Una sociedad abierta y tolerante siempre acaba por imponerse
En el post anterior hemos rememorado la epopeya del Día D, el desembarco aliado en Normandía, que comenzó a inclinar la balanza a favor de las naciones democráticas en la conflagración mundial. Para que la hazaña militar haya sido exitosa se necesitó —como dijimos— largos y complejísimos preparativos. El desembarco en Normandía merece no sólo saludar la memoria de los soldados sino también de quienes prestaron sus servicios lejos del campo de batalla, como por ejemplo, el extraordinario científico inglés Alan Turing. Como veremos en este post, la historia desgraciadamente tuvo un humillante e injusto vuelco en su contra el cual de algún modo fue mitigado hace unos meses.
Hitler pudo bombardear París pero no se atrevió a destruir a su antiguo enemigo. El demente, gran apasionado del arte, prefirió preservar la Ville Lumière, símbolo de la gloriosa sofisticación que él añoraba para su país. No obstante, el Fuhrer no tuvo empacho en bombardear Londres, ciudad gris y, digámoslo, bastante fea. El episodio como sabemos se le llama el Blitz. Más aún, optó por una guerra de atrición con Gran Bretaña, primero bombardeando lugares claves, luego cortándo los suministros marinos a la isla, para debilitarla hasta que finalmente capitulara. Los temibles, indetectables submarinos U-boat, orgullo tecnológico del nazismo, romperían las conexiones marítimas británicas hasta dejar a los británicos bloqueados y sin provisiones.
Para coordinar los movimientos submarinos se recurrió al uso intensivo de las ondas de radio, codificadas por los alemanes con las máquinas Enigma. Innumerables películas, como Enigma (2001), protagonizada por Kate Winslet, nos han mostrado lo que ocurría lejos de las trincheras y de los mares. En Bletchely Park, en los alrededores de Londres, bajo el más estricto secreto, se daba una batalla sin balas ni hombres en uniforme: civiles intentaban descifrar las transmisiones de radio alemanas. Era necesario romper la encriptación que producían los nazis con las máquinas Enigma. Finalmente los británicos lograron la hazaña e interceptaron los mensajes de los submarinos, los decodificaron, los tradujeron, y más aún pudieron confundir las comunicaciones internas del enemigo para distraerlos, permitiendo que las tropas pudieran desembcarcar en el Continente el Día D.
La historia de cómo se conformó y trabajó el equipo de Bletchely Park ejemplifica los beneficios de vivir en una sociedad libre. Y de cómo, esta supuesta libertad, muchas veces se olvida y da paso a atrocidades. El hombre que venció a los nazis fue el pionero de la computación y la inteligencia artificial, Alan Turing. Él era homosexual, o sea, en Alemania habría acabado en la cámara de gases. La plana mayor británica lo consideraba un estúpido, pero él y otros en Bletchley Park escribieron una dramática carta a Winston Churchill explicando la urgente necesidad de más financiamiento para su proyecto ya que la guerra también se libraba lejos del campo de batalla. Churchill lo aceptó. Hitler, en cambio, jamás habría permitido que un grupúsculo de chiflados le dirigiera la palabra (si bien los chiflados eran él y sus seguidores). El equipo de Turing era variopinto, había un jugador de ajedrez, anarquistas de todos los pelajes, judíos, o gente estrafalaria que también habría acabado gaseada. Una sociedad abierta no es top-down, sino bottom-up. El talento fluye de abajo a arriba. Einstein, judío, como muchos otros científicos, huyeron de la muerte en Alemania y prestaron sus servicios a los aliados: el totalitarismo promueve la fuga de cerebros.
Como sabemos, los soldados desembarcaron, muchísimos fueron abatidos, pero la operación fue un éxito. Los Aliados, con la ayuda Soviética, vencieron al Fuhrher en 1945. Winston Churchill perdió la reelección. Comenzó de inmediato la Guerra Fría. Fue imposible no acoger a los veteranos con un sistema universal de salud y otras prestaciones estatales para evitar que estallase otra guerra — esta vez, una guerra civil. El equipo de Betchley Park comenzó a disolverse pero se habían sembrado las semillas de una nueva ciencia, la informática, y Alan Turing fue el cerebro detrás de la teoría de los primeros computadores.
Comenzó a gestarse una de las injusticias más grandes del siglo 20. Alan Turing en 1952 fue condenado por homosexualidad, criminalizada en aquella época. A uno de los genios más grandes de la humanidad finalmente le fue permutada su condena a prisión por una horrible "castración química", es decir, una sobredosis de hormonas que lo dejaría inhabilitado para mantener relaciones sexuales. Este tratamiento a tal nivel perturbó su salud que no pudo continuar su trabajo ni su vida personal.
El 8 de junio de 1954, dos días después del aniversario del Día D, Turing fue encontrado muerto en su habitación. Acá comienza la ficción a combinarse con la realidad. La causa de su muerte, se dice, fue una sobredosis de cianuro, veneno que el propio Turing habría puesto en una manzana. A su costado se encontró una manzana mascada. Dos décadas más tarde, otro genio de la computación, uno de origen californiano, se inspiraría en las investigaciones de Turing para crear el computador personal y masificarlo. Su logo: una manzana mascada.
Transcuridos 60 años desde que fue arrojado a la muerte, el matemático que venció a los nazis recibió un perdón póstumo solicitado por miles de británicos. El 24 de diciembre del año 2013 la Reina Isabel II decretó el perdón real de Turing por el crimen de "indecencia". Entre quienes figuraban en el petitorio a Su Majestad figuraban nombres como el de Stephen Hawking, otro a quien Hitler habría gaseado, por ser débil.
Una increíble injusticia histórica de algún modo ha sido reparada. El mejor homenaje a todos los que cayeron por defender la libertad es seguir luchando hoy contra el fascismo, incluso ahí donde creemos que la libertad ya es cosa ganada e imposible de perder. La homosexualidad ya no es un crimen en los países esclarecidos pero continúan los más horrendas discriminaciones.
Los homosexuales, los alternativos, los liberales, los judíos, los extranjeros, los disidentes, los inválidos, ninguno de ellos tenían cabida en la Alemania Nazi, pero sí tuvieron cabida en las naciones aliadas. Hitler desperdició el talento que necesitaba porque su asquerosa ideología es enemiga del progreso y la dignidad del ser humano. Comenzamos este post plantéandonos una pregunta: ¿por qué Hitler perdió la guerra? La respuesta es relativamente sencilla: Hitler perdió por nazi.