lunes, 29 de abril de 2019

Relaciones sino-chilenas: Entra el Dragón

Our freedom of speech is freedom or death
We got to fight the powers that be
Fight the power
Fight the power
Fight the power
Fight the power


"Fight The Power" (1989), Public Enemy






El gobierno comunista de la República Popular china es contrario al liberalismo. ¿Debe Chile romper relaciones comerciales y diplomáticas? La respuesta es no.

Cuando Chile retomó la senda de la democracia, China era nuestro socio comercial número décimo quinto. Hoy, China desplaza a EEUU y se convierte en nuestro socio número uno. Mientras EEUU continúa su inexorable decadencia, vale la pena examinar las relaciones con el milenario Imperio del Centro, más aún en el contexto actual en que Chile lidera la presión internacional para derrocar al dictador venezolano Nicolás Maduro. ¿Es coherente condenar a Venezuela, criticar a Cuba, mientras sonreímos y felices firmamos acuerdos con China? ¿Somos hipócritas?

Podríamos aducir el principio de los carriles separados, en que las relaciones comerciales y las diplomáticas y las de amistad se llevan por sendas paralelas, que no afectan la una a la otra. 

Un país pequeño como Chile no podría romper relaciones con su socio comercial número uno. Pero esto no es cínico pragmatismo. Hagamos un poco de historia.

En los albores de la dictadura de Augusto Pinochet, China le envió calurosos saludos al gobierno de la Junta Militar y le deseó mucho éxito. No, no fueron meras palabras de buena crianza. Cuba, la Unión Soviética y toda su órbita comunista (excepto Rumania) rompieron relaciones con Chile ipso facto el mismo día del sangriento golpe de Estado. China y Chile continuaron estrechando lazos que luego fueron mucho más allá de lo protocolar. 

En lo geopolítico, Chile bajo Pinochet permitió una base china en la Antártida y reconoció a China en desmedro de Taiwán. En lo económico, la China comunista otorgaba empréstitos al dictador para seguir privatizando empresas mediante sus consabidas oscuras operaciones.

El comunismo chino, como vemos, es bastante extraño. Para China, el comunismo es una ideología que les permite conservar su unidad y lo adoptaron por mero pragmatismo, a diferencia del marxismo ideológico soviético.

Chile y China compartían muchas cosas. Primero, por supuesto, un terrible historial de derechos humanos. La masacre de Tiananmen es algo que en Chile vivimos en carne propia. Pero si ambos países no rompieron relaciones durante los días de la Revolución Cultural, antes de la apertura económica, y si continuamos relaciones después de restablecida la democracia chilena, sería una estupidez cortar relaciones hoy. 

Segundo, por paradójico que parezca, la apertura económica de la República Popular China dio paso a una nación extraordinariamente similar al Chile de Pinochet. Es decir, una economía con elementos de mercado, bajo un régimen político dictatorial, con severas restricciones a las libertades individuales y con una supresión total de libertades políticas. La era de pragmatismo económico que inició Deng Xiaoping cuando declaró que "no importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que cace ratones" pudo haberse inspirado en el capitalismo de amigotes implantado por la Junta en Chile.

Chile y China han respetado mutuamente el principio de no intervención en cuestiones internas. Esto difícilmente puede convencer a un liberal. Si un gobernante masacra a su pueblo entonces se acaban las cuestiones internas. No podemos quedarnos impávidos ante la hambruna que propicia la dictadura venezolana para fomentar el clientelismo, y con ello, continuar en el poder. El Estado Policial y la sociedad de vigilancia china, con cámaras de reconocimento facial, entre otras medidas orwellianas propias de la novela "1984", ponen a China al mismo nivel de asquerosidad de Venezuela.

Pero hay una enorme diferencia: Venezuela fue una democracia. Con serias falencias, sí, pero había libertades políticas, libertades individuales, y la gente podía comer tres veces al día. En China, nunca ha habido una democracia. Y aunque el Partido Comunista Chino además asegura que no adoptará una democracia liberal, no podemos exigir a China que adopte un sistema que desconoce por completo.

En esta interesante discusión en el programa Vía Pública, un señor chino explica, erróneamente, que China es una meritocracia. En realidad, es una tecnocracia. China es gobernada por funcionarios seleccionados en uno de los exámenes más brutales del mundo, y ha sido así desde la época de la Guerra del Opio. Muchos de los que no lograban convertirse en funcionarios acababan drogándose. El Politburó del Partido Comunista Chino es sólo una adaptación de una tradición arraigada en China de dedicación a la administración pública.

La diferencia, como ya hemos explicado, es que en Occidente los que diseñan las políticas son elegidos mediante votación popular, y los que aplican esas políticas son funcionarios  no elegidos, sino designados o seleccionados por concurso público. El sistema de administración pública de China fue algo que cautivó a los británicos y fue la esencia de la creación del Civil Service, como explicamos en este post (hasta hoy se le llama "mandarines" a los funcionarios de la alta dirección pública británica).

China sigue el modelo "científico" comunista. En rigor, es una tecnocracia, como explicamos, y no una meritocracia. Recordemos que la Unión Soviética, felizmente desaparecida, pretendía gobernar mediante complejos cálculos y los tristemente célebres planes quinquenales nunca otro país tuvo más economistas que la URSS, lejos de las estériles discusiones e interminables debates occidentales. Recuerdo cuando las agencias de clasificación rebajaron la nota de Francia, un político conservador aseguró que si ellos estuviesen en el poder le habrían pedido a Moody's, S&P y Fitch su lista de recetas para aplicarlas de inmediato y así recuperar las altas notas. Un contradictor correctamente le dijo: "eso sería volver a la Unión Soviética, mejor no hagamos más elecciones y le pasamos el poder a los funcionarios de esas agencias".

La trayectoria filosófica y sociocultural de China y Occidente difieren por completo. Romper relaciones puede quizás servir para poner presión a un país que abandona la democracia liberal para que se vuelva al buen camino. Difícilmente se puede incitar a un país como China a que lo haga, cuando para ellos la tradición liberal es apenas una exótica ideología foránea, imposible de aplicar localmente. Lo mismo en Cuba: recordemos que fue el último país latinoamericano en emanciparse de España. La Rusia de los bolcheviques todavía vivía bajo la estructura de feudos que Europa Occidental superó cuando dejó atrás la Edad Media (Chile lo hizo gracias a la Reforma Agraria).

Es mejor mantener relaciones diplomáticas con todos los países, respetando las diferencias culturales, pero sin jamás abandonar la promoción de valores universales. Los revolucionarios franceses no proclamaron los Derechos del Hombre y del Ciudadano para los franceses: su declaración fue Universal. Así todo, una vez que una masa crítica de ciudadanos comprende estos principios, es perfectamente factible implantarlos incluso en un país que parezca un terreno yermo.

Pero el acercamiento cultural y el intercambio económico puede servir de mucho para esta meta.

Hace unos años, el Comité de Cultura Popular y Máxima Felicidad del Pueblo censuró la final de Talento Chino, o un programa bobalicón de esa especie. El argumento era que si los jovencitos votaban con sus teléfonos por su candidato favorito en un programa de talentos, mañana no querrán aceptar los métodos comunistas para elegir a sus autoridades políticas sino que exigirán votar en elecciones. La embajada británica emitió una especie de protesta (el formato era una franquicia televisiva inglesa: Britain's Got Talent). La final del mismo programa en el Reino Unido se la adjudicó un dúo de cantantes de calidad bastante discreta. La embajada china en Londres con sorna le destacó a sus pares occidentales que los métodos liberales producen resultados muy malos.

Lo concreto es que China es un país con un gran retraso económico y por ahora, tal como ocurre en Perú, la política y la economía corren por carriles separados. Pero cuando se logra cierto nivel de opulencia, como ocurre en Chile, la política se vuelve bastante compleja porque los consumidores se van sofisticando y la única forma de mantener el bienestar económico de la economía de mercado es con mayores libertades. A la larga, China deberá aceptar un sistema liberal en mayor o menor grado, a no ser que prefiera seguir el derrotero de la Unión Soviética y desaparecer.

Los chinos merecen nuestro apoyo y esperamos que vuelvan a rebelarse contra la autocracia que los gobierna. Seguir comerciando con ellos es una buena idea. Aunque tememos que su Estado Policial y autoritarismo seduzcan a nuestras autoridades y en vez de nosotros influir en ellos, ellos acaben influyendo en nosotros.

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