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martes, 9 de abril de 2013

Hierro fundido



Margaret Thatcher fue un líder político único e irrepetible, y por el bien del Reino Unido, no debiese haber otra "Dama de Hierro"

Les debo las propuestas de este sitio sobre las urgentes reformas al sistema de salud. Nuestra postura es lejos la más radical de todas las que hemos publicado en esta tribuna, por lo tanto, solicito paciencia.

Por mientras, abordemos el acontecimiento más importante del momento: llega a su desenlace la historia de Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, quien acaba de fallecer. No obstante, su legado persiste, y por décadas continuará siendo debatido. La tarea la comienza Chile Liberal. Sostenemos en este artículo que a pesar de ciertos notables aciertos, Maggie fue más bien un personaje nefasto para su país y para el mundo. 

Cosas que la prensa chilena no abordará, porque al foco de atención será la liberación de las Falklands, es el contexto en que esta mujer llega al poder. Para graficarlo, basta repasar el video Anarchy In The UK, de los inolvidables Sex Pistols. El Reino Unido era, durante la década 70, una nación enferma, paralizada por el sindicalismo más repugnante, al extremo de convertir a los mandamases sindicales en un poder paralelo que eclipsaba al poder legítimo: la basura en las calles, los cortes de luz, los cadáveres sin sepultar (hasta los cementerios estaban en huelga) eran el signo de la gravedad de la enfermedad. El Partido Conservador, el nasty party, se imponía en las urnas y llegaba al poder con un claro mandato para reactivar la moribunda economía del país, y aplastar de una buena vez a los sindicatos y a los terroristas irlandeses. Y no lo lograba uno de sus señoritos aristócratas con ese pedante acento de la elite británica, sino que con una "facha pobre". 

Sabemos qué vino a continuación: efectivamente, los sindicatos paralizaron al país. Thatcher no se inmutó: dos puñetazos sobre la mesa, el Employment Act de 1980 y su segunda parte, el Acta de 1982, fueron el comienzo del fin de la pesadilla. Una victoria pírrica, pero victoria al fin y al cabo. El infame closed shop, la oscura práctica sindical que obliga a los trabajadores a sindicalizarse, además de la obligación del voto secreto para decidir una huelga y el control a los piquetes, lograron el objetivo. Como es de esperarse, en su momento la popularidad de la Primer Ministra se desplomó. A diferencia del cobarde de Sebastián Piñera, Thatcher sí tenía convicciones y sabía que las medidas eran durísimas pero necesarias: ganó dos elecciones más a pesar de la paupérrima popularidad (¿entiendes, Piñi?)

Pero lejos el punto cúlmine vino con la segunda huelga de hambre de los criminales irlandeses del IRA, en 1981. Como sabemos, montaron una huelga de hambre, que a diferencia de la espuria huelga de hambre de los estudiantes chilenos el 2011 (que subieron de peso durante su acto de protesta), Bobby Sands, cabecilla del grupo criminal nacional-católico IRA, encontró la muerte. En vez de sollozar en medio de la consternación internacional, Thatcher declaró friamente que "el señor Sands fue un criminal convicto, que decidió su propia muerte. Ese es un beneficio que su organización no concedió a ninguna de sus víctimas". 

Está claro que la Dama de Hierro estaba hecha del metal más frío que el mundo ha visto. Su inolvidable discurso "The Lady is not for turning", salpicado con ese único humor británico, quizás sea una de la frases más épicas que un Primer Ministro británico, en tiempos de paz, haya pronunciado.

Es loca
Algunos, especialmente la prensa francesa, tachan a la desaparecida Maggie como liberal, o incluso, ultraliberal. Esto es falso. Si bien la privatización masiva de servicios públicos, así como la venta de las insalubres viviendas sociales a sus moradores, fueron grandes aciertos, Thatcher difícilmente puede ser elogiada por su "liberalismo".

Es cierto que al asumir el mando, el Reino Unido era el país más sindicalizado del mundo. Al final de su mandato, y hasta hoy, ese país tiene menos sindicatos que cualquier otro país. Las multisindicales están prohibidas (un acierto inimitable en Francia). Los impuestos bajaron, así como el gasto público. Gracias a Thatcher, la City, otrora reliquia victoriana, se convirtió en un meritocrático centro financiero sólo superado por Nueva York. La hija de un humilde dueño de un almacén sabía que la libertad de emprender y la responsabilidad individual eran la clave para revivir al sick man of Europe. Pero así todo, Chile Liberal es tajante: el legado de Thatcher es negativo.

El país terminó el premiersership de Thatcher con un déficit estructural, una inflación descontrolada, y en recesión económica. La City recibió carta blanca para hacer lo que se le antoja, anticipando la "regulación liviana" del laborismo  que precipitaría al colapso financiero actual. Las rebajas de impuesto privilegiaron a los más ricos, y al final de su mandato, lo que aceleró su caída, fue el impuesto más infame jamás concebido, el odioso "poll tax", que suscitó revueltas populares al extremo que la renuncia de Thatcher fue tan inevitable como necesaria. 

El poll tax es un impuesto aplicado a todos por igual, por el simple hecho de existir. Este ultraje ha sido desde la Edad Media causa directa de tiranicidios y rebeliones populares (que Chile Liberal aplaude). Sólo porque el Reino Unido es un país de larga tradición democrática es que el final de Thatcher fue una especie de golpe de Estado institucional, y no un ajusticiamiento popular como el que correctamente ejecutó a Gaddafi.

En el plano internacional, el Reino Unido rompió lazos con Europa, herida que aún no cicatriza. Para países como España, Portugal o Grecia, convalecientes de horribles dictaduras, la Unión Europea era garantía democrática que sus propios gobiernos no podían brindar. Para Francia, es una forma de mantener a Alemania bajo control y evitar ser ocupada nuevamente por un régimen demencial. Para Alemania, es una manera de ser aceptada dentro de la comunidad civilizad de naciones. Entre todos, podrían establecer lazos comerciales más libres y expeditos. Nada de eso atrae a la añosa y consolidada democracia británica, que desde siempre comerció con todos e invirtió en el mundo entero. Pero en vez de entablar un diálogo político, fue el aislamiento, la petulancia y la violencia verbal lo que sembró Thatcher y el conservadurismo.

Para los chilenos, desde luego que la amistad de esta mujer con el Carnicero de Santiago fue tan improbable como inaceptable. Thatcher asoció a Nelson Mandela con el terrorismo, mientras que saludó a su "amigo" Augusto Pinochet como el hombre que "trajo la democracia" (!) a Chile. ¿Cuál democracia trajo a Chile el mismo que escribió una Constitución tiránica a su medida? Sólo podemos concluir que a la Dama de Hierro siempre le faltó un tornillo. En su momento incluso fue un dolor de cabeza para la Reina Isabel, quien sólo con su maestría pudo lidiar con la beligerante Primer Ministra (por primera vez, además, la Reina debía tratar con un miembro de las clases populares, a diferencia de los antecesores).

Las Falklands fueron invadidas repentinamente, luego de una borrachera de los generales argentinos. Los kelpers fueron violentados en sus casas, soldados argentinos apuntaron sus armas a civiles e incluso defecaron en los hogares de los isleños. La respuesta de Thatcher fue enérgica y gracias a esa guerra, una revuelta popular hizo caer la dictadura y los argentinos recuperaron su democracia. Al otro lado de la cordillera debiesen prenderle velas y beatificarla. En Chile, es preferible una actitud más bien cauta, como la de los británicos, que se abstuvieron de un homenaje nacional y sólo se le rendirán honores militares. 

Una mujer que destruyó de tal manera el tejido social de su país no puede pasar a la historia como lo hizo Churchill. Ha desaparecido un ícono conservador como pocos, y ojalá que no aparezca otro similar.