jueves, 5 de mayo de 2016

Hernán Büchi: Ándate



« Quand le bateau coule, les rats partent les premiers. »
Cuando el barco se hunde, las ratas son las primeras en huir. 
(refrán francés)

El ex ministro de Hacienda Hernán Büchi ha causado revuelo con una declaración curiosa: se va de Chile por culpa de la "incerteza jurídica" imperante. Analicemos el contexto social del país, el papel de Büchi durante el gobierno militar y la transición, y la crispación actual, para entender por qué este señor en realidad no decide irse, sino que en verdad huye miserablemente.

En primer lugar, no inflemos al personaje. OK, Büchi fue un buen ministro, pero no es una eminencia en el mundo de las altas finanzas ni la economía política ni mucho menos. Hernán Büchi es ingeniero en minas de la U. de Chile, en Columbia obtuvo un MBA. Esto es importantísimo de señalar. El melenudo ex ministro está bastante lejos de la caricatura del "Chicago Boy", es decir, ingeniería comercial en la UC y una maestría en Chicago. Esto le valió ser un buen ministro, y ahí yace el valor principal de Büchi.


"Cuando vino la miseria
Los echaron y dijeron
Que no vuelvan más..."


Corría el año 1982. Chile había vivo un boom, una recuperación económica luego del colapso político-social-económico de 1973. La crisis internacional de la deuda se dejó caer con fuerza en Chile. El año anterior dos bancos debieron ser rescatados. El culpable no fue otro sino el la obstinación e incompetencia de los Chicago Boys, quienes fijaron el peso chileno a 39 pesos.

La extraordinaria deuda externa desató la peor catástrofe desde la crisis del salitre: la economía chilena se contrajo 14%, el desempleo estalló a un escalofriante 23% (cifra mentirosa, porque todos sabemos que en Chile el desempleo se mide de forma poco ortodoxa). Cualquier sucumbe por completo. Chile explotó, pero la feroz dictadura logró aplastar el descontento sacando a los militares a patrullar las calles. Sólo para darles una idea: la población era de 10 millones, y 100 mil chilenos se encontraban en el exilio. Con 24% de desempleados, la catástrofe que causó Pinochet y los Chicago Boys es difícil de dimensionar.

En este contexto surge Hernán Büchi. Un tipo que ante todo fue un pragmático. Recordemos: es ingeniero en minas de la U de Chile y un posgrado en Columbia, no es un Chicago Boy. La dictadura militar ante su descalabro se volvió hacia el keynesianismo con medidas ahora tristemente infames como el PEM y el POJH, el rescate a los bancos, y en general, un rechazo a la ortodoxia de Chicago. Cuento corto: cuando Pinochet abandona el poder en 1990, la economía chilena había recuperado dinamismo. Podemos decir que el responsable de rescatar al país del descalabro que comenzó una década antes fue el ministro chascón, tanto así que fue la única carta que pudo jugar la derecha en la elección presidencial posterior al Plebiscito de 1988.

Hemos establecido que Büchi fue un pragmático y no un ortodoxo. Veamos, en segundo lugar, que en realidad Büchi tiene menos crédito de que le asignan. 

Gracias Allende, gracias Frei
Durante las casi dos décadas de dictadura la base de la economía chilena fue el cobre. ¿Qué habría ocurrido si Allende no hubiese nacionalizado el cobre? Es decir, Pinochet y su equipo económico (antes y después de 1982) se beneficiaron del gobierno de Allende. 

Más aún, el gran mérito de Büchi, fue volcar el máximo de productividad hacia la actividad exportadora. Desde arañas hasta fruta, todo en Chile debía ser exportarse. Ahí empezó el fin de la dictadura. "No queremos su vino fascista", le respondían a las delegaciones chilenas que trataban de vender uno de los productos estrella de Chile. Con la imagen de un país paupérrimo y ensangrentado, difícilmente se podía vender vino, normalmente un producto chic, que ameniza un estilo de vida con cierta joie de vivre más que un producto hecho para sacar a las masas del desempleo. El mundo fue generoso y empezó a comprar lo que producíamos en Chile, y para seguir exportando, era esencial cambiar de régimen político y limpiar la imagen de una nación gobernada por un gorila. Büchi, como cualquiera que conoce las virtudes del libre comercio, lo sabía perfectamente. Muchos en la derecha empezaron a darse cuenta que para que Chile saliese del lodo era necesario que Pinochet se fuera.

Pero todo esto también fue posible gracias a la Reforma Agraria, impulsada en el gobierno de Frei. Imposible aumentar la productividad del campo en el sistema medieval-feundal de los grandes patrones dueños de la tierra y los inquilinos dueños de nada, condenados a trabajar sin ser propietarios de nada, menos aún de quedarse con las ganancias de su trabajo. Ese sistema persistió desde la Independencia de Chile, siendo el principal lastre que condenó a Chile (y a toda América latina) al rezago.

Es decir: no hubo ningún éxito económico de Pinochet gracias a su ministro de Hacienda. Hubo una crisis que sucumbió al país, luego una recuperación, nada más que eso. Y esa recuperación fue posible gracias a las ganancias del cobre, nacionalizado por Allende, y a la mayor productividad agrícola que permitió forjar un modelo exportador, y esto fue gracias a las reformas políticas de Frei.

Büchi no fue un genio, sólo fue alguien con dos dedos de frente. Hoy, cuando anuncia su partida del país, demuestra que ni siquiera es eso.

Chile desde 1990
Muchos han criticado al melenudo porque cuando él fue ministro la única certeza jurídica era que en cualquier momento te detenían sin orden judicial, y si tenías suerte te relegaban, porque sino te exiliaban, te descuartizaban. Hoy estamos a años luz de aquello. Ciertamente no somos una democracia ejemplar, pero hemos dado pasos gigantes desde los lúgubres años 70 y 80. En la apología que hizo de su decisión, publicada en El Mercurio, Büchi no ha dicho que añora la certeza jurídica de la dictadura. Él sí ha dicho que el país ya no es lo que era durante los gobiernos de la transición. 

Para ser justos, ni siquiera Büchi ha dicho que estábamos mejor cuando las patrullas militares reprimían las jornadas de protesta nacional. Ante todo, él es un pragmático, como dijimos, y sabe, como también explicamos, que el modelo económico que profesa funciona en una democracia liberal.

Lo grave de todo esto es que durante las dos décadas de gobiernos de la Concertación (1990 a 2010) no hubo chequeos sobre el poder militar ni el económico. Las consecuencias hoy están a la vista: el Milicogate, junto a Penta-SQM, revelan que en esas aguas quietas fermentaba la asquerosidad. 

Y en esto, Büchi, que se candidateó como un hombre de clase media y que ahora se sienta en los directorios de las más grandes empresas de Chile, ha sido pieza instrumental. En SQM, donde está directamente involucrado en ilícitos, difícilmente puede alegar que no sabía nada. Más los Panama Papers, la imagen del genio financiero queda al descubierto como un corrupto más de la derecha ultraconservadora, de la cual, para ser justos, dudo que sea parte, salvo como un number cruncher pero lejos, como hemos dicho, de la esencia ultra de los Lavín y los otros Chicago Boys. 

¿De qué incerteza nos habla Büchi? ¿Del hecho que hoy sabemos de los focos de corrupción? ¿O sea Chile no le dolía cuando todo esto ocurría lejos del escrutinio público? Pues sí, el ex ministro lo ha dicho: él prefiere el Chile en que algunos, pasando por él mismo, hacían lo que querían. Él formaba parte de ese grupo, y se siente por sobre el escrutinio público. Ahora como esto se volvió inaceptable, Büchi se viste y se va.

Lo curioso es que ante una cuestión grave como los Panama Papers, más los líos legales en SQM, Suiza es un país particularmente atractivo porque no hay tratados de extradición entre Chile y Suiza. Más aún, el país helvético es un refugio fiscal donde no pocos acuden para gozar del estricto secreto bancario que allí impera. Un hombre que ha actuado por años sin escrúpulos para burlar al Servicio de Impuestos Internos y organismos similares debe haber pensado en otra cosa aparte de los chocolates, los relojes y la belleza de los Alpes cuando eligió Suiza. Digámoslo claro: se arranca porque algo teme.

Para colmo, Büchi nombra el proyecto de Nueva Constitución como uno de sus temores. En la propia derecha debe avergonzarles ver cómo uno de sus prohombres prefiere huir antes de dar la pelea en lo que de otro modo podría ser la proclamación de la República Bolivariana de Chile. 

En Chile no hay incertidumbre jurídica. Hay grandes bloques empresariales que prefieren defender sus intereses mezquinos en vez de pensar en el bienestar de los más menesterosos, hay empresas que se coluden para negarle medicamentos a sus compatriotas. Esto a Büchi no le ponía "incómodo". A él le molesta que se investiguen las boletas falsas. Y fue un hombre que aspiró a ser Presidente de Chile. Cuando subió el Aconcagua, la montaña no le preguntó el origen de su familia. Quizás pronto va a escalar los Alpes suizos y la montaña le pregunte si acaso es un cobarde y un traidor.

lunes, 2 de mayo de 2016

Mario Vargas Llosa: Cinco esquinas


La última novela del escritor liberal Mario Vargas Llosa nos recuerda la importancia de la ficción en el mundo real

Mario Vargas Llosa no necesita presentación ni introducción alguna. Ni siquiera antes del Nobel ⎯tardío⎯ la necesitaba, menos aún hoy. El intelectual público más prominente del mundo de habla hispana vuelve a la carga con una historia fácil de leer que nos transporta al Perú de los años 90, bajo el gobierno de Alberto Fujimori, y de paso, sirve de catarsis para toda una generación que necesita resucitar los fantasmas de las dictaduras del siglo pasado... para exorcizarlos definitivamente. 

Los fans del peruano quedarán satisfechos. Los tópicos vargallosianos están ahí, esperándonos: el hermético mundo de Miraflores, el contraste con la miseria del resto del país, los personajes buenos que se enfrentan a una sociedad infecta y corrupta, y finalmente queda a criterio del lector determinar si los perversos doblegaron a los buenos o no. Como ocurre en cada relato del peruano, se plantea un desafío no menor al lector, en una prosa fluida y elegante.

Esta vez, la historia narra la aventura lésbica de dos mujeres de entre las familias de la elite miraflorina. Su desliz, con algo de guiño trash a E.L. James, comienza durante los toques de queda.  El marido de una acaba, en paralelo, ligado a un editor y una periodista que acaban en el lugar equivocado en el momento preciso para impulsar su carrera. Un ex recitador de poesía termina trabajando como payaso.  Un pasquín asqueroso, bajo la supervisión del jefe del Servicio de represión de Fujimori, nos revela una inquietud reciente del oriundo de Arequipa: la putrefacción de los medios de prensa y la manera en que su hálito podrido corrompe a la sociedad.

Vargas Llosa no hace sino exorcizar los demonios que aún se apoderan de muchos latinoamericanos: el fetiche del autoritarismo. Y que constituye, en el fondo, la antítesis de "lo liberal", es decir, la preeminencia del individuo por sobre la imposición del orden brutal, donde los medios justifican los fines. Lo hace además con un agudo timing: justo antes de las elecciones peruanas, que han decantado en una extraña pugna entre sectores conservadores, que ven en Keiko una alternativa válida, y Pedro Pablo Kuczynski, motejado como "el chileno", entre otros epítetos del mismo grosor de calibre. 

Vargas Llosa esta vez adopta un tono militante que es a la vez extraordinariamente sutil. Un recordatorio de todo lo que debió soportar el continente: las luchas de los malos contra los malos. 

El artista militante
Las obras literarias tienen más valor cuando se escriben porque sí, y no con un fin, no como un medio para otra cosa. Mario ya nos legó La ciudad y los perros, La tía Julia y el escribidor, Conversación en la Catedral... para qué seguir enumerando obras cúlmines del peruano. Vargas Llosa las escribo porque su ímpetu literario es irrefrenable. Frente a ellas, Cinco esquinas aparece como un acto militante. No palidece, ni es menor, pero trasluce un sentido utilitarista que quita sentido artístico pero abre una nueva arista, que es la de una literatura abiertamente política pero sin decir su nombre.

El arequipeño ha hecho público su apoyo a Pedro Pablo Kuczynski, lo que nos parece magnífico. También Chile Liberal adhiere a su campaña y llamamos abiertamente a votar por él. 

No obstante, hagamos una salvedad. Keiko Fujimori es una política innata y talentosa. Sería descabellado creer que su objetivo final es cerrar el Congreso y dar un autogolpe de Estado. Su apellido es un lastre, ciertamente. Pero debe asumirlo. La mejor alternativa en Perú para fortalecer su naciente clase media y consolidar su democracia, a pesar de su política esclerótica, es adherir al candidato de Vargas Llosa y dejar claro que Alberto Fujimori fue el cleptócrata a la cabeza de una corruptela despótica. Una pena por Keiko, quien, si realmente ama a su país, sabrá asumirlo.