François Hollande, el ungido para ocupar la presidencia de Francia, enfrenta un desafío monumental
En Chile Liberal muchas veces nos dedicamos a hacer pronósticos, a veces incluso acertamos. En los análisis para este año dijimos que Hollande no ganaría. Fue en octubre del año pasado cuando venía llegando de un agradable y soleado fin de semana en Barcelona, en que rumbo a casa el taxista se reía a carcajadas escuchando al discurso del ganador de la primaria ciudadana que proclamó a Hollande como el candidato de izquierda. El shock de estar caminando por la playa hacía unas horas y luego volver a la oscura y fría París escuchando a un taxista reírse fue algo muy curioso. Él es un votante de izquierda, me decía, pero no veía cómo podría alguien como Hollande derrotar a alguien como Sarkozy. "No hay mucha esperanza" me decía. Incluso me contagió la risa oír tanta payasada deslucida del hombre que finalmente, sí venció a Sarko.
Cuando la ex esposa del ahora presidente electo, Ségolène Royal, se enfrentó al ahora mandatario saliente, los chistes sobre lo deslavado de Hollande estaban a la orden del día. "¿Quién va a cuidar a los niños?", era la mofa habitual. El único capaz de derrotar a la derecha era el tristemente célebre Dominique Strauss-Kahn, el Príapo —dios griego que siempre tenía una erección—, autor intelectual del peor disparate que la política económica ha visto —la semana de 35 horas—, estupidez que puso la lápida a la productividad francesa, hoy en caída libre. Increíblemente, Príapo era el hombre que a cocción lenta —todo es lento en Francia— había cocinado la izquierda para volver al Elysée. El cataclismo que causó su arresto y posterior juicio desdibujó por completo al establishment socialista, tanto así que un lánguido François Hollande terminó siendo nominado. Durante la campaña declaró que, al contrario de hiperactivo Sarkozy, el sería un "Presidente normal". Las burlas continuaron. Pero démosle crédito: en enero logró electrizar a sus votantes al infundir calma y una pasión controlada pero que promete efectividad. Empezó a repuntar. De pronto, el Presidente normal ya no era una solución de parche en una izquierda derruida, sino una alternativa plausible al estilo Sarko.
La primera vuelta francesa fue, como dije, un fiasco. Demasiada atención se llevó el voto del Frente Nacional, pero se olvidan que el ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon captó 10% de las preferencias. Entre ultraderecha y ultraizquierda, se llevaron un tercio de los votos.
Pero Francia es una democracia consolidada que, llegado el momento de los quiubo, muestra sus luces. La segunda vuelta fue de un vigor pugilístico que, personalmente, Vuestro Humilde Servidor nunca había visto. A nosotros los chilenos nos gusta el estilo caballeresco, las alusiones indirectas, el te lo digo todo sin decirte nada. Las veleidades de la política chilena son el reflejo del paroxismo de la hipocresía en que vive el chileno medio. Por su lado, los franceses —fríos por naturaleza—, se regocijan al ver una campaña política donde los candidatos se hagan mierda.
El broche de otro fue del debate presidencial. La verdad es que no lo ví en directo ya que esa noche fui con un amigo a ver el ensayo de una obra de teatro de una amiga, pero pasé por fuera de un bar donde estaban los seguidores de Hollande compartiendo un apéritif viendo en masa el debate. Nunca he entendido bien esto de tomar la política como su fuese un hobby. Para mí, es un deber volcarme a la política para que ella no vuelque en mi contra con leyes rapaces que endiosen un Estado confiscatorio capaz de dejar los bolsillos pelados a todo aquel que respire. Al otro día vi los por Internet los clips del debate y, francamente, fue ver a dos gladiadores. Nada de ese pajeo que les gusta en Chile donde un Perico habla huevadas y un asustado periodista, amordazado con un legajo de reglas acordadas por los comandos de cada candidatura, no puede hacer preguntas incisivas, para luego darle la palabra a otro Perico que habla pelotudeces, y así creemos que tuvimos un debate pero fue una pantomima de un real intercambio: muy a la chilensis, muy "te lo digo pero no te lo digo". En el debate francés ambos salieron malheridos, se hicieron daño, se increparon a la cara y no faltó el sarcasmo, a sabiendas que eso es lo que se merece el electorado y que culminada la justa electoral, un apretón de manos sanará las heridas. Tampoco evadieron la minucia técnica, con increpaciones a veces oscuras, que especialistas al otro día salieron a explicar o incluso a corregir.
La foto que marcó las celebraciones fue la imagen más arriba, que dio la vuelta al mundo por dos grandes razones imposibles de no notar: primero, la muchacha porta un gorro frigio, símbolo de La Marianne y de la república (además, aparece en la bandera argentina y en muchas otras). Segundo, porque aún produce fascinación en Francia el cuadro inmortal de Delacroix, y cada vez que hay alguna revolución, como por ejemplo en la Primavera Árabe, los diarios franceses siempre muestran una joven flameando una bandera (esto último me lo explicó un fotógrafo gringo, es algo que, en su inconsciente, los franceses no se dan cuenta). Pero la algarabía no va a durar mucho.
The Economist anticipa que habrá decepción. Lo dudo. Los franceses serán arrogantes, lerdos, anacrónicos, cualquier cosa menos estúpidos. Y saben perfectamente que Hollande no será un revolucionario, y que la mano seguirá apretando ya que el déficit histórico de Francia es colosal. Pero este método minimalista es insuficiente, y están preparados para sufrir los rigores de la austeridad, bajo condición que no sea aplique como los hooligans al otro lado del Canal de La Mancha. La tarea del presidente electo es continuar saneando las finanzas del país, algo que prometió en su franja televisva (habló explícitamente de maîtriser notre budget).
En realidad, el modelo que debe seguir Hollande es, como se viene diciendo desde hace ya mucho tiempo, las medidas de ajuste del socialdemócrata Gerhard Schroeder. Alemania fue por décadas el Hombre Enfermo de Europa, también en picada casi terminal. Pero no fue la austeridad lo que logró la recuperación, sino una combinación de rigor, gasto focalizado, y reformas estructurales que optimicen la productividad. Este jarabe es amargo pero insoslayable. ¿El resultado? Alemania hoy vende autos como mano en la cabeza, y los chinos se agolpan a comprarlos, mientras Francia dejó de exportar autos y ahora importa, quedándose con un inexplicable déficit de balanza comercial. Impacto causó una propaganda televisiva de Opel en que un rubio alemán describe las bondades de su vehículo, y al final remataba la publicidad con: "Opel, Wir lieben Autos". Los franceses estallaron y tuvieron que ponerle una traducción. Vean el comercial:
Y luego, la respuesta de Renault no se hizo esperar, en lo que constituyó una verdadera guerra entre la industria alemana y la francesa:
Los franceses no son idiotas como para no darse cuenta que esto así como está no puede seguir. Ahora viene "la tercera vuelta", las legislativas, porque esta gente es incapaz de hacer cosas rápido, necesitan tres elecciones para cambiar de rumbo, y las rectificaciones deben ser siempre graduales, nada de cambios bruscos.
El gobierno de Hollande no es el triunfo del socialismo, sino un cambio de visión, y el electorado lo necesita para aplicar reformas que no sean una carnicería. Su partido está lejos de la tercera vía, sigue siendo una izquierda vetusta, que debe además empezar a modernizarse.
Sea como sea, este es un período anómalo como pocos, que quizás hace a los franceses añorar un "presidente normal", y no a un revolucionario.
1 comentario:
Gracias por los comentarios, son muy entretenidos.
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