En su reciente columna, Karin Ebensperger arguye que "el destino de los países se define en la actitud mental de sus habitantes", y continúa con una plétora de epidérmicas insustancialidades como que "del carácter nacional o idiosincrasia dependen la calidad de las instituciones".
Es importante abordar este tema considerando el extraordinario impacto del libro "Por qué fracasan las naciones", que hemos comentado en Chile Liberal. La columnista del ultraconservador El Mercurio cae en el mismo error que tantos otros han cometido y que el libro de marras magistralmente desmiente: creer que la prosperidad de un país depende de la cultura, o de la actitud, es falso.
¿Cuál es la diferencia de actitud entre Corea del Norte y Corea del Sur? Sólo un accidente del destino —La guerra de Corea— hizo que esa península fuese divida en dos por una ridícula frontera en el paralelo 38, cuyo resultado fue que el mismo pueblo, con la misma cultura, la misma lengua, la misma etnia, y la misma "actitud mental de sus habitantes" quedase condenada al hambre y la miseria en el norte, y la prosperidad y la felicidad en el sur.
¿Acaso los norcoreanos tienen problemas de actitud? ¿Los norcoreanos son flojos? ¿Es la desidia parte innata y connatural de los norcoreanos y no de los sudcoreanos? ¿Son los sudcoreanos emprendedores y trabajadores pero sus connacionales del norte no?
El absurdo es evidente.
Lo mismo en el caso de los habitantes de Cuba y Hong Kong, ambas islas pequeñas. A fines de los 50 la isla caribeña gozaba de los mejores índices de salud y educación de las Américas, mientras que Hong Kong era un país miserable. Ningún gran cambio de actitud de estos países explica que en unas pocas décadas Hong Kong sea infinitamente más próspero que Cuba. Lo única explicación plausible es que en Cuba domina una gerontocracia absolutista, mientras Hong Kong es uno de los reductos más libremercadistas del globo. Tampoco hubo gran diferencia de actitud mental del pueblo alemán entre la ex República "Democrática" y la Federal.
A diferencia de lo que erróneamente sostiene Ebensperger, lo que define el destino de los pueblos es la medida en que su elite dirigente no se dedique a conformar una institucionalidad represiva, sino leyes e instituciones inclusivas para que fluya el talento y la gobernabilidad.
Reprimiendo al chileno
Represivo lamentablemente es Chile, con un sistema electoral que determina un empate técnico entre las facciones políticas, todo hecho para lograr "estabilidad", la misma "estabilidad" de Norcorea o cualquier régimen absolutista.
En cambio, un sistema plenamente democrático es en apariencia inestable, pero —por contraintuitivo que parezca— otorgan mayor gobernabilidad ya que cualquier ciudadano ve sus derechos respetados, goza de protección de sus ideas mediante patentes, puede iniciar un emprendimiento u obtener un préstamo; puede acceder a tribunales de justicia y su propiedad privada es considerada como algo sagrado.
En una institucionalidad inclusiva, el Estado no confisca con rapacidad el trabajo de los ciudadanos, sino que protege lo que cada cual produce.
Políticamente hablando, un país inclusivo no ve en el resto una masa que debe ser sometida en nombre de la "estabilidad", sino que abraza la destrucción creativa. En lo económico, el rechazo a los monopolios es entendido como algo imprescindible para el correcto funcionamiento del comercio.
Como corolario de lo anterior, da lo mismo que se impongan clases de educación cívica o no. Éstas fácilmente pueden derivar en un mecanismo de lavado de cerebro de los más pequeños, más aún si se instaura la ridiculez de la "educación pública", como si estuviésemos en el siglo 18 tratando de alfababetizar y numerizar a las masas de campesinos sumidos en la ignorancia fomentada tanto por el Estado represivo como por la iglesia que lo legitima.
Educación cívica es necesaria pero sólo cuando tengamos plena seguridad de que nos hemos librado de cualquier enclave represivo.
Primero es necesario abolir el sistema binominal que enquista a los mismos de siempre, y evitar la entrega a perpetuidad de los recursos naturales (debiesen licitarlos), así como usar la ley para evitar colusiones como hemos visto en la industria avícola, en buses y farmacias, y no temer a la destrucción creativa, dejando que empresas como Johnson's simplemente desaparezcan.
Cualquier clase de educación cívica lo más seguro es que mate de tedio a los estudiantes. Enseñarles cómo debe funcionar una democracia, en una democracia con fallas como la chilena, no mejorará nada, ni por mucho que cambiemos de "actitud". Es imperativo cambiar de institucionalidad.
Los ingleses lo lograron con la Revolución Gloriosa de 1688. Los franceses mediante la Revolución Francesa, y los norteamericanos con su Declaración de Independencia. Sólo depende de los chilenos determinar si pueden superar con inteligencia sus limitaciones institucionales, o si continuarán perpetuando el resentimiento social hasta que la situación se vuelva insostenible