jueves, 1 de agosto de 2013

Releer Madame Bovary


Una de las más grandes pasiones de Vuestro Humilde Servdor ha sido, desde mis tempranos años de liceano, la literatura francesa, en particular aquellas clásicas novelas del siglo XIX. Desgraciadamente, he leído menos ficción de lo que desearía, y no todas las obras en francés sino muchas de ellas traducidas al castellano. Así fue como leí Madame Bovary, hace ya 20 años.

Agradezco no sólo a mi familia sino a mis dos grandes profesores de literatura, los señores Konzic y Watts, el haber inculcado en mi la devoción por la palabra escrita; como también agradezco a mi antigua profesora de francés, una ferviente católica de provincia, la desagradable madame Juliette, quien me incitó a leer a Albert Camus y Jean-Paul Sartre gracias a su velada tarea de hacernos despreciar el existencialismo.

Lo que me motivó recientemente a revisitar Madame Bovary fue una curiosa noticia. Se ha encontrado la biblioteca personal de Augusto Pinochet, el insensible golpista chileno que tanta infamia ha dado a nuestro país. Fascinantemente escabroso es hurgar en los libros que alimentaron la mente más retorcida que ha dado Chile a la historia de los criminales del mundo. ¿Qué libros tenía? Pues muchos, de historia, de política, sobre Napoleón, no pocas obras en francés, pero por sobre todo, brillan por su ausencia las obras de ficción. Pinochet no leía novelas. Esto significa una cosa: debo leer más novelas.

Según un reciente estudio, le hace muy bien al cerebro (no sólo al alma) leer ficción. Más allá de mejorar la ortografía y la dicción, las novelas nos impiden ensimismarnos y nos obligan a ponernos en lugar de otros, lo que estimula la empatía. ¿Quizás el mundo será un mejor lugar si leyésemos más novelas? Para evitar otro Pinochet, ¿no debiésemos preguntar a las candidatas presidenciales sobre sus hábitos de lectura?

"Lean señores, ¡lean!", nos espetaba el profesor Watts. "Lean a Stephen King por último, lean cualquier cosa, ¡pero lean!", acostumbraba a regañarnos. Por su parte, una de las más notables frases de Konzic: "El Ministerio de educación me ha ordenado matar la gran literatura, el asesino a sueldo de este crimen soy yo obligándoles a leer", "El Nobel de literatura es como el Festival de Viña, nadie sabe quién lo ganó ni a nadie importa", otro de sus controvertidas sentencias, cuyo retintín persiste en mi hasta hoy.

En fin, el tema es que me empecé a dar cuenta lo poco que he leído obras de ficción. Un libro que  terminé hace poco fue "La vida sexual de Catherine M", que leí durante mi luna de miel en Islas Mauricio (no sé si les conté que me casé). En paralelo, Chanchi decidió leer 50 Sombras, y por lo visto, es un plagio de La vida sexual, obra de esta escritora francesa, lo que me intrigó bastante (noten que detrás de cada éxito anglosajón, hay una idea original francesa). Luego leí Yo soy Amelie, la última Reina de Portugal, de un conocido y mediático intelectual francés. Finalmente, ahora que tengo un poco más de tiempo, conseguí lo que quería y volví en gloria y majestad a las novelas clásicas dándome el gusto de irme cada noche a la cama con Madame Bovary. 

Gustave Falubert le contaba por correspondencia a un amigo que "todos han leído Madame Bovary, o la están leyendo, o quieren leerla". Y no exageraba. Más de un siglo y medio después de su lanzamiento, el titán de las letras hispanas Mario Vargas Llosa le dedica una oda, La orgía perpetua. La señora Bovary ha sido traducida a cada idioma que se precie de tener una literatura. Ha sido considerada unánimemente hasta hoy una obra maestra, cénit de las letras universales.

Vale la pena destacar que junto con causar admiración, Gustave Flaubert debió comparecer ante tribunales en 1857 bajo cargos de "ultraje a la moral pública y religiosa y a las buenas costumbres", presentados por el Ministerio público, que temía la irrupción de detalles lascivos (noten que no hay ninguna escena de sexo) ya que lógicamente incitaría a contar "todas las orgías imaginables". Así de pelotudos son los guardianes de la moral y las costumbres. Flaubert debió enfrentar la injusticia y su editor, la Revue de Paris, fue clausurada poco tiempo después.

Baudelaire, George Sand, Victor Hugo, y toda la generación de intelectuales ensalzó esta obra situando a Flaubert al lado de Balzac o Stendhal. Su estilo es pulcro, con descripciones obsesivamente perfectas, ultra-realistas, con una caracterización impecable, y una lectura grácil que fluye hoja tras hoja: Falubert copiaba el texto en una pizarra y lo releía a viva voz para asegurar que su lectura no perturbara le respiración. El trabajo fue tortuoso, el resultado feliz.

Ojalá que todos nos hagamos más tiempo para leer más novelas, por el puro placer de leer, y porque todo indica que la ficción desafía al orden impuesto, y disgusta a los censores. Hoy ya nadie se atrevería a censurar 50 Sombras, al menos en Occidente. Y nadie nos da las gracias por haber erradicado a los censores.