Una descarnada y penetrante crítica del semanario liberal a la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina. Chile Liberal presenta la traducción de dicho artículo. Los vínculos son añadidos, y los destacados en negrita son las soluciones que recomienda The Economist. Incluye una comparación con la deficiente gestión de Michelle Bachelet en Chile. El original también lo hemos puesto a disposición en Cristina in the land of make-believe. Ver también artículo original en The Economist.
Por favor no reproducir sin citar la fuente.
May 1st 2008 | BUENOS AIRES
From The Economist print edition
© Traducción de Chile Liberal
La presidenta de Argentina está destruyendo las esperanzas de cambio, y lleva a su país a peligros económicos y conflictos sociales
Ganó fácilmente las elecciones presidenciales del año pasado, prometiendo mantener el impresionante desempeño económico de Argentina, tranquilizar las tensiones sociales y reconstruir las relaciones internacionales. Pero transcurridos apenas cinco meses desde que sucediese en el mando de la nación a su marido, Néstor Kirchner, Argentina ha empeorado en los tres aspectos anteriores. Su gobierno ya se muestra desorganizado. Ha provocado una revuelta por parte de los agricultores a causa de un aumento de impuestos. El 24 de abril perdió a la figura más importante del gabinete cuando Martín Lousteau renunció a su cargo de ministro de Economía debido a desacuerdos en materias políticas. El precio de los bonos argentinos se ha derrumbado y los inversionistas exhiben poca confianza en el gobierno.
La economía creció a más de un 8% anual desde el año 2003, cuando empezó una recuperación vigorosa después del colapso financiero, valiéndole popularidad al entonces presidente Kirchner. Se vio favorecido además por altos precios en las exportaciones de Argentina, pero reactivó aún más la economía con algunos gastos públicos y una moneda devaluada. Se sacó de encima riesgos inflacionarios, robusteció a las empresas con un congelamiento de precios y ordenó a sus subordinados que manipulasen el índice de precios al consumidor.
Durante la campaña presidencial, Cristina Fernández dio la impresión a algunos analistas de que ella sería más moderada que su pugnaz marido. Pero estas esperanzas se han destruido rápidamente. Ella ha mantenido a la mayoría de los ministros, las políticas y la retórica de su marido. De acuerdo a cálculos extraoficiales, la inflación ha alcanzado un 25% (la cifra oficial es 9%).
La señora Fernández muestra pocos signos de querer reducir el crecimiento, cueste lo que cueste. El error del ex ministro Lousteau fue -al parecer- su intención de cumplir con la promesa electoral de restaurar la credibilidad en las estadísticas oficiales. Su sucesor, Carlos Fernández, es un don nadie. En la práctica, es Néstor Kirchner quien sigue a cargo de la política económica. "No queremos un enfriamiento económico porque siempre genera desempleo, pobreza, exclusión y concentración económica", ha declarado él mismo en un reciente encuentro del movimiento peronista (actualmente en el poder).
Pero un recalentamiento y un espiral inflacionario ya están haciendo a los argentinos sentir algunos de estos peligros, y si no se actúa a tiempo, todos ellos se harán sentir. La agencia de estadísticas ha dejado de publicar cifras de pobreza. Usando una estimación independiente de inflación, la tasa de pobreza ha subido de un 27% en 2006 a un 30%, y 1,3 millones de argentinos cayeron a la pobreza el año pasado, según cálculos de Ernesto Kritz, un economista de Buenos Aires.
Para apaciguar la inflación y estabilizar la economía, el gobierno debe permitir la apreciación del peso argentino, reducir el crecimiento del gasto y los subsidios a la energía, y aumentar la tasa de interés. Mientras más tarden estas medidas, más dolorosas e impopulares serán.
La señora Fernández ya se encuentra en una posición más débil que la de su marido. En varias encuestas de opinión alcanza apenas un 35%. Néstor Kirchner acostumbraba comprar el apoyo de gobernantes provinciales y locales con generosas transferencias de dineros públicos. Esto se está volviendo cada vez más difícil para su esposa.
Para compensar el excesivo gasto de Néstor Kirchner en la época previa a la elección, Cristina Fernández en marzo subió los impuestos a las exportaciones agrícolas. Mantenidas a flote por el alto precio de las materias primas a nivel mundial y una tasa de cambio favorable, los agricultores habían aceptado -hasta el momento- dichos aumentos, aunque a regañadientes. Pero el aumento de impuestos, junto con una inflación creciente, disminuyeron las utilidades de la exportación de soya a un 6%, por ejemplo. Los agricultores organizaron una campaña de protestas pocas veces vista, bloqueando caminos y con cacerolazos en varias ciudades.
Estupefacta, la respuesta de Cristina Fernández fue notablemente autoritaria e impropia para un estadista. Acusó a los agricultores de avaros e, increíblemente, de querer inducir a un golpe de estado. El gobierno organizó grupos de piqueteros (manifestantes desempleados que reciben beneficios estatales) para enviarlos a enfrentarse contra los agricultores y quienes solidarizan con ellos. Pero le salió el tiro por la culata. "Cristina logró en tres semanas todo lo que los agricultores no pudieron en 50 años: unirse", opina Gustavo Martínez, de la Universidad del Salvador en Buenos Aires. Los agricultores paralizaron sus protestas para dialogar. El gobierno parece buscar la forma de echar pie atrás.
Incluso en relaciones internacionales, donde Néstor Kirchner no mostró interés alguno, la actual presidenta ha tenido poco éxito. Su deseos de mejorar las relaciones con EEUU fracasaron por culpa de un complicado incidente relacionado con los gastos de la campaña electoral. El año pasado los oficiales de aduana de Buenos Aires incautaron $800 mil dólares en dinero efectivo que traía Guido Antonini Wilson, un ciudadano argentino-venezolano, quien había llegado en un avión privado, alquilado por el gobierno argentino. Dos días después de la investidura de Cristina Fernández como presidenta, fiscales norteamericanos presentaron cargos contra cinco individuos quienes habrían amenazado a Antonini, quien reside en Miami, y afirmaron tener evidencia que demostraría que el dinero iba dirigido a financiar la campaña presidencial de Cristina Fernández.
La presidenta parece haber culpado al gobierno norteamericano, en vez de la justicia de aquel país, por lo que ella denominó una "operación basura" en su contra. Una visita a Europa planeada para el mes pasado debió ser cancelada debido a las protestas de los agricultores. Mientras que los inversionistas extranjeros inyectan cada vez más dinero a Brasil, Fernández no ha hecho nada para reafirmar la confianza de éstos en el sentido que pueden disfrutar de políticas estables mientras ella esté en el poder. El gobierno ha firmado esta semana un contrato de 3.700 millones de de dólares por las obras de un tren bala de Buenos Aires a Córdoba, el primero de su tipo en América Latina, pero que será pagado con deudas.
La señora Fernández aún cuenta con bastante tiempo para corregir sus errores. Además tiene la suerte de enfrentarse a una oposición débil y fragmentada. Su esposo se ha instalado en la presidencia del Partido Peronista, que sigue siendo una maquinaria política formidable. Pero el apoyo a la primera pareja del país va disminuyendo hasta reducirse a las clases bajas urbanas, organizadas bajo su propia maquinaria política.
Después de un comienzo agitado, muchos comparan a Cristina Fernández con Michelle Bachelet, la igualmente desventurada presidenta de Chile, con quien además mantiene un trato amigable. Pero al menos Bachelet está cometiendo sus propios errores. El rumor en Buenos Aires es que Cristina está pagando el precio por la testarudez de su esposo, incluso si es una característica que ella en realidad comparte. "La edad de oro de los Kirchner llegó a su fin", dice Sergio Berensztein, un consultor político. "Ahora van a tener que acostumbrarse".
La economía creció a más de un 8% anual desde el año 2003, cuando empezó una recuperación vigorosa después del colapso financiero, valiéndole popularidad al entonces presidente Kirchner. Se vio favorecido además por altos precios en las exportaciones de Argentina, pero reactivó aún más la economía con algunos gastos públicos y una moneda devaluada. Se sacó de encima riesgos inflacionarios, robusteció a las empresas con un congelamiento de precios y ordenó a sus subordinados que manipulasen el índice de precios al consumidor.
Durante la campaña presidencial, Cristina Fernández dio la impresión a algunos analistas de que ella sería más moderada que su pugnaz marido. Pero estas esperanzas se han destruido rápidamente. Ella ha mantenido a la mayoría de los ministros, las políticas y la retórica de su marido. De acuerdo a cálculos extraoficiales, la inflación ha alcanzado un 25% (la cifra oficial es 9%).
La señora Fernández muestra pocos signos de querer reducir el crecimiento, cueste lo que cueste. El error del ex ministro Lousteau fue -al parecer- su intención de cumplir con la promesa electoral de restaurar la credibilidad en las estadísticas oficiales. Su sucesor, Carlos Fernández, es un don nadie. En la práctica, es Néstor Kirchner quien sigue a cargo de la política económica. "No queremos un enfriamiento económico porque siempre genera desempleo, pobreza, exclusión y concentración económica", ha declarado él mismo en un reciente encuentro del movimiento peronista (actualmente en el poder).
Pero un recalentamiento y un espiral inflacionario ya están haciendo a los argentinos sentir algunos de estos peligros, y si no se actúa a tiempo, todos ellos se harán sentir. La agencia de estadísticas ha dejado de publicar cifras de pobreza. Usando una estimación independiente de inflación, la tasa de pobreza ha subido de un 27% en 2006 a un 30%, y 1,3 millones de argentinos cayeron a la pobreza el año pasado, según cálculos de Ernesto Kritz, un economista de Buenos Aires.
Para apaciguar la inflación y estabilizar la economía, el gobierno debe permitir la apreciación del peso argentino, reducir el crecimiento del gasto y los subsidios a la energía, y aumentar la tasa de interés. Mientras más tarden estas medidas, más dolorosas e impopulares serán.
La señora Fernández ya se encuentra en una posición más débil que la de su marido. En varias encuestas de opinión alcanza apenas un 35%. Néstor Kirchner acostumbraba comprar el apoyo de gobernantes provinciales y locales con generosas transferencias de dineros públicos. Esto se está volviendo cada vez más difícil para su esposa.
Para compensar el excesivo gasto de Néstor Kirchner en la época previa a la elección, Cristina Fernández en marzo subió los impuestos a las exportaciones agrícolas. Mantenidas a flote por el alto precio de las materias primas a nivel mundial y una tasa de cambio favorable, los agricultores habían aceptado -hasta el momento- dichos aumentos, aunque a regañadientes. Pero el aumento de impuestos, junto con una inflación creciente, disminuyeron las utilidades de la exportación de soya a un 6%, por ejemplo. Los agricultores organizaron una campaña de protestas pocas veces vista, bloqueando caminos y con cacerolazos en varias ciudades.
Estupefacta, la respuesta de Cristina Fernández fue notablemente autoritaria e impropia para un estadista. Acusó a los agricultores de avaros e, increíblemente, de querer inducir a un golpe de estado. El gobierno organizó grupos de piqueteros (manifestantes desempleados que reciben beneficios estatales) para enviarlos a enfrentarse contra los agricultores y quienes solidarizan con ellos. Pero le salió el tiro por la culata. "Cristina logró en tres semanas todo lo que los agricultores no pudieron en 50 años: unirse", opina Gustavo Martínez, de la Universidad del Salvador en Buenos Aires. Los agricultores paralizaron sus protestas para dialogar. El gobierno parece buscar la forma de echar pie atrás.
Incluso en relaciones internacionales, donde Néstor Kirchner no mostró interés alguno, la actual presidenta ha tenido poco éxito. Su deseos de mejorar las relaciones con EEUU fracasaron por culpa de un complicado incidente relacionado con los gastos de la campaña electoral. El año pasado los oficiales de aduana de Buenos Aires incautaron $800 mil dólares en dinero efectivo que traía Guido Antonini Wilson, un ciudadano argentino-venezolano, quien había llegado en un avión privado, alquilado por el gobierno argentino. Dos días después de la investidura de Cristina Fernández como presidenta, fiscales norteamericanos presentaron cargos contra cinco individuos quienes habrían amenazado a Antonini, quien reside en Miami, y afirmaron tener evidencia que demostraría que el dinero iba dirigido a financiar la campaña presidencial de Cristina Fernández.
La presidenta parece haber culpado al gobierno norteamericano, en vez de la justicia de aquel país, por lo que ella denominó una "operación basura" en su contra. Una visita a Europa planeada para el mes pasado debió ser cancelada debido a las protestas de los agricultores. Mientras que los inversionistas extranjeros inyectan cada vez más dinero a Brasil, Fernández no ha hecho nada para reafirmar la confianza de éstos en el sentido que pueden disfrutar de políticas estables mientras ella esté en el poder. El gobierno ha firmado esta semana un contrato de 3.700 millones de de dólares por las obras de un tren bala de Buenos Aires a Córdoba, el primero de su tipo en América Latina, pero que será pagado con deudas.
La señora Fernández aún cuenta con bastante tiempo para corregir sus errores. Además tiene la suerte de enfrentarse a una oposición débil y fragmentada. Su esposo se ha instalado en la presidencia del Partido Peronista, que sigue siendo una maquinaria política formidable. Pero el apoyo a la primera pareja del país va disminuyendo hasta reducirse a las clases bajas urbanas, organizadas bajo su propia maquinaria política.
Después de un comienzo agitado, muchos comparan a Cristina Fernández con Michelle Bachelet, la igualmente desventurada presidenta de Chile, con quien además mantiene un trato amigable. Pero al menos Bachelet está cometiendo sus propios errores. El rumor en Buenos Aires es que Cristina está pagando el precio por la testarudez de su esposo, incluso si es una característica que ella en realidad comparte. "La edad de oro de los Kirchner llegó a su fin", dice Sergio Berensztein, un consultor político. "Ahora van a tener que acostumbrarse".
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