Los franceses tienen toda la razón en odiar a los hijos de otros, y a veces también a los propios
Algunos me han consultado sobre el tema de las diferencias entre Chile y Francia, algo que a mí me parece un poco trillado ya que hay abundantes blogs elaborando al respecto, pero a pedido del público, voy a ahondar sobre algunos aspectos curiosos de la manera de ser en este país y nada mejor que empezar con un tema que más pronto que tarde será una preocupación de Vuestro Humilde Servidor: los niños.
Algunos me han consultado sobre el tema de las diferencias entre Chile y Francia, algo que a mí me parece un poco trillado ya que hay abundantes blogs elaborando al respecto, pero a pedido del público, voy a ahondar sobre algunos aspectos curiosos de la manera de ser en este país y nada mejor que empezar con un tema que más pronto que tarde será una preocupación de Vuestro Humilde Servidor: los niños.
Estoy consciente de que es un tema altamente contencioso. Debo aclarar que en general me encuentro a gusto en esta cultura y preferiría que Chile se afrancesara y no al revés. Pero bueno, vamos al punto. Mi opinión es la siguiente: acá saben criar niños, y en Chile no.
Rara vez he visto una francesa total y desesperadamente consumida por su propia neurosis cuidando de sus cabros porque para criarlos bien acá todos saben que deben enviarse a una guardería o jardín infantil donde hay especialistas que saben de éstas cosas, y de paso, le permiten a la mujer poder seguir trabajando. Cuando es necesario, además, a los niños es bueno de repente sacarles la cresta. Acá es relativamente común ver a un padre pegándole a su hijo, a diferencia de Chile, donde es a uno —al menos a mí y también a Chanchi— a quien nos dan ganas de aforrarle a los críos de otros, y de paso, sacarle la cresta también a los viejotes de sus padres que no saben imponer disciplina.
Es apabullante en Chile la cantidad de cabros chicos mal criados, mañosos y más encima gordos, verdaderos tiranos que ponen de cabeza a sus padres y a todos los que lo rodean. No por nada, la chilena sin "nana" (empleada doméstica) caga. Una francesa al borde del ataque de nervios por no tener "nana" es algo inaudito, así como una mujer abandonando su trabajo para cuidar los niños y evitar que una "extraña" los cuide.
Es apabullante en Chile la cantidad de cabros chicos mal criados, mañosos y más encima gordos, verdaderos tiranos que ponen de cabeza a sus padres y a todos los que lo rodean. No por nada, la chilena sin "nana" (empleada doméstica) caga. Una francesa al borde del ataque de nervios por no tener "nana" es algo inaudito, así como una mujer abandonando su trabajo para cuidar los niños y evitar que una "extraña" los cuide.
Cada mujer que trabaja es un elemento productivo en la economía, quien se vuelve una consumidora que a su vez demanda productos y servicios. Por cada 1% de mujeres integradas al mercado laboral sus buenos puntos al PIB son añadidos. El argumento para masificar las guarderías es potente, y Francia tiene un complejo sistema de cuidado de niños que es el eje de la alta natalidad francesa y de la envidiable participación laboral femenina de este país.
Aparte de eso, dudo que una mujer por sí misma sepa cómo criar a un niño, asumo que en los jardines infantiles hay gente mejor calificada que puede organizar actividades estructuradas y supervisadas, para evitar el matonaje entre niños y fomentar los juegos y la colaboración del niño com otros de su edad, y evitar que ese pequeño esté todo el santo día expuesto a los nervios de su madre o de otros adultos que tanto los quieren que terminan por malcriarlos. El gran paso adelante que debe dar Chile es dejar de ser tan pero tan MAMÓN y aprender a educar a sus niños desde la más temprana infancia.
Uno de los últimos mitos de Occidente es creer que los hijos traen alegría y satisfacción. Esto es ¡falso! Diversos estudios demuestran que las personas se sienten más infelices cuando tienen hijos y que el bienestar promedio aumenta a finales de la cuarentena, cuando los hijos se van de la casa (ver gráfico a la derecha, la fuente ya se la imaginan). Tener hijos significa miseria emocional y material. Como muestra el gráfico, desde finales de la veintena el bienestar disminuye. Decidirse a traer hijos al mundo implica necesariamente estar conscientes de esta anomalía y terminar con el mito de que los niños a la gente la hacen feliz, porque simplemente no es cierto.
En Francia uno rara vez ve cabros chicos con pataletas, gritones o llorones, y es por una cuestión de respeto por parte de los padres: los niños de uno podrán ser los más inteligentes y los más bonitos pero para el resto son una fuente de ruido y en general de molestia y por eso hay que enseñarles a que se comporten en público. Entrar a un café en Francia con niños es un acto de rotería: para eso están los parques, las zonas de juego, las bibliotecas para niños, etc. Lléveselos ahí, no venga a joder acá. Desde luego que cuando yo tenga críos me juntaré con otros padres, pero me parecería injusto e irrespetuoso ir a amargarle la tarde al huevón que está al lado leyendo el diario tomándose un café, quien de seguro no tiene hijos y está disfrutando de su tiempo libre y no tiene porqué sufrir las consecuencias del que está entero cagado de los nervios con los cabros chicos. Si los hijos a uno le amargan la vida —como he demostrado anteriormente— está claro que uno no tiene el derecho a amargar al resto con las pataletas del crío de uno.
Creo que cuando una pareja ya ha hecho todo lo que puede hacer, cuando ya han vivido juntos y la novedad se acaba porque se acabaron los lugares de irse de vacaciones, e incluso, cuando se deja atrás la incipiente monotonía y derechamente comienza el desprecio y el cansancio mutuo, lo único que puede mantener a una pareja unida es un enemigo común: ahí es cuando llega el momento de tener hijos. Antes no.