martes, 16 de junio de 2009

General Motors y Ahmadinejad: las razones para resistir

Los liberales debemos seguir siendo la reserva moral e intelectual del mundo

General Motors definió a EEUU durante el siglo XX. Después de la segunda guerra mundial, el gigante industrial se consolidó como una de las compañías más grandes del mundo y se convirtió en la roca que sostenía el sueño americano. Sus trabajadores, muchos de ellos de baja calificación, se jactaban de tener un trabajo de por vida, con remuneraciones soñadas por los obreros del resto del mundo, además de pensiones y beneficios de salud. No mencionaremos las bonificaciones y los centros recreacionales. Mientras Europa y Japón se sobreponían de la devastación de la pos-guerra, el mundo veía a GM alcanzar la cúspide del éxito. Sus sindicatos perfectamente organizados demandaban cada vez más beneficios, y los obtenían. No sólo los trabajadores, sino sus gerentes también disfrutaban de las dádivas del Estado: las regulaciones para dificultar la importación de vehículos extranjeros a EEUU fue una suerte de Estado de bienestar para la industria automotriz norteamericana. Ambos, la protección de la industria nacional (vicio conservador) y ceder a las demandas de los sindicatos (vicio socialista) hicieron inevitable lo imposible: GM se ha acogido al capítulo 11 de la ley de de quiebras. GM quedó en bancarrota, y cagó.

Los japoneses comenzaron a construir autos cada vez más eficientes, más pequeños, y mejores. El gringo medio consideraba una ofensa conducir un autito japonés. Hasta que Toyota se convirtió en sinónimo de excelencia. Los trabajadores de la industria automotriz en Japón trabajan más que sus pares norteamericanos, son más eficientes, cobran menos, no se van a huelga, y en el país del sol naciente la educación es mucho mejor que en EEUU. Los nipones por menos dinero añadían más valor. Los alemanes, por otro lado, también salieron fortalecidos después de la guerra y empezaron a producir con tenacidad y eficiencia. EEUU en vez de volverse más competitivo, cayó en el proteccionismo. Primer error fatal. Esto ocurre cuando los políticos empiezan a prestar oídos a la derecha conservadora, y en vez de dejar que la competencia abra paso a la destrucción creativa, y a la innovación, se sentaron sobre los huevos y perdieron la guerra. Cuando vuelvan a escuchar "hay que proteger a la industria nacional", sepan que alguien en alguna parte está haciendo un trabajo mejor que el compatriota, y sólo a un mediocre se le ocurre castigar al que hace bien un trabajo para premiar al torpe.

Los sindicalistas, no obstante, no se quedan atrás. GM hasta antes de su extinción contaba con 234.500 trabajadores, 91.000 en EEUU, donde debe cubrir los costos de salud y pensiones de 493.000 trabajadores jubilados. Este fue un triunfo del sindicalismo. La empresa, desde luego, quebró. Esto ha sido, amigos míos, el mayor colapso industrial de la historia. La lección que los socialistas deben aprender les entrará por un oído y saldrá por el otro: GM fue un Estado de bienestar, y colapsó. Los mismos que quieren un sistema de salud estatal y una sistema de pensiones estatal son los que pavimentarán el camino para el colapso de países enteros si es que el mundo desarrollado insiste en no privatizar los fondos de pensiones y en desregular el mercado de los seguros de salud. En un mundo en que cada vez hay más viejos, los costos de salud y las jubilaciones dejarán a los Estados nacionales en bancarrota.

Por suerte, los liberales ya hemos llamado la atención sobre el desastre inminente. Es urgente tomar medidas ahora ya. Los proteccionistas y los socialistas van por el camino equivocado.

No ceder ante los teócratas
En Irán existe la Policía Moral, organismo estatal que puede detener a una mujer por andar sin velo o con maquillaje (ver nuestro artículo Persépolis, sobre la película homónima). Teherán es la ciudad en que todo Opus Dei viviría feliz: la moral es aplicada con rigor. Prohibición total sobre el alcohol y las drogas, que como saben corrompen a la juventud. La música sensual está igualmente prohibida. El embarazo adolescente se castiga (dicho sea de paso, es bajísimo). El homosexualismo se paga con cárcel, como debe ser. La religión tiene un papel central en la política. El gobierno está a cargo de un hombre fuerte que gobierna con mano de hierro, no obstante él otorga algunas libertades, tal como Pinochet (recuerden, había libertad de prensa, entre otras). Pero hay control sobre lo que hacen los individuos, porque así debe ser.

Ha habido elecciones, por supuesto. En Chile tuvimos un plebiscito para aprobar la magnífica Constitución de 1980, quizás la única del mundo que debe modificarse antes de que entre en vigor, ¡cómo era de rasca! Las elecciones en Irán han sido completamente viciadas y si el señor Obama no se pone los pantalones luego y pega el puñetazo sobre la mesa, este dictadorzuelo sumergirá a Irán en la teocracia más rancia. Cuando tenga un arma nuclear en su poder para "borrar a Israel del mapa" ya será demasiado tarde. Era cuestión de tiempo hasta que este lunático robara las elecciones en su país, así como es inminente el fraude en Venezuela para que ese otro dictadorzuelo afiance su revolución bolivariana. Para los Pinochet, los Ahmadinejad y los Chávez, como lo fuese para Allende, la democracia es un método para asir el poder total. Los liberales debemos ponernos de pie y decir: BASTA.

En sudamérica, Mahmoud Ahmadinejad fue además invitado de honor a la ceremonia de cambio de mando en Ecuador. Si no resistimos, tendremos a estos perturbados mentales invitados a nuestras propias ceremonias. Por esa razón los liberales debemos defender las libertades indivduales, civiles y políticas, aparte del secularismo, para mantener a raya a los tiranos.

En Chile, es deber de todo aquel que comprenda el peligro de la lacra socialista y de la epidemia conservadora ofrecer resistencia ante los embistes. No, no debemos jamás aceptar que los sindicalistas pongan de rodillas a un país (ejemplos sobran). No, tampoco vamos a ceder ni un milímetro ante los teócratas y a los clérigos metidos en política.

Es nuestro deber resistir. Y contraatacar. No daremos la batalla como ellos, con molotov, ejecuciones por la espalda, golpes de Estado, censuras, represión o leyes. Resistiremos con lo más valioso y lo más mortífero: nuestro intelecto.

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Imagen: The Economist

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