En su libro biográfico "La era de la turbulencia", Alan Greenspan relata un viaje a Venecia con su mujer, la periodista Andrea Mitchell, en que al pasar por la Piazza San Marco él se plantea una pregunta insólita: "¿Qué valor añadido tienen estos viejísimos edificios?". Él mismo reconoce que el asunto no es muy romántico, y que lo mejor era disfrutar de la ciudad, del viaje con su mujer, y escuchar la música de fondo que, sin ser ejecutada por músicos excelsos, le dan al corazón de la ciudad un encanto único que atrae a millones de visitantes cada año.
Por su parte, la semana pasada Vuestro Humilde Servidor también estuvo en la Serenissima, salvo que no me hice la pregunta de Greenspan, sino que admiré cómo un pueblo inmemorial logró construir una ciudad tan bella que llega a estremecer. La razón de esta maravilla es muy simple: los venecianos, durante lo más tenebroso de la Edad Media, se alejaron de la ignorancia del vasallaje despótico de las monárquías teocráticas que asolaban Europa, y constituyeron una pequeña pero poderosa república, donde --increíblemente-- se elegía democráticamente a su Doge, el Duque, caso único en la Europa de las Tinieblas.
Este archipiélago republicano también fue conocido como la Serenísima República de Venecia, por privilegiar su poder económico y sus habilidades comerciales para imponer su hegemonía, y no mediante la fuerza militar.
Los venecianos se enseñorearon de las rutas comerciales a Oriente, en especial hacia y desde el Imperio Bizantino, desde donde traían especias y las vendían a los atrasados europeos, quienes se revolcaban como puercos en el barro del catolicismo más obsceno, para luego deslumbrarse con las especias de Oriente, atropellándose para comprarlas.
Los venecianos se enseñorearon de las rutas comerciales a Oriente, en especial hacia y desde el Imperio Bizantino, desde donde traían especias y las vendían a los atrasados europeos, quienes se revolcaban como puercos en el barro del catolicismo más obsceno, para luego deslumbrarse con las especias de Oriente, atropellándose para comprarlas.
Los venecianos florecieron como pueblo y no dejaban de prosperar mediante el comercio, despertando la envidia de genoveses, lombardos y de todos. Ni siquiera el pornócrata Papa Juan VI, acusado de violar a sus propias hijas, fue capaz de someter a la prestigiosa Venecia, que con su poderío comercial con Oriente le abría una ventanita de luz a la Europa de la oscuridad medieval. "Primero venecianos, después cristianos", era la consigna de los duques y del pueblo veneciano, quienes rechazaron varias bulas papales que prohibían el comercio con moros o que impedían el ingreso de judíos. Venecia fue un oasis de tolerancia y republicanismo.
Algunas curiosidades sorprendentes de este pueblo fueron, por ejemplo, conformar una Asamblea que compartiría el poder con el Duque, con el detalle no menor que apartaron de ella a los jerarcas eclesiásticos, constituyéndose en una república laica, algo impensable en la Alta Edad Media. En el Arsenal, astillero donde construían los más avanzados barcos de la época, organizaron las labores según especialidad, adelantándose no sólo cinco siglos al concepto de división del trabajo, de Adam Smith, sino que su modelo productivo presagió con siete siglos de anticipación la línea de montaje de Henry Ford.
Algunas curiosidades sorprendentes de este pueblo fueron, por ejemplo, conformar una Asamblea que compartiría el poder con el Duque, con el detalle no menor que apartaron de ella a los jerarcas eclesiásticos, constituyéndose en una república laica, algo impensable en la Alta Edad Media. En el Arsenal, astillero donde construían los más avanzados barcos de la época, organizaron las labores según especialidad, adelantándose no sólo cinco siglos al concepto de división del trabajo, de Adam Smith, sino que su modelo productivo presagió con siete siglos de anticipación la línea de montaje de Henry Ford.
Si no hubiese sido por los valores republicanos de Venecia, con su espíritu emprendedor y su irrefrenable curiosidad por llegar a los confines del mundo conocido, sus habilidad para exportar madera, importar pimienta, producir vidrio, entre muchas otras cosas, jamás habrían gozado de la estabilidad política que conduce a la prosperidad, que les permitió dejarnos como legado perenne a la humanidad la Plaza San Marco, el puente Rialto, el Palacio Ducal, y sus hileras de palazzos que embellecen sus canales y dan realce a la Serenissima.
Bueno, lo anterior fue mi reflexión personal en Venecia, mientras también me hinché de degustar pastas al dente con mariscos, pescados, buenos vinos y todas las delicias que tanto enorgullecen a los italianos hasta el día de hoy.
Y no menos importante fue en un paseo en góndola por canales aledaños al mítico Puente Rialto, en que después de un año de pacto de unión civil decidí que en es mejor contraer matrimonio, y le propuse a Chanchi ¡casarnos!. Afortunadamente la respuesta fue: OUI. Así que bueno, ya se imaginarán que me ha tenido ocupado estas últimas semanas. Los dejo con algunas imágenes de este viaje que marca un antes y un después para Vuestro Humilde Servidor.
Plaza San Marco, Basílica de San Marco, Campanile |
Plaza San Marco desde la Basílica |
Huesos del santo, conservados dentro de la Basílica |
Gran Canal |
Spaghetti alla scogliera |
Puente Rialto |
Palacio Ducal |
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