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sábado, 25 de junio de 2016

Brexit post mortem: Au revoir, Dave

Forget it, brother, you can go it alone!
⎯ "London Calling", The Clash


El Primer Ministro David Cameron abandona el poder, injustamente, por la puerta angosta

Atrás queda el día del referendum sobre la permanencia o retirada del Reino Unido de la Unión Europea. "Le Royaume-Uni quite l'Europe", fue lo primero que vi esa mañana en BFMTV, el principal canal francés de noticias, antes de tomar desayuno. Normalmente voy a la panadería, me traigo una baguette y unas viennoiseries, me preparo un café au lait, y después enciendo la tv. Religiosamente veo media hora de noticias. Debe ocurrir algo muy importante para prender la tele a primera hora, y que más aún, en Francia no hablen de otra cosa sino de lo que ocurre Outre-Manche. El viernes 24 de junio de 2016 así fue, y no es para menos, ya que la jornada ha sido descrita como el día que puede cambiar para siempre al Reino Unido. Y como escribí en este blog, los británicos abandonaron la UE, y como indiqué, el Primer Ministro renunciaría.

Para los chilenos esto es completamente fuera de norma. ¿Un personero político renuncia porque perdió? Habitual en las islas británicas, inédito en la larga y angosta faja. Nuestros líderes jamás pierden. Si tuviesen un PM chileno (no sería conservador sino ultra-conservador), habría dicho que el 49% de votos fue un triunfo porque los políticos chilenos siempre ganan, independiente de los resultados. "Nos decían que perderíamos por gran diferencia, pero este 49% demuestra la gran aceptación del electorado, es un triunfo", habrían dicho. Todos los tontos útiles, lisonjeros, buitres y amigotes del líder lo felicitan por su derrota-triunfo. Es normal porque en Chile los partidos son un club de compadres y no instituciones profesionales. 

La cultura británica exalta la divisa de "entereza en la derrota, humildad en la victoria". Con una calma y dignidad encomiable, David Cameron frente a 10 Downing Street, escoltado por su esposa, admitió la derrota e inmediatamente anunció su renuncia al cargo. "El país necesita otro capitán para esta nueva etapa", declaró. Luchando por mantener la costumbre inglesa del stiff upper-lip, en un momento ya no pudo más y soltó un lagrimón. Vaya que comienza una nueva etapa. Los británicos, país de navegantes históricos, zarpan rumbo a aguas desconocidas. No veo porqué ahora deban temer.

En la elección general anterior votamos por Posh Dave y el Partido Conservador, lo que nos valió bastantes críticas, algunas muy injustas. Hicimos en aquel momento un resumen de su trayectoria (invitamos a leer el post, para no explayarnos ahora). Sólo repasemos brevemente: Cameron reconstruyó el exangüe Tory Party luego de décadas de derrotas. Declaró que su referente es Winston Churchill, no Maggie. Aplastó al todopoderoso Nuevo Laborismo, sepultando la Tercera Vía. Para capear la crisis económica impuso el plan de austeridad más salvaje visto en Occidente, y los resultados positivos están a la vista. Auspició el matrimonio homosexual, entre muchos otros logros. Fue, en resumen, un líder excelente.

Elevándose por sobre la terrible guerra civil en su conglomerado, se comprometió a zanjar para siempre la cuestión de problemática relación de amor y odio entre su país y la Unión Europea. El ala euroescéptica más tenaz ya se había escindido y formado el UKIP. Para conservar la unidad y evitar la hemorragia, Cameron sólo podría acceder a la jefatura conservadora ofreciendo un plebiscito, el cual se comprometió a ganar con una fórmula simple: declarar un fuerte euro-escepticismo para apaciguar a los exaltados en sus filas, luego ir a Bruselas a negociar más concesiones, volver de Bruselas con las concesiones bajo el brazo, y convocar al referendo diciendo "hey, chicos, miren, nosotros obtenemos lo que nos conviene de la UE, sigamos en el bloque, ganaremos incluso más".

El hombre antes ya había sometido a referendo la cuestión escocesa, de la cual salió airoso. Se decía que la independencia de las Highlands desintegraría al Reino Unido, lo que Cameron evitó. Fue un éxito rotundo.

Pero atrás queda la recuperación económica, la rehabilitación del Partido Conservador (que, mal que mal, es necesario un bloque conserva en toda democracia sana), la solución a la cuestión escocesa. Todo ha sido arruinado ante el fracaso de convencer a la mayoría de los votantes británicos de que es mejor permanecer en la Unión Europea.

En los próximos capítulos iremos desmadejando el embrollo. Por ahora, es sensato aplaudir a David Cameron, un hombre con temple y decisión, el más joven de los Premiers que ha visto la isla, y que antes de los 50 años de edad ya se convierte en un ex Primer Ministro. Su carrera, prometedora, ha llegado a un fin abrupto, pero paradojalmente, predecible.

El tema de Escocia vuelve a abrirse porque allá dieron un sí rotundo a la UE. Un flanco que parecía cicatrizado, Irlanda del Norte, parece abrirse ya que un control fronterizo deberá establecerse en la carretera M1, que era expedita entre Dublín y Belfast: ya parecían un solo país. Vuelve a penar el fantasma de la terrible era de los Troubles. La recuperación económica tambalea ante el posible debilitamiento de la industria financiera en la City.

Su mejor amigo, camarada conservador, ex compañero en el exclusivo colegio Eaton y antiguo alcalde de Londres, el extravagante Boris Johnson, líder "mainstream" de la campaña por la Salida de la UE, se vislumbra como su sucesor. 

La audacia lleva a la gloria o al fracaso. Para Cameron, el precio de su audacia ha sido el fin de una carrera política de un líder conservador ejemplar. En perspectiva, debió más bien asumir la posición de Boris: instar a una partida ordenada de la estructura de la UE, y plantear una integración acorde con las velocidades políticas, económicas e idiosincráticas del Reino Unido. Él asume su derrota con entereza, y desde Chile Liberal le damos un aplauso. Ojalá en Chile aprendan también que los errores se pagan así: con renuncias, dando paso a otro capitán.

martes, 18 de mayo de 2010

Anarquía en el UK, casi casi

Ya hemos dicho que el Reino Unido es un país raro. Un país de excéntricos cuenta con un sistema político acorde.

Se nos ha explicado en las noticias que hubo elecciones y que el ganador fue un señor llamado David Cameron, pero la historia es muchísimo más compleja. Gordon Brown, ex primer ministro, era el escocés que llevaba las riendas de la administración pública sin que nadie haya votado por él: simplemente recibió el poder del ahora infame Tony Blair. Luego, pudo haber estallado la anarquía: el primer ministro por el que nadie votó pudo haber ganado con menos votos que el resto y continuar muy fresco en el poder, gracias a una Constitución no escrita cuyas reglas son tan fascinantes como el misterio de saber qué lleva la reina Isabel en su cartera.

Los británicos son gente que se precia de su agudísimo sentido del humor. A cualquiera que lo pongan por error en el obituario de un periódico se indignaría y enviaría una furiosa queja, pero los británicos realmente creen que esto ocurrió una vez y el afectado mandó una carta diciendo: "Señor Director, los últimos reportes sobre mi estado de salud han sido un tanto exagerados". En política, hacen lo mismo. "Sod the lot", dicen, y votan por la Oposición, que normalmente gana por paliza. Margaret Thatcher ganó por abrumadora mayoría, y su coalición también perdió inapelabemente, dejando cada vez a Laboristas y Conservadores al borde del colapso. Ese pueblo que se enorgullece de su talante escéptico y su actitud moderada tiende a castigar con ferocidad al gobierno, sea cual sea.

El Che Guevara British
Después del indignante espectáculo de corrupción entre sus parlamentarios, con un electorado aterrado ante una crisis económica violentísima, desconcertados frente a una guerra ilegal y condenada al fracaso, en cualquier país del mundo estalla una revolución, o emerge un líder populista que se aprovecha del descontento de la masa y causa estragos. Los franceses votaron por Le Pen para castigar a su clase política. En EEUU, los furibundos miembros del Tea Party llaman a comprar armas para defender la democracia del nazi Obama. En el Reino Unido, en cambio, surge Nick Clegg, un auténtico iconoclasta, un revolucionario à la britannique que ha convulsionado a su país con ideas radicales: poner al Reino Unido no al margen de la Unión Europea, sino al centro; amnistiar a los ilegales; no renovar un programa nuclear de 200 billones de libras. Más encima, declara que no cree en dios. Su mujer es una ciudadana española, sin derecho a voto. El propio Clegg habla más de tres idiomas, y en su oportunidad quiso que el país adoptase el euro. Los británicos quedaron perplejos. Éste era el Le Pen y el Tea Partier british-style que necesitaban. Pronto, la Cleggmania sacudió al país y el líder de un partido noble, aunque considerado algo extravagante, se encumbraba en las encuestas, y el entusiasmo se apoderaba de los británicos.

Salvo un detalle. Como esa gente se jacta de ser flemática y moderada, cuando llegó la hora de los quiubos, la votación por los Liberales Demócratas, el partido de Clegg, subió apenas un par de puntos porcentuales. Así todo, perdió tres parlamentarios, gracias a un sistema que deja a nuestro sistema binominal hecho un monumento al sentido común. El gran derrotado de la elección fue David Cameron, quien hasta hace unos meses barría con los laboristas, pero terminó apenitas rasguñando el gobierno en un "parlamento suspendido" (hung parliament). El segundo gran derrotado fue Clegg, después de toda la inútil efervescencia. ¿El resultado? Los dos perdedores, David Cameron y Nick Clegg, terminaron como Primer Ministro y Primer Ministro surrogante. ¿Quién entiende?

Como decía al principio, la historia es más compleja de lo que se lee en las noticias. Gordon Brown, primer ministro y jefe del gobierno al servicio de Su Majestad, visitó a ésta y le recomendó que convocara a sus súbditos para que eligieran a sus representantes en la Cámara de los Comunes, o sea, la cámara del perraje, no como la pirula Cámara de los Lores. La reina, que es la soberana (el pueblo no es el soberano), llamó a elecciones, y los súbditos partieron a votar... un día jueves, sin el despliegue militarizado que nos gusta a los chilenos (los vocales de mesa son básicamente voluntarios y muy bien pagados, ¿estás escuchando Tatán?). La reina luego invita a que se formen facciones para que formen, por un lado, el gobierno que administre al país por ella (ya que esta mujer definitivamente no tiene tiempo para administrar el reino), y por otro, para formar la Oposición, que se dedique todo el día a hinchar al Gobierno. No obstante, pasaron los días y no hubo acuerdo.

En estos casos, el primer ginistro Gordon Brown pudo seguir al cargo, nada se lo impide si es que no hay acuerdo en el Parlamento. Al final, por presión popular, y con dos dedos de frente, Brown anunció que se dirigía al palacio de Buckingham y, visto los resultados de la elección, le recomendaría a la reina que nombrase como jefe de gobierno al líder de la Oposición. "La reina me ha llamado a palacio y me ha solicitado que forme su gobierno, y yo he aceptado", dijo Cameron en rueda de prensa antes de su entrada triunfal a la puerta número 10 del edificio en Downing Street.

Se pudo
La tarea luego era no menos compleja: urdir acuerdos y pactos para formar un gobierno y nombrar los ministros que sirvan a Su Majestad en la tarea de administrar el reino. Cameron tuvo que pactar con los Lib-Dems, formando una coalición que logra honrar una de las más antiguas y más tradicionales costumbres del sistema político británico, y es la de que un bloque esté a favor, sirviendo a la reina como Gobierno, y otro bloque en contra, sirviendo a la reina como Oposición. En cualquier momento que haya elecciones, el que pierda se cambia de bando sin perder tiempo en traspasos de mando, ya que el gabinete de Oposición, el shadow cabinet, está ya listo para asumir, cómo no, si su labor es formar un cuasi-gobierno paralelo.

Pudo haber sido traumático. De no haber acuerdo, tendrían que formarse las usuales "grandes coaliciones", a las que los británicos son alérgicos, y que predominan en los parlamentos europeos. A los británicos eso francamente les carga. Pudo, incluso, primar la rencilla por sobre el diálogo y continuar el gobierno laborista, o un gobierno Conservador minoritario que a poco andar habría colapsado, generando incertidumbre en la otrora potencia imperialista. Pero se impuso, al final, el ánimo de reducir el déficit fiscal y ordenar las cuentas del país con un gobierno fuerte.

Desde que se logró el voto universal, los liberales comenzaron a perder fuerza, y las grandes ciudades obreras del norte inglés ganaron voz propia con el labrorismo. Hasta hoy, el partido Liberal Demócrata es el que más defiende a los inmigrantes, a los obreros con una tasa impositiva justa, y las libertades civiles, pero es un partido íntegramente blanco, con menos mujeres, y más títulos nobiliarios en sus filas que ningún otro, lo que difícilmente puede ayudar a liderar la oposición a los Conservadores (increíblemente, Nick Clegg es el parlamentario de Sheffield, que es como Lota o Coronel en Inglaterra, antigua ciudades minera e industrial hoy sumidas en el desempleo).

Los británicos se hastiaron del laborismo y a Chile Liberal le parece que una alianza liberal-conservadora es lo mejor para aquel país. No voy a ocultar mis propias afiliaciones con aquel partido, y declaro desde ya mi más absoluta alegría de ver, casi después de un siglo, que los liberales vuelven al poder. Esta es una alianza que proporcionará, probablemente, estabilidad y legitimidad a un gobierno que, cuando empiecen los ajustes presupuestarios, será infame. En palabras de Mervyn King, presidente del Banco de Inglaterra (Banco Central), "quien gane esta elección quedará fuera del poder por una generación".