La decisión de no extraditar a Galvarino Apablaza, autor del asesinato de Jaime Guzmán —cerebro de la dictadura—, ha sido correcta
Es necesario comenzar declarando que a nuestro sitio lo inspira el espíritu de la moderación de los whigs, y que privilegiamos el diálogo flemático por sobre la violencia y el apasionamiento. El objetivo último de este espacio en la red es exaltar los valores cívicos y cultivar las virtudes republicanas. Nuestro rechazo al autoritarismo y al extremismo es absoluto.
Por lo mismo, creo que Argentina no debió extraditar a Galvarino Apablaza, autor —al parecer— de los disparos que en abril de 1991 pusieron fin a la vida del oscuro ideólogo de la dictadura pinochetista, Jaime Guzmán. Al otro lado de los Andes se le considera "militante político" y un "luchador contra la dictadura", mientras que, en la ladera del Pacífico, es un "terrorista". Ambas posturas tienen algo de razón, pero la balanza se inclina hacia el Atlántico.
La disyuntiva
Hay dos formas de luchar contra un régimen absolutista: la vía política, y la vía armada. Cuando la primera es imposible, la segunda es plenamente legítima. Cuando el gobierno se vuelve abusivo y somete al pueblo a sus arbitrarios designios, gobernando por decreto, los gobernados tienen derecho a formar una milicia armada que destituya al tirano (como lo establece la Segunda Enmienda de la Constitución Americana, algo que Chile Liberal comparte). Galvarino Apablaza (ver foto arriba) fue uno de éstos, y aunque no compartimos por un segundo su ideología política de corte marxista, digamos que en ningún caso él mató a un "ser humano inocente". Todo lo contrario. Como veremos a continuación, Jaime Guzmán fue un sujeto repelente.
La vía política es la que comparte Chile Liberal, y ésta fue la del Acuerdo Nacional, que desembocó en un llamado a participar en el plebiscito de 1988. Este pacto lo suscribe nuestro actual presidente, Sebastián Piñera, quien en aquella época coordinó y financió la campaña del No, la cual terminó, sin disparar un solo tiro, por poner de rodillas a la dictadura más abyecta que conoció nuestra historia reciente, experiencia que nadie quiere repetir, y que sentó un ejemplo para América latina sobre cómo deshacerse de las dictaduras.
Como todos sabemos, el propio Pinochet quiso desconocer los resultados y ordenó sacar a los militares y los tanques a la calle para usarlos, nuevamente, contra sus propios compatriotas. Esta vez sus subordinados se negaron, y la voluntad popular prevaleció por sobre las ansias de poder, la corrupción, y la demencia autoritaria y sanguinaria. Detrás de los culatazos a civiles, del amedrentamiento con helicópteros volando a ras de suelo por las poblaciones marginales, y de las declaraciones de odio de Pinochet ("agentes soviéticos" eran todos sus oponentes), está el cerebro de Jaime Guzmán, un triste profesor universitario que en su escritorio lucía una calavera, que él usaba para sus pasatiempos favoritos: reflexionar sobre la muerte, admirar al régimen franquista y alabar al carlismo español, entre otras ideologías ajenas a nuestra identidad nacional, siempre de talante moderado. Históricamente, desde la emancipación nacional, los paradigmas fueron el parlamentarismo inglés o el republicanismo francés. En el siglo XX, lógicamente, comenzó la admiración por el presidencialismo norteamericano. Jamás un político mainstream chileno consideró al carlismo o al franquismo como apropiados para nuestro carácter. Excepto, desde luego, Jaime Guzmán, quien fue en sí mismo un extremista.
¿Qué hizo Apablaza?
Apablaza no mató a una viuda vulnerable abandonada a su suerte, ni exterminó a un niño inocente. El ex frentista hizo justicia contra aquel que dedicó una vida a retorcer la filosofía del derecho hasta convertir el recoveco legal en un sistema político centrado en un gobierno cuasi-dictatorial, mientras justificaba los crímenes de un gobierno aborrecible.
Para entender qué ideas sostenía, ésta es la inspiradora posición de Guzmán (foto izquierda) sobre el aborto:
La madre debe tener al hijo aunque éste salga anormal, aunque no lo haya deseado, aunque sea producto de una violación o, aunque de tenerlo, derive en su muerte. Hay personas para las cuales el límite entre el heroísmo o el martirio, y la falla moral, por otra, se estrecha hasta hacerse imposible. La mayoría de los seres humanos viven gran parte de sus vidas en una amplia zona intermedia que hay entre ambas, pero la Providencia permite, exige o impone muchas veces a un ser humano que ese cerco se estreche y la persona se encuentre obligada a enfrentar una disyuntiva en la cual no queda sino la falla moral, por una parte, o el heroísmo, por la otra, en ese caso tiene que optar por el heroísmo, el martirio o lo que sea. (ver fuente)
Ese pelado solterón criminal pinochetero de lentes poto de botella pretende que, por ejemplo, mi mujer muera en complicaciones de parto y dejarme viudo, ¿por qué?, porque la Providencia quiso (amén). OK, Apablaza se piteó a Jaime Guzmán. Tremenda weá.
Sobre el sufragio universal, Guzmán nos explicaba:
"resulta evidente que para la tarea de resolver los destinos del país no todos los ciudadanos se encuentran igualmente calificados" (ver fuente)
Sobre la democracia:
es sólo un medio y ni siquiera el único o más adecuado en toda circunstancia
No sólo fue el artífice de la Constitución que hasta hoy nos rige, la cual no fue fruto de una Asamblea plenipotenciaria conformada por grandes juristas, cientistas políticos, filósofos o incluso artistas y representantes de los trabajadores, no. Fue fruto de su propia lúgubre cosmovisión, y como operador político logró apartar a Alessandri de la comisión Ortúzar, donde varios demócratas quisieron de algún modo ablandar una dictadura sangrienta, pero finalmente terminó imponiéndose el extremismo guzmaniano por sobre la moderación, con joyas del constitucionalismo como el artículo VIII y el crimen de pensamiento (derogado, pero la pesadilla orwelliana aún continúa latente con el hijo bastardo de Jaime Guzmán, el partido ultraconservador UDI).
Por lo anterior, se desprende que Galvarino Apablaza no dirigió sus actos violentistas contra la población civil, sino que contra blancos legítimos, como fue el ideólogo de un régimen sangriento e ilegal. Sus métodos no deben ser elogiados con fervor, pero en estricto rigor, actuó cuando la justicia fue pusilánime. Es, en cierta forma, como se sostiene en Argentina, un luchador contra la dictadura.
Argentina no es nuestra nación vecina, sino que mucho más que eso, es nuestra nación hermana, y a pesar de las diferencias que tienen todos los hermanos que se quieren, incluso cuando hemos estado apuntándonos con fusiles y listos para dar la orden de matar, ha primado la cordura. Por lo mismo, La Moneda, por mucho que consideremos que Argentina se merece más que la dinastía cleptocrática y fascistoide de los Kirchner, no debe enfriar relaciones con la Casa Rosada por el fallido intento de extradición de Galvarino Apablaza. Chile también ha negado solicitudes de extradición a Argentina, como en el caso Prats. Sebasián Piñera debe dar prioridad a otros temas en la agenda bilateral con Argentina, y dejar este asunto en el pasado.