martes, 13 de agosto de 2013

Elogio al pensamiento ilustrado

Hace muy poco Vuestro Humilde Servidor cruzó el Canal de la Mancha en el Eurostar sumergiéndose en la Gare Du Nord para emerger al otro lado, en la estación St Pancrass, en Londres. Como de costumbre comenzamos nuestra procesión a uno de mis lugares favoritos de todo el mundo, el Museo Británico.

Desayuno frente al British Museum
En la planta baja, a mano derecha, se encuentra mi parte favorita y a la cual desesperadamente debo concurrir con cierta regularidad, el gran salón dedicado a la Ilustración, que es casi para mi como para los católicos irse de rodillas a Lo Vásquez o para los musulmanes ir a la Mecca. 

¿Por qué me gusta tanto esa parte? Porque siempre me ha impresionado el deseo de los sabios del siglo 18 por comprender el mundo catalogando, ordenando, y clasificando. No es coincidencia que el movimiento intelectual de las luces haya dado paso a la enorme superioridad intelectual de Gran Bretaña y Francia, que les permitió luego viajar por el mundo y expandir su imperio hasta los confines, recolectando piezas y guardándolas en las salas tanto del Museo Británico como del Louvre. 



Sólo para darles un ejemplo, baste recordar el actual saqueo masivo en las ruinas de Babilonia (a 80 km de Bagdad, en lo que hoy llamamos Irak) o las constantes revueltas en Egipto para agradecer a estas dos colosales instituciones por resguardar la Piedra de Rossetta, los restos de Babilonia, y tantas reliquias que conforman el patrimonio de la humanidad.

Money for nothing
En esta ocasión tomé un tour guiado en la sección dedicada al dinero. No puede evitar tomar la foto a continuación, que corresponde a un billete de 500 millones de marcos de la República de Weimar en la Alemania de los años 20, la mayor denominación jamás impresa, si bien titubeo un poco ya que en Zimbaue el déspota Robert Mugabe llegó a cifras similares.


Esto no es anodino. Este billete no alcanzaba ni siquiera para comprar una estampilla. Tanto fue el descalabro alemán que una curiosa enfermedad fue registrada en aquella época, el ataque de cifras, rarísima condición mental que afligió a muchos alemanes al verse obligados a hacer cotidianamente enormes cálculos. Un kilo de pan, si es que había, necesitaba cientos de millones de marcos, que debían transportarse en carros. Imagínense administrar un presupuesto familiar en estas condiciones.

Wirtschaftswunder
No es de extrañarse que la consecuencia de la hiperinflación de Weimar haya sido la irrupción de Adolf Hitler. El más modesto obrero podía contratar a la orquesta filarmónica de Berlín con unas pocas libras o unos francos, sin considerar el resentimiento social que produjo la amarga experiencia de ver cómo la hiperinflación esfumaba los ahorros que muchos habían forjado toda una vida. 

Alemania, humillada y fracturada en dos entre los triunfadores de occidente y el imperio soviético, emergió como potencia mundial casi por milagro. La sustancia del Wirtschaftswunder, el milagro alemán, fue que se reconstruyó sobre roca: el nuevo marco alemán, la moneda más estable y más prestigiosa que se ha visto en la Europa de la post-guerra (Irlanda salió de la pobreza al pegar su moneda al marco alemán).

Es la economía, estúpido
Con esto, vuelvo a insistir en un elemento que es subyacente a todo lo que se escribe en esta ciber-tribuna. El manejo económico sensato es vital. De esto deben encargarse los políticos, y el electorado debe ser responsable e inteligente para elegir a sus gobernantes.

Culminada la guerra, otro de los derrotados, Japón, también vio por el espejo retrovisor a las antiguas potencias colonialistas. La democracia fue impuesta por EEUU en el archipiélago, y gracias a una gestión eficiente, nació una nueva potencia. 

Pues no olvidemos un detalle. Japón y Alemania se convirtieron en la segunda y tercera economía, después de EEUU, desplazando al Reino Unido y Francia, producto de un hecho curioso. A los derrotados, los vencedores le prohibieron contar con sus propias fuerzas armadas. Sin gasto militar, Alemania y Japón pudieron dedicar sus presupuestos nacionales a educación e infraestructura. El gasto militar es en todos los países el elemento más oneroso y el que más vacía las arcas fiscales. 

En Chile, es posible que culminemos este año con un inaceptable déficit luego de un período de expansión, con una sección vociferante de la ciudadanía exigiendo extravagancias como tener todo gratis.

¿Necesitamos gastar en educación? No, necesitamos invertir en educación, que es muy distinto a gastar. Nadie puede surgir de la pobreza con un sistema educacional mediocre que conforme una masa laboral ineficiente. ¿Necesitamos gastar en armas? No, necesitamos custodiar nuestro territorio, sin olvidar que nuestros vecinos o han desmantelado sus fuerzas armadas (Argentina), no tienen (Bolivia), o lo que tienen es una burla (Perú).

Es hora de repensar en qué gastamos tanto dinero, y si los recursos necesarios para mantener una población sana y educada, además de una buena infraestructura, deben provenir de alzas de impuestos o de reasignar mejor nuestros recursos: más salud, más educación, y menos armas.

El Estado chileno en estas últimas dos décadas ha recaudado más dinero que nunca, sólo superado por la bonanza del salitre. Es hora de plantearnos qué tipo de país queremos y si nuestra prioridad es ilustrar a la masa o farrearnos la plata en tonterías.

No hay comentarios.: