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domingo, 6 de octubre de 2013

De ratificación ciudadana a Plebiscito

Han transcurrido 25 años desde que Chile recuperó su democracia. Hoy necesitamos avanzar a una democracia plena

Una frase cliché dice que "las palabras crean realidad", y como todo cliché, contiene algo de cierto. No da lo mismo decir "golpe" que "pronunciamiento", "dictadura" o "gobierno cívico militar de reconstrucción nacional". Del mismo modo. "plebiscito de 1988" es uno de los más extraordinarios triunfos lingüísticos.

Siguiendo las disposiciones transitorias del Constitubodrio de 1980, los comandantes en jefe de las fuerzas armadas y de orden debían designar en 1988 un candidato para continuar la dictadura después de ese año, en que vencía el primer octenio de la dictadura. La disposición transitoria vigésimoséptima establecía:
Corresponderá a los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y al General Director de Carabineros, titulares, proponer al país, por la unanimidad de ellos, sujeto a la ratificación de la ciudadanía, la persona que ocupara el cargo de Presidente de la República en el período presidencial siguiente al referido en la disposición decimotercera transitoria, (...)
A los ilusos se les hizo creer que el candidato no sería Pinochet sino un civil. Para sorpresa de nadie, el candidato anunciado fue... ¡el Pinocho! Con las siguientes palabras (ver video) se anunció tan predecible acontecimiento:
Propónese al país, sujeto a la ratificación de la ciudadanía, al Capitán General don Augusto Pinochet Ugarte, para ocupar el cargo de Presidente de la República en el periodo presidencial siguiente al que está rigiendo.
En el primer capítulo de la ahora mítica franja del NO, el destacado comunicador Patricio Bañados también menciona esta anomalía cuando nos presenta (ver video) una narrativa más honesta de la extraña situación:
Los chilenos hemos sido convocados a "ratificar," mediante un plebiscito, al candidato único propuesto por los comandantes en jefe. En las democracias no es así, allí se elige entre varios candidatos.
Desde luego que no es lo mismo ratificar que plebiscitar. La magia de lo que finalmente ocurrió en 1988 reside justamente en convertir esta mera formalidad, una ratificación del candidato propuesto por la junta militar, en un acto plebiscitario propiamente tal, que de perderlo, significaría en la práctica derrocar a Pinochet y su ignominiosa tiranía. Y de paso, impedir que una autocracia con poderes absolutos nos hubiera regido vergonzosamente por un cuarto de siglo, algo inédito en nuestra trayectoria democrática iniciada casi desde nuestra emancipación. 

Los pinochistas recalcitrantes desde luego creen que en un acto magnánimo el autodesignado Capitán General (sólo Bernardo O'Higgins empleó semejante título) y presidente de facto habría demostrado su compromiso democrático y se había sometido, sólo, sin que nadie lo presionara, a un plebiscito, y que en caso de perderlo acataría el resultado sin chistar, como honorable y valiente soldado.

¿Someterse sólo a un plebiscito? Mis polainas. La idea era sólo ratificar al candidato, no plebiscitar la dictadura. O sea, seguir la misma trampa con la que se ratificó el Constitubodrio de 1980: no contar con un Tribunal Calificador de Elecciones de modo que se lograra mediante el fraude lo que no podían por las urnas.

En efecto, la disposición transitoria decimoprimera establecía que el Tricel recién se constituiría antes de la primera elección parlamentaria, vale decir, con posterioridad a la ratificación. Tratando de persuadir al país que sí habría un plebiscito, la gente le llamaba "plebichiste". Si Pinocho se hubiese salido con la suya, no habría Tricel el 5 de octubre de 1988, y la ratificación se lograría fácilmente: mediante el robo de la consulta popular.

Como sabemos, en 1982 gracias a la ineptitud de su equipo económico el país no resistió la crisis petrolera internacional y sufrimos la peor crisis económica de nuestra historia. El PEM y el POJH, las ollas comunes, el rescate de la banca y la deuda subordinada, la deuda externa, la caída del PIB de un astronómico 14,1%, la cesantía a un récord superior al 20% dio paso a un estallido social que exigía el fin de Pinochet y su dictadura. La represión pinochetista no podría apaciguar los ánimos por siempre (en 1986 se probó el tiranicidio, sin efecto).

Sólo en 1983, 30 personas fueron abatidas en las calles en el contexto de las jornadas de protesta, para lo que Pinochet debió sacar hasta 18 mil soldados a las calles para reprimir las manifestaciones. Desde el extranjero empezaron a llegar donaciones a los disidentes chilenos, especialmente de los países que habían asilado a los exiliados por la junta. 

Lo anterior redundó en que el régimen debió aceptar la conformación de estándares mínimos que permitieran un verdadero Plebiscito. En 1985 debieron proceder a examinar la artimaña fraguada y finalmente el Tribunal Constitucional declaró que eran necesarios estos estándares. Políticos de las más variadas corrientes convergieron en el llamado "Acuerdo Nacional" para convencer a la población que sí se trataba de un acto legítimo y no otra maniobra del régimen. Pinochet lo rechazó, pero el país continuó las manifestaciones para lograr el restablecimiento democrático.

En un principio, Richard Nixon y Henry Kissinger, mediante la CIA y en estrecha colaboración con Agustín Edwards y otros elementos reaccionarios, desestabilizaron a Chile hasta que el Golpe fue inevitable. La ONU entre otras organizaciones comenzaron a subir el diapasón en sus condenas a la dictadura chilena. La administración Carter endureció su postura contra Pinochet pero luego de su abrupta salida, Ronald Reagan revirtió los castigos. 

Pero finalmente, la maniobra de Pinochet de aceptar un Plebiscito —con padrones electorales, Tricel, etc.— ya estaba en marcha. En 1986, ya ni siquiera Reagan fue capaz de sostener el desquicio de Pinochet cuando recibió los informes de la CIA que demostraban inequívocamente que Pinochet desconocería los resultados del Plebiscito en caso de un resultado adverso. Hasta Milton Friedman llamó a los chilenos a "deshacerse de la junta".

Todos sabemos qué ocurrió el 5 de octubre. El país respondió con un categórico NO. Pinochet ordenó sacar los tanques, pero sus subordinados se negaron.

Aquellos que cultivan los clichés dicen que la alegría nunca llegó. Esto es falso. El país ha avanzado como nunca antes. Una feroz crisis golpeó al país hace pocos años no obstante hoy persiste el crecimiento y el desempleo se desploma gracias a los mecanismos aplicados en democracia. Pasamos de una coalición de centro-izquierda a una de centro-derecha la cual en gran parte abjura de su pasado golpista. Aunque persiste un esquema económico rentista, una institucionalidad extractiva y un régimen democrático con fallas, el país es capaz de corregir sus errores y se apresta a hacerlo. 

Desde 1990 se ha reducido la pobreza, la desnutrición prácticamente ha desaparecido, y de un 10% de analfabetismo en 1970 hoy contemplamos una jornada escolar completa casi universal. El espíritu cívico de 1988 nadie lo cuestiona, ni siquiera quienes erróneamente votaron Sí. El desprecio a Pinochet es unánime.

En 1988, después de censura y amedrentamiento, sorprendió la franja del NO por carecer de descargos de ira, sino que magistralmente nos inspiraba a creer en un futuro promisorio. La idea era fortalecer la confianza y estimular a que la gente venciera el miedo y fuera a votar, sin prestarse para enquistar más a Pinochet y su irrefrenable ansia de poder. Era la oportunidad de demostrarle al mundo que somos un país modesto pero orgulloso de nuestra tradición, y que podíamos volver a la normalidad de forma pacífica, incluso con elegancia.

Hoy, la cancioncita pegajosa ya es mejor dejarla confinada a la historia. El país necesita un nuevo estilo de campaña electoral que muestre contenidos y discusiones de fondo. La candidata Michelle Bachelet no puede continuar basando su popularidad en el silencio, eludiendo los temas que inquietan a la población. Ya no tenemos un candidato único al cual todos tememos y que nos amenaza por los medios de comunicación y censura cuando se le antoja. El país discute sus modernizaciones pendientes desde 1988, no se debate entre debacle o no debacle. Ni la derecha sería capaz de una campaña del terror, como lo hizo absurdamente en 1988. Nada justifica seguir con la mentalidad de la campaña del NO. 

Si se trata de revivir el espíritu cívico y la épica de 1988, exigimos que haya debates de verdad entre los candidatos, transparencia en saber quiénes financian sus campañas, propuestas concretas e ideas dignas de rebatirse. Convertimos una ratificación de un candidato único en un plebiscito que derrocó a una dictadura infame en el mundo entero, siguiendo su propias reglas. Si los chilenos fuimos capaces de esta hazaña, hoy nos merecemos una política que esté a la altura de la madurez de nuestros votantes.

sábado, 1 de octubre de 2011

5 de octubre de 1988: El triunfo de la sensatez

Una burda estrategia para aferrarse al poder terminó por hundir a la Junta Militar

Desde esta tribuna hemos argumentado que es legítimo que civiles organicen una milicia con el fin de derrocar a un tirano. No obstante, desde una perspectiva consecuencialista cabe preguntarse, ¿vale la pena proceder así?

El 5 de octubre de 1988 Pinochet intentó mañosamente perpetuarse en el poder dándose un aire de legitimidad electoral a través de una argucia política conocida como "Plebiscito de 1988". Luego de pulverizar la casa de gobierno en 1973 y de usurpar la presidencia del país, a poco andar ocurrió algo predecible: la Junta Militar se engolosinó con el poder y se asignó a sí misma la tarea mesiánica de refundar el país instaurando un sistema ultrapresidencial con visos teocráticos y de raigambre conservadora, aunque bajo un barniz democrático. La idea era mostrarse ante la comunidad de naciones civilizadas como un gobierno más que sólo hizo el trabajo sucio e inevitable, pero que era una válida alternativa de gobierno. Para lograrlo, se sometería a un plebiscito, el cual manipularía a su amaño para ganarlo.

En todas estas maquinaciones, desde el inaceptable enquistamiento en el poder pasando por el fraude de su Constitución y luego la campaña por el Sí, la derecha fue su cómplice. En vez de exigir el inmediato retorno a la democracia, eligió irse a la cama con el dictador y calló ante las tropelías, facilitando que Pinochet se volviese loco proclamándose él mismo Presidente de Chile, llegando incluso a inventarse el cargo de Capitán General. La primera movida fue la Constitución de 1980, la segunda fase de su maquiavélico esquema era plebiscitar el gobierno y, con artimañas varias, continuar gobernando el país hasta completar, si es que hubiese triunfado el Sí, un cuarto de siglo en el poder, hecho sin precedentes en nuestra historia.

Homenaje a la Concertación
La verdad es que al mirar por el espejo retrovisor uno siente deseos de ponerse de pie y aplaudir a la Concertación. Después de años de atropellos del régimen militar, descuartizando, ejecutando por la espalda, exiliando, relegando, exonerando, deteniendo arbitrariamente, sometiendo a civiles a la justicia militar, torturando, censurando, mintiendo e intimidando, es entendible que el Partido Comunista haya llamado a la insurrección armada para derrocar la dictadura. Pero fue la civilidad la que se impuso, y el método elegante y racional llamado "Acuerdo Nacional", con la oposición del comunismo, fue lo que posibilitó al final seguirle el juego a Pinochet y esperar pacientemente hasta torcerle el brazo. Varios en la derecha moderada también entendieron que este acuerdo era la forma de hacer prevalecer la democracia, sea cual sea el resultado.

Hoy, la señorita Camila Vallejo y el resto de los estudiantes sólo tienen palabras de desprecio contra la Concertación, como incluso lo hizo el joven Francisco Figueroa cuando en CNN Chile recrimina a Sergio Bitar acusándolo de "vender al estudiantado a la banca". Bitar ofuscado y dolido lo llama "pendejo", "yo trabajé en el gobierno de Allende, estuve preso, fui exiliado". Claro, es que estos jóvenes comunistas de hoy ignoran que si fuese por el Partido al cual pertenecen, hoy no estaríamos en democracia, o al menos con la posibilidad real de conformar una, sino que nos habríamos despedazado en una guerra de guerrillas. Lo que la Concertación logró fue una cuestión ejemplar: sin odio, sin violencia, devolver al país a lo que ha sido su tradición: gobierno civil elegido por sufragio, con respeto a las libertades civiles e individuales.

El Acuerdo Nacional, y en particular la Concertación, representó lo mejor de Chile. Hoy parece increíble que se haya logrado, pero fue posible. También muchos en el propio gobierno militar ya tuvieron bastante como para entender que Pinochet era un enfermo. No fue sino años después en que el general Matthei, miembro de la Junta Militar (padre de la actual ministra del trabajo) contó lo que realmente ocurrió en aquellos cruciales momentos cuando la dictadura conoció los cómputos: Pinochet decreta que todos los poderes recaen en él y desconocería los resultados, decretaría estado de sitio y las tropas saldrían a las calles. El plebiscito era una estrategia que no podía fallar, y si fracasaba, entonces un autogolpe salvaría la situación.

Un abortado Autogolpe, una tensa noche del 5 de octubre, y un país dividido 
El resto de los comandantes en jefe se enfureció, el jefe del Estado Mayor sufrió un infarto. El país aguardaba temeroso los resultados que no llegaban y se  temía lo que decía el chiste: "Si gana el Sí, sí me quedo; si gana el No, no me voy". Sólo se evitó el autogolpe porque al final, por inverosímil que parezca, en el seno de la propia dictadura le dijeron a Pinochet que ya está bueno ya, que el pueblo dijo que NO, que las fuerzas armadas gobernando no era normal y que llegó la hora de irse a casa. El mundo miraba preocupado a ese pequeño país que estaba a punto de lograr lo increíble: transitar pacíficamente, no como bestia, de una dictadura a un gobierno normal. Las siguientes palabras de Matthei son elocuentes:

"El Presidente les contestó que "si algo andaba mal" sacaría las tropas a la calle, daría órdenes de establecer una cadena nacional y solicitaría el estado de sitio (...) Sus disposiciones para ese día consultaban rodear la ciudad con blindados y vigilar las embajadas a fin de evitar que los comunistas se refugiaran en ellas".

"La Fach estaba conectada con la sala de cómputos que habíamos visitado en La Moneda (...) Pero a eso de las siete de la tarde se desconectó el terminal y nos quedamos sin información oficial".

"Merino y yo le hicimos ver (a Pinochet) que era necesario ser realistas, que habíamos perdido (...) En seguida expresó que estaba dispuesto a sacar las tropas y "barrer con los comunistas" si fuese necesario".

"Yo contesté inmediatamente a su comentarios: "A mis generales no los puede echar. Si quiere, écheme a mí". "Usted sabe que no puedo", me dijo. "Entonces a mis generales tampoco", le dije. "¿No cuento entonces con la Fach?", insistió, y le respondí: "Cuenta con ella, Presidente, siempre y cuando mantenga la sensatez. No estamos dispuestos a salir a la calle (...) Entonces —reclamó Pinochet— quiere decir que, como siempre, tendré que hacer las cosas solo, con el Ejército".

"Estábamos por terminar cuando Pinochet nos dice: "Bueno señores, ahora firmemos el acta". Nos miramos y le preguntamos de qué acta nos estaba hablando. "Del acta de la reunión", contestó (...) Cuando llegó a mis manos, vi que en virtud de ese documento le entregábamos todas nuestras atribuciones al general Pinochet, quien podría actuar sin consultar a las instituciones (...) Lo pesqué y lo hice pedazos".

La supuesta "campaña electoral" del plebiscito fue una pantomima. El gobierno gastó cuantiosos recursos en la campaña del ministerio del Interior "Sí, somos millones" —más de algún amable lector de Chile Liberal se acordará porque todos contestaban "Pero no huevones!!"—, en que la TV nos mostraba las maravillas del gobierno y luego invitaba a votar Sí. Al NO le dieron sólo 5 minutos en la franja política, y que con varios capítulos censurados y algunos arrestos, fue épica y llamó a no dejarse engatusar por la campaña del terror, en que las fuerzas de Pinochet insistían en que si ganaba el NO el país se desangraría en una guerra civil. Cabe destacar que uno de los prominentes partidarios del NO y uno de sus financistas era un conocido simpatizante de la Democracia Cristiana, un señor que ya veía en aquellos años la posibilidad de aspirar a la presidencia pero sólo podría lograrlo si Pinochet, obviamente, perdía el plebiscito. El nombre de este sujeto es uno que suena bastante por estos días: Sebastián Piñera.

Luego de los tensos momentos esa noche, en la madrugada siguiente se entregó el cómputo final que mostraba que el país claramente rechazaba esa forma autocrática de gobernar y que volvía a lo que siempre había sido, una nación democrática. No estalló ni la guerra civil ni empezamos a comer chancho chino, sino todo lo contrario.

Una de las víctimas del Plebiscito fue el liberalismo. Confrontados ante la decisión de continuar con una dictadura u optar por la democracia, uno pensaría que no hay en realidad mucho que pensar. Desgraciadamente, el liberalismo chileno siempre vivió una contradicción vital. Unión Liberal Republicana y elementos moderados del Partido Nacional conformaron una plataforma moderada de Oposición a Pinochet, no obstante muchos otros prefirieron apoyar la tiranía. No obstante, el liberalismo en masa se inclinó hacia el NO. Como consigna Wikipedia, uno de los dirigentes liberales de la época encara a los "liberales por el Sí":

O ignoran los fundamentos ideológicos del liberalismo, lo que conllevaría a una irresponsabilidad tremenda o pretenden aprovechar el enorme apoyo del gobierno (militar) a los que le dan el Sí.

Renovarse o morir
Todo lo anterior ya debe quedar en los libros de historia. Una generación entera ha nacido en democracia y desconoce por completo lo que a algunos nos marcó a fuego en nuestra niñez o juventud, no tanto quizás por lo que realmente ocurrió, sino al ver cómo nuestras propias familias y grupos de amigos se dividían y afloraban los rencores y las descalificaciones. No puede ser que por quien gobierne el país toda una nación intercambie epítetos, y hemos fallado en darnos cuenta que la nueva generación ya se instaló, ya son adultos, tienen derecho a votar, quieren vivir en el país que queríamos, pero seguimos arrastrando las divisiones de antaño. 

En Chile en estos momentos miles de jóvenes exigen un cambio, nos piden que demos vuelta la página. El país ahora necesita urgentemente que la Concertación termine de actuar como chiquilla malcriada y que haga una Oposición decente. El ex coordinador del NO ahora es presidente —a todo esto, gobierna con los que votaron por el Sí— y no logra contener los reclamos que vocifera la ciudadanía que después de 20 años del "pacto de la transición" —en que aguantamos todas las cortapisas y amarres que puso la dictadura desde la noche del plebiscito hasta que abandonó el poder en 1990—, y es hora de mostrar que la civilidad prevalecerá. Demostremos que somos un país en que, como dijo un angustiado Piñera el 21 de mayo pasado, "los violentistas nunca tendrán la última palabra".

Es hora de reinventar la Concertación y para eso no traigan de vuelta a Bachelet, por favor, sean sensatos y renuévense. Nacieron para hacer transitar al país de la dictadura a la democracia. Lo logramos. Ahora definan para qué existen, cuál es su mission statement, y dejen que la nueva camada de líderes tome las riendas.