Para festejar el cumpleaños de Chanchi, hace un par de semanas, le avisé que le tenía preparada una pequeña sorpresa que implicaba tenue correcte exigée, lo que en parte me delató ya que claramente significaba que iríamos a un restaurante —algo que ya adivinaba—, aunque no le dí pista alguna de cuál ni dónde. Tomamos un taxi y cuando indiqué "à la Tour Eifel s'il vous plaît" quedó más o menos claro para dónde iba la cosa: Le Jules Verne, un restaurante de grande cuisine, como le llaman, y por sobre todo célebre porque no tiene vista a la Torre Eiffel ya que está ubicado en la torre misma.
Algo de Schadenfreude se siente al llegar formalmente vestido a un lugar donde millares de turistas están exhaustos de tanto asolearse esperando el turno para tomar el ascensor, mientras uno llega y pasa, ya que el restarante tiene un ascensor propio que hace también las veces de recepción. Después de pasar por el detector de metales, en un par de minutos uno ya está arriba. Genial. Así da gusto subir a la Torre Eiffel.
La vista de la Ciudad Luz es superbe. La comida, también. Salvo detalles, por ejemplo la iluminación es demasiado tenue, el servicio es correcto y en general no decepciona. Para alguien como Vuestro Humilde Servidor, quien practica con fervor religioso el hedonismo ilustrado y que se autodenomina un sibarita, un huevón epicúreo, el comer bien es esencial. Nada nos hace más humanos que apreciar el arte culinario, como experencia cultural y además como placer en sí mismo. Francia, país cuya cuisine es parte de su patrimonio y legado a la cultura universal, ofrece la más refinada y extraordinaria variedad. Puede parecer cliché, pero no lo es, no por nada gente de todo el mundo se agolpa para degustar la comida francesa.
Déjenme contarles un poco como estuvo esta agradable soirée. Primero, como corresponde, un mise en bouche. Éste, como saben, cumple la función de excitar las papilas gustativas y estimular el apetito, para facilitar la digestión y hacer más agradable la comida al paladar, salvo que en este caso el toque de menta, aunque muy ligero, en realidad no es mi favorito pero cumplió su función.
Luego, de entrée, el fois gras de confit de pato, acompañado de jalea de ruibarbo y fresa, sobre una rebanada de pain perdu, que los españoles llaman torrija, aunque ignoro si es exactamnte lo mismo. En realidad no es otra cosa sino un pan dulce, añejo, empapado en una mezcla de leche y huevos, que normalmente se emplea en Francia para recuperar el pan añejo y no desperdiciarlo (tradicionalmente, botar pan a la basura en Francia, como en todo el mundo, es un pecado mortal). Sirve a la perfección su misión de ser el acompañante del fois gras. Noten la fineza en la presentación.
Lamentablemente, aunque parezca extraño, no todo el mundo conoce la etiqueta para comerlo. El pan se toma con la mano y el fois gras ¡no se esparce como si fuese paté, por favor!, sino que sólo se corta una porción pequeña y se deja suavemente sobre el pan, luego se lleva a la boca. Estábamos flanqueados por dos parejas, a un lado una pareja mexicana mayor y extraordinariamente obesa que hizo lo peor posible: cortar el fois gras y echárselo directamente a la boca. Al otro costado, otro tipo bastante barrigón, seguramente ruso, con una joven rubia con pinta de escort al menos sí captaron para qué es el pain perdu, pero desgraciadamente lo cortaban con el cubierto y así lo comían. Parece que algunos no creen que la etiqueta es comerlo con la mano. En fin. Gente mal educada hay en todos lados.
En seguida, plato de fondo para Vuestro Humilde Servidor, cordero cuit à la broche, o sea asado al espetón, con alcachofas poivrade, bañado en un jus perlé. Chanchi fue por lo simple y eligió el grenadin de veau au sautoir, carne de ternera dorada , sobre un guiso (blanquette) de vegetales tiernos.
A esta altura ya estábamos bastante satisfechos. Tradicionalmente aquí vienen los quesos pero como los restaurantes están cada vez más enfocados hacia los turistas —quienes rara vez los piden—, prefieren ofrecer enormes porciones no dejando espacio para los quesos, así que tuvimos que pasarlos de largo.
El postre fue chocolate negro praliné con crema de avellana, y para Chanchi un pastel de merengue, frambuesa y mango. Una de las características de estos restaurantes es que uno debe elegir el postre al tiempo que pide la entrada y el plato principal ya que, sea verdad o no, en la cocina comienzan en el mismo momento a preparar el postre.
A continuación unas vistas panorámicas de Champs de Mars, Pont de l'Alma, la Torre iluminada, y algunos videos, primero uno justo al encenderse las luces (cada hora las encienden 15 minutos) y luego uno con la panorámica, y otro bajando de la torre por el ascensor rodeado de turistas norteamericanos.
4 comentarios:
que mariconada mas esnobista por dios!!
tu credibilidad se acaba de ir a la cresta xD...
... bueno, queda el recuerdo de Chileliberal como un antecedente, hasta casi como un referente, que quedó en promesa....
La última vez que subí a la torre, no hice uso de esos restaurantes porque me parecieron excesivos los precios; mínimo te gastas 80 euros por persona.
Y abajo de la torre te caen como moscas cojoneras los marroquíes vendedores de souvenirs, que fingen que torean a la Policía que de seguro está en contubernio...
Qué bueno saber que alguna vez tuve credibildad.
Por supuesto viejo, si el blog no es malo, sino no se participaría =)...
Pero no puedes negar que la nota fue un wateo... bueno a cualquiera le pasa
Slds...
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