Si el objetivo es arrasar con todo lo construido en estos 20 años, Chile Liberal tiene muchos tips tanto para el Gobierno como para la Oposición
Destruir un país es mucho más fácil de lo que se cree. Lo primero que debemos hacer es comprender dónde radica el principal factor de crecimiento y desarrollo, y en seguida proceder a buscar todos los medios posibles para contenerlo. No hay mucho que escudriñar: la productividad es la piedra angular de la prosperidad. ¿En qué consiste la maldita productividad? Muy simple: generar más output con el mismo input. Los países que encuentran este Santo Grial son los que avanzan a paso firme. Alemania, por ejemplo, después del descalabro económico de la República de Weimar y su mítica hiperinflación, el desastre del nazismo y su pulverización en la II Guerra, surgió, junto con Japón, como país próspero. ¿Qué hicieron Alemania y Japón para desplazar a Francia e Inglaterra? Pues los muy malditos aumentaron su productividad, ¡desgraciados! Encontrado entonces el principal culpable del desarrollo, en Chile debemos contrarrestar la productividad por todos los medios posibles.
El primer paso es fomentar el sindicalismo. Idealmente, para que la destrucción de Chile sea total, necesitamos una versión chilena del dirigente sindical argentino Hugo Moyano, o sea, un sujeto que en nombre de los derechos de los trabajadores, la justicia social y la dignidad, entre otras linduras, logre poner de rodillas a la institucionalidad y mandar a la chucha la producción, ¡así se hace! Los sindicalistas en Inglaterra en los años 70 hicieron lo mismo, famosamente los cadáveres quedaron 3 días sin sepultura y las rumbas de basura se acumulaban en las calles hasta que Maggie Thatcher pegó el puñetazo sobre la mesa. La idea de fondo es amarrar a los trabajadores a sus puestos de trabajo y evitar cualquier atisbo de flexibilidad (¡puaj!), de modo que se asfixie la movilidad laboral, y la economía no logre innovar. Si se inventa una nueva tecnología que reemplace trabajadores, recuerden, esto afecta el empleo, y por tanto, hay que oponerse. Así no innovamos, y la productividad cae. Por ejemplo, si una máquina reemplaza 10 trabajadores, esa máquina debe desecharse de inmediato no vaya a ser cosa que con el mismo input, o incluso menos input, generemos mucho más output... ah no, eso sí que no señores. Despedir trabajadores siempre debe ser difícil, y por consiguiente, contratarlos también, así podremos tener una economía estática que no innova y no produce, condenada a estancarse e irse a la cresta.
Una de las claves de la productividad es, de hecho, la facilidad para despedir y contratar, y por otro lado, hacer expedita la iniciación de empresas para absorber el capital humano disponible. Eso nos dice la ley de Say. Por lo mismo, debemos evitar todo esto y pasarnos la ley de Say por el popó. Piñera ha hecho muy mal en rebajar a unos pocos días la iniciación de actividades ya que en nada colabora con la tarea de destruir la nación, todo lo contrario. La idea es pulverizar el país, no crear riqueza. Y por cierto, el énfasis debe siempre ser el redistribuir la riqueza, y no crear nueva riqueza. Los pobres deben recibir una tajada de la torta, jamás deberán ellos hacer su propia torta. Ellos necesitan derechos laborales, subsidios, bonos, y asistencialismo. Así el país se irá al carajo, y seremos felices.
Por cierto, para formar capital humano necesitamos un buen sistema de educación. Pero recordemos que el objetivo es avasallar el país hasta no dejar títere con cabeza. Por lo mismo, los colegios deben pasar a manos municipiales, o idealmente, estatales, y métale recursos en educación, gastar y gastar, total, un milloncito por quí y otro milloncito por allá de algo servirán. Los profesores pencas deben seguir causando estragos, y los buenos no deben ser recompensados. Los alumnos deben ser sometidos a planes educativos diseñados por un geniecito en el ministerio de Educación y ojalá recibir una educación inútil. La universidad lo mismo: catedráticos que desconocen por completo el mundo laboral deben formar los profesionales que necesita el mercado del trabajo. La función de la universidad, en nuestro maligno esquema, es preocuparse del bienestar de sus académicos, y luego de sus funcionarios. Los estudiantes vienen siempre en tercer lugar. La asignación infinita de recursos a la educación generará inflación lo que significa que para un trabajo que se necesita una licenciatura luego necesitará una maestría y después un doctorado. Esto merma la productividad, lo que es fantástico. El país se desangrará con el presupuesto de educación: magnífico. Lo importante es que todos se mantienen ocupados haciendo algo, si es productivo o no, ¡da lo mismo!
Todo lo anterior ya se logró en España, y hacia allá deben apuntar nuestros esfuerzos. Los "indignados" son jóvenes que no encuentran trabajo ya que el mercado laboral español es extraordinariamente ineficiente, su productividad es bajísima, y el sistema es de dos velocidades: unos, con trabajo, gozan de inveorsímiles beneficios que imposibilitan la libre contratación, los otros, los jóvenes, viven en la precariedad y no logran insertarse al trabajo. Nosotros queremos llegar a esto, ya lo planteó Sebastián Piñera quien ha propuesto que en unos pocos años Chile llegue al nivel sur-europeo de países como España, Portugal y, como sabemos, Checoslovaquia. Estamos ya a un paso de España: una sociedad de beneficios, mercado laboral rígido de dos velocidades, ineficiencia y baja productividad.
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Pero para que logremos arrasar realmente con todo y podamos corroer al país en sus bases mismas, es necesario añadir a esta mortífera mezcla una crisis política, y ahí sí que quedará la ca-ga-da. Acá Chile ha logrado avances notables. El caso español nos demuestra cómo la gente debe salir a las calles para expresar su malestar ya que los canales institucionales están rotos. Los jefes de partido, sujetos sin legitimidad popular, detentan extraordinario poder (sin olvidar que un Hugo Moyano es igualmente necesario) y eligen a quiénes representarán al electorado. Éste último debe quedar huérfano. Su voz no debe ser oída. Así las imágenes de masivas protestas deben ocupar las portadas de telediarios y de la prensa escrita para espantar toda la cochina inversión extranjera y aumentar la sensación de incertidumbre.
Nosotros acá nos anotamos un poroto: el sistema binominal viene como anillo al dedo para avasallar el país mediante una crisis. Los caciques en los partidos políticos mediante oscuras estrategias logran designar los representantes del electorado, así el acto de votar se reduce a una mera pantomima. Carentes de representantes legítimos, los electores sienten desafección del sistema y se rebelarán ya que las leyes que los rigen no serán bien recibidas, ¿cómo podrían?, ¡si se discutieron y promulgaron de espaldas a ellos! Un sistema en que uno vota por Fulano, pero sale Mengano y al final lo sacan y ponen a Sutano es la mejor forma de mermar la legitimidad. O mejor aún, el gobierno debe ser tan poderoso que nombra a toda la administración pública lo que se traduce que en casos como la aprobación de HidroAysén los que toman las decisiones son títeres del gobierno, entonces la gente saldrá a las calles a reclamar porque ante todo su voz no tuvo representatividad, y qué mejor que las calles, y no la institucionalidad, para manifestarse.
Con este objetivo logrado, la total desafección popular es cuestión de tiempo. El polvorín del descontento será explotado por un lunático sindicalista o un líder político radical. Una justa electoral tipo Ollanta vs. Keiko pero en versión chilena, una elección presidencial con 45 candidatos, ¿por qué no?
Como telón de fondo, la Oposición debe traer un ex presidente para así fosilizar sus liderazgos y no ser alternativa fresca de conducción del país, y los partidos de Gobierno deben enfrascarse en reyertas hasta terminar como una verdadera una bolsa de gatos. Un dirigente tipo Longueira debe de un plumazo nombrar comisiones políticas con los mismos de siempre y también fosilizar su partido: con tal de no escuchar al electorado, todo vale. Nada debe interponerse entre la crisis política y la posterior destrucción del país.
Para que se profundice el deterioramiento, el sistema binominal debe seguir ahí. Añadamos una Constitución trucha y ya podemos empezar a celebrar que logramos, por fin, derruir Chile. Y ojo que no hablamos de destrucción schumpeteriana, no pues, sino destruir por puro gusto. Tenemos el capital político para lograrlo.
1 comentario:
Cada tanto te acuerdas que no eres un socialdemócrata.
Felicitaciones.
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