Chile, después de meses de inestabilidad, ahora enfrenta la amenaza de una guerra civil. El presidente marxista Salvador Allende Gossens se ha estremecido de tal manera ante la oleada de protestas que ha sacudido al país que ha decidido reorganizar por completo su gabinete de gobierno y ahora ha designado a los comandantes en jefe del ejército, armada, fuerza aérea y policía en cargos ministeriales. La crisis estalló producto de un paro nacional de camioneros que comenzó el 26 de julio y ha aislado parcialmente a los más de 3 millones de habitantes de Santiago. Bandas de terroristas han detonado bombas en oleoductos y han dinamitado las principales carreteras. Personal militar ahora resguarda las estaciones gasolineras mientras los santiaguinos esperan en colas que abarcan varias cuadras los escasos suministros de todo tipo de productos, desde fósforos hasta carnes.
Grupos de trabajadores militantes se han tomado más de 30 fábricas en el “cordón industrial” de Santiago, donde se produce la mayoría de los productos chilenos. James Randall, editor asociado de TIME, junto al reportero Paul Rotter, han recorrido recientemente la capital de Chile y han visitado una de las fábricas en toma. El siguiente es el informe de James Randall:
Aquí cuelgan lienzos enormes junto a la carretera que conecta Santiago con el resto del país, mostrando consignas pintadas a mano que proclaman el nuevo orden: “Los trabajadores, no los empresarios, dirigirán la industria nacional”. Las tomas fueron iniciadas por Allende durante el cuasi golpe militar de junio (TIME, 7 de julio). En dicho momento, Allende vio estas acciones como el primer paso en la movilización de los trabajadores para así rescatar al gobierno de la posibilidad de que las Fuerzas Armadas resulten desleales. La lealtad se mantuvo. Pero Allende ahora se encuentra consternado frente a la negativa de los trabajadores a desalojar las fábricas ocupadas. Este rechazo ha sido un golpe mortal al descalabro de la economía chilena.
Decidimos visitar la planta Lucchetti, una de las empresas expropiadas, y que produce cerca de la mitad de las pastas chilenas. En el portón de entrada fuimos detenidos por un fornido “guardia del pueblo”, quien nos vigiló muy de cerca mientras uno de sus acompañantes desapareció rumbo a una fábrica cercana. Al cabo de unos minutos, un hombre más bien rechoncho, que vestía una arrugada chaqueta deportiva, vino a nuestro encuentro. Después de escuchar nuestra solicitud de entrevista, nos guió hasta una pequeña oficina. “Hemos tomado la fábrica”, dijo el vocero sindicalista Guillermo Bonilla, “porque los jefes nunca nos han tratado con respeto ni tampoco nos consultan sobre cambios en los trabajos. Son unos desgraciados”. Continúa Bonilla: “Ahora que nos libramos de ellos, los trabajadores administrarán por su cuenta la empresa y harán una labor mucho mejor. A los trabajadores disconformes los apartaremos pronto, y la producción aumentará [la verdad sea dicha, desde el comienzo de la toma la producción ha caído]. Eliminaremos la inflación trabajando extra, cuidando mejor las maquinarias y no pidiendo excesivos aumentos de sueldo”.
Considerando el desesperadamente ruinoso estado de la economía chilena, la solución de Bonilla suena un tanto simplista. El hecho concreto es que los trabajadores chilenos ahora ganan alrededor de $ US 30 mensuales, y necesitarán de aumentos sustanciales de sueldo para superar la inflación, que ha llegado al 300% anual, la tasa inflacionaria más alta del mundo. Si ellos llegasen a recibir semejante aumento salarial, la tendencia a la inflación continuará disparándose como lo ha hecho hasta ahora, aniquilando las ganancias obtenidas. Es decir, están atrapados en su propia Trampa 22. Bonilla ha jurado que los trabajadores de Lucchetti continuarán la toma hasta que el gobierno tome las medidas necesarias para mejorar las condiciones laborales de su gente. Ahora bien, qué es exactamente lo que el gobierno debe hacer, él no lo explica. Pero ha advertido que responderán ante cualquier intento por desalojarlos mediante la fuerza. “¡Y si eso significa una guerra civil, que así sea!”
Respaldando las palabras de Bonilla se encuentra la disciplina militarizada de los trabajadores. Se turnan para dormir en la fábrica, por lo que mantienen una guardia constante en el recinto. Y aunque no hemos visto armas, la derecha chilena (la oposición al gobierno de Allende) insiste en que los trabajadores sí están armados.
A pesar de todo, los trabajadores se veían bastante felices, casi eufóricos. Durante nuestra visita se jugaba un partido de fútbol, y por otro lado un grupo de jóvenes cantaban con guitarra en mano canciones para nada revolucionarias (por ejemplo: “tallarines Lucchetti son muy muy muy ricos”). Pero la semana pasada el buen humor se acabó. En busca de armamentos, efectivos militares tomaron por asalto una fábrica textil en la ciudad sureña de Punta Arenas. Un trabajador fue golpeado brutalmente y otro fue asesinado de un tiro. En Lucchetti, a un fotógrafo se le advirtió no entrar ni tomar fotografías “por motivos de seguridad”. Bonilla, nervioso, añadió: “Creemos que los militares pueden venir en cualquier momento”. Con los jefes militares, tradicionalmente neutros, ahora como integrantes del gabinete de Allende, todo el país se pregunta si las palabras de Bonilla se cumplirán o no.