Se estrena la película Éxodo, de Ridley Scott, y ya es censurada en tres países
Este año ha sido durísimo y decidimos con Chanchi sólo cenar en casa y beber champaña con moderación. Aunque los franceses tienen un dicho: todo con moderación ⎯ incluso la moderación. El día de año nuevo lo pasé con un dolor de cabeza monumental. No sólo por el exceso de Blanc de Blancs, sino por el afecto adverso que produce en Vuestro Humilde Servidor las malditas películas 3D. Sin nada muy extraordinario que hacer en medio del suave invierno en la costa Mediterránea, partí a ver el aclamado film de Ridley Scott Éxodo: dioses y reyes.
La peli es buena. Una obra de ficción basada en otra obra de ficción, un best seller de la Antigüedad llamado Éxodo, o Libro de Shemot en la tradición judía. Se nos relata la historia de un bebé extranjero salvado por su madre al depositarlo en una cesta para librarlo de una matanza de niños, dictada por un rey para eliminar a un supuesto profeta recién nacido. Luego el bebé se convierte en un poderoso hombre del establishment, pero cuando descubre su verdadera identidad se consagra a la liberación de su pueblo sanguíneo. Puede parecer evocativo, y lo es, pero lamentablemente poco original: Moisés no es sino un refrito de otra historia, la de Sargón I de Acad. No diremos que es un plagio, sino más bien una adaptación. Así como, sólo por dar uno de mil posibles ejemplos, Millenium es un film sueco y existe una adaptación gringa, Moisés es la adaptación hebrea del rey Sargón, a su vez la adaptación mesopotámica de otro profeta-rey-legislador, Manu, autor de las leyes de Manu, también salvado de las aguas como Moisés, y también receptor de leyes y mandamientos varios.
Es tentador desechar todas estas historietas como unos mamarrachos atávicos sin lugar en nuestra civilización, pero al menos los judíos tenían, como declaró el novelista francés Michel Houellebecq un enorme talento literario, por lo que les perdonamos muchas cosas.
Aclarado lo anterior, vayamos al grano. Ridley Scott (Alien, Gladiador), vuelve con una obra épica que nada envidia a los relatos bíblicos precedentes como Los diez mandamientos, de la edad de oro de Hollywood. Hoy no tenemos a un Charlton Heston como Moisés sino a Christian Bale (Batman), quien no sobreactúa ni nos hace creer que cada segundo es épico, sino que interpreta a un hombre de carne y hueso como cualquiera, un mortal, confrontado a una realidad familiar y a un enorme conflicto personal: abandonar su sencilla familia, luego de haberse alejado del centro del poder en Memphis (y de su omnipotente familia adoptiva), para salvar a su verdadero pueblo, el hebreo, de la esclavitud egipcia. Así como la narración de historias evoluciona, no sólo la tecnología sino la calidad de los relatos también madura. Scott nos muestra a un Moisés real, más bien político que místico, que organiza atentados cuasi terroristas y dirige escuadrones de guerrilla urbana para desestabilizar a Faraón, su ex primo Ramsés II, y así liderar el gran éxodo de los esclavos hacia Canáan, la Tierra Prometida, donde finalmente vivirán en libertad. Historia inspiradora y emocionante, y ahí estaba yo viéndola, con resaca, comiendo cabritas y con aspecto de huevón con esos feos lentes 3D.
Al comienzo de la película Scott nos aclara que estamos en el siglo 11 antes de la Era Común, lo que es acertado ya que sería altamente incendiario hablar de "antes de Cristo". Chile Liberal no emplea dicha nomenclatura, por inexacta. Y estúpida.
Lo valioso, como esbozamos en el párrafo anterior, es el Moisés real. Cuando él supuestamente habla con dios, Scott nos presenta a un niño. Conminado el pequeño por Moisés a aclarar quién es, él responde ⎯controversialmente⎯ yo soy, alusión directa a Éxodo 3: 13-14, única escena del Pentateuco y de la Biblia en general en que dios dialoga directamente con un ser humano. La respuesta fiel al original habría sido "yo soy el que soy" (traducción= déjate de preguntar weás weón, esto no es paja mental filosófica sino una historia para el populacho). En hebreo es Yavé, o Jehová. Esta escena, conocida como la escena de la revelación en la zarza ardiente (vemos un matorral quemándose en la película), nos revela al Moisés según la tradición abrahámica, es decir, como un profeta, y en calidad de tal es reverenciado por moros y cristianos (valga la redundancia).
Aquí el amigo Ridley Scott está jugando con fuego. Para los musulmanes el aniconismo es serio, es decir, está estrictamente prohibido no sólo representar a profetas, como Mahoma, sino que figurar a dios es un sacrilegio, al menos para la rama sunita (la ortodoxia chíita muestra un mínimo de flexibilidad al respecto). Los productores quizás pensaron que mostrando a un niño esquivarían la censura, pero no fue así: en Marruecos, país poco ortodoxo en estas materias, en primera instancia se aprobó la obra pero pidieron a Scott remover o retocar esa escena en particular. El director británico se negó y la película está guardada en alguna bodega de los censores, pero no es proyectada en ninguna sala.
En Egipto, por su parte, mostrar a los hebreos como los esclavos que construyeron pirámides, esfinges y todos sus grandiosos monumentos cayó como bomba. La película tampoco pasó los tijerazos de los censores. O sea, la revolución de la Plaza Tahrir el 2011 valió callampa. OK, es cierto que en la época del film todos estos monumentos ya estaban construidos y no existe huella de que pueblo semita alguno fuera esclavizado y haya forjado estas obras, lo que constituye uno de los muchísimos errores históricos de Éxodo ⎯ tanto del libro como de la película. Pero insistir en inexactitudes o en la poca historicidad de los personajes en cuestión es una mezcla de pedantería y necedad. Estamos ante todo frente a una obra de ficción basada en vagos indicios históricos, a lo sumo en relatos místicos de los que ya sabemos no hay ni pizca de evidencia. O sea, no jodan. (En Emiratos Árabes el film fue censurado pero ya no me da el cuero para entender por qué, averigüen ustedes solos. Sorry)
Un poco más preocupante es que en Egipto se le ha considerado a Éxodo un film sionista. El pueblo hebreo, perseverante y oprimido, lucha infatigablemente por su liberación de Egipto, la potencia mundial de la época. Consideremos que ya en 1967 y 1973 Egipto e Israel se declararon dos sendas guerras. Scott toca un tema de alta combustión.
Desde la cosmovisión cristiana occidental, la de nuestro blog, Scott nos presenta una perspectiva agnóstica. Cuando Moisés habla con dios (el niño), a veces es observado a la distancia por su hermano Aarón. Este sólo ve a su hermano hablando sólo, como preguntándose si acaso no sufre de algún trastorno. La dinámica entre su hermano, el consejo de ancianos hebreo y del pueblo en general es que el conflicto es una cuestión elemental que ha preocupado a nuestros ancestros desde tiempos inmemoriales: la libertad. La única forma de emanciparse y ser libres, de abandonar la esclavitud, es huir. El único que ve la historia como un designio místico es Moisés. Para el espectador ⎯por ejemplo yo con mi resaca y mis horribles lentes 3D⎯ los diálogos divinos del profeta son parte de una alucinación. Creo que es el punto esencial de esta obra. Y es de un valor universal muy acorde con nuestra línea actual de pensamiento: Martin Luther King en EEUU luchó contra la segregación citando la religión, tal como Moisés liberó a su pueblo apelando al llamado de un dios hebreo, que si fue cierto o no, poco importaba a la muchedumbre: lo que importa era lograr tracción político-social para movilizar a la masa y organizar una migración masiva a otras tierras para poder ser libres.
En los momentos finales de la (extensa) película, Moisés se conmueve al ver la enorme columna de compatriotas que marchan a paso cansino. Reflexiona, y se pregunta qué ocurrirá a su llegada a Canáan, cómo serán acogidos centenares de miles que desembarcan de una sola vez, qué conflictos causará una inmigración a esta escala. Muy someramente, Scott toca otro tema sensible: la emigración masiva de judíos desde la Europa asediada por los nazis hasta sus tierras ancestrales. A tal punto se ha desestabilizado ese pequeño país llamado Israel que muchos de quienes huyeron del acoso nazi o que escaparon de los campos de exterminio, una vez asentados en Israel, son hoy vistos como los invasores y los opresores. Tema que no es nada histórico ni ficticio: lo vemos en los titulares de periódicos y en la apertura de los telediarios de todo el mundo. En Chile Liberal lo hemos abordado.
A fin de cuentas, la obra es en sí de calidad y contiene un poco de todo. El cinéfilo encontrará algo para él o ella, el espectador ocasional podrá entetenerse, los talibanes de todas las religiones tendrán escenas para escandalizarse, los esnob podrán escudriñar errores históricos, y los fanáticos de los efectos especiales no serán defraudados. Quienes seguimos considerando al arte milenario de la literatura como la forma sublime de expresión artística, no superada por el cine ⎯aunque la disputa es feroz⎯, no nos queda sino describir Éxodo: dioses y reyes con el cliché típico: el libro es mejor que la película.
1 comentario:
Éxodo, la película sobre Moisés que prohíben en países árabes
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