puso fin al mito de los franceses recibiendo a los oprimidos del mundo con los brazos abiertos en la tierra de la liberté, egalité, fraternité. El racismo es un problema gravísimo en el país que tiene la mayor población musulmana de occidente. La mejor universidad francesa (Sorbonne, estatal) no alcanza a figurar dentro de las Top 20 del mundo, ¿cómo puede sostenerse la cuarta economía del mundo en la era de la knowledge economy (noten que a nadie le interesa cómo se diga “knowledge economy” en francés)? Como si fuera poco, el país motor de la Unión Europea mandó al tacho la Constitución Europea y nuevos disturbios han estallado en la banlieu. El ingreso percápita ha pasado de ser el séptimo más alto del mundo al décimo séptimo. Francia necesita reformarse, y los franceses lo saben. Pero, ¿cómo solucionar estos problemas?

Liberalismo, lo que Francia necesita
Cuando Maggie llegó al poder, el grito de lucha fue Britain isn't working, juego de palabras entre Gran Bretaña no funciona (estaban sumidos en una crisis similar a la de Francia hoy) y Gran Bretaña no trabaja. Al igual que Francia, Gran Bretaña a fines de los 70 estaba intoxicada de sindicalistas que ponían de rodillas al país al extremo de que en 1978 los servicios funerarios estatales se botaron a huelga y los cadáveres quedaron por días pudriéndose a causa de las paralizaciones. Eso es lo que logran los sindicalistas: sumir a los países a los caprichos de unos pocos que “defienden a los trabajadores”. Maggie, quien conocía al dedillo las obras de F. Hayek, embistió contra el colectivismo, los sindicalistas, los funcionarios estatales, rebajó el gasto público, privatizó lo que hay que privatizar, y arrasó en dos elecciones seguidas. El laborismo pereció y debió reinventarse como New Labour, o socialismo light.

Lo mismo necesita Francia, y la medida más imperiosa es retomar la senda del crecimiento (déjà vu, Chile). Los candidatos franceses buscan distintas fórmulas pero parecen no entender que no hay alternativa sino flexibilizar radicalmente el mercado laboral (sí, hacer que sea más fácil echar empleados), liberalizar los mercados de productos, abrir espacios de competencia (sí, privatizar), disminuir las protecciones laborales, bajar impuestos, disminuir el gasto público, y revitalizar el malcriado sector público. Vale decir, alguien debe enfrentarse ante los ultrapoderosos sindicatos y fonctionnaires. Desgraciadamente, ni los socialistas de derecha ni los socialistas de izquierda en Francia han demostrado tener los cojones para hacer que la economía francesa se baje del tren EFE a Puerto Montt y se suba al TGV, que la semana pasada logró el récord mundial de 575 kph.
¿Es Bayrou el candidato del liberalismo?
Nuestro amigo Edouard Fillias debió abandonar su candidatura presidencial ya que el pequeño movimiento que él y su mujer encabezan no logró el mínimo necesario de firmas para registrarse en el servicio electoral. No nos sorprende ya que su candidatura era más testimonial que concreta, y era muy difícil proclamar el ideario liberal en un pais comunista como Francia, como dijiese Sabine Herold. Sin embargo, Alternative Libéral ha entregado su apoyo a François Bayrou (se pronuncia /bei'gu/ no /bai'gu /, muchos se confunden). El caso de este tercer candidato le inyectó emoción al ambiente, cuando Chile Liberal publicó
Las paradojas francesas, no había alternativa real a la dupla Ségolène Royale-Nicolas Sarkozy. Tal como lo predijimos (vean el artículo), una opción de centro sería la más beneficiada.

Bayoru se ha postulado sobre una base no parisina, más bien paisana, erigiéndose como el candidato de La France Profonde, aunque nadie en realidad sepa qué rayos signifique eso. Ha acertado en proponer reducciones al gasto público, pero su discurso a favor del libre comercio nos parece aún débil, y parece estar dispuesto a intervenir en los mercados y continuar con los nefastos subsidios agrícolas. Sin ser un liberal de verdad, al menos merece nuestro apoyo en esta primera ronda electoral. Veremos a continuación porqué es difícil que Chile Liberal apoye a cualquiera de los otros dos.

Ségolène Royale, estilo sin sustancia
Ha sido valiente al sacar adelante una candidatura cuyos peores enemigos fueron sus propios camaradas socialistas, especialmente el ala geirátrica que domina la izquierda gala. Ha sido aún más valiente al criticar el disparate de la jornada laboral de 35 horas semanales y en su discurso abunda la expresión flexibilidad laboral, que normalmente produce taquicardias a la internacional socialista. Desgraciadamente, su socialismo no es light como el de Tony Blair, veamos cuáles son los disparates más prominentes de su programa:
  • Aumentar un 19,6% el sueldo mínimo, a €1500 mensuales, con lo que sólo logrará encarecer la mano de obra y empeorar los críticos niveles de desempleo, que afecta principalmente a los jóvenes de minorías étnicas
  • Incrementar 5% las pensiones estatales, las cuales ya son equivalentes al total de los ingresos del país, cuando el sentido común pide reducir el gasto público
  • No tiene claro el concepto de flexibilidad laboral, a pesar de hablar del tema: ha propuesto eliminar los contratos flexibles en PYMEs
  • Aumentar el gasto en universidades y en investigación y desarrollo (R&D), en vez de privatizar las universidades
  • Construir 120 mil casas fiscales cada año, como si los gastos ya mencionados no fuesen suficientes, no hablar de sus medidas contrarias al empleo.

Todo lo anterior implica aumentar impuestos y no avizoramos cómo logre reactivar la economía para así crear más puestos de trabajo. De hecho, el jefe del equipo económico, Eric Besson, abandonó indignado la campaña lo que ha menoscabado su credibilidad internacional. La receta de Ségo parece ser más dirigisme, no nos extraña que sea amiga de Michelle Bachelet.

Sarkozy, le pouvoir pour le pouvoir
La ambición ilimitada de este diminuto hijo de inmigrantes, combinada con su infame diatriba de racaille (“flaites”) contra los propios hijos de inmigrantes durante los disturbios de 2005, hacen de este personaje un sujeto odioso. Recuerdo en una ocasión estar leyendo el diario (no Libération) en un café de vereda parisino y quedé con trauma acústico ya que el ministro del interior, Nicolás Sarkozy, dispuso que todos los vehículos policiales debían hacer sonar sus alarmas cuando se desplazaran por la ciudad, en todo momento. Vale decir, intimidar a la población honrada para así darle más en el gusto a los criminales. Esta no es forma de luchar contra el flagelo de la delincuencia ni tampoco necesitan los franceses un estado policial.

Curiosamente, salvo algunas decisiones ridículas como rescatar Alstom de la bancarrota usando dinero de los contribuyentes, este hombre parece al menos entender el quid del asunto: Francia debe crecer más para generar empleos. Pero a diferencia de la amiga de Bachelet, su programa contiene medidas elogiables:
  • Liberalizar la jornada de 35 horas semanales y desgravar las horas extras, muy necesarias cuando se trabaja tan poco
  • Disminuir el impuesto a las personas (incluidos los impuestos a la fortuna, propiedad e ingresos) de un inaceptable 60% a un igualmente ridículo 50%, pero algo es algo
  • Disminuir impuestos a las empresas, necesario en una época de délocalisation y ante la fuga de capitales
  • Disminuir impuestos a las herencias (60% actual)
  • Disminuir la carga tributaria general cuatro puntos porcentuales en diez años
  • Reducir la deuda pública a un 60% del PGB antes del 2012
  • Liberalizar las universidades devolviendo poderes a los estamentos universitarios para generar competencia en la selección de alumnos y liberalizar la contratación de personal docente
  • Ponerle atajo a los sindicatos
  • Garantizar el “servicio mínimo” en el transporte público cada vez que haya paros
  • Ofrecer retiro anticipado a empleados de ferrocarriles y funcionarios estatales

Estas son medidas que apuntan en la dirección correcta, desgraciadamente, el candidato aún necesita mostrarse menos autoritario y dominar su carácter irascible.

El factor Le Pen
Este sujeto es un personaje repelente, un ser humano asqueroso, un racista que ni siquiera merece mención. Pero desgraciadamente, los problemas son serios y el fantasma de la xenofobia ronda, y es posible que este político pestilente saque más votos que el 16% promedio en las encuestas. Ronald Reagan decía que “la política es la segunda profesión más antigua del mundo, y muy similar a la primera”, frase muy cierta ya que la tienda de Ségolène Royale espera que los votos derechistas se vayan al pestilente Le Pen en desmedro de Sarkozy, lo que quizás la lleva a ella y Bayrou a la segunda ronda. Y si esto ocurre, Bayrou será monsieur le Président.

Como vemos, la elección parece estar al rojo vivo y estaremos comentándola en Chile Liberal

Allons, enfants de la Patrie
A pesar del déclinisme, no olvidemos que los hospitales franceses cuentan con instalaciones y tecnologías insuperables, el dinero de los contribuyentes se gasta bien en los sistemas estatales de guarderías que permiten mantener saludables tasas de fertilidad y que mejoran sustancialmente la calidad de vida de los padres trabajadores, el dirigisme funciona bien al planificar las instalaciones deportivas en las soluciones residenciales y los problemas de energía se han abordado con la construcción de centrales nucleares. Una crisis en uno de los países líderes del primer mundo no se compara con una crisis financiera como en Argentina 2002. La destrucción en tres años de un país como Chile 1973, imposible.

La democracia francesa es sólida, su tradición en cuanto a libertades sociales y personales es una de las más largas del mundo. En la división europea del índice Dow Jones, las firmas francesas abarcan 15% del mercado y en territorio francés reside el 20% de las mayores empresas del Viejo Continente.

Por el respeto y admiración que sentimos hacia este hermoso país, que tanto ha dado a la humanidad, deseamos que esta elección sea un ejemplo de rupture tranquille y que una nueva era comience, liderada sino por François Bayrou, al menos por Nicolas Sarkozy. A éste último los liberales del mundo haremos una oposición que será muy constructiva.