domingo, 12 de julio de 2015

Copa América: Post mortem

Campeones al fin, pero la continuidad de la década pasada está en peligro



Para el último fin de semana de junio del 2014 Chanchi había planificado una salida a la exquisita Aix-en-Provence, uno de los pueblos más pintorescos de Francia, conocida como la Rive Gauche de Paris transplantada a Provence. Debí explicarle que en ese entonces Chile jugaba contra Brasil y que me excusaría un par de horas. "Yo veo el partido y aprovechas para ir de compras", fue el acuerdo. Ella llegó al bar en que seguía el partido y para su sorpresa, aunque le expliqué que normalmente un partido tarda 90 minutos, quizás una media hora de alargue, la justa deportiva aún estaba al rojo. El bar entero miraba con expectación. Chanchi no sabe absolutamente nada de fúbtol, como el 99% de las francesas, ni le interesa en lo más mínimo (según ella, a las chilenas les justa el fútbol sólo porque viven sometidas a sus maridos, en fin). "Terminó, por fin, on y va", me dice, al ver el gesto arbitral que marcaba la culminación. "Espérate que ahora viene la definición a penales". "¡Quoi! Pido otro Diabolo rouge entonces", "No, que esto va a durar poco". Jarita falló el penal. Se acababa el sueño. Varios vinieron a saludarme, me decían "excelente partido, no se pudo nomás". Pensé: hasta cuando los triunfos morales.

Los triunfos morales se acabaron la semana pasada. La misma situación: partido apretado y extenuante, llega la definición a penales. Pero esta vez todo fue distinto. Así como los alemanes son los amos y maestros de los penales ⎯jamás han perdido una definición desde los doce pasos⎯  un poco de espíritu teutón adoptaron los jugadores y por cuenta propia se quedaron, tal como los germanos, largas horas en el campo de entrenamiento sirviendo los tiros, uno tras otro, hasta la perfección. La lección del Mundial fue aprendida. Los argentinos, fanfarrones, pensaron que ganarían en el tiempo reglamentario. ¿Adivinen quiénes levantaron la Copa América? 

La senda de penales servida por Chile fue de una precisión quirúrgica. Los penales no son una ruleta, como aducen los necios. Son producto del trabajo arduo, nada de glamoroso. El balón entró con algo de titubeo después del lanzamiento de Vidal, pero eso fue porque Romero, el portero argentino, fiel a su tradición, se adelantó. El resto de los tiros fueron imparables. Higuaín la envió a la estratósfera, Bravo se lució atajando uno. El portero chileno no pudo contra Messi, a pesar de saber exactamente como dispara su colega argentino: hasta en eso se notó la preparación chilena. 

Esta vez estaba también estaba un bar, con mucha menos expectación ya que la Copa América es considerada en Europa un torneo menor, de talante amateur. Un francés le explicaba a otro el incidente de Jara con Cavani, "y mira ahora donde están, jugando la final, así son los sudamericanos". Hice oídos sordos porque desgraciadamente, tiene razón. Somos sucios e incapaces de brindar un espectáculo a la audiencia deportiva del Viejo Continente. En la indiferencia de los parroquianos, por coincidencia me encontré con un chileno y su novia francesa. Ambos maravillosos y sospecho que seremos grandes amigos. El fútbol al final une. Chanchi fue a comer con sus amigas y me manda un mensaje con el froideur galo característico: ¿terminará ese partido antes de las 5 de la mañana?

En ese bar por fin vi la revancha de aquella triste tarde en Aix-en-Provence. Como decía Oscar Wilde, la venganza es un plato que se sirve frío. Con la frialdad que los chilenos ejecutaron los penales, la venganza fue total. 

Los malos perdedores
Un punto a destacar es la ausencia de espíritu deportivo de los jugadores argentinos. El deporte reglamentado existe ⎯lo hemos dicho infinitas veces en este sitio⎯ para formar el carácter y moldear el espíritu. "Humble in victory, gracious in defeat" ("Humildad en la victoria, entereza en la derrota"), es la máxima. Los argentinos, salvo la honrosa excepción del capitán, Mascherano, se quitaron las medallas y partieron antes de que Chile levantara la Copa. Ahí correspondía que el perdedor, aunque se deshidrate llorando, aplauda como gentilhombre al ganador, y el ganador agradezca el gesto al perdedor. Entre todos debieron sellar el encuentro con un apretón de manos y un abrazo. Pero esto sería demasiado estético, demasiado elevado. Lo nuestro son las patadas, los proctólogos, las expulsiones ridículas, las agresiones a guardalíneas, las simulaciones, los insultos al árbitro en el túnel.

Así como la estrella del equipo chileno choca su Ferrari después de una noche de juerga, poniendo en riesgo la vida de terceros y la integridad del plantel, todo indica que debemos continuar nuestra labor de rescatar al fútbol de las hordas de salvajes. Esta no es la actitud deportiva que queremos. 

Probablemente todo cambie cuando logremos educar al país. Cuando los futbolistas hayan aprendido en la escuela lo que es ser profesional, ya que seguramente no lo aprenderán en casa porque sólo unos poquitos vienen de hogares donde hay un profesional. Cuando aprendan la dedicación al trabajo (ver el partido contra Uruguay y no ir a apostar a un casino) desde sus primeros pasos, y no como necesidad para integrarse a los grandes clubes europeos luego de los regaños de los dirigentes. Cuando aprendan a amar su profesión, a disfrutar la postergación de la gratificación inmediata, y todas estas cosas, que están aún pendientes en la Selección chilena. Lo que es paradójico porque en general los chilenos somos gente de aplomo, curtidos por la adversidad. La juerga y la negligencia han sido por años el lastre de los equipos nacionales chilenos. No es posible que la Selección de fútbol no represente al país. Yo, por ejemplo, me dedico 100% a mi trabajo. Recién ahora me siento representado por los futbolistas chilenos, ya que veo en ellos la misma dedicación mía.

Estos últimos diez años, no obstante, a nivel de selecciones Chile ha avanzado a pasos gigantes. No sé si sea gracias a Bielsa, o si es el reflejo de que Chile ha, en todo aspecto (material, educacional, ético) mejorado. La cuestión esencial ahora es como asegurar que este esfuerzo no sea un espejismo, sino sea roca sobre la cual construir. 

Lo mismo que a nivel país. Desde marzo de 1990, Chile ha asombrado por su capacidad para ir lentamente emergiendo el pantano en que caímos por culpa de nuestra propia inepcia. Hoy nadie huye de Chile, hoy las masas emigran a Chile: no hay mayor signo de éxito de un país que el convertirse en destino de inmigración. Es nuestro deber recibirlos con los brazos abiertos. Estamos hoy en la encrucijada de si seremos capaces o no de continuar avanzando.

A nivel de selección, jamás llegaremos a una final de la Copa del mundo con un equipo liliputiense. Hasta hace poco teníamos un Pablo Contreras, un Margas, hoy nadie supera el metro cuarenta. El objetivo es derrotar a las selecciones europeas, y sabemos que fútbol europeo está décadas adelantado al sudamericano, el triunfo de Alemania en Brasil es la ratificación de aquello, y los europeos plantean el partido con físico. Ya sabemos que Chile puede ganarle a los sudamericanos. No es posible ganarle a los europeos con jugadores de insuficiente estatura.

Así como a nivel país, no podemos ser un país desarrollado mientras no seamos capaces de asegurar una cobertura sanitaria y educacional a cada ciudadano. Un primer paso hacia el futuro será que seamos gente más decente. Empecemos por dejar de abuchear los himnos de nuestros rivales, y aprendamos a debatir y llegar a acuerdos. Un segundo paso es cambiar de liderazgos. Michelle Bachelet 2.0 ha sido una decepción y vemos que traerla de regreso fue un error, un error no forzado, porque no hubo renovación. En el fútbol el anquilosamiento lo podemos evitar: saquen a Sampaoli hoy por la puerta ancha, y busquen un remplazante para la nueva etapa.

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