La crisis política actual nos devuelve la sobriedad. La solución es simple: disolver el Congreso
Por demasiado tiempo nos hemos creído primermundistas, sin serlo. La incestuosa relación entre dinero y política ha saltado a la luz pública y no ha quedado nadie libre del lodo. Más aún, para un país que se jactaba de ser un oasis de transparencia y orden institucional, los casos Caval, Penta y SQM ponen fin al espejismo del país OCDE, emergente y excepcional en el contexto de su región.
O casi. Lo cierto es que incluso en este momento aciago la clase política chilena, lejos de ser paradigmática, sigue siendo un lujo al lado de la clase política argentina, peruana, boliviana, mexicana, o de cualquier otro país latinoamericano, e incluso de Francia, España, Italia, y aunque titubeo por un segundo, incluyo también a EEUU. En Chile hemos visto irregularidades inaceptables en el financiamiento de la política pero ni en esto hemos llegado a la actitud soez que hemos visto en otros países, y estamos lejos de la cloaca en la que estuvimos durante los Pinocheques o los ejercicios de enlace en la transición a la democracia. No hay ánimo golpista, ni populista, ni tampoco creo que los políticos se hayan enriquecido à la Kirchner, ni vivimos en una sociedad civil que dice "sí, pero robó lo justo".
El hijo y la nuera de la Presidenta se convirtieron en millonarios apenas pasados los 30 años gracias a unas triangulaciones al filo de la ley. El hecho que esto se sepa ya es en sí una cuestión elogiable. Lo grave, como se ha dicho, es que mancille a la Presidenta, hasta hace poco prácticamente una Santa Teresita de los Andes de la política. Este es el gran shock. El haberse enterado por la prensa añade una dosis de estupidez a su figura. Sólo un tonto podría creer que era mejor haber votado por Matthei en la elección anterior. ¿Es realmente Michelle Bachelet lo mejorcito que pudo producir la política chilena?, nos preguntamos.
La reacción visceral, rioplatense, estilo Bersuit Vergarabat es tentadora: "váshanse todos a la conchadesumadre... elección o no elección para mi la misma mierda, hijos de puta, en el Congreso". Nuestro sitio propone una salida política, no un arreglín, sino un acuerdo. Pero que duela.
Sin anestesia
El primer paso, si fuésemos una democracia bien pensada, sería desde luego disolver el actual Congreso. Visto que todos los incumbentes han sido comprados y sus intereses responden a quienes financiaron sus campañas y no a quienes votaron por ellos, esta facultad presidencial debiese ejercerse. Pero no existe, o fue absurdamente eliminada. En su defecto, la medida ejemplificadora y que sentará un precedente histórico en nuestro país debe ser taxativa y sin meandros ni contextualizaciones: destituir a todo parlamentario que haya financiado su campaña con boletas truchas.
Tendrían que añadir insulto a la herida si pretendiesen esta vez un "acuerdo político" como el de Ricardo Lagos cuando desapareció el Jarrón, se robaron Ferrocarriles del Estado, MOP-GATE, y muchísimos otros. El rumor es que se resucitaría nada menos que al mismo Lagos para que vuelva a la presidencia, esta vez a poner orden. A pesar que el ex hombre fuerte de la Concertación fue el más débil contra la corrupción. Fue en ese gobierno cuando fermentó la corrupción actual. Debe ser un signo de delirio el pretender tal despropósito.
Ya no hay ánimo para acuerdos. La crisis actual es más bien una crisis de personas que de instituciones. Las instituciones están ejerciendo sus poderes, y si bien exhiben falencias, han hecho un buen trabajo. La regla debe ser sólo una: que caiga quien caiga. No más perdonazos.
En una segunda etapa, corresponde un paquete de medidas y reformas. Desde luego empezar por poner límites al gasto electoral y controlar con celo los aportes a campañas. Pero más que eso, una reforma de verdad al sistema de votaciones (como ya hemos propuesto) y revisar las atribuciones de la presidencia y los mecanismos de reelección y destitución se vuelve imprescindible.
Dicho de otro modo, una cirugía mayor, sin caer en el circo de la mentada "Asamblea Constituyente", que sólo es un desvarío chavista de quienes pretenden constitucionalizar la explosión de derechos sociales e instaurar una República Bolivariana. Una idea necia que debe ser desechada de una buena vez.
Chile sigue siendo un país más bien excepcional. Lo que vemos hoy es producto de una transición democrática exitosa, una sociedad civil vigorosa, y un poder judicial cada vez más independiente.
Desde Chile Liberal continuaremos atentamente siguiendo el desarrollo de los acontecimientos. A pesar de los ánimos agitados, al menos algo bueno hay en todo esto: la parálisis política implica que por fin la economía chilena se verá libre para florecer. Si todo esto mantiene a los políticos ocupados, es una buena noticia.
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