sábado, 28 de septiembre de 2013

Alemania, un ejemplo que no debemos seguir


Las elecciones alemanas nos demuestran la importancia de no adoptar un sistema electoral proporcional

Alemania es no sólo una democracia joven, sino un país joven, algo que para muchos puede no parecer obvio detrás de su relativo éxito económico de la post-guerra. Su forma actual recién la adoptó en 1990, cuando el sector este, ocupado por la Unión Soviética, logró reunificarse con el sector oeste, bajo la ocupación franco-anglosajona. 

En la Alemania del este se impuso un sistema totalitario en que el Estado lo controla todo y donde no hay elecciones. En el oeste, infinitamente más próspero y libre, se intentó adoptar la democracia occidental en la modalidad practicada en el Reino Unido, EEUU o Francia, pero el resultado fue un tortuosamente complicado sistema que da paso a interminables coaliciones parlamentarias y tóxicas "grandes coaliciones". 

El  primer intento democrático germano fue recién en 1918, que dio paso a la caótica República de Weimar donde la fragmentación política dio paso a la hiperinflación y la destrucción económica que fue el caldo de cultivo del nazismo.

Se nos dice que ganó Angela Merkel, por paliza. Pero no obstante, no obtiene mayoría y ahora debe empezar las negociaciones para formar un gobierno. Esto es producto del incomprensible sistema proporcional alemán, que no guarda relación alguna con el sistema uninominal mayoritario propio de las democracias añosas de occidente el cual consiste en elegir sólo un representante por cada distrito, el elector marca sólo un voto, y el que obtiene la mayoría, gana. Simple, bonito, fácil.

El sistema alemán se describe en el gráfico a continuación. Sólo con decirles que el elector marca más de un voto ya es suficiente para entrar a sospechar. La mayoría de los alemanes no sabe si el primer voto es más importante que el segundo, ni entiende bien cómo se eligen sus parlamentarios. Esto es gravísimo. Aproximadamente la mitad de los miembros del Bundestag son elegidos por los electores con el primer voto, luego los partidos eligen sus representantes con el segundo voto, con reglas intrincadas que, para colmo, pueden cambiar incluso la cantidad de parlamentarios (Alemania tiene más parlamentarios por votantes que China, país de una burocracia comunista descomunal).
Ich nich comprender nada ya
¿Qué tiene esto que ver con Chile? Mucho. Tal como en Alemania, nuestro sistema es incomprensible por culpa de complejas aritméticas que no significan nada para el votante, al punto de erosionar la representatividad y arruinar la vida cívica. Cuando el elector no entiende por qué ganó el que ganó, por qué el que perdió ganó, por qué el que ganó perdió, no sabe quién carajo lo representa ni por qué están ahí deliberando los que no sabemos cómo ganaron. En Chile lo vivimos en carne propia gracias al infame sistema binominal y sus doblajes.

Si bien existe consenso en Chile que esta estupidez ya es insostenible, es francamente preocupante que se juguetee con ideas peligrosas para reemplazarlo. Se quiere imitar modelos como el alemán, a lo que Chile Liberal opone su más férrea resistencia.

La idea es darle representatividad a la mayor cantidad de grupos, partiendo de la base absurda que cualquier grupo por el mero hecho de existir merece ser representado. Esto es antidemocrático. La esencia de la democracia es que representen a los electores aquellos que cuentan con la mayor aprobación, así el electorado es capaz de filtrar las ideas desquiciadas y privilegiaría las ideas más moderadas.

En un sistema proporcional, inevitablemente los locos, los hotheads, los irresponsables terminan ocupando escaños y votando por las leyes que rigen a todos. Cuando a ustedes les digan que la democracia no es el mejor sistema porque "Hitler fue elegido democráticamente", sepan que detrás de estas barbaries siempre hay un sistema proporcional. Cuando no logren entender por qué en Italia Berlusconi sigue ganando elecciones, es también porque un incomprensible sistema electoral lo permite. En Chile, la UDI sigue siendo el mayor partido en el Congreso porque el sistema lo hace posible.

Si Francia tuviese un sistema como el alemán, el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen tendría sus dementes en la Asamblée nationale. Esto no ocurre porque el sistema mayoritario, de dos vueltas, lo impide. Dicho en sencillo: es imposible que una mayoría de franceses vote por idiotas. Pero si empezamos a juguetear con las proporciones, sería posible. Lo mismo en el Reino Unido y Estados Unidos, que no por nada son los tres países "grandes" que exhiben una larguísima trayectoria democrática.

A pesar de su alta votación, Merkel debe negociar por los cinco escaños que le faltaron, y formar una difícil coalición ya que inevitablemente se dan los "parlamentos colgados", en que nadie goza de una mayoría. Esto es algo que debemos evitar. 

El electorado debe ser capaz de entregarle un mandato a un sector, y no necesitamos más que dos: uno a favor de la estabilidad y la tradición, y uno a favor del progreso y las reformas. En los parlamentos los primeros tradicionalmente se sientan a la derecha, los segundos a la izquierda. Después de sus pugnas entre ellos tendrán que arreglárselas para forjar alianzas y acuerdos, es la esencia de la política. Evitemos la fragmentación.

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