Quiero alimentar a
los bebés que no tienen qué comer
Quiero darle zapatos a los niños que andan descalzos
Quiero darle un techo a los que viven en las calles
Sí hay solución
Y quiero volar como un águila hasta el mar.
—“Fly Like An Eagle” (Seal, 1996)
El covid muestra que necesitamos una seguridad social universal—con un opt out privado
Existe un clamor popular por conformar una red de protección social y la clase política debe responder. Un interesante artículo de The Economist nos dice que El capitalismo necesita un Estado de Bienestar para sobrevivir, y esto es correcto. El año 2020, para ralentizar la propagación del coronavirus, gobiernos como el de Reino Unido hicieron algo inédito: un “Furlough Scheme” con el fin de pagar a todos los afectados por el confinamiento un 80% de su sueldo, lo que constituye un histórico hito en la consolidación de una seguridad social universal.
Existen dos grandes escuelas de pensamiento para abordar esta cuestión. Tenemos primero el esquema “bismarckiano”, por así decirlo, concebido en Alemania bajo Otto von Bismarck, con el objetivo de fomentar un nation-building para consolidar el poderío del Reich y apaciguar a las clases medias ante el miedo al socialismo. Este modelo alemán consiste en que el Estado otorga subsidios proporcionales a los aportes de cada contribuyente. Es decir, los que más pagan, más beneficios reciben.
Por otro lado tenemos el esquema británico “beveregiano”, diseñado por Sir William Beveridge, un economista liberal, plasmado en su brillante e icónico Reporte Beveridge, publicado en 1942, durante lo más cruento de la 2a Guerra Mundial. Su objetivo —a diferencia del sistema alemán—, era la universalización de la seguridad social con un pago plano para todos por igual, no proporcional a los ingresos. Su objetivo último era curar las heridas del esfuerzo de guerra y evitar un estallido social una vez derrotados los nazis. Dicho en simple, su finalidad era entregar ayudas universales a todos los ciudadanos por igual.
En este post, Chile Liberal sostiene que la Nueva Seguridad Social chilena debe ser universal, rescatando la filosofía liberal beveredgiana, pero corregiendo sus defectos mediante la incorporación de elementos individuales según el aporte de cada cual, siguiendo los principios bismarckianos. Y tal como ocurre en Alemania, los ciudadanos deben ser libres de contrarar seguridad mediante prestaciones privadas.
Sí necesitamos seguridad social
Beveridge identificó en 1942 los “5 Gigantes” que debían combatirse: “necesidad, enfermedad, ignorancia, suciedad y ociosidad”. Su formula para luchar contra todo esto consistía en la universalidad de la asistencia social y ponerle fin al infame “Means Test”, en vigor hasta ese entonces, es decir, acabar con la verificación de la necesidad de los demandantes como condición para entregar beneficios.
Ya antes George Orwell, escritór británico (autor de “1984”, Granja Animal, etc.) dedicó largas páginas de su extraordinario ensayo “Road to Wigan Pier” a denunciar las nefastas consecuencias del Means Test, que en los agitados años 30 movilizó a las masas para exigir su abolición. Orwell viajó por las desoladas ciudades industriales y mineras del norte de Inglaterra y contó su experiencia de convivir con los mineros y los obreros (algo que desde la ficción novelística hicieron otros como Émile Zola con “Germinal” o el chileno Baldomero Lillo en “Sub Terra” — este último nos relata la miseria en Lota, un Wigan chileno). Ocurre que en Inglaterra para recibir asistencia social la gente debía atestiguar que es pobre, y los inspectores de la seguridad social llegaban incluso a entrar a las cocinas de la gente para comprobar que no hubiese un solo pedazo de carne en sus ollas, porque si encontraban, les quitaban las ayudas, lo que incentivaba a la gente a preferir la miseria.
Lejos de ser un socialista o un justiciero social, Beveridge velaba por un funcionamiento eficiente de la economía. En su reporte veía en la universalización de la asistencia social una manera de incentivar el empleo.
El problema fundamental que ocurrió luego en el Reino Unido es el estigma que acarrea el hecho de demandar el dole, como se llama al seguro de cesantía. Recordemos la inolvidable escena “Hot Stuff” de la película Full Monty.
Otro inconveniente es la burocracia estilo soviético, algo que vimos en I,Daniel Blake, del cineasta Ken Loach. Peor aún, la seguridad social británica se pensó y diseñó en un mundo que necesitaba mucha mano de obra poco calificada para la reconstrucción nacional y donde el desmpleo era una catástrofe pero algo raro.
En cuanto al
estigma, las clases medias británicas creen que son ellas las que pagan para
que los pobres
—unos flojos irredimibles— sigan regocijándose en la vagancia. El extraordinario documental Benefits Britain causó estupor nacional cuando llegó incluso a discutirse en el Parlamento. Para las estrujadas clases medias, la
seguridad social no les da nada. A los pobres, les da todo. Esto solo refuerza el estigma y crea un desdén
social insoportable.
Por otro lado, con el Furlogh Scheme aprendimos que es bastante complejo ir a buscar a la gente para devolverle su dinero porque el sistema está hecho para extraer recursos del ciudadano para alimentar la máquina burocrática, pero no funciona en sentido contrario. Ya para recibir el dole es necesario atravesar una serie kafkiana de verificaciones, y las ayudas no sobrepasan un 15% del ingreso límite de la pobreza.
En Alemania,
en cambio, la asistencia social recibida bordea el 60% de los ingresos del
demandante. Los sindicatos tienen como objetivo coordinarse con los patrones
para formar y reconvertir a los empleados despedidos, y aún más interesante, la gente puede
decidir si quiere cotizar fuera del sistema estatal y contratar a privados. En
medio del debate constitucional en Chile, cabe destacar que la Constitución
Alemana fue escrita bajo la ocupación Aliada y los norteamericanos le impidieron
al Estado acaparar todo el poder (el subtexto es que nunca más podrá haber un
Hitler) por lo que el Estado central alemán debe dar cabida a entes privados.
Lo anterior redunda en que en Alemania nadie se avergüenza de ir a reclamar un cheque, como le ocurría a los desempleados en Full Monty. Eso nos parece muy bien.
Para evitar la monstruosa burocracia que nos muestra Ken Loach en I, David Bake, lo lógico sería eliminar todo el aparataje inútil y hacer una transferencia directa a las cuentas individuales de los ciudadanos.
Urge además romper el lazo entre aporte individual como condición para el seguro de cesantía cuando hoy sabemos que el empleo de por vida fue un espejismo de la posguerra: hoy no existe el empleo vitalicio, ya no se ven los premios que le daban a nuestros padres y abuelos cuando cumplían 10, 20 o 30 años en la empresa.
Si somos inteligentes podemos hacer que el Estado pueda entregar una cantidad igual al límite de la pobreza, lo que responde al esquema beveredgiano, y según la contribución de cada cual se da más a quienes han pagado más al sistema, como lo vislumbrara Bismarck.
El covid obligó a hacer esto a la rápida pero abre ya un camino hacia una optimización y universalización de las ayudas sociales. Hoy es necesario porque a la gente se le obligó a confinarse pero acabada la pandemia seguiremos viendo que el desempleo es parte natural de la vida activa de todos. La gig economy es inherentemente inestable, y el Estado, con la participación de privados, puede ser vital para el correcto funcionamiento de la economía y asegurar prosperidad y estabilidad social.
En Chile tenemos un problema adicional y es que enormes sectores de la población viven en la informalidad. E incluso teniendo recursos es imposible llegar a ellos directamente sin pasar por los alcaldes, autproclamados adalides del pueblo en su lucha contra las élites. De paso se roban toda la ayuda y entregan apenas unos paquetes de fideos. Este desorden y despilfarro deben terminar.
La Nueva Constitución —quizás— deba mencionar la seguridad social. De todos modos, el mundo moderno la sigue necesitando hoy tanto como en la época del Londres dickensiano de la Revolución Industrial, o como en el Norte de la Francia de Zola, o en la Lota de los mineros de Baldomero Lillo que bajaban al Chiflón del Diablo—así como hoy en Puente Alto y sus hacinados pobladores en tiempos del covid. De paso, ahorraremos mucho en gasto público.