Han transcurrido 25 años desde que Chile recuperó su democracia. Hoy necesitamos avanzar a una democracia plena
Una frase cliché dice que "las palabras crean realidad", y como todo cliché, contiene algo de cierto. No da lo mismo decir "golpe" que "pronunciamiento", "dictadura" o "gobierno cívico militar de reconstrucción nacional". Del mismo modo. "plebiscito de 1988" es uno de los más extraordinarios triunfos lingüísticos.
Siguiendo las disposiciones transitorias del Constitubodrio de 1980, los comandantes en jefe de las fuerzas armadas y de orden debían designar en 1988 un candidato para continuar la dictadura después de ese año, en que vencía el primer octenio de la dictadura. La disposición transitoria vigésimoséptima establecía:
Corresponderá a los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y al General Director de Carabineros, titulares, proponer al país, por la unanimidad de ellos, sujeto a la ratificación de la ciudadanía, la persona que ocupara el cargo de Presidente de la República en el período presidencial siguiente al referido en la disposición decimotercera transitoria, (...)
A los ilusos se les hizo creer que el candidato no sería Pinochet sino un civil. Para sorpresa de nadie, el candidato anunciado fue... ¡el Pinocho! Con las siguientes palabras (ver video) se anunció tan predecible acontecimiento:
Propónese al país, sujeto a la ratificación de la ciudadanía, al Capitán General don Augusto Pinochet Ugarte, para ocupar el cargo de Presidente de la República en el periodo presidencial siguiente al que está rigiendo.
En el primer capítulo de la ahora mítica franja del NO, el destacado comunicador Patricio Bañados también menciona esta anomalía cuando nos presenta (ver video) una narrativa más honesta de la extraña situación:
Los chilenos hemos sido convocados a "ratificar," mediante un plebiscito, al candidato único propuesto por los comandantes en jefe. En las democracias no es así, allí se elige entre varios candidatos.
Desde luego que no es lo mismo ratificar que plebiscitar. La magia de lo que finalmente ocurrió en 1988 reside justamente en convertir esta mera formalidad, una ratificación del candidato propuesto por la junta militar, en un acto plebiscitario propiamente tal, que de perderlo, significaría en la práctica derrocar a Pinochet y su ignominiosa tiranía. Y de paso, impedir que una autocracia con poderes absolutos nos hubiera regido vergonzosamente por un cuarto de siglo, algo inédito en nuestra trayectoria democrática iniciada casi desde nuestra emancipación.
Los pinochistas recalcitrantes desde luego creen que en un acto magnánimo el autodesignado Capitán General (sólo Bernardo O'Higgins empleó semejante título) y presidente de facto habría demostrado su compromiso democrático y se había sometido, sólo, sin que nadie lo presionara, a un plebiscito, y que en caso de perderlo acataría el resultado sin chistar, como honorable y valiente soldado.
¿Someterse sólo a un plebiscito? Mis polainas. La idea era sólo ratificar al candidato, no plebiscitar la dictadura. O sea, seguir la misma trampa con la que se ratificó el Constitubodrio de 1980: no contar con un Tribunal Calificador de Elecciones de modo que se lograra mediante el fraude lo que no podían por las urnas.
En efecto, la disposición transitoria decimoprimera establecía que el Tricel recién se constituiría antes de la primera elección parlamentaria, vale decir, con posterioridad a la ratificación. Tratando de persuadir al país que sí habría un plebiscito, la gente le llamaba "plebichiste". Si Pinocho se hubiese salido con la suya, no habría Tricel el 5 de octubre de 1988, y la ratificación se lograría fácilmente: mediante el robo de la consulta popular.
Como sabemos, en 1982 gracias a la ineptitud de su equipo económico el país no resistió la crisis petrolera internacional y sufrimos la peor crisis económica de nuestra historia. El PEM y el POJH, las ollas comunes, el rescate de la banca y la deuda subordinada, la deuda externa, la caída del PIB de un astronómico 14,1%, la cesantía a un récord superior al 20% dio paso a un estallido social que exigía el fin de Pinochet y su dictadura. La represión pinochetista no podría apaciguar los ánimos por siempre (en 1986 se probó el tiranicidio, sin efecto).
Sólo en 1983, 30 personas fueron abatidas en las calles en el contexto de las jornadas de protesta, para lo que Pinochet debió sacar hasta 18 mil soldados a las calles para reprimir las manifestaciones. Desde el extranjero empezaron a llegar donaciones a los disidentes chilenos, especialmente de los países que habían asilado a los exiliados por la junta.
Lo anterior redundó en que el régimen debió aceptar la conformación de estándares mínimos que permitieran un verdadero Plebiscito. En 1985 debieron proceder a examinar la artimaña fraguada y finalmente el Tribunal Constitucional declaró que eran necesarios estos estándares. Políticos de las más variadas corrientes convergieron en el llamado "Acuerdo Nacional" para convencer a la población que sí se trataba de un acto legítimo y no otra maniobra del régimen. Pinochet lo rechazó, pero el país continuó las manifestaciones para lograr el restablecimiento democrático.
En un principio, Richard Nixon y Henry Kissinger, mediante la CIA y en estrecha colaboración con Agustín Edwards y otros elementos reaccionarios, desestabilizaron a Chile hasta que el Golpe fue inevitable. La ONU entre otras organizaciones comenzaron a subir el diapasón en sus condenas a la dictadura chilena. La administración Carter endureció su postura contra Pinochet pero luego de su abrupta salida, Ronald Reagan revirtió los castigos.
Pero finalmente, la maniobra de Pinochet de aceptar un Plebiscito —con padrones electorales, Tricel, etc.— ya estaba en marcha. En 1986, ya ni siquiera Reagan fue capaz de sostener el desquicio de Pinochet cuando recibió los informes de la CIA que demostraban inequívocamente que Pinochet desconocería los resultados del Plebiscito en caso de un resultado adverso. Hasta Milton Friedman llamó a los chilenos a "deshacerse de la junta".
Todos sabemos qué ocurrió el 5 de octubre. El país respondió con un categórico NO. Pinochet ordenó sacar los tanques, pero sus subordinados se negaron.
Aquellos que cultivan los clichés dicen que la alegría nunca llegó. Esto es falso. El país ha avanzado como nunca antes. Una feroz crisis golpeó al país hace pocos años no obstante hoy persiste el crecimiento y el desempleo se desploma gracias a los mecanismos aplicados en democracia. Pasamos de una coalición de centro-izquierda a una de centro-derecha la cual en gran parte abjura de su pasado golpista. Aunque persiste un esquema económico rentista, una institucionalidad extractiva y un régimen democrático con fallas, el país es capaz de corregir sus errores y se apresta a hacerlo.
Desde 1990 se ha reducido la pobreza, la desnutrición prácticamente ha desaparecido, y de un 10% de analfabetismo en 1970 hoy contemplamos una jornada escolar completa casi universal. El espíritu cívico de 1988 nadie lo cuestiona, ni siquiera quienes erróneamente votaron Sí. El desprecio a Pinochet es unánime.
En 1988, después de censura y amedrentamiento, sorprendió la franja del NO por carecer de descargos de ira, sino que magistralmente nos inspiraba a creer en un futuro promisorio. La idea era fortalecer la confianza y estimular a que la gente venciera el miedo y fuera a votar, sin prestarse para enquistar más a Pinochet y su irrefrenable ansia de poder. Era la oportunidad de demostrarle al mundo que somos un país modesto pero orgulloso de nuestra tradición, y que podíamos volver a la normalidad de forma pacífica, incluso con elegancia.
Hoy, la cancioncita pegajosa ya es mejor dejarla confinada a la historia. El país necesita un nuevo estilo de campaña electoral que muestre contenidos y discusiones de fondo. La candidata Michelle Bachelet no puede continuar basando su popularidad en el silencio, eludiendo los temas que inquietan a la población. Ya no tenemos un candidato único al cual todos tememos y que nos amenaza por los medios de comunicación y censura cuando se le antoja. El país discute sus modernizaciones pendientes desde 1988, no se debate entre debacle o no debacle. Ni la derecha sería capaz de una campaña del terror, como lo hizo absurdamente en 1988. Nada justifica seguir con la mentalidad de la campaña del NO.
Si se trata de revivir el espíritu cívico y la épica de 1988, exigimos que haya debates de verdad entre los candidatos, transparencia en saber quiénes financian sus campañas, propuestas concretas e ideas dignas de rebatirse. Convertimos una ratificación de un candidato único en un plebiscito que derrocó a una dictadura infame en el mundo entero, siguiendo su propias reglas. Si los chilenos fuimos capaces de esta hazaña, hoy nos merecemos una política que esté a la altura de la madurez de nuestros votantes.
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