Soldado israelí con el Monte del Templo a sus espaldas
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Israel tiene la superioridad moral y debe continuar bombardeando Gaza
Cuando Jesús —o quienes inventaron su historia— profetizó el fin del mundo, por supuesto que no se refería a ninguna payasada hollywoodesca donde un meteorito impacta al planeta o una bomba nuclear nos destruye. El Nuevo Testamento fue escrito a posteriori, esto lo sabemos. Los autores quisieron mostrar a Jesús como un genuino profeta y con este objetivo la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén (Mateo 24:3), hecho histórico perfectamente documentado, se le atribuyó años después al carpintero judío. En la caldera sociopolítica de la provincia romana de Judea era cuestión de tiempo antes que la cosa estallara, y así fue. En el año 70 de la Era Común una revuelta judía sería reprimida ferozmente por el Imperio Romano. Los judíos fueron expulsados, y la profecía a posteriori de Jesús se hizo realidad: el Templo de Jerusalén efectivamente fue destruido.
Comenzaría en ese momento, hace ya dos milenios, un largo y horrendo exilio cuyos efectos perduran hasta hoy. Los judíos partieron al destierro y comienza a gestarse la llamada diáspora. Pero la historia ya antes de la persecución romana fue bastante dura para el "pueblo elegido". La esclavitud en Babilonia (actual Irak) y su posterior regreso, al igual que la huida de la esclavitud en Egipto relatada en el Éxodo constituyen parte del imaginario universal, pero tienen fuentes históricas que las avalan. Luego de estos dos destierros, la expulsión por los romanos terminaría con los judíos errantes en Europa viviendo entre el acoso y el desprecio instigado por el cristianismo, que los culpaba de haber asesinado a Jesús.
Durante las Cruzadas los cristianos empezaban sus misiones primero masacrando judíos en Europa antes de ir a hacer lo mismo en Tierra Santa (añadiendo allá a musulmanes). En España los judíos fueron masacrados en la Edad Media, y ejecutados por la Inquisición. Condenados nuevamente al exilio masivo, debieron soportar ser culpados por la epidemia de peste negra, la más devastadora de Europa y que desestabilizaría a Occidente al ver morir a tres cuartas partes de los europeos. A fines del siglo 19, el Affaire Dreyfus expone en todo su esplendor el extraordinario sentimiento anti-semita en Francia, nación que se jacta de civilizada. Todos conocemos los pogromos, las matanzas de judíos que inspiraron a Adolf Hitler. Ni hablar del Holocausto, lo que simplemente sobrepasó todo límite de lo aceptable y constituye la bajeza más avergonzante de la especie humana. Antes de lanzar la primera piedra, recordemos cuando nosotros mismos en el patio de la escuela cantábamos "el perro judío".
A comienzos del siglo 20, durante los tumultuosos años en que el nazismo se abría camino en la culta Europa, apareció una corriente política judía, el sionismo, que planteaba seriamente la necesidad de fundar un Estado en sus tierras ancestrales para escapar de la matanza que se ya se veía venir. El fin de la II Guerra Mundial y el descubrimiento de los campos de exterminio nazi marcaron el punto de no retorno: Naciones Unidas decide un Plan de partición en Palestina, en ese entonces provincia británica, en que se avizoraba una misma tierra dividida en dos Estados, uno judío y uno palestino, con ambos pueblos coexistiendo pacíficamente bajo tutela internacional. Esto, como sabemos es la esencia de la Resolución 181 de la ONU.
Los británicos, exangües luego de la conflagración mundial, decidieron abandonar la experiencia imperialista y en este contexto abandonarían Palestina (lo mismo haría Francia con Líbano y Siria). El gran día era el 14 de mayo. Los británicos partieron del territorio con una breve ceremonia militar, y ese mismo día los israelíes, liderados por David Ben-Gurion, proclamarían su flamante Estado. La medianoche de ese mismo día las tropas de Egipto, Jordania, Líbano, Sira, Irak, y en definitiva, todo el mundo árabe, le declara de inmediato la guerra a Israel. Después de milenios añorando volver a sus tierras para vivir en paz, el mismo día en que inauguran su Estado los israelíes, apenas 4 millones (entre ellos muchos sobrevivientes de Auschwitz), debieron enfrentar a los 200 millones de árabes que juraron entonces expulsarlos y "arrojarlos al mar", como luego prometería Gamal Abdel Nasser. Comenzaba la primera guerra árabe-israelí. Hoy, Hamás y Hezbolá continúan su labor de lograr la aniquilación de Israel.
Contra todo pronóstico, la guerra de 1948 la ganaron los israelíes. Vuelven a declararle la guerra en 1967, la cual Israel vuelve a ganar — esta vez de forma espectacular. En apenas 6 días, Israel le voló la raja a todos sus vecinos, y particular mención merece la destrucción completa de la enorme fuerza aérea egipcia por parte de Tsahal, las ultra-disciplinadas FFAA israelíes. Esta vez Israel ocupa territorios más allá de los acordados en el armisticio de la guerra de 1948. Luego, en 1973, Egipto aún con ánimos de venganza, le declara la guerra a Israel (Guerra de Yom Kippur), e Israel vuelve a ganar, y se yergue como la más extraordinaria potencia militar del mundo a pesar de ser un país muy pequeño (20 km2, menos que Antofagasta).
La propuesta de Israel es simple: si los árabes le reconocen su derecho a existir —negado desde 1948—, Israel les devuelve las tierras ocupadas. Los territorios ocupados son su único As para negociar la aceptación de sus vecinos — cosa que hasta ahora no ocurre.
Por su parte, los palestinos fundan la Organización para la Liberación Palestina, que desde 1964 buscó destruir a Israel. En 1987 estalla la Primera Intifada, y ya la opinión pública mundial se ha olvidado por completo de varias cosas: primero, que árabes y musulmanes en general vivieron en calma durante mucho tiempo; segundo, los judíos eran bien recibidos en Palestina porque los árabes sabían que traían consigo tecnología y conocimiento de Europa; tercero, Israel es una nación pequeña, pero armada hasta los dientes, cuyos frágiles y poco auspiciosos primeros pasos como Estado se convirtieron en pasos gigantes hasta convertirse en una potencia tecnológica y científica, tanto así que la opinión pública percibe a Israel como una nación enorme y arrogante, cuando en realidad es una nación pequeña (y rodeada de enemigos que han jurado su aniquilación).
La Primera Intifada culminó con los Acuerdos de Oslo, en 1993, que le valieron a Arafat y Yizaak Rabin el nóbel de la paz. Bill Clinton fue el gestor. El líder palestino reconocía que Israel puede convivir con Palestina y que ambos podían llegar a algún arreglo. La OLP renunciaba al terrorismo, lo que tendría un enorme costo político para Arafat. A Yizaak Rabin lo asesinaría un fanático y el acuerdo tambaleó.
No obstante, Bill Clinton logró lo imposible: reanudar las conversaciones. Esta vez serían en Camp David, el año 2000. Acá comienza la más extraordinaria saga de lo que sólo puede calificarse como estupidez Palestina.
Ehud Barak, primer ministro israelí, hace la mayor concesión imaginable. De los territoros en disputa, Israel ofrece devolver más o menos las tres cuartas partes. La ciudad de Jerusalén, centro neurálgico de todas las disputas (reclamada por ambos como su capital), quedaría bajo jurisdicción y administración palestina pero bajo soberanía de Israel. De la zona histórica más explosiva, el famoso Monte del Templo, lugar sagrado en el judaísmo y el islam, quedarían bajo "custodia" palestina.
Bill Clinton quedó estupefacto. Le suplicó a Arafat que por favor aceptase. Una oferta así de Israel era única e irrepetible, de hecho, era la oportunidad de zanjar el conflicto para siempre. Lamentablemente, Arafat demostró ser un imbécil y lo rechazó. Al final, la actitud palestina es la intransigencia.
El rechazo palestino al final del conflicto sería el final político de Ehud Barak, y daría paso a un "ultra", Ariel Sharon, antiguo héroe de guerra de 1967. Su famosa visita al Monte del Templo, que increíblemente iba a ser ofrecido bajo "custodia" a los palestinos, provocaría la Segunda Intifada. La violencia perdura hasta hoy. Empezamos este post refiriéndonos a la Destrucción del Templo, pues bien, en uno de los costados de este Monte aún yace uno de sus muros, que es conocido como el "Muro de los lamentos", que constituye el lugar más sagrado de la fe judía y único vestigio del Templo original (construido unos dos mil años antes de Jesús). Israel jamás va a aceptar ceder este lugar simbólico.
Este confllicto puede parecer incomprensible y con raíces que se extienden hasta el comienzo mismo de la Historia. No obstante, se ha impuesto una actitud maníquea y ramplona en que los palestinos son los buenos y los israelíes los malos. El colapso de la Unión Soviética dejó a la izquierda internacional huérfana y en la "causa Palestina" encontró un orfanato. Esto en nada ayuda a comprender una situación que en realidad es relativamente simple: Israel es una nación moderna hastiada de conflictos, que sólo busca ser reconocida.
Estamos 100% con Israel
Por ahora en Chile Liberal somos claros. Mientras los terroristas descolgados de la OLP y agrupados en Hamás (o Hezbolá en Líbano) insistan en destruir Israel y le lancen bombas a sus ciudadanos, Israel debe tomar las medidas necesarias para proteger a su población. Los palestinos y los necios que creen apoyarlos deben mejor incitar a una revuelta popular en Gaza para derrocar a Hamás. Mientras no lo hagan, Israel no tiene opción sino contestar el fuego. No se conoce un país que estoicamente pueda soportar un bombardeo a sus civiles. Israel ya ha ofrecido cuatro treguas, todas rotas por Hamás. No le pidan más a Israel. Es hora de pedir a los criminales islamistas que sean ellos quienes depongan las armas, no Israel, que es una democracia parlamentaria con separación de poderes y que cuenta con una población educada. Las armas Israel las necesita pare defenderse de quienes sólo añoran su exterminio. Ni egipcios, ni babilonios, ni romanos, ni las Cruzadas, ni la Inquisición, ni los pogromos, ni los nazis pudieron contra los judíos, no veo como un grupo de islamistas enloquecidos podrá algo contra Tsahal. O se sientan a negociar, o que Israel los haga añicos.
Cuando sus vecinos acepten el derecho de Israel a vivir en paz, serán devueltas las tierras ocupadas y quizás vea la luz la propuesta de Chile Liberal: Dos Estados laicos coexistiendo pacíficamente, separados por la Línea verde, con Jerusalén declarada patrimonio de la humanidad, ajena a soberanía de unos u otros (sean musulmanes, cristianos o judíos). Después de todo, Jerusalén significa, en hebreo, ciudad de la paz. Ya con más de tres mil años en guerra, la ironía del destino es desgraciadamente muy triste.