El mercado sólo existe en un entorno de libertad. La economía de mercado es la mejor defensa que tenemos contra los enemigos de la democracia. Por eso, el mercado es digno porque se basa en nuestras decisiones, es humano y nos civiliza. Las grandes compañías, y más aún las pequeñas y medianas empresas, existen para ofrecernos bienes y servicios, y sólo el mercado determinará cuáles se desarrollan y cuáles desaparecen. Como el mercado somos todos nosotros, es a través de cada compra y cada elección personal que premiamos o castigamos a quienes nos ofrecen sus servicios. Al poder elegir, se apela a nuestra inteligencia. En cambio, un sistema comunitario sólo nos impone normas mediante el miedo y la coacción... nos denigra.
La economía de mercado tiene enemigos, y muchos. No siempre son los que creemos. Por ejemplo, la derecha conservadora es una gran enemiga del mercado. Cuando sus intereses se ven afectados, no dudan en erigir barreras proteccionistas para que nosotros compremos leche y pan caro a productores nacionales, en vez de ahorrar comprando en el extranjero. La izquierda, por su parte, ha sido una enemiga tradicional del mercado, pero cada vez más parece comprender cómo los mágicos mecanismos de una economía libre surten más efecto que sus obsoletos discursos sobre el pueblo, los trabajadores, y la "justicia social".
El crítico más severo de la economía de mercado fue, como sabemos, Karl Marx. Si realmente él creyó en todo lo que dijo, tengo mis dudas. En la Crítica al programa de Gotha, el ideólogo planetó sus dudas ante quienes, curiosamente, querían poner en práctica una completa eliminación del mercado. La filosofía marxista nos hizo notar un hecho innegable: el minero puede bajar a la mina de carbón, arriesgar su vida, destruir su salud, y extraer una cantidad de mineral que se transforma en enormes ganancias para su empleador, mientras el propio minero apenas recibe una fracción ínfima de lo que él produce. En palabras técnicas, el valor del trabajo no es equivalente a la fuerza de trabajo, y el excedente (plusvalía) que produce el trabajador es usurpado por su patrón (el explotador)... o al menos así parece en una economía libre. La solución era cambiar el sistema por completo, planificar la producción e intervenir para que los trabajadores participen de las ganancias que producen. Pero el resultado salta a la vista: se puso en práctica en Cuba. Apenas 90 millas separan a la isla marxista del país más salvajemente capitalista del mundo, EEUU.
Hasta hoy, nadie ha podido explicarme satisfactoriamente por qué centenares de miles de cubanos arriesgan su vida para huir de Cuba y llegar a EEUU, y no a la inversa.
Marx combatió la explotación del hombre por el hombre, pero dicha situación fue resultado de los mercados menos sofisticados, y no condición sine qua non de la economía capitalista (donde cada uno busca sus propios beneficios, no podría ser de otra forma). Marx vivió en la Inglaterra que desconocía los efectos de la era industrial y vivía su primera crisis capitalista. Hoy, ni el más ferviente de los pocos marxistas que quedan en Inglaterra prefefiría vivir en La Habana y no en Londres. Muchos chilenos prefieren Cuba a su propio país, ¿quizás porque aún no dejamos actuar al mercado libre y vivimos en un seudomercado?
Muchos países atendieron las críticas de Marx, pero hicieron caso omiso de sus enseñanzas. La solución ante los mercados imperfectos es más mercado: no más socialismo. Ningún país de Europa Occidental adoptó el marxismo, salvo Alemania. Cuando se derribó el Muro, la parte oriental y la occidental eran dos mundos aparte. Lo mismo en Corea del Norte y del Sur. Estos casos debiesen convencer a cualquiera de que la economía capitalista no es un monstruo, sino que el único sistema justo en el que una persona y su familia pueden preservar su dignidad.
¿Viva la revolución? ¡Viva la explotación!
Algunos reclaman por la existencia de sweatshops o fábricas explotadoras en el Tercer Mundo. Se ponen estos ejemplos como muestras fehacientes de lo inhumano del mercado. Si una empresa occidental abre una fábrica en Sri Lanka y paga sueldos miserables y emplea niños, sin duda que nadie la aplaudiría a rabiar. Pero hay que preguntarse sobre los trabajadores ahí empleados, ¿han sido forzados a trabajar? ¿alguien los llevó a punta de metralletas a laborar? No. Ellos eligieron, libremente, trabajar a cambio de los sueldos ofrecidos. Probablemente, esto signifique que la paga no es tan denigrante como pregona el lobby anticapitalista. Quizás la situación en dicho país sea incluso peor que las condiciones de trabajo ofrecidas. Si es la decisión personal de un individuo el ofrecer su capital (su trabajo) a un empleador, este trabajador se merece nuestro respeto. Probablemente, también trabajen los menores de edad, y quizás entre todos ellos junten una cantidad de dinero que les permita vivir y aspirar a más. El capitalismo ofrece una salida a la miseria denigrante. La alternativa no es darle en el gusto a los anticapitalistas cerrando las sweatshops, sólo acabaríamos por devolver a los individuos del tercer mundo a la miseria absoluta.
Al tener un pequeño ingreso, la gente ya puede optar a comprarse cosas. Se desarrollan los mercados, y la capacidad de elegir aumenta. Los trabajadores aprenden a tomar decisiones, y saben que deben trabajar para costearse lo que necesitan. Las empresas comienzan a competir entre ellas. El mercado comienza a exigir individuos más educados, que ahora reclaman por mejoras salariales. Se produce otro fenómeno: el mercado como fuerza civilizadora.
Frente las"injusticias" del mercado, surgen grupos alternativos autodenominados "socialistas", quienes declaran que todos y cada uno de nosotros somos parte de la "sociedad", y ésta es más importante que los individuos. Debemos someternos a la sociedad, renunciar a nuestra esencia personal y sacrificarnos por el "bien común". Curiosamente, los mismos que promueven estas ideas abstractas también notan que se necesita un rector que administre la sociedad. Y ellos mismos se ofrecen como voluntarios para dicho cargo. El resultado es que Fidel Castro, según Forbes, es el séptimo mandatario más acaudalados del mundo; no así la muchacha cubana que se prostituye a los turistas sexuales que visitan Cuba. El socialismo, como toda forma de colectivismo (al igual que la religión), es perverso.
El sueldo justo lo determina el mercado. Un empleador tiene la obligación de prestar servicios a quienes lo requieran. Si para lograrlo debe pagar sueldos "éticos" (para preservar la imagen de la empresa, incentivar a sus trabajadores, etc), entonces lo hará, primeramente porque lo beneficia a él o ella. Si no reporta beneficios, pagará lo menos que pueda, como siempre ocurre. Sus trabajadores pueden quejarse y reclamar. Incidentemente, pueden cambiarse a otro empleador, si es que existe una verdadera flexibilidad laboral. El empleado puede incluso iniciar su pequeña empresa, si es que el Estado no se dedica a asfixiar las PYMES. En ningún caso, estarán obligados a prostituirse como muchas mujeres cubanas, que según algunos vive en un paraíso socialista. Y pensar que en su momento el Comandante Castro se propuso reformar su país, que era el "Prostíbulo de América". La prostitución, como opción personal, no puede ser reprochada. Pero cuando responde a la desesperación que inflige un gobernante, y cuando se ejerce a cambio no de dinero sino que de productos de primera necesidad, es repugnante.
Amor al arte versus amor al lucro
Las preguntas que deben ocuparnos son: ¿necesitamos realmente un gobierno central? ¿cuáles son los límites de su poder, en caso que lo necesitemos?, ¿cómo sería la vida sin un gobierno? Pero parece que de vez en cuando, comenzamos a perder el rumbo, y por ejemplo, para mejorar la calidad de la educación, pretendemos eliminar el lucro. Se ha llegado al extremo de afirmar que "la educación es un derecho". Nadie puede exigir nada al resto, a no ser que ofrezcamos algo a cambio. Nadie nos va educar así porque sí, sin que haya un incentivo (lucro).
De pronto, la discusión se torna inverosímil: ¿cómo podremos mejorar la educación sin lucro? ¿Cuál será el incentivo para educar? ¿Son las "bolitas de dulce" un incentivo? ¿O el "amor al arte"? ¿El amor a Diosito y La Virgen? ¿Los curitas y las monjitas enseñan gratis acaso? El Ministerio de educación tiene tres mil asesores, pero ninguno les va a decir que la solución es cerrar esa cartera inútil y derrochadora. Ya pedimos cerrarlo y mandar el dinero en un cheque a cada familia, por un período determinado y breve, luego puede cerrarse este ministerio por completo. Podemos, incluso, eliminar al gobierno: el propio Marx veía la coronoación de su utopía en la eliminación del Estado.