domingo, 19 de junio de 2016

Brexit: Au revoir, UK

Should I stay or should I go now?
If I go there will be trouble
If I stay, it will be double


⎯ "Should I stay or should I go", The Clash

El Reino Unido debe sincerarse y abandonar la Unión Europea
En 1945, cuando entraron a la Alemania Nazi derrotada, los soldados aliados descubrieron los campos de concentración, y en medio del horror trataron de salvar de la inanición y la enfermedad a la mayor cantidad de gente posible. Por un lado se saludaba el fin de la guerra y al mismo tiempo, estupefacto, el mundo comprobaba que Europa había pasado del pináculo de la cultura universal al fondo de la barbarie. De paso, la humanidad experimentaba la peor crisis de la Historia. Las heridas aún están ahí porque nuestra generación aún no logra reponerse del colapso, y con toda seguridad, la humanidad nunca se recuperará. La respuesta ante el colapso fue la Unión Europea, que comenzó como un esfuerzo en los años 50 por aunar un mercado común del carbón y el acero, y que luego de Maastricht y la adopción de una moneda común, por fin lograría el objetivo final de la posguerra: unir para siempre a las naciones europeas en un destino compartido, sellando así la promesa de un "nunca más". Cada país abandonaría parte de su soberanía para unirse a un proyecto común, casi como un matrimonio.

La analogía del matrimonio es muy buena, porque tal como en un casamiento, después de bebida la champaña, acabado el baile y los discursos emocionados, cuando la luna de miel es un recuerdo lejano, comienza la realidad cotidiana. Empiezan las peleas. Precisamente esto ocurre ahora en la Unión Europea. Y es, en parte, a causa de su propio éxito.

Sí, porque más allá de la crisis del euro, de la lenta pero implacable pérdida de competitividad, del terrible y endémico y persistente desempleo, y a pesar de que el mayor mercado del mundo es desde una perspectiva política, militar y diplomática una irrelevancia internacional, la verdad es que la Unión Europea es un éxito: su objetivo culmine, la paz, hoy se da por sentado.

Nunca los europeos disfrutaron de mayor tranquilidad y, dejando de lado el pesimismo, en Europa se vive de manera próspera. Pero para el ciudadano de a pie en el Viejo Continente los árboles no dejan ver el bosque. La libre circulación de personas, ideas y capitales entre países disímiles es un logro extraordinario. La Unión Europea ahora pasa a otra etapa, y es que debe responder ante nuevos desafíos. Ya varias generaciones han nacido después de la guerra y para ellos es una pesadilla lejana. La garantía de paz no es suficiente.

Los jóvenes europeos hoy ven con desazón que sus países no pueden ofrecer nada similar a Silicon Valley, y no les queda alternativa que añorar ser funcionarios (las "oposiciones", como le llaman en España, país donde no hay nadie que no haya opositado, esté pensando en opositar, o vaya a opositar: triste). China e India irrumpen como naciones vigorosas, repletas de nuevos ricos, y Europa no ve cómo entregarle lo mismo a sus ciudadanos. Hay todo un mundo "emergente" (antes eran "subdesarrollados") que promete más que un cheque en una deslucida oficina de seguridad social en Europa. Obnubilados por la desazón, el proyecto europeo parece inadecuado, o derechamente sin sentido. Surgen los bajos instintos nacionalistas y xenófobos, o la apatía y el pesimismo. Abandonar Europa es el ruido ambiental.

It's always tease, tease, tease
Mencionábamos antes el mercado común de acero y carbón. Pues hasta los años 70, Europa vivía un crecimiento económico febril (la Gloriosa Treintena), y hasta la tasa de natalidad descollaba. Era una época en que el Reino Unido vivía una era tumultuosa y se le llamaba "El hombre enfermo de Europa". Los británicos eran quienes golpeaban las puertas de la naciente Comunidad Económica Europea para que los dejaran entrar y comerciar. Un país de comerciantes innatos rogaba ser aceptado en el club. 

Su mayor oposición era Charles de Gaulle. El veterano militar francés, exiliado en el Reino Unido durante la Guerra, sabía que los británicos no debían unirse a la naciente comunidad, y que si lo hacían, inevitablemente causarían estragos o acabarían por marcharse. De Gaulle advirtió que los súbditos de la Reina preferían comparar alimentos baratos donde sea, y esto era contrario al espíritu continental. Dicho y hecho.

Desde el cheque británico hasta las muchas exenciones especiales (conservar a libra esterlina, no integrar Schengen), pasando por sus diferencias culturales, la verdad es que el Reino Unido nunca debió pertenecer al proyecto político de la UE. Quizás sí a un mercado común, pero nada más que eso.

El Reino Unido desde luego es fiel a su talante anglosajón: individualismo, escepticismo hacia el Estado, afinidad cultural y económica con sus pares de la Commonwealth y los Estados Unidos. Mientras Francia pretende modelar Europa a su imagen y semejanza para oponer la necesaria resistencia al poderío universal de EEUU, el Reino Unido prefiere distanciarse del Continente y reforzar su "relación especial" con el gigante de norteamérica. 

Los británicos prefieren la desregulación, que les permitió convertir a la City de una pintoresca reliquia financiera a un poderoso centro de negocios, que el dirigisme  europeo y la obsesión francesa por conservar su agricultura y los productos de su terroir. Ni hablemos de las diferencias culturales. Hasta hoy uno puede ver a un inglés borracho y mojado comiendo papas fritas en la parada del autobús: es su cena. Para los galos, esto es tan brutal como incomprensible. Francia tiene más de 400 tipos de quesos y necesita toneladas de regulaciones para proteger su identidad y su savoir-vivre. El británico sólo conoce el cheddar, y su plato preferido son las papas fritas con vinagre envueltas en papel de diario. Para el británico, las regulaciones europeas son el enemigo del comercio. Para el resto de la UE, son el fundamento de todo lo que se debe proteger.

La situación llegó a un punto de no retorno con la libre circulación de personas. El Reino Unido no integra el acuerdo de Schengen, que en la práctica elimina las visas y las fronteras. Los británicos juzgaron precipitada la incorporación de los países del ex bloque comunista y, según ellos, se han llenado de "polacos".

Antes que la xenofobia se apodere de los flemáticos ingleses, fue necesario someter la permanencia británica en la UE. En parte, fue el precio de que debió pagar David Cameron, el excelente y competente Primer Ministro, para llegar al poder, apaciguando a los euro-escépticos del Partido Conservador. 

Should I stay or should I go?
El próximo jueves llega la hora de la verdad. Nunca, desde que existe la UE, un miembro ha abandonado el proyecto común (la pequeña Irlanda casi lo hizo con el referéndo de Lisboa). En Chile Liberal nos gusta la visión anglosajona porque somos escépticos del poder del gobierno, porque no nos gustan los carnés de identidad, porque creemos en el comercio desregulado y los bajos impuestos.  Propugnamos el laissez-faire (expresión anglosajona no traducible al francés). Cuestiones como el "contrato de cero horas" y la ultra-flexibilidad laboral, o los planes de austeridad aplicados con determinación, son cosas que apoyamos. La Unión Europea necesita de todo esto. Los continentals quedan pasmados cuando ven todo aquello.

Por otro lado, ante todo, es insostenible la Europa à la carte que quieren los isleños. Preferiríamos mil veces al Reino Unido en Bruselas defendiendo su visión de mundo, y de paso, liderando a Europa. Ante el inminente acuerdo de libre comercio UE-EEUU, el Reino Unido debiese ser el intermediario por excelencia. Pero si ellos no quieren, y prefieren vivir de la nostalgia de su pasado colonial y creer que por sí solos van a firmar acuerdos con EEUU, pues allá ellos.

Un país miembro de la UE necesita una gran masa crítica de gente entusiasmada con Europa, y no un país divido 50/50. Los británicos se volvieron intratables. Quieren viajar y trabajar sin visas en el Contienente, pero ponen obstáculos a quienes quieran comenzar una nueva vida en su país.

Cuando el Reino Unido fue la principal potencia mundial siempre fue notable su capacidad de administrar su imperio planetario con una cantidad pequeña de funcionarios, porque la burocracia, el "red tape", es cuestión ajena a su manera de administrar (en Chile, nos encanta). Dicen ahora que rechazan el mamut burocrático que los domina desde Bruselas, pero ellos son incapaces de demostrar cuáles son las normas que tanto les molestan. Desde Inglaterra se denuncian las interminables sesiones europeas para determinar el grosor del pepino y la curvatura del plátano, un triste vicio de la burocracia europea, pero nunca se ha visto a una británico impedido de importar pepinos o plátanos, y convenientemente olvidan que la UE ha armonizado las reglas en el Continente lo que facilita el comercio.

En concreto, la UE se aburrió de un miembro que no quiere liderar ni quiere construir, y los británicos ya no ven qué sentido tiene Europa. Si se largan, en la UE habrá "business as usual", ya que los británicos no son Alemania. (Si los teutones se van, eso es grave). La City perderá pero a mediano plazo se recuperará. En el fondo, no habrá el colapso que algunos, incluso respetados analistas, predicen.

En este blog creemos que la mejor opción es votar Leave. Y si la opción de marcharse resulta ganadora, el capaz y honesto David Cameron deberá asumir su responsabilidad y como ocurre en las democracias consolidadas, tendrá que renunciar (no como en Chile, donde los que llevan 30 años perdiendo elecciones siguen ahí, incluso cuando los pillan robando).

Finalmente, unas breves pero sentidas palabras sobre Jo Cox, una mujer leal, esposa y madre de dos pequeños, cuyo asesinato ha causado consternación mundial. Jo Cox sirvió abnegadamente a su comunidad y a su distrito. Este crimen es un atentado contra la libertad y todo lo que representa el Reino Unido: la democracia más añosa del mundo. Jo Cox era ferviente partidaria de la opinión de permanecer en Europa, y lamentablemente un criminal la acalló quitándole  la vida.


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