La brega entre monarquistas y republicanos quedó en el baúl de los recuerdos como una anacronía curiosa. En la actualidad varios de los países más modernos, progresistas y con mayor protección de las libertades individuales son monarquías: Suecia, Dinamarca, Reino Unido, por dar sólo unos ejemplos. En Chile Liberal somos republicanos acérrimos pero ayer, la verdad sea dicha, fuimos monarquistas totales.
Alguna vez fue imposible contraer nupcias para un miembro de la familia real con una plebeya, peor si provenía de las incivilizadas Plantaciones de Norteamérica. ¿Más aún, hija de esclavos? La monarquía británica, con un milenio de historia a sus espaldas, demuestra hoy estar más conectada con sus súbditos que nunca antes. La boda real entre Enrique y Meghan captura el espíritu del Reino Unido contemporáneo: global, abierto, pluralista, multicultural y multiétnico.
Isabel II no gobierna, reina. Concepto sencillo pero potente. En el caso británico la monarquía no es absolutista. Sus poderes están circunscritos y limitados por una Constitución no escrita (excentricidad británica por excelencia: esa gente no pierde tiempo en redactar constituciones). Si indagamos en ella, de hecho, observamos que la soberanía reside en el Parlamento, no en el monarca, ni tampoco en "el pueblo", como ocurre en otras latitudes. Lo corroboramos en el caso del Brexit.
Todos recordamos exactamente qué hacíamos el 31 de agosto de 1997 cuando escuchamos: "muere Lady Di". Se le llamó la "Reina de los corazones" en alusión a Alicia en el País de las Maravillas. Tony Blair ⎯un orador brillante⎯, en su discurso fúnebre la inmortalizó como la Princesa del Pueblo. Su trágico y repentino deceso, del cual con nuestro morbo y avidez por la cultura de la celebridad todos fuimos responsables, nos dejó turbados. El sentimiento de culpa fue casi intolerable cuando vimos a los pequeños Enrique y Guillermo sepultar a su mamá y nos preguntamos entre sollozos si alguna vez esos muchachos criados en una burbuja palaciega podrían ser gente normal como tú o yo.
Guillermo resultó ser un tipo afable y muy aterrizado, con más sentido de la humildad que muchos piojos resucitados que alguna vez hemos conocido. Basta ver las imágenes de su matrimonio el 2011 para constatar que se casó tan enamorado de la mujer de su vida como cualquiera de nosotros, plebeyos que nunca heredaremos fastuosos castillos ni títulos nobiliarios. Al final ¿qué importa todo eso? Sólo el marxista más recalcitrantemente fanático de la lucha de clases podría no vitorear estas bodas reales.
Enrique ayer se mostró tan emocionado como yo cuando vi a Chanchi vestida de blanco el día que nos casamos. Y lo mismo corre para cualquiera. Todos fuimos parte de la gran ceremonia en Windsor, presenciada por televisión en directo por un quinto de la población mundial y cubierta sin excepción por todos los medios de prensa, y festejada por muchos británicos y amigos de otros países que se apostaron en los alrededores con sus sándwiches y termos de té mientras enarbolaban Union Jacks.
La duquesa Catalina de Cambridge ya ha dado a luz a tres hijos. Nuestros parabienes a ella y su marido. Le deseamos dicha por formar una familia y lo mismo a Enrique y Meghan, hoy duques de Sussex. El Príncipe Carlos, quien entregó a su nuera en el altar, parece un hombre contento después de rehacer su vida con Camila. La Reina se ve orgullosa de haber reinado el país durante la reconstrucción después de dos guerras mundiales y de ser la madre de una familia bastante normal, a pesar del boato.
En las entrevistas ninguno de los hijos de Diana habla con ese encopetado tubérculo bucal que simboliza lo más arcaico, rancio y afectado de la lengua de Shakespeare. Su acento no es señorial sino la clásica entonación de los británicos educados, de clase media. A veces incluso deslizan algunos sonidos oclusivos glotales ⎯ propios de las clases populares.
Guillermo pasó casi tres meses haciendo trabajos voluntarios en la región de Aysén, Chile, desde octubre a diciembre de 2000, donde aprendió hasta a hacer pan amasado. La entonces Kate Middleton hizo algo muy similar, pero de enero a marzo del año siguiente, en la misma región. Ambas estadías fueron parte del habitual "gap year" que se toman muchos británicos. De seguro ese fue uno de los puntos en común cuando Guillermo entabló conversación por primera vez ("empezó a engrupirse") con Kate en el bastante modesto y ya mítico Café Northpoint, en el pueblito de St Andrews, cuando ambos estudiaban en la universidad homónima.
Harry, por su parte, visitó como un tipo más un hogar de menores en Pudahuel, en los suburbios de Santiago, el año 2014. Si incluso los príncipes tienen una cierta conexión con nuestro lejano país, donde siempre el Reino Unido ha sido un paradigma (por combinar mercados abiertos con protección social bajo un régimen democrático), más aún están conectados con el resto de los súbditos de su abuelita y suegra, respectivamente.
Ayer en la ceremonia hubo un asiento vacío en la Capilla de San Jorge, en Windsor, delante de la Reina Isabel II. Algunos asumieron que era un puesto simbólico reservado para Lady Di. En realidad es parte del protocolo real que nadie se siente delante de Su Majestad, pero Diana estaba de algún modo ahí presente y me vino un gran sobrecogimiento con aquella foto. La mamá de Meghan estaba genuinamente emocionada como cualquier mamá que ve a su hija casarse feliz ⎯ irrelevante que sea en segundas nupcias. Lady Di estaría dichosa de ver que sus hijos salieron buenos cabros, casados con buenas chiquillas. Sería una mamá feliz.