El comunismo es como la fiebre: es un síntoma de que algo está mal. Lo peor que se puede hacer es romper el termómetro para creer que así se acabará la fiebre. La presencia del fenecido Partido Comunista en el sindicato de profesores es un signo de que estos profesionales, claves en la economía del conocimiento, son serviles a rancias ideologías, ya probadas y desechadas.
La postura de este sitio en el actual debate educacional es situar al Estado como un ente que facilite el financiamiento de la educación, o sea, que cumpla un papel subsidiario. La educación es en sí misma un bien, el cual se rige por las leyes de oferta y demanda, y debe pagarse por obtenerla.
La educación NO es un derecho
La masa rabiosa cree que tiene "derecho a educarse". Esto es falso. Los burócratas de turno no tienen una varita mágica con la que dicen "ya, estás educado" y de un santiamén los niños se educan. Al contrario, es un proceso complejo en el que los primeros actores son los padres, quienes contratan a los profesores para que éstos eduquen a sus hijos. Cuando alguien paga por algo inmediatamente el demandante exige calidad, y el ofertante está obligado a cumplir con lo pactado. Los profesores no pueden continuar con la obstinación de creer que su actividad no es parte del mercado. Sin educación de calidad, Chile jamás dará el salto a la economía del conocimiento, ni podrá darle valor agregado a sus productos, ni podrá funcionar como país moderno.
Los profesores deben entender que son parte del mercado. Y la educación no es un derecho, es una obligación.
La indolencia y pereza que genera el asistencialismo es el peor enemigo de la calidad educativa, que se logra eficientemente cuando está motivada por el lucro. Si adoptásemos la modalidad de cheque escolar (subsidio a la demanda), ya hemos visto que se generarán los necesarios incentivos para educar, pero también es razonable deducir que a partir de este sistema la propia profesión de maestro será una de las mejor recompensadas. Es absurdo creer que los padres no están dispuestos a invertir en la educación de sus hijos, y para ello, los profesores serán bien remunerados por ser el pilar sobre el cual se sostiene la calidad educativa.
Desde luego, el lucro forzará a los establecimientos a esmerarse por contratar a los mejores profesores, quienes serán generosamente recompensados por el mercado. Por otro lado, el mercado castigará a los malos. Quizás esto es a lo que teme el sindicato de profesores.
Es lógico creer que los profesores más activos en la agitación estudiantil actual son los profesionales que saben que si se adopta el lucro, se verán forzados a mejorar, o cambiarse de rubro. O sea, el sindicato de profesores sólo representa a los maestros mediocres, quienes sólo se refugian en el estatuto docente que dificulta la medición de calidad y el castigo (y los incentivos) conforme al desempeño. Debemos preguntarnos, ¿qué incentivo tiene un profesor hoy, en el sistema municipal, para ofrecer un servicio óptimo a sus clientes? ¿Es el amor al arte o, en su defecto, las bolitas de dulce, factores que incentiven a los profesores?
Los virtuosos mecanismos de mercado no deben ser temidos. Si los profesores tienen en sus manos la formación de los futuros cerebros que alimentarán a la economía chilena, ¿por qué el sistema educativo no se va a regir por las leyes del mercado? ¿Acaso no aspiran los padres a que sus hijos se integren al mercado? ¿O hay padres que quieren que sus hijos sean cesantes (desempleaados) y que vivan de las dádivas del Estado? Incluso quienes con más encono defienden el estado del bienestar saben que sólo es viable en la medida que la economía sea productiva. Para ello, es esencial formar hoy al capital humano. Dejemos que el mercado lo haga, y los profesores deben de entenderlo y aceptarlo.
Los pelusones que lanzan piedras y jarrones de agua, si no tienen cabeza para los estudios, que trabajen. El mercado laboral es en sí mismo una maravillosa escuela de virtudes. Si a los 13 años ya un joven no demuestra aptitudes intelectuales, entonces que aprenda un oficio a media jornada y que el resto del tiempo trabaje, a excepción de aquellos que tengan las manos crespas o sufran de alergia al trabajo. Los hinchapelotas deben ser expulsados de las salas de clases para unirse al mercado laboral, donde pueden civilizarse (acá se hace necesario, nuevamente, eliminar el sueldo mínimo. Por ejemplo, la niñita Música debe irse a un taller a trabajar. A todo esto, la muchacha se llama "Música"... ¿a ustedes también se les viene a la mente el capítulo 6 de Freakonomics, The socioeconomic patterns of naming children?)
"El mercado es cruel", sentenció el ex presidente Patricio Aylwin. Y tenía razón. El mercado es cruel con el holgazán, el mediocre, el tonto y el improductivo. Pero es generoso con el esforzado y el diligente. Cada uno sabe donde le aprieta el zapato, y el sindicato de profesores debe elegir si pertenece al primer grupo o al segundo.
(De paso, cerremos el ministerio de Educación, eliminemos los planes de estudio y derrotemos la odiosa planificación central, es costosa, represiva y totalmente inútil.)
La postura de este sitio en el actual debate educacional es situar al Estado como un ente que facilite el financiamiento de la educación, o sea, que cumpla un papel subsidiario. La educación es en sí misma un bien, el cual se rige por las leyes de oferta y demanda, y debe pagarse por obtenerla.
La educación NO es un derecho
La masa rabiosa cree que tiene "derecho a educarse". Esto es falso. Los burócratas de turno no tienen una varita mágica con la que dicen "ya, estás educado" y de un santiamén los niños se educan. Al contrario, es un proceso complejo en el que los primeros actores son los padres, quienes contratan a los profesores para que éstos eduquen a sus hijos. Cuando alguien paga por algo inmediatamente el demandante exige calidad, y el ofertante está obligado a cumplir con lo pactado. Los profesores no pueden continuar con la obstinación de creer que su actividad no es parte del mercado. Sin educación de calidad, Chile jamás dará el salto a la economía del conocimiento, ni podrá darle valor agregado a sus productos, ni podrá funcionar como país moderno.
Los profesores deben entender que son parte del mercado. Y la educación no es un derecho, es una obligación.
La indolencia y pereza que genera el asistencialismo es el peor enemigo de la calidad educativa, que se logra eficientemente cuando está motivada por el lucro. Si adoptásemos la modalidad de cheque escolar (subsidio a la demanda), ya hemos visto que se generarán los necesarios incentivos para educar, pero también es razonable deducir que a partir de este sistema la propia profesión de maestro será una de las mejor recompensadas. Es absurdo creer que los padres no están dispuestos a invertir en la educación de sus hijos, y para ello, los profesores serán bien remunerados por ser el pilar sobre el cual se sostiene la calidad educativa.
Desde luego, el lucro forzará a los establecimientos a esmerarse por contratar a los mejores profesores, quienes serán generosamente recompensados por el mercado. Por otro lado, el mercado castigará a los malos. Quizás esto es a lo que teme el sindicato de profesores.
Es lógico creer que los profesores más activos en la agitación estudiantil actual son los profesionales que saben que si se adopta el lucro, se verán forzados a mejorar, o cambiarse de rubro. O sea, el sindicato de profesores sólo representa a los maestros mediocres, quienes sólo se refugian en el estatuto docente que dificulta la medición de calidad y el castigo (y los incentivos) conforme al desempeño. Debemos preguntarnos, ¿qué incentivo tiene un profesor hoy, en el sistema municipal, para ofrecer un servicio óptimo a sus clientes? ¿Es el amor al arte o, en su defecto, las bolitas de dulce, factores que incentiven a los profesores?
Los virtuosos mecanismos de mercado no deben ser temidos. Si los profesores tienen en sus manos la formación de los futuros cerebros que alimentarán a la economía chilena, ¿por qué el sistema educativo no se va a regir por las leyes del mercado? ¿Acaso no aspiran los padres a que sus hijos se integren al mercado? ¿O hay padres que quieren que sus hijos sean cesantes (desempleaados) y que vivan de las dádivas del Estado? Incluso quienes con más encono defienden el estado del bienestar saben que sólo es viable en la medida que la economía sea productiva. Para ello, es esencial formar hoy al capital humano. Dejemos que el mercado lo haga, y los profesores deben de entenderlo y aceptarlo.
Los pelusones que lanzan piedras y jarrones de agua, si no tienen cabeza para los estudios, que trabajen. El mercado laboral es en sí mismo una maravillosa escuela de virtudes. Si a los 13 años ya un joven no demuestra aptitudes intelectuales, entonces que aprenda un oficio a media jornada y que el resto del tiempo trabaje, a excepción de aquellos que tengan las manos crespas o sufran de alergia al trabajo. Los hinchapelotas deben ser expulsados de las salas de clases para unirse al mercado laboral, donde pueden civilizarse (acá se hace necesario, nuevamente, eliminar el sueldo mínimo. Por ejemplo, la niñita Música debe irse a un taller a trabajar. A todo esto, la muchacha se llama "Música"... ¿a ustedes también se les viene a la mente el capítulo 6 de Freakonomics, The socioeconomic patterns of naming children?)
"El mercado es cruel", sentenció el ex presidente Patricio Aylwin. Y tenía razón. El mercado es cruel con el holgazán, el mediocre, el tonto y el improductivo. Pero es generoso con el esforzado y el diligente. Cada uno sabe donde le aprieta el zapato, y el sindicato de profesores debe elegir si pertenece al primer grupo o al segundo.
(De paso, cerremos el ministerio de Educación, eliminemos los planes de estudio y derrotemos la odiosa planificación central, es costosa, represiva y totalmente inútil.)
"El jovencito se cree poeta"
3 comentarios:
Hola Liberal,
tienes toda la razon, el MERCADO todopoderoso nos librara de todos nuestros males. Lastima que algunos cabezas-duras, mediocres, o flojos, necesiten un par de lumazos en la cabeza de parte de nuestra Fuerza Publica (que deberia privatizarse) para comprender tan evidente y magna verdad. Y mas encima tienen la desfachatez de tirarle agua (potable) a nuestra preparada y capaz ministra de Educacion, que les hace el favor de conversar con ellos en los famosos Dialogos.
Estoy de acuerdo en la idea general que planteas. Mientras ser profesor esté amarrado por estatutos que nivelan hacia abajo los estudiantes buenos no escogerán jamás esa profesión, y gran parte del resultado de algo es la materia prima. Me hubiese encantado ser profesor, pero para ganar lo mismo que mis colegas mediocres...mmm... ahora soy ingeniero y se me recompensa mi buen trabajo (además de que igual aporto a la sociedad con mi trabajo :) ). Saludos
Resulta difícil comentar un texto con el que nos hallamos de acuerdo y éste es el caso para mí ahora, porque estoy en pleno acuerdo con lo que has dicho.
Añadiré, sin embargo, que tus afirmaciones finales, referidas a cerrar el Ministerio de Educación y eliminar los planes de estudio dictados autoritariamente por aquél, también son importantes para diversificar la oferta educacional de los distintos establecimientos, que actualmente ofrecen lo mismo y sólo difieren en cuanto a la calidad de ese mismo producto. Pero el hecho de que todos los colegios impartan los mismos contenidos significa, además, que todos los profesores tienen (tenemos) que saber exactamente lo mismo y no vale de nada (o muy poco) que alguno de ellos se especialice en alguna área del conocimiento (que no sea la misma educación) para optar a un trabajo mejor o más interesante para cada uno, como suelen hacerlo otros profesionales.
Si no existieran las aberrantes condiciones actuales, es probable que yo hubiese podido encontrar un puesto de trabajo y que, si no lo hubiese hecho (como hasta ahora), tuviera por lo menos el interés de hallarlo. Con esto no quiero decir que no esté interesado en trabajar (pues todos queremos sacrificarnos en virtud del dinero), sino solamente que he perdido totalmente el estímulo de hacerlo en la educación media, aunque fuese en un colegio particular, porque incluso allí me sentiré atrapado por los tentáculos del Ministerio.
¿De qué sirve, pues, que nuestra Constitución consagre y garantice la libertad de enseñanza (art. 19 nro. 11) si en los hechos el Gobierno nos obliga a enseñar lo que su Ministerio dictamina de forma autoritaria y opuesta al espíritu de la Carta Fundamental?
Saludos.
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