lunes, 19 de agosto de 2013

Doña Isidora Goyenechea, homenaje a una anarcocapitalista

La vida y obra de doña Isidora Goyenechea debiese inspirar a los grandes empresarios chilenos

Una vida ejemplar

Para los santiagunos, Isidora Goyenechea no es más que una calle con buenos restaurantes. Una lástima, porque el legado de esta mujer revolucionaria, emprendedora y benefactora social es inestimable y debiese ser un ejemplo a seguir para todas las generaciones.

Nació en Copiapó en 1836, cuando el norte chico comenzaba a ser el epicentro del desarrollo económico de esa joven república, analfabeta y rezagada, llamada Chile. Heredera de una familia que hacía fortuna con la explotación de minerales, se trasladó a Lota muy pequeña. Se casó a los 19 años con Luis Cousiño, hijo de Matías Cousiño y, además, su hermanastro. Enviudó muy joven, a los 27 años, cuando fallece su marido quien fue un destacado empresario, filántropo y político liberal. En ese momento, se ve confrontada a asumir el mando de una de las mayores fortunas del continente. Y empieza una de las historias más extraordinarias de Chile.

El carbón era, en ese entonces, como el petróleo hoy: un recurso capaz de corromper a cualquiera (vean Venezuela, México, o los países del Golfo Pérsico). Doña Isidora manejó la industria del carbón en Lota con maestría. Si hoy, en pleno siglo 21, son poquísimas las CEO mujeres, en el siglo 19 sonaba como una locura. 

Además de su brillante gestión, su espíritu visionario la llevó a negociar directamente con el inventor norteamericano Thomas Alva Edison la construcción en Chile de la primera planta hidroeléctrica del continente. 

Si manejar un imperio económico es tarea titánica, y gestionar con éxito y visión de futuro una cuestión no menor que cumplió con brío, su labor fue mucho más allá. Doña Isidora se adelantó un siglo a la Responsabilidad Social Empresarial. Sin esperar que el Estado confiscase las ganancias de su holding, la empresaria chilena comenzó a invertir en casas bien equipadas para los obreros de Lota, escuelas, pavimentación de calles, y fundó un orfanato que posteriormente se convertiría en el Hogar del Pequeño Cottolengo, que perdura en su labor benéfica hasta hoy.

Cuando estalló la Guerra del Pacífico, en 1879, Chile, bajo el gobierno Liberal, había reducido significativamente su gasto en defensa. Para asegurar el éxito en la guerra de nuestra república parlamentaria sobre las tiranías de Hilarión Daza en Bolivia y Nicolás de Piérola en Perú, Isidora Goyenechea puso su fortuna a disposición de la república asegurando la producción de carbón y poniendo a disposición de la Armada su flota de barcos.

Si alguien cree que un país sólo funciona mediante la confiscación estatal con impuestos, y que el gasto militar debe ser el principal ítem del país, pues el legado filantrópico, desinteresado y visionario de doña Isidora Goyenechea lo desmiente categóricamente. Pocos ejemplos más encomiables hay en la historia de América latina.

Lo sabían muy bien los griegos antiguos quienes forjaron su magnífica civilización —cuna de Occidente— con las "liturgias", que eran donaciones voluntarias, u obligaciones cívicas, por parte de los más acaudalados para contribuir al engrandecimiento y prosperidad de la polis. Cuando se impusieron los impuestos y tributos obligatorios, comenzó la decadencia. 

El ejemplo de doña Isidora Goyenechea amerita ser emulado y repetido por todos. Contribuir al desarrollo social no puede ser una obra que sólo quede en manos del Estado, sino de los filántropos y los poseedores de las grandes fortunas. Hoy lo hace un Bill Gates o un Warren Buffet, así como la familia Oppenheimer en Sudáfrica, o como lo ha hecho un Andrew Carneggie, fundador de escuelas públicas y bibliotecas, por sólo nombrar unos pocos.

En Chile, tenemos a un Leonardo Farkas, un excéntrico magnate, quien normalmente contribuye más que cualquier plan social o cualquier burócrata para poner dinero ahí donde se necesita.

Isidora Goyenechea murió en París en 1897, en un viaje de negocios, luego de una vida inagotable de trabajo duro, esmero y compasión. Cuando sus restos fueron repatriados, los trabajadores del carbón salieron a las calles a homenajear a esta mujer extraordinaria. En su testamento legó parte de su fortuna al bienestar de los más desposeídos.

Hoy, tenemos muy pocos benefactores sociales. ¿Qué esperan para imitar a doña Isidora?

martes, 13 de agosto de 2013

Elogio al pensamiento ilustrado

Hace muy poco Vuestro Humilde Servidor cruzó el Canal de la Mancha en el Eurostar sumergiéndose en la Gare Du Nord para emerger al otro lado, en la estación St Pancrass, en Londres. Como de costumbre comenzamos nuestra procesión a uno de mis lugares favoritos de todo el mundo, el Museo Británico.

Desayuno frente al British Museum
En la planta baja, a mano derecha, se encuentra mi parte favorita y a la cual desesperadamente debo concurrir con cierta regularidad, el gran salón dedicado a la Ilustración, que es casi para mi como para los católicos irse de rodillas a Lo Vásquez o para los musulmanes ir a la Mecca. 

¿Por qué me gusta tanto esa parte? Porque siempre me ha impresionado el deseo de los sabios del siglo 18 por comprender el mundo catalogando, ordenando, y clasificando. No es coincidencia que el movimiento intelectual de las luces haya dado paso a la enorme superioridad intelectual de Gran Bretaña y Francia, que les permitió luego viajar por el mundo y expandir su imperio hasta los confines, recolectando piezas y guardándolas en las salas tanto del Museo Británico como del Louvre. 



Sólo para darles un ejemplo, baste recordar el actual saqueo masivo en las ruinas de Babilonia (a 80 km de Bagdad, en lo que hoy llamamos Irak) o las constantes revueltas en Egipto para agradecer a estas dos colosales instituciones por resguardar la Piedra de Rossetta, los restos de Babilonia, y tantas reliquias que conforman el patrimonio de la humanidad.

Money for nothing
En esta ocasión tomé un tour guiado en la sección dedicada al dinero. No puede evitar tomar la foto a continuación, que corresponde a un billete de 500 millones de marcos de la República de Weimar en la Alemania de los años 20, la mayor denominación jamás impresa, si bien titubeo un poco ya que en Zimbaue el déspota Robert Mugabe llegó a cifras similares.


Esto no es anodino. Este billete no alcanzaba ni siquiera para comprar una estampilla. Tanto fue el descalabro alemán que una curiosa enfermedad fue registrada en aquella época, el ataque de cifras, rarísima condición mental que afligió a muchos alemanes al verse obligados a hacer cotidianamente enormes cálculos. Un kilo de pan, si es que había, necesitaba cientos de millones de marcos, que debían transportarse en carros. Imagínense administrar un presupuesto familiar en estas condiciones.

Wirtschaftswunder
No es de extrañarse que la consecuencia de la hiperinflación de Weimar haya sido la irrupción de Adolf Hitler. El más modesto obrero podía contratar a la orquesta filarmónica de Berlín con unas pocas libras o unos francos, sin considerar el resentimiento social que produjo la amarga experiencia de ver cómo la hiperinflación esfumaba los ahorros que muchos habían forjado toda una vida. 

Alemania, humillada y fracturada en dos entre los triunfadores de occidente y el imperio soviético, emergió como potencia mundial casi por milagro. La sustancia del Wirtschaftswunder, el milagro alemán, fue que se reconstruyó sobre roca: el nuevo marco alemán, la moneda más estable y más prestigiosa que se ha visto en la Europa de la post-guerra (Irlanda salió de la pobreza al pegar su moneda al marco alemán).

Es la economía, estúpido
Con esto, vuelvo a insistir en un elemento que es subyacente a todo lo que se escribe en esta ciber-tribuna. El manejo económico sensato es vital. De esto deben encargarse los políticos, y el electorado debe ser responsable e inteligente para elegir a sus gobernantes.

Culminada la guerra, otro de los derrotados, Japón, también vio por el espejo retrovisor a las antiguas potencias colonialistas. La democracia fue impuesta por EEUU en el archipiélago, y gracias a una gestión eficiente, nació una nueva potencia. 

Pues no olvidemos un detalle. Japón y Alemania se convirtieron en la segunda y tercera economía, después de EEUU, desplazando al Reino Unido y Francia, producto de un hecho curioso. A los derrotados, los vencedores le prohibieron contar con sus propias fuerzas armadas. Sin gasto militar, Alemania y Japón pudieron dedicar sus presupuestos nacionales a educación e infraestructura. El gasto militar es en todos los países el elemento más oneroso y el que más vacía las arcas fiscales. 

En Chile, es posible que culminemos este año con un inaceptable déficit luego de un período de expansión, con una sección vociferante de la ciudadanía exigiendo extravagancias como tener todo gratis.

¿Necesitamos gastar en educación? No, necesitamos invertir en educación, que es muy distinto a gastar. Nadie puede surgir de la pobreza con un sistema educacional mediocre que conforme una masa laboral ineficiente. ¿Necesitamos gastar en armas? No, necesitamos custodiar nuestro territorio, sin olvidar que nuestros vecinos o han desmantelado sus fuerzas armadas (Argentina), no tienen (Bolivia), o lo que tienen es una burla (Perú).

Es hora de repensar en qué gastamos tanto dinero, y si los recursos necesarios para mantener una población sana y educada, además de una buena infraestructura, deben provenir de alzas de impuestos o de reasignar mejor nuestros recursos: más salud, más educación, y menos armas.

El Estado chileno en estas últimas dos décadas ha recaudado más dinero que nunca, sólo superado por la bonanza del salitre. Es hora de plantearnos qué tipo de país queremos y si nuestra prioridad es ilustrar a la masa o farrearnos la plata en tonterías.

viernes, 9 de agosto de 2013

Fumando opio: ¿Hacia la "República Bolivariana de Chile"?


Redactar una nueva Constitución es un ejercicio extenuante que no nos asegura una Buena Constitución

Hace muchos años con Chanchi pasamos un fin de semana en Valparaíso. Era un radiante día de verano meridional que exhibía en todo su esplendor la vitalidad colorinche de la legendaria y romántica ciudad chilena, cuyo sólo nombre, "Val-paraíso", evoca romanticismo exótico en el confín más remoto de la inmensidad del Océano Pacífico. La vista era maravillosa desde sus cerros, más aún después de pelegrinar a la casa de Neruda en aquella ciudad. Contemplando el horizonte desatado, desde el rincón del mundo, pude imaginar lo que siente alguien como Chanchi, venida de tan lejos, al ver una ciudad con un carácter único. Algó así sentí cuando hace pocas semanas me bañaba y tomaba el sol en el Océano Índico. 

Pues bien, en aquel lejano día de verano, se me vino a la mente una frase que dijo Charles Darwin, el mítico naturalista inglés, al final de sus días, algo así como que después de haber recorrido todo el mundo y de ver las bellezas más impactantes, no puedo apartar de mi memoria el lugar más feo de todos, la Patagonia (se refería al lado argentino), llegando a describirlo, famosamente, como "ese páramo inútil". Ahí, en Valparaíso, si algo arruina por completo la vista al mar, es ese prominente y ordinario mamut arquitectónico, un mamarracho sin parangón, conocido por el vulgo como "el Congreso de Valparaíso". Esa grotesca porquería no es un edificio sino un adefesio. 

Si lo comparásemos con un personaje de ciencia ficción, el Congreso de Valparaíso exuda la elegancia de Chewbacca o Jar Jar Binks. Si algo no puedo olvidar es cómo arruina la belleza del Puerto ese urbanicidio perpetrado por Pinochet, un hombre de gustos refinados y gran admirador de la arquitectura clásica (NOT!). Lo increíble es que en los alrededores venden postales de ese templo al mal gusto. ¿alguien, aparte de un troglodita, podrá mandar una postal con ese monumento a la ordinariez? 

Imagínense si Johannes Vermeer hubiese pintado a la Muchacha de la perla con una enorme verruga o un lunar peludo. Arruinaría toda su hipnótica belleza. Pues el Congreso como está es un atentado estético a Valparaíso que urge extirpar.

Pero más allá de lo estético, que si bien es importantísimo, hay una cuestión simbólica subyacente: eliminar el Congreso de Valparaíso será hacer un gran favor al patrimonio nacional, y de paso, un signo potente de que rechazamos uno de los más notorios visos de la institucionalidad pinochetista.

Una mejor institucionalidad, pero sin una Asamblea Constituyente chévere
Este sitio fue uno de los pioneros de una nueva Constitución. Pero ese fue en un periodo de calma. Hoy, los ánimos están demasiado caldeados y, peor aún, la idea original de conformar un marco institucional fresco se ha diluido en una tóxica solución que promueve tácitamente declarar el socialismo como la ideología oficial del país, y convertir el texto fundamental en un esperpento, un desiderátum de derechos.

La idea detrás de los precursores de la nueva Constitución no es otra sino cuestiones absurdas como declarar que la educación es un derecho y que el Estado debe costearlo íntegramente, o incluso alberga proyectos más siniestros, como legalizar la expropiación de inversiones extranjeras en minerales chilenos.

De prosperar esta idea, el resultado será un mamarracho tan feo como ese triste hospital que hace las veces de Congreso. Intelectuales de poca monta como Salazar o Garretón son de suyo incapaces de emprender un trabajo monumental como darle al país una institucionalidad que funcione y sea eficiente. La Constitución establece el marco jurídico para que haya política. Lo que pretenden los porristas de la Nueva Constitución es terminar el debate y declarar al Chavismo como la vía chilena hacia la mediocridad.

No obstante, nadie puede negar que la actual Constitución es inadecuada, simplemente porque sólo fue concebida para darle visos de legitimidad a Pinochet, y a pesar de las reformas estructurales, aún persiste el retintín pinochetista en la carta magna.

Lo que nuestro sitio sí propone es un paquete de medidas, de quick fixes, que en su conjunto mejorarán sustancialmente la gobernabilidad y la calidad institucional. Estas son nuestras propuestas:

1. Cambiar el Congreso Nacional de ese horrible adefesio de Valparaíso al elegante edificio neoclásico de Santiago, que históricamente ha sido la sede del poder legislativo durante toda nuestra historia republicana. Es además eficiente que parlamentarios estén cerca del Ejecutivo. La sede en Valparaíso, aparte de horrible, es idea estúpida de Pinochet que debe remediarse. Y cuanto antes.

2.  Eliminación inmediata del sistema binominal sólo para ser reemplazado por un sistema uninominal mayoritario, como ya lo hemos propuesto, sea de una o dos vueltas. Chile Liberal sugiere una vuelta, pero esto debe discutirse. Cualquier disparate proporcional es terminar en el fraccionamiento político de la República de Weimar, y ya sabemos como terminó aquello (con un señor gritón que portaba un bigote a lo Chaplin)

3. Establecer como primer artículo la separación de iglesias y Estado, tal como lo hace la Constitución Norteamericana, y por consiguiente implantar una absoluto laicismo à la française, con todo lo que ello implica. O sea, ningún chistosito de la Corte Suprema podrá decir que su opinión es la del obispo, como ocurrió durante el fiasco de la píldora del día después. Si hay musulmanes que quieren mandar a sus hijas a la escuela con velo, podrán hacerlo en colegios privados, no en los públicos. Y así muchas otras cosas.

4. Es imperativa una regla de oro fiscal, para evitar descalabros como el de España. Es preocupante que después de un período de expansión en el ciclo económico, Sebastián Piñera irresponsablemente entregue el país con un déficit estructural. No un déficit cíclico, como correctamente hizo la dupla Bachelet-Velasco: gran lección aprendida de la crisis asiática (cuando el gobierno de Frei no quiso endeudar el país), sino esta vez estamos ante un inaceptable déficit es-truc-tu-ral después de un período de expansión. El populista de Piñera dijo hace algunos años que Chile alcanzaría el nivel de España, su miopía le impidió ver que ese país era manejado por incontinentes fiscales elegidos por un electorado embobado por la TV basura de ese país. Pues gracias a su populismo innnato, Piñera hará realidad su promesa: nos dejará como España. Así como la nación ibérica aprendió ahora, en medio de la ruina económica y la pérdida de su independencia financiera, el valor de mantener las finanzas en orden, de no actuar con decisión en Chile ya sabemos lo que nos espera.

Como saben, Chile Liberal privilegia los cambios graduales, el trial-and-error, por sobre estos rimbombantes intentos refundacionales que dejados a intelectualitos de poca monta harán que nos vayamos a la cresta. 

Tenemos poco que ganar y mucho que perder con una extenuante Asamblea Constitucional que, mucho me temo, pueda parir un bastardo incluso peor que la Constitución actual.

jueves, 1 de agosto de 2013

Releer Madame Bovary


Una de las más grandes pasiones de Vuestro Humilde Servdor ha sido, desde mis tempranos años de liceano, la literatura francesa, en particular aquellas clásicas novelas del siglo XIX. Desgraciadamente, he leído menos ficción de lo que desearía, y no todas las obras en francés sino muchas de ellas traducidas al castellano. Así fue como leí Madame Bovary, hace ya 20 años.

Agradezco no sólo a mi familia sino a mis dos grandes profesores de literatura, los señores Konzic y Watts, el haber inculcado en mi la devoción por la palabra escrita; como también agradezco a mi antigua profesora de francés, una ferviente católica de provincia, la desagradable madame Juliette, quien me incitó a leer a Albert Camus y Jean-Paul Sartre gracias a su velada tarea de hacernos despreciar el existencialismo.

Lo que me motivó recientemente a revisitar Madame Bovary fue una curiosa noticia. Se ha encontrado la biblioteca personal de Augusto Pinochet, el insensible golpista chileno que tanta infamia ha dado a nuestro país. Fascinantemente escabroso es hurgar en los libros que alimentaron la mente más retorcida que ha dado Chile a la historia de los criminales del mundo. ¿Qué libros tenía? Pues muchos, de historia, de política, sobre Napoleón, no pocas obras en francés, pero por sobre todo, brillan por su ausencia las obras de ficción. Pinochet no leía novelas. Esto significa una cosa: debo leer más novelas.

Según un reciente estudio, le hace muy bien al cerebro (no sólo al alma) leer ficción. Más allá de mejorar la ortografía y la dicción, las novelas nos impiden ensimismarnos y nos obligan a ponernos en lugar de otros, lo que estimula la empatía. ¿Quizás el mundo será un mejor lugar si leyésemos más novelas? Para evitar otro Pinochet, ¿no debiésemos preguntar a las candidatas presidenciales sobre sus hábitos de lectura?

"Lean señores, ¡lean!", nos espetaba el profesor Watts. "Lean a Stephen King por último, lean cualquier cosa, ¡pero lean!", acostumbraba a regañarnos. Por su parte, una de las más notables frases de Konzic: "El Ministerio de educación me ha ordenado matar la gran literatura, el asesino a sueldo de este crimen soy yo obligándoles a leer", "El Nobel de literatura es como el Festival de Viña, nadie sabe quién lo ganó ni a nadie importa", otro de sus controvertidas sentencias, cuyo retintín persiste en mi hasta hoy.

En fin, el tema es que me empecé a dar cuenta lo poco que he leído obras de ficción. Un libro que  terminé hace poco fue "La vida sexual de Catherine M", que leí durante mi luna de miel en Islas Mauricio (no sé si les conté que me casé). En paralelo, Chanchi decidió leer 50 Sombras, y por lo visto, es un plagio de La vida sexual, obra de esta escritora francesa, lo que me intrigó bastante (noten que detrás de cada éxito anglosajón, hay una idea original francesa). Luego leí Yo soy Amelie, la última Reina de Portugal, de un conocido y mediático intelectual francés. Finalmente, ahora que tengo un poco más de tiempo, conseguí lo que quería y volví en gloria y majestad a las novelas clásicas dándome el gusto de irme cada noche a la cama con Madame Bovary. 

Gustave Falubert le contaba por correspondencia a un amigo que "todos han leído Madame Bovary, o la están leyendo, o quieren leerla". Y no exageraba. Más de un siglo y medio después de su lanzamiento, el titán de las letras hispanas Mario Vargas Llosa le dedica una oda, La orgía perpetua. La señora Bovary ha sido traducida a cada idioma que se precie de tener una literatura. Ha sido considerada unánimemente hasta hoy una obra maestra, cénit de las letras universales.

Vale la pena destacar que junto con causar admiración, Gustave Flaubert debió comparecer ante tribunales en 1857 bajo cargos de "ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres", presentados por el Ministerio público, que temía la irrupción de detalles lascivos (noten que no hay ninguna escena de sexo) ya que lógicamente incitaría a contar "todas las orgías imaginables". Así de pelotudos son los guardianes de la moral y las costumbres. Flaubert debió enfrentar la injusticia y su editor, la Revue de Paris, fue clausurada poco tiempo después.

Baudelaire, George Sand, Victor Hugo, y toda la generación de intelectuales ensalzó esta obra situando a Flaubert al lado de Balzac o Stendhal. Su estilo es pulcro, con descripciones obsesivamente perfectas, ultra-realistas, con una caracterización impecable, y una lectura grácil que fluye hoja tras hoja: Falubert copiaba el texto en una pizarra y lo releía a viva voz para asegurar que su lectura no perturbara le respiración. El trabajo fue tortuoso, el resultado feliz.

Ojalá que todos nos hagamos más tiempo para leer más novelas, por el puro placer de leer, y porque todo indica que la ficción desafía al orden impuesto, y disgusta a los censores. Hoy ya nadie se atrevería a censurar 50 Sombras, al menos en Occidente. Y nadie nos da las gracias por haber erradicado a los censores.