lunes, 10 de septiembre de 2007

El sangriento final de un sueño marxista

La idea es que la política se ocupe de cosas públicas, y que cada uno sea dueño de sus propios asuntos. El día 11 de septiembre de 1973, ha marcado a generaciones. Todo chileno que lea estas líneas sabe que nuestras vidas fueron determinadas por el golpe militar. Para bien o para mal, esa es la discusión que nos ha dividido por años. Aún no somos capaces de ver la realidad sin sesgo. Por ello, les presentamos el reporte que la tradicional revista norteamericana TIME publicó en su número de septiembre de 1973.

El sangriento final de un sueño marxista
TIME
Lunes 24 de septiembre, 1973

Seleccionado y traducido por Chile Liberal

La semana pasada, la capital de Chile se convirtió en un sangriento campo de batalla que duró dos terribles días. Los aviones pasaban prácticamente por sobre los techos, lanzando bombas y misiles. Tanques recorrían las calles causando daño con sus ataques, militares allanando casas, y el ruido de los enfrentamientos se sentía en toda la ciudad. El objetivo principal, el palacio presidencial, se convirtió en cenizas bajo una nube de humo y llamas. En su interior, el presidente marxista de Chile, Salvador Allende Gossens (65), murió en su oficina, al tiempo que una junta militar se tomaba el país.

Después de asumir el poder, hace tres años, Allende apareció en el pequeño balcón de su oficina para anunciar su gran experimento. Miles de simpatizantes se congregaron en la plaza bajo este balcón, desde donde proclamó su misión: conducir a Chile al socialismo mediante la vía democrática. La semana pasada ese mismo balcón permaneció en pie, aunque el palacio quedó hecho ruinas, al igual que la visión marxista que Allende concibió para su país.

Semana a semana, a medida que una cadena interminable de huelgas sumían al país en el caos económico, comenzaban a escucharse rumores en Santiago de que un golpe militar estallaría en cualquier momento. A pesar de ello, muchos chilenos hicieron caso omiso. Cierto, Chile tiene fuerzas armadas muy profesionales y numerosas. Pero a diferencia del alto mando de sus vecinos peruanos o los generales brasileños, los oficiales chilenos han tenido sin lugar a dudas una extensa tradición profesional y se han mantenido ajenos a la política.

Mártir instantáneo
Los chilenos que hayan creído que su país era de algún modo inmune a los golpes militares han demostrado su error. Más aún, el golpe que puso punto final al experimento socialista de Allende resultó de una violencia extraordinaria, incluso para los estándares latinoamericanos. En el fragor de los enfrentamientos armados que siguieron al golpe, durante los dos días posteriores, varios miles de personas han resultado muertas o heridas. Los militares han declarado que Allende se suicidó, y que no se rindió. Los simpatizantes de Allende insisten que fue asesinado. En realidad, la manera en que murió es irrelevante. De la noche a la mañana, se ha convertido en un mártir para la izquierda de todo el mundo, y en un alma legendaria que quizás penará a América Latina por años.

La caída de Allende ha tenido consecuencias que repercuten muchísimo más allá de las fronteras de Chile. El suyo fue el primer gobierno marxista elegido democráticamente en América Latina. Los moderados seguramente no querrán repetir este tipo de experimentos después de lo acontecido en Chile; la izquierda, por otro lado, llegará a la terrible conclusión de que los métodos revolucionarios son más eficaces que los votos. EEUU se encuentra en una situación bochornosa, aunque Washington ha insistido en que no ha tenido nada que ver con la caída de Allende. Hasta el final de la semana aún no ha reconocido al nuevo gobierno, pero la mayoría de los analistas cree que las relaciones mejorarán. El cambio de gobierno en Chile puede afectar a las grandes corporaciones norteamericanas: sus holdings fueron expropiados por Allende, pero ahora al menos pueden esperar que un gobierno más amigable les compense por las pérdidas.

El golpe fue muy bien planeado y ejecutado meticulosamente, como informa el corresponsal de TIME, Charles Eisendrath, quien presenció los hechos desde una ventana con vista al palacio. En la madrugada del martes, vehículos blindados aparecieron en la Plaza de la Constitución para bloquear los accesos a La Moneda, el sombrío palacio presidencial chileno que data del siglo XVIII. Mientras los francotiradores del ejército ocupaban sus puestos estratégicos, al menos cien carabineros (policía militarizada chilena) se bajaban de buses especiales que los traían hasta el lugar. Su misión, de acuerdo a la orden del día, era “restaurar la normalidad institucional” en la nación más democrática del continente y “prevenir la desastrosa dictadura que intenta dominar el país”.

Allende al parecer escuchó rumores, a la hora bastante inusual de las 7.15 de la mañana, mientras se dirigía a La Moneda desde su apacible residencia en el distrito más lujoso de Santiago, llamado el “barrio alto”. Mientras las tropas tomaban posiciones fuera del palacio, el comandante en jefe del ejército, general Augusto Pinochet Ugarte, vía telefónica dio un ultimátum a todos los presentes en el palacio presidencial. Si Allende entregaba su oficina, se le ofrecía abandonar el país mediante un salvoconducto, de lo contrario, sería derrocado a la fuerza. Allende se negó. “No renunciaré”, declaró en un mensaje radial. “Estoy preparado para morir si es necesario”. Instó a los trabajadores (los más entusiasmados con su programa socialista) a tomarse las empresas como signo de desafío. Los Hawker Hunters de la fuerza aérea chilena volaban a ras del palacio. Allende hizo una última aparición en el balcón del segundo piso y alzó sus manos en gesto de despedida a un grupo de transeúntes a quienes el ejército aún no había obligado a alejarse.

Allende inmediatamente se dio cuenta que enfrentan la peor crisis de sus tumultuosos tres años al mando del país. Una hora antes del ultimátum, llamó por teléfono a su chalet para comunicarse con su esposa Hortensia. “Te estoy llamando desde La Moneda”, le dijo. “La situación es gravísima. La armada se ha rebelado pero yo aquí me quedo”. Allende tenía razón. Incluso antes que las tropas de la junta militar rodearan el palacio, la armada de Chile había anunciado que se declaraba en rebeldía y que el puerto de Valparaíso (a 75 millas de Santiago) estaba bloqueado. Los marinos de Valparaíso avanzaban hacia la capital para unirse a los militares, aviáticos y policías, todos bajo el mando de los líderes del golpe de estado.

Allende pronto se encontró aislado de quienes podían prestarle apoyo. Una emisora de radio que operaba bajo órdenes de su partido, el Partido Socialista, suspendió sus transmisiones luego de hacer un llamado final a todos los miembros de las fuerzas armadas a no acatar las órdenes de sus superiores. Otra estación, que funcionaba bajo control de sus socios del Partido Comunista en la coalición de gobierno (llamada “Unidad Popular”), simplemente dejó de transmitir. La única radio que siguió al aire en Santiago fue la autodenominada “radio del gobierno militar”. Su primer bando: el presidente de la república debe proceder a abandonar inmediatamente su oficina de gobierno.

Un periodista mexicano en Santiago, Manuel Mejido, logró entrevistar a 15 de entre quienes vieron con vida a Allende por última vez. De acuerdo a su relato, el presidente reunió a sus amigos cercanos en el palacio y les dijo: “No abandonaré La Moneda. De aquí sólo me sacarán muerto”. El grupo incluye a diez miembros de la fuerza de seguridad especial y 30 jóvenes de su guardia privada conocida como “Grupo de Amigos Personales”.

El llamado del general Pinochet fue seguido por el comandante de la armada, almirante José Toribio Merino Castro, quien reiteró el ultimátum: “No me voy a rendir”, declaró Allende. “Eso es lo que hacen los cobardes, como ustedes”.

Como el ataque al palacio era inminente, Allende congregó al resto de sus colaboradores en una de las salas del palacio. “Señores”, dijo, “aquí me quedo.” Le pidió a todos que abandonasen el lugar, pero nadie quiso hacerlo. Allende ordenó que todas las mujeres fueran a la oficina del mayordomo de palacio y pidió que los hombres tomasen posición de combate. Se produjo un ataque de 20 minutos con soldados de infantería y tanques. Durante un breve tregua, el general Pinochet llamó nuevamente al palacio. Le dio 15 minutos a Allende para que se rindiese. Allende nuevamente se negó. Cuando se produjo este alto al fuego, las mujeres del palacio, incluida Beatriz (31), hija de Allende, escaparon a un lugar seguro.

Al mediodía, dos Hawker Hunters atacaron el palacio con bombas, misiles y gas lacrimógeno. Una hora y media más tarde, soldados de infantería entraron a La Moneda por una de las puertas laterales, y los oficiales le dieron 10 minutos a Allende para que se rindiese. “Todos ustedes, bajen sin armas y con las manos arriba”, el presidente le ordenó a los pocos colaboradores que aún permanecían con él. “Váyanse y ríndanse a los militares. Yo seré el último en salir”. Luego, de acuerdo a la versión de Mejido, Allende se disparó.

La esposa de Allende había escuchado las últimas palabras de su esposo transmitidas por radio. “Al mediodía, Salvador no contestaba el teléfono en La Moneda”, dijo ella. “Cuando por fin pude comunicarme, los que contestaron fueron agentes de seguridad o carabineros”. Mientras tanto, la fuerza aérea también atacó su chalet en el Barrio Alto. “Entre cada ataque, cuando los aviones volvían a la base para reabastecerse, los enfrentamientos eran feroces. La residencia estaba en llamas. La última llamada telefónica la hice tendida sobre el piso”.

Ni fue sino hasta el día siguiente que la señora de Allende supo que el paradero de su esposo era uno de los hospitales militares del ejército, y que estaba herido de gravedad. Cuando ella fue a verlo, se enteró de que en realidad estaba muerto. En sus declaraciones a la prensa dijo que era probable que él se hubiese suicidado con un fusil semiautomático, obsequio de Fidel Castro. Pero continuaban los rumores de que Allende había recibido trece disparos, la viuda de Allende pudo a continuación ver el féretro pero no el cadáver, y que el presidente y cuatro de sus acompañantes habían sido asesinados a sangre fría. Los rumores inmediatamente comenzaron a contribuir a crear la nueva leyenda de Allende, el mártir marxista.

El mismo día los restos de Allende fueron transportados a un aeropuerto militar en las afueras de Santiago y puesto en un avión rumbo a la ciudad de Viña del Mar, donde se encuentra al mausoleo de la familia del presidente. A la señora de Allende se le permitió acompañar el féretro, al igual que a su hermana Laura, dos sobrinos y un colaborador.

En el cementerio Santa Inés, la viuda de Allende, acongojada por el enorme sufrimiento y arrebatada de furia, cortó algunas flores y las dejó sobre el ataúd. “Salvador Allende no puede ser sepultado en el anonimato”, dijo con su voz endurecida a los sepultureros. “Quiero que ustedes al menos sepan el nombre de quien están enterrando”.

Mientras tanto, la junta comenzó a gestionar su consolidación. En una apresurada ceremonia en la Escuela Militar “Bernardo O’Higgins”, así llamada en honor a uno de los próceres de este país, se formó un gobierno militar que contaba además con dos civiles de tendencia derechista, para mantener las apariencias de algún modo. No deja de ser inquietante que los nuevos líderes hayan prestado juramento de lealtad a la junta, y no a la Constitución chilena. El general Augusto Pinochet ha encabezado el gabinete como jefe de la junta militar. Sus otros miembros son: almirante Merino, comandante en jefe de la fuerza aérea Gustavo Leigh Guzmán, y el general director de Carabineros César Mendoza Durán. La cartera más importante del nuevo gabinete, el ministerio del interior, ha sido asignada al general de ejército Óscar Bonilla.

Los militares han cerrado todos los aeropuertos chilenos y la frontera con Argentina, Bolivia y Perú. Se ha declarado estado de sitio en todo el país y Santiago se encuentra en toque de queda permanente. Se ha advertido que los trasgresores serán baleados inmediatamente. Mientras el ejército combatía contra franco tiradores de izquierda, los residentes de la capital deben mantener su cabeza gacha porque los soldados disparan apenas detectan movimiento en una ventana. A finales de la semana, los militares han declarado oficialmente que la capital volvería a la normalidad. Pero el toque de queda continúa, los aeropuertos siguen cerrados, y todas las comunicaciones con el resto del mundo han sido censuradas.

Circulan historias de soldados que han acuchillado prisioneros sin motivo alguno, mientras que otros soldados, portando listas con nombres de simpatizantes de Allende, allanan puerta a puerta todos los hogares siguiéndoles las huellas.

Se ha informado que al menos uno de los buscados, el secretario general del Partido Socialista, Carlos Altamirano, ha sido muerto “por accidente” durante un combate. Otra fuente ha dicho que al menos 3.000 personas fueron trasladadas a altamar en un barco transformado en prisión. Entre los prisioneros, se cree que se encuentra el miembro del Partido Comunista, el poeta Pablo Neruda, laureado con el Premio Nobel de Literatura en 1971, y ex embajador de Chile en París.
Aunque muchos, sino todos los objetivos a futuro son inciertos, la junta ha dejado bien en claro su determinación de cambiar el rumbo de la política exterior de corte izquierdista que Allende quiso para Chile. Uno de los primeros actos ha sido el cortar relaciones diplomáticas con Cuba, que Allende reconoció apenas asumió el poder, desafiando las restricciones impuestas por la OEA.

Transcurridas unas horas después de la muerte de Allende, 150 cubanos fueron enviados al aeropuerto Pudahuel y puestos a bordo de un avión rumbo a su país de origen. Entre ellos se encontraba la hija de Allende, Beatriz, quien se encuentra casada con el embajador cubano.

Castro, quien ha sido un aliado entusiasta de Allende, ha embestido diciendo que “el imperialismo norteamericano ha derribado un movimiento revolucionario”. Los políticos de todo el continente han manifestado su horror ante la muerte de la democracia chilena. El presidente mexicano Luis Echeverría, quien prestó apoyo moral y financiero al gobierno de Allende, ordenó el retiro de su embajador y ofreció asilo político a todos los chilenos que lo soliciten, específicamente a la viuda de Allende. Ella inicialmente lo rechazó, pero a finales de la semana cambió de opinión y aceptó la oferta. El gobierno mexicano ha decretado tres días de duelo nacional, por primera vez ordenado en honor a un gobernante extranjero desde el asesinato de John F. Kennedy.

En el resto del mundo, ha habido señales claras de que el presidente chileno se ha ganado el estatus de mártir para los radicales, junto a Patrice Lumumba del Congo (hoy llamado Zaire) y Che Guevara. En París, una multitud de 30 mil personas ha marchado por las calles gritando la consigna “fuera los asesinos y la CIA”. En Roma, hubo cese de labores y discursos proclamando que “Allende es una idea que no muere”. Incluso políticos moderados han lamentado públicamente que una república haya sucumbido al dominio de una junta militar. El gobierno de Alemania Federal, por ejemplo, ha expresado su “profunda consternación” y su esperanza de que “la democracia retorne a Chile a la brevedad”.

Pero hay un país que ha brillado por su silencio: Estados Unidos. La administración Nixon se opuso a Allende desde que se anunció su triunfo electoral en la elección presidencial de 1970. La hostilidad de Washington se incrementó luego que Allende nacionalizó por completo las minas de cobre y otras propiedades industriales de compañías norteamericanas, negándose a pagar compensaciones. Las relaciones entre ambos países empeoraron aún más cuando se supo que la multinacional ITT había ofrecido al gobierno de EEUU más de 1 millón de dólares para evitar la elección de Allende, y que sostuvo reuniones con la CIA para buscar formas de mantenerlo lejos del poder.

La administración Nixon hizo todos los esfuerzos posibles para poner en aprietos a Allende, principalmente ejerciendo presiones financieras en organismos internacionales como el Banco Mundial. En agosto de 1971, como resultado de los reclamos de EEUU que el endeudado Chile era un país riesgoso, el Banco de Exportaciones e Importaciones negó un préstamo de 21 millones de dólares para que la aerolínea Lan Chile comprase tres jets Boeing, a pesar que la empresa tiene un historial de pago impecable. Las exportaciones de EEUU a Chile en total cayeron un 50% durante los tres años de Allende.

Apoyo militar
Pero el Pentágono mantuvo relaciones en términos bastante amistosos con el alto mando chileno. El año pasado, por ejemplo, EEUU entregó 10 millones de dólares a la fuerza aérea chilena para la compra de aviones de transporte y otros equipos. Tan sólido ha sido el intercambio militar que, de hecho, se rumoreaba en Washington que la semana pasada que varios oficiales norteamericanos se enteraron del golpe de estado 16 horas antes de que ocurriese.

Los voceros de la Casa Blanca han negado que el gobierno estaba al tanto de estos hechos antes que ocurriesen. Insisten que ha habido muchos rumores, en distintas fechas, de un posible golpe. Pero nada concreto se supo hasta que efectivamente La Moneda ardió en llamas. En cualquier caso, EEUU no puso en alerta a Allende debido a que haberlo hecho se consideraría el intervenir en los asuntos internos de otro país. La explicación evidentemente no ha sido convincente como para despejar las sospechas que EEUU ha desempañado un papel central en la elaboración de un plan para derrocar al presidente chileno.

Gran parte de la culpa de la caída de Allende la tiene él mismo. Las políticas fiscales de su gobierno arruinaron la economía. Siempre un importador neto de alimentos, el país debió importar aún más debido a la reducción en la producción agrícola culpa de las reformas agrarias de aplicadas bajo su administración. Como propietario de las minas de cobre, el gobierno se encontró en serias dificultades cuando cayó el precio del mineral. Las reservas extrajeras sumaban $345 millones cuando Allende asumió la primera magistratura de la nación. A finales del año pasado habían desaparecido por completo, y Chile se vio obligado a solicitar una reprogramación de sus más de $2.500 millones en deuda externa. El país se polarizó de tal modo que Allende estaba bajo ataques simultáneos de derechistas, que reclamaban su extremismo de izquierda, y de la propia izquierda que lo consideraba demasiado blando.

Pocos chilenos fueron neutrales respecto a su figura. Aunque su lujoso estilo de vida disminuyó casi impercetiblemente, los ricos (5% de la población que controla el 20% de la riqueza), lo detestaban por expropiarles sus propiedades, que son la fuente de su riqueza. La clase media, aruinada por la inflación y asediada por la escasez de productos, se encontraba furiosa e irreconciliable. Cientos, quizás miles de chilenos abandonaron el país. Otros que se quedaron han mantenido sus pasajes aéreos a mano en caso de una emergencia.

A pesar de todo, Allende tuvo muchos admiradores. Algunos ni siquiera socialistas, por ejemplo algunos liberales simpatizantes de su causa quienes abrigaron esperanzas de que quizás podría remediar la inmensa brecha entre ricos y pobres. Éstos últimos, principalmente campesinos y obreros, lo idolatraban. “Tendría que ser muy hipócrita para decir que soy presidente de todos los chilenos”, comentó en una oportunidad. Ellos escuchaban atónitos los discursos de el “Chicho”.

Allende dormía solo cinco horas y se pasaba gran parte del tiempo haciendo declaraciones. “Trabajar por el pueblo es un placer para mí”, declaró con grandilocuencia. Allende impresionaba a los visitantes por ser un administrador notable. Era un hombre de línea dura pero no un temerario. Un diplomático norteamericano que lo conocía ha dicho que “cuando se trataba de ganarse el afecto de la gente para hacer algo, Allende dejaba chico a Lyndson Johnson”.

A pesar de ser partidario del marxismo, Allende disfrutó de la buena vida. Bebía buen whisky, gustaba del golf, y amaba los mejores vinos. Además de su residencia particular, tenía una casa de descanso a la cual se llevaba a los amigos, y mujeres, donde los agasajaba con exquisitas carnes asadas. Allende se vestía con ropas sofisticadas pero manteía un estilo casual, usando jerseys de cuello incluso en la oficina presidencial. De hecho, se dice que usaba un jersey blanco al momento de su muerte. Después que los enfrentamientos culminaron la semana pasada, el gobierno militar transmitió un reportaje televisivo mostrando el lujoso guardarropas del presidente y sus estantes repletos de licores importados y alimentos. El mensaje era indiscutible: mientras sus simpatizantes hacían largas colas para comprar alimentos básicos,

Allende disfrutaba del estilo de vida que él tanto criticaba.
La familia de Allende proviene de la época de la fundación de Chile. Su abuelo, también doctor, fue un gran maestro de una logia masónica y dio inicio a las primeras escuelas laicas en Chile, país predominantemente católico. El padre de Allende fue notario, y murió mientras su hijo cumplía una de sus muchas sentencias de cárcel por participar en actividades socialistas. Allende fue autorizado para asistir al funeral de su padre. En su tumba pronunció un discurso improvisado en el que se conminó a sí mismo a luchar por la libertad, a defender el puebo y lograr justicia social. Se graduó de doctor pero renunció a la medicina para dedicarse a la política. Buscó con tenacidad la presidencia del país hasta que en su cuarto intento finalmente logró la nominación.

Una vez en el poder, Allende rápidamente buscó cambiar la economía chilena. Su antecesor demócrata cristiano, Eduardo Frei, ya había impulsado las reformas agrarias e inició la participación gubernamental en el sector industrial. Pero Allende dio inicio a un programa mucho más profundo de operación y propiedad estatal, comenzando con apropiarse por completo de la explotación del cobre, cuyos dueños norteamericanos habían sido deplorablemente lentos en preparar a los empleados chilenos para trabajos mejor remunerados y de mayor sofisticación. Teléfonos, electricidad, acero y cemento fueron nacionalizados, junto con los bancos tanto extranjeros como nacionales. Los sindicatos comenzaron a administrar las nuevas plantas que aparecieron en el cordón industrial de Santiago, cercanos a los barrios de clase media. Con el consentimiento tácito del gobierno, los campesinos se tomaron enormes porciones de tierras cuyos patrones se encontraban ausentes, aunque en su entusiasmo también se apoderaron de las tierras de pequeños agricultores.

Allende cometió al menos dos errores políticos cruciales. Primero, olvidó (o ignoró) el hecho de haber asumido el poder como ganador de una minoría. En la tumultuosa elección de 1970, Allende superó a los otros dos candidatos, pero ganó sólo el 36,3% de los votos. Tal como lo establece la Constitución, el Congreso Nacional debía elegir al ganador. Siguiendo la tradición, se designó a Allende, quien había obtenido más votos que los candidatos restantes. Por esta razón se convirtió en presidente aunqe dos tercios del electorado prefería a otros candidatos. Pero ejerció el poder como si todo el país lo apoyase.

Los cacerolazos
El segundo error fue asumir que las clases medias y altas aceptarían plácidamente su “vía chilena al socialismo” mientras todo fuese hecho dentro de los márgenes constitucionales. Esto nunca ocurrió. “Si tenemos que quemar la mitad de Chile para salvarnos del comunismo, así lo haremos”, amenazó Roberto Thieme, líder del grupo de ultra-derecha Patria y Libertad. Hubo más oponentes, de tipo moderado, que fueron menos drásticos pero de igual convencimiento en su rechazo a los planes de Allende de expandir el sector estatal. Los partidos de Oposición, mayoritarios en las dos cámaras del Congreso Nacional, lucharon contra su gobierno durante todo su mandato.

Uno de los sectores más decididamente opuestos a Allende fueron las mujeres chilenas, quizás las más liberadas de América Latina. A medida que los ocasionales días sin carne se convertían en semanas enteras, organizaron la “marcha de las cacerolas vacías” en 1971 para graficar el constante encarecimiento de los alimentos y su posterior escasez. El sonido de los cucharones golpeando las cacerolas comenzó en uno de los distritos de la capital y se extendió a todo Santiago, lo que disgustó al gobierno. Hace dos semanas, después que los simpatizantizantes de Allende montaron una concentración masiva en la Plaza de la Constitución para celebrar el tercer aniversario de su elección, 100.000 mujeres se agolparon a las calles al día siguiente para manifestar su rechazo. Fueron dispersadas con gas lacrimógeno.

La principal causa de la caída de Allende fue su incapacidad para apaciguar la seguidilla de paros nacionales, originadas no por los sindicatos izquierdistas sino por los implacables enemigos que tenía el presidente en la clase media. A comienzos de este año, los trabajadores de El Teniente, la mina de cobre subterránea más grande del mundo, marcharon por 74 días para conseguir aumentos salariales que costarían al gobierno alrededor de 75 millónes de dólares en reducción de ingresos.

Se extiende el descontento
Tres semanas después de llegar a acuerdo con los huelguistas del cobre, el poderoso gremio de los camioneros (casi todo el comercio nacional se transporta vía terrestre) inició una nueva paralización. Primero pararon en octubre, por quejas sobre la falta de repuestos y los mayores costos operacionales aplicados por el gobierno. Esta vez culparon a Allende por no cumplir con lo pactado el año pasado para solucionar ambos problemas. Este nuevo paro costó al país alrededor de 6 millones de dólares diarios, perjudicando el abastecimiento de alimentos al país, al tiempo que el combustible comenzaba a escasear y los cultivos de cereales cernían una amenaza al país ya que las semillas y fertilizantes no pudieron entregarse a tiempo.

Aunque el país comenzó a sobrevivir con raciones más pequeñas, los camioneros se encontraban inesperadamente bien preparados para un largo paro. Recientemente, el corrsponsal de TIME Rudolph Raunch visitó un grupo de camioneros que acampaban en las cercanías de Santiago y quienes disfrutaban de cantidades prodigiosas de carnes, ensaladas, vinos y las típicas empanadas. “¿De dónde proviene el dinero para todo esto?”, preguntó nuestro corresponsal. “De la CIA”, le contestaron los camioneros en medio de carcajadas. En Washington, la CIA lo negó.
Mientras tanto, la polarización política de Chile continuaba, con Allende al parecer incapaz de cambiar las cosas. Las protestas de los camioneron incitaron a protestas esporádicas de médicos, dueños de locales comerciales, choferes de la locomoción colectiva y taxistas, todos furiosos por la creciente inflación (300% en los primeros seis meses del año) y con sueldos magros. Para evitar el caos, el presidente trató de llegar a un acuerdo con uno de los partidos opositores, la Democracia Cristiana. Nada se pudo conseguir porque el partido está completamente fraccionado. Uno de estos sectores hizo un llamado para apoyar al gobierno. Otros, dirigidos por el ex presidente Eduardo Frei, se decidieron a provocar el derrocamiento del gobierno negándose a cooperar.

En un esfuerzo por reducer la oposición de la derecha y para asustar a los camioneros, Allende persuadió a los comandantes de las fuerzas armadas para que se uniesen al gabinete de gobierno. Este fue un error grave, ya que politizó a los militares, quienes trataron de mantenerse por sobre las diferencias entre partidarios y detractores de Allende. El resultado fue un constante cambio en la designación de puestos políticos.

Hace menos de diez días después de su designación como ministro de obras públicas, y con la responsabilidad de solucionar el paro de los camioneros, el general del aire César Ruiz Danyau renunció, acusando al gobierno de no darle suficiente autoridad. Facciones anti-allendistas dentro del ejército obligaron al general Carlos Prat Gonzalez, comadante en jefe del ejército, a renunciar a su cargo de ministro de defensa. Fue reemplazado por el general Pinochet, quien es hoy el presidente de la junta.

La Democracia Cristiana se ha reagrupado y recibido el golpe con júbilo. Han emitido un comunicado de prensa, previamente aprobado por la junta, donde deploran la violencia pero ofreciendo su apoyo a los nuevos líderes del país. La declaración del partido continuó con su convencimiento de que el poder pronto será devuelto “al pueblo soberano” apenas “la junta termine sus difíciles tareas”.

Historia trágica
La semana pasada, el nuevo ministro del interior, el general Bonilla, prometió que Chile volverá a tener un gobierno civil, pero no aclaró cuándo. La mayoría de los analistas asume que los militares permanecerán en el poder por un buen tiempo, todo el tiempo que sea necesario para borrar cualquier vestigio de marxismo en el país.

La democracia siempre ha sido una de las víctimas de la trágica historia sudamericana de violencia y agitación. Hoy, el 70% de los 200 millones de latinoamericanos viven bajo algún tipo de gobierno militar. En muchos casos, los oficiales han derrocado a líderes populistas o izquierdistas, como el caso de Joao Goulart en Brasil o Jacobo Arbenz en Guatemala, quien trató de cambiar las rígidas estructuras oligárquicas del país. Allende es el caso más reciente de un reformador de este tipo, con grandes ambiciones pero que culminó en un fracaso.

La junta militar chilena ha tenido éxito en su objetivo principal: deshacerse de Allende. Pero la pregunta es, ¿a qué precio? Como inspiración espiritual para la izquierda, Allende puede resultar más poderoso muerto que vivo. Por otro lado, su derrocamiento puede convencer a los más radicales de que la forma más segura para el socialismo es la revolución violenta, reprimiendo a todos los disidentes. Ciertamente, este “hombre honesto, no creyente” jamás será olvidado por los más pobres en Chile, quienes ya lo consideran un santo secular. Lo que significa que la próxima vez que un líder marxista aparezca en Chile, su métodos probablemente no serán pacíficos.

* Uno de los edificios atacados por las tropas chilenas fue la sede central del Partido Comunista en Santiago, que aparece en la portada de TIME con un lienzo de Allende sobre su fachada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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