Este ha sido, y sigue siendo, un año pivotal para quien escribe, por varias razones. La primera es que, como no soy nada de macabeo, he decidido dejar atrás muchas cosas y hacer varios sacrificios para mudarme a la ciudad luz, la capital de Francia, París. Chanchi ha dicho "ça suffit" y ha aceptdo una oferta de trabajo extraordinaria, y para que no digan que los sudamericanos somos machistas, he decidido seguirla. Aparte, tengo ya ganas de volver a vivir en un país con gente menos cerrada de mente.
Como si fuese poco, este año concluye una etapa y comienza un nuevo ciclo. Chanchi tiene tres grandes amigas de infancia (a las cuatro, colectivamente, las llamo las Sex And The City francesas: se juntan a puro comer y chismosear), de las cuales, en septiembre, la tercera dirá el "sí" con lo que se cierra un ciclo.
Paradójico que en un país donde el papismo nos ha vendido la cuchufleta que por la descristianización han caído en la manida crisis moral y que la hecatombe social —si es que aún no ha estallado— ya es inminente y que seguirán los suicidios colectivos y la pérdida de los "va-lo-res", los franceses sigan casándose como lo han hecho los Homo sapiens desde que el mundo es mundo —ciertamente, desde mucho antes que fuese fabricada la historia trucha de ese mamarracho inexistente llamado "Jesús"—. Así ha sido, es, y seguirá siendo.
Pues bien, el sábado pasado estuve en un casorio franchute. Y embargados por la emoción del momento tan especial, hemos decidido con Chanchi... no, no casarnos, pero si pacsearnos. ¿Qué es esto? El PACS es la versión gala del proyecto que en Chile se llama AVC, o Acuerdo de Vida en Común, un pacto de unión civil.
El novio de este sábado, quien en estos momentos ya rumbo a Bali (Indonesia), es un tipo que me cae muy bien. Es un joven gerente de Renault que gasta su tiempo libre como árbitro de fútbol, y que sin duda vivió un momento muy emotivo cuando todos sus antiguos compañeros de la école polytechnique formaron, a la salida del municipio —no hubo esa ordinariez de matrimonio religioso, claro está— un túnel con los gorros de su universidad, en el cual él besó feliz de la vida a su flamante mujer en una lluvia de flores y entre gritos de vive le mariage!! A Chanchi le cayó un lagrimón, o varios, al ver ya por segunda vez a una de sus mejores amigas vestida de blanco y convirtiéndose en madame, y se rumorea que a vuestro humilde servidor también le bajó la emoción, algo que, desde luego, desmiento... aunque no categóricamente.
Lo anterior me lleva a preguntarme, como chileno, ¿por qué tanta fobia al matrimonio? Y creo tener la respuesta: porque nací en un país en que un cura fascista nos sermoneaba en el noticiario de TV sobre la sacrosanta familia y el peligro del divorcio, y que si uno usa métodos anticonceptivos estallará la crisis moral. O sea, me dejaron traumado con su huevada. Otros, en cambio, como ya ni se casan por la iglesia, ya no sufren de aflicciones y se casan jodidos de la risa y felices.
Pero eso no es todo, amigos lectores. Luego fuimos al vin d'honneur en un castillo medieval bastante imponente donde se habilitó una sección para cuidar a los cabros chicos, ya que llegó un montón de gente con guaguas (babies) y nios. Y menos mal, ya que varios con vuvuzuelas metían una bulla infernal y en realidad mejor que los cabros chicos estuviesen aparte. Pero, a ver... la gente se casa, ¿y tienen guaguas por montones? ¡Bah!, bien rara la crisis moral esta. Yo creo que esos curas y la manada de giles que aún los escuchan tienen bastantes dificultades para explicarnos que sin los de sotana la gente se casa igual y tiene hijos igual. La verdad es,que ninguna sociedad sana puede seguir basando su ética en un esperpento inexistente, unas monas de yeso o, peor aún, unos onanistas compulsivos vestidos de sotana negra y, más encima, pedófilos. Hay que estar bien cagado del mate, digo yo.
¡Pero qué exagerado!, me dirán. ¡Estás loco!, insisten. Pero vean lo que opinan en los principales diarios de Chile. Lo que algunos no entienden es el objetivo mismo de la unión civil, que no es otra cosa sino un pololeo ("dating") normado por ley. En su esencia es diametralmente distinto a un matrimonio. El primero es un contrato entre dos personas, el segundo, es entre dos personas que pasan a ser uno, por cursi que suene, y que firman un contrato ante la sociedad. Es por eso que en Chile necesitamos un AVC, y sólo los más necios insistirán en que debilitará a la familia. La familia seguirá existiendo, siempre habrá gente que querrá casarse.
El matrimonio, como decía, es un acuerdo entre la pareja y la sociedad, y basta ver las tradiciones al respecto, ya que como institución, el matrimonio data desde tiempos inmemoriales, siglos antes de la Era Común (o "antes del Cristo", whatever). Como saben, el matrimonio se firma no sólo ante una autoridad, sea civil o religiosa, sino que ante testigos. A la ceremonia asisten los amigos y familiares, porque es frente a ellos que la licencia de matrionio es extendida, y el contrato de casamiento firmado. En todas partes es así, y es interesante notar las alegorías y la simbología. El novio, al pie del altar, nervioso, ve acercarse a la novia, escoltada por su padre, quien la deja luego frente a él. El simbolismo más potente viene cuando, después de leídas las reglas del matrimonio (en todas partes consiste en fidelidad, auxilio y protección "hasta que la muerte los separe"), y justo antes de declararlos marido y mujer, se pregunta a los asistentes: "si alguien se opone a esta unión, hable ahora o calle para siempre". Se guarda un silencio ritual. Finalmente, se declara la unión.
Quiero detenerme en este aspecto, que es lo central del presente artículo. Acá sostengo que el matrimonio no se limita a un contrato entre dos individuos. Por lo mismo, el matrimonio no puede privatizarse. En su esencia, el matrimonio es un contrato social. Lo anterior me valido fuertes críticas de mis pares liberales, quienes creo que caen en un profundo error al querer privatizar el matrimonio.
¿Por qué existe la tradición de consultar si alguien se opone que hable o calle para siempre? ¿Por qué se firma el acuerdo de matrimonio ante testigos? ¿Por qué los padres "entregan" a sus hijos para que se casen? ¿Po qué se invita a los amigos y familiares? Piensen en las respuestas y entenderán mi posición. Y siguiendo esta línea argumentativa, considero totalmente legítimo, y muy necesario, el debatir el matrimonio homosexual y no simplemente declararlo legal por secretaría.
Alguien perfectamente puede oponerse al matrimonio de dos personas del mismo sexo ya que "los otros" tienen mucho que decir sobre la conformación de un matrimonio. Si el matrimonio es un contrato social, entonces una sociedad debe tener un grado mayor de aceptación del matrimonio homosexual para que este sea válido. Esto no ocurrió en EEUU donde todos conocemos el fiasco de la Proposición 8, que dejó en el limbo varias licencias de matrimonio extendidas a parejas gay casadas durante la breve existencia legal del matrimonio del mismo sexo. En cambio, en Dinamarca u Holanda, ha sido plenamente aceptado simplemente porque aquellas sociedades se dieron el trabajo de debatir el asunto.
Creo que en Chile hay un creciente consenso, al menos entre adultos jóvenes (quienes están en edad de casarse), en que la relación de dos homosexuales debe gozar de algún tipo de protección legal. No veo gran problema en que bajo el mandato de Sebastián Piñera entre en rigor el AVC y con ello el advenimiento de uniones homosexuales. Pero como en nuestro país no tenemos una tradición ilustrada ni de defensa de las libertades civiles, nos costará bastante aceptar el matrimonio homosexual. Pero ese es el objetivo último. Lo que algunos no entienden es la diferencia entre unión civil y matrimonio, y no captan que ambos no son mutuamente excluyentes, sino complementarios.
El matrimonio sigue con el mismo vigor de siempre, y lo mejor sería que elementos religiosos dejasen de adjudicarse —sin que nadie se los pida ni lo agradezca— el monopolio moral de él y que entiendan que es parte de la naturaleza humana el formar una familia y vivir en sociedad como tal, y poco tienen que ver cuentos de esquizofrénicos crucificados en esta cuestión. El AVC no va a debilitar al matrimonio. Llegaremos a la conclusión, incluso, que, como me ha ocurrido a mí mismo, soy escéptico del matrimonio porque detesto a los católicos, lo que es una asociación injusta.
No es la unión civil la que debilita al matrimonio, como aducen los tontos, sino aquellos incontinentes por sermonear, los agoreros de la crisis moral, los que están destruyendo a la institución social de más larga data que se conoce. Con menos condescendencia, el matrimonio seguirá los bríos de siempre. Sino pregúntenme a mí, que este sábado estuve gritando vive le mariage soplando una vuvuzuela: ni yo me reconocí a mí mismo.