Una Asamblea Constituyente es un gastadero de tiempo condenado al fracaso: deséchenla
Nos parece importante impedir un triunfo aplastante de Michelle Bachelet. Por lo mismo, y considerando el nuevo terreno fértil en el comando de la candidata de la Alianza, nuestro sitio le entrega algunas recomendaciones y munición a utilizar durante esta segunda etapa. Si las emplea en los debates — si es que habrá — aún mejor. Puede dejar malherida la presidencia de Bachelet cavando desde ya la trinchera de la oposición. Y quién sabe, ¿capaz hasta pueda ganarle en el balotaje? Como dijo Napoleón a sus generales en la campaña de 1813: "Imposible n'est pas français".
En Chile Liberal nos oponemos a la Asamblea Constituyente porque es un ejercicio desgastador, prácticamente inútil, que en el mejor caso derrochará enormes energías para lograr mínimos cambios, y en el peor, será un fracaso rotundo.
Nos dice la vocera de este disparate asambleísta que la AC no consiste en reunir a la muchedumbre en el Estadio Nacional donde quien grite más fuerte plasmará sus ideas en el texto, sino que se elegirán delegados a cargo de escribir el borrador. Pero es igualmente ridículo.
Primero, una Constitución es de por sí un ejercicio abstracto que bien poco le dice al ciudadano de a pie. Por lo mismo, considerando la baja participación ciudadana en las presidenciales, es inconcebible ver al electorado agolparse para votar por sus supuestos delegados.
Esto es importantísimo porque justamente la crítica a la actual Constitución es su poca representatividad. Nuestro segundo punto tiene que ver con la calidad inherente de una carta magna, cuyo valor intrínseco reside en el nivel de aprobación y legitimidad que posea en la siquis colectiva de un país. Por ello, ninguna Asamblea será capaz de concitar un contundente nivel de participación ciudadana, simplemente porque el interés es gigantesco en los sectores medios altamente politizados — a la gran mayoría la Constitución le importa un comino. Dicho en sencillo, la poca aceptación de la Constitución actual no será remediada con una Asamblea Constituyente.
Lo que nos lleva al tercer punto, mucho más controversial, y tiene que ver con la mala fe de varios de sus proponentes, como por ejemplo la diputada electa Camila Vallejo, y muchos de los porristas de la Nueva Constitución vía AC. Ellos, claramente, no han hecho ningún esfuerzo por incluir a toda la clase política. Su intención subliminal es implantar el socialismo por medios constitucionales y así cerrar cualquier discusión sobre el país que queremos.
Su objetivo es establecer una cuestión retórica como lo es la declaración constitucional de la educación como "bien social". Insisto, esto es una cuestión retórica. Como dijimos mas arriba, esta retórica importa un comino al ciudadano de a pie. El país necesita educación de calidad, si es de provisión estatal, privada o mixta da lo mismo — lo importante es que sea de excelencia y esté al alcance de todos. ¿Qué tiene que ver esto en una Constitución? Nada.
Y ni hablar de otras cuestiones abstrusas como el reconocimiento constitucional a "los Mapuche", según algunos porque son "pueblo originario". Cuando vemos a esos jóvenes punk marchando con banderas chilenas invertidas nos queda claro que "los Mapuche" son una chifladura post-soviética inventada en los años 90. Pero esto lo abordaremos en un próximo post.
En cuarto lugar, de establecer en la Constitución que la educación es un "bien social", esto en ningún caso puede vulnerar la libertad de educación, ya sea la libertad de los individuos de formar una escuela privada, como la libertad de otros de escoger esa escuela. Así como tampoco se puede impedir a un privado el recibir una subvención para acoger a más alumnos que elijan matricularse en su escuela. O sea, el bien social no puede pasar a llevar a la libertad individual. A no ser, claro está, que se busque imponer el socialismo constitucional.
Es decir, anticipamos que la famosa "Nueva Constitución", siendo esto nuestro quinto punto, tendrá que forzosamente acabar por ser sospechosamente similar a la Constitución actual. Es decir, tanto revuelo y desgaste para al final terminar con algo que perfectamente podía lograrse con reformas, y que más encima no arregla ninguno de los problemas que se proponía solucionar.
En conclusión, si circunscribimos la discusión específicamente al debate educativo, nos damos cuenta que todo el enorme trabajo de presentar candidatos a delegados, votar por ellos, esperar su borrador y plebiscitar el texto final, culminará por ser espectacularmente decepcionante. Luego, es dudoso que las masas se agolpen para ir a votarla y aprobarla: los de derecha porque se hizo de espalda a ellos, los de izquierda porque consideran que la Asamblea Constituyente no logró fundar la República Boliviariana de Chile, como realmente ansiaban en su fuero interno.
Cuestiones acuciantes como la excelencia en educación, mejorar la gestión de la educación pública municipal y de la salud pública — absurdamente se culpa al mercado de las fallas de la administración pública — serán relegadas en este ejercicio tan caro como inútil de convocar a una Asamblea Constituyente, la cual presagiamos que prohijará una Constitución condenada — el mismo día de su fantasiosa promulgación — al tacho de la basura.
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