SO PLEASE
STAY OFF MY BACK
OR WIL WILL ATTACK
AND YOU DON’T WANT THAT.
I’VE GOT THE POWER.
“The Power” (Snap!, 1990)
Si Putin continúa agrediendo a Ucrania, como seguro seguirá haciéndolo, entonces la OTAN debe intervenir
El colapso de la Unión Soviética fue "la peor catástrofe geopolítica del siglo 20", declaró Vladimir Putin. Bajo los escombros del fracasado proyecto comunista quedaron dispersos distintos pueblos rusófonos a través de países que alguna vez formaron una misma nación. Pero ahora todas las ex repúblicas soviéticas son independientes. La reciente agresión de Vladimir Putin a Ucrania—con sus terribles consecuencias—no debe quedar impune.
Durante la Guerra Fría vivimos bajo el miedo constante a un desmadre nuclear, que llegó a su paroxismo con la crisis de los misiles cubanos en 1962 cuando los soviéticos usaron la isla para instalar bombas atómicas a pocas millas del territorio de EEUU. Luego de las humillaciones sufridas por las dos grandes potencias en Vietnam y Afganistán, respectivamente, y tras la caída del Muro de Berlín y el abrupto fin de la USSR, el “fin de la historia” pregonado por Francis Fukuyama en la década '90 nunca llegó.
El atentado contra las Torres Gemelas el 2001 fue la primera señal de que la historia continuaba. Desde entonces pareció que un ejército con hombres en uniforme enfrentándose a otro ejército con hombres en uniforme era una cuestión añeja, relegada al siglo 20, o a lo sumo, algo imposible en Europa. Por inverosímil que parezca, hoy una guerra en el continente europeo—aunque sea en uno de sus rincones remotos—se revela en directo en nuestros teléfonos y tablets. El mundo ha cambiado completamente, sí, pero la Historia inexorablemente se repite.
Reunir a pueblos diseminados bajo una sola patria fue el argumento esgrimido por Adolf Hitler para desatar la 2a Guerra Mundial. Ese mismo argumento arguye hoy Vladimir Putin, quien pasó de un autócrata frío y temible a un tirano psicopático.
Las guerras en Chechenia y Georgia, y la anexión de Crimea, ya presagiaban las dificultades de los rusos para concretizar su proyecto imperial, mientras las repúblicas post-USSR oyen los cantos de sirena de un posible ingreso a la Unión Europea (a la que los británicos dieron un portazo). A medida que más países eslavos abren sus puertas a la OTAN o envían sus candidaturas a la UE, paradojalmente se reafirma el vaticinio noventero de Fukuyama: la democracia liberal y el libre comercio son valores que todos los países adoptarían.
Lo
anterior aún es debatible en el siglo 21, desde luego. China, la futura
superpotencia, exhibe un modelo similar al aplicado en Chile bajo la dictadura
militar: una economía relativamente abierta, un capitalismo de amigotes, en un régimen político sin
libertades. Rusia aspira algo similar a lo de China aunque sin un Partido Comunista, sino
con una plutocracia en un capitalismo de amigotes, lo que es incluso más parecido al régimen de Pinochet, si añadimos las privatizaciones salvajes por parte del hombre fuerte en beneficio de sus cercanos, para así afianzar el sistema político autocrático. Este equilibrio es frágil y sólo puede imponerse por un mandatario que gobierne con mano de hierro. Gente como Donald Trump y Jair Bolsonaro elogian esta estulticia.
El día que los rusos exijan elegir sus autoridades en un sistema multipartidista y demanden vivir en una sociedad que respete las libertades individuales, ese día se acaba el sistema de Putin.
Si pueblos eslavos con quienes los rusos guardan lazos de hermandad empiezan europeizarse, el efecto dominó será incontrarrestable. Rusia aceptó de mala manera la incorporación de las repúblicas bálticas a la esfera UE-OTAN, violando el acuerdo tácito con Gorbachov que acababa con la URSS pero dejando esa parte del mundo libre de la influencia occidental.
Sin la amenaza soviética la OTAN fue perdiendo su raison d'être, tanto así que Emmanuel Macron la declaró “en muerte cerebral”. La OTAN podía seguir expandiéndose porque daba lo mismo.
Pero para la casta gobernante en Rusia no da lo mismo porque estos zarpazos occidentales ponen en peligro la estabilidad que logró Putin después del caos que dejó su antecesor, Boris Yeltsin. Après moi, le deluge, dice Putin a su pueblo. Si Ucrania se “occidentaliza”, es cuestión de tiempo para que otros la emulen, y ahí Rusia acaba asediada por países democráticos. Incluso si Rusia también cede, podría empezar a construirse la zona más poderosa de la historia, Eurasia, desde Vancouver a Vladivostok. Por supuesto que Rusia sería marginal en este espacio común.
No
obstante, no es el orgullo nacionalista lo que hace palpitar a Putin. Es
simplemente la pulsión por acumular más poder, y luego, de no perderlo, y cuando
ya no pueda ejercerlo, heredarlo a uno de los suyos. El poder es un narcótico. Con este propósito, para conservar su poder, si
es necesario pulverizar Ucrania, lo hará, porque una grieta, por poco agua que
filtre pronto derrumbará toda la compuerta. Delirante, Putin llegó a amenazar con un ataque nuclear.
¿Qué
hacer?
Occidente le ha declarado la guerra, no con armas convencionales, biológicas ni nucleares, sino con sanciones financieras que son equivalentes a detonar un arma nuclear en la Plaza Roja. Esto está bien.
Golpear sin piedad a los oligarcas en Londongrad y la Riviera francesa es el siguiente golpe letal. Luego condenar a los rusos más prominentes al ostracismo. Dejar espacio para ir escalando, hasta castigar a toda la población si es necesario aunque ofreciéndoles recompensas si ejercen su derecho de rebelión contra el tirano Putin. ¿Que no funcionó con Cuba? Pues claro, porque las sanciones fueron tímidas. Esta vez el poder destructor debe ser total.
Provocar un autogolpe por parte del alto mando ruso—que de seguro no ve el sentido en invadir Ucrania—sería lo ideal. In fine, estamos hablando de un regime change.
Si algo aprendimos del fracaso en Iraq y Afganistán es que los valores occidentales necesitan de tiempo para fraguar en los corazones y las mentes. No es cosa de bombardear a los malos para que así espontáneamente puedan gobernar los buenos.
Rusia, no olvidemos, jamás ha tenido una democracia. Los
bolcheviques triunfaron ahí en el siglo 20 porque aún persistía el orden feudal
propio de la Edad Media. El comunismo fue permutar un modelo feudal por otro. Putin impuso otro feudalismo. Sería iluso creer que Rusia adoptará una democracia en nuestro tiempo de vida sólo porque sacamos a Putin, tal como fue iluso creer que la democracia florecería porque botamos el Muro de Berlín o porque tumbamos a la URSS.
Pero al menos se puede dar el primer paso, y ese primer paso va servir, además, para poner a raya a China.
Si Putin insiste en bombardear civiles, hay un conspicuo casus belli. Defender a Ucrania vale la pena. Ahora que en Occidente ya no hacemos el servicio militar y no sabemos cómo carajo empuñar un arma de guerra, debemos entender que no hay forma pacífica de detener la carnicería—de hecho ya ha comenzado. Si Putin no quiere sentarse a conversar y si sigue crímenes de guerra, no hay alternativa a una liberación de Ucrania por parte de la OTAN.