El No irlandés no debe interpretarse como un rechazo de la pequeña república a Europa, porque esto no es así. El apoyo a un proyecto comunitario a nivel europeo es enorme en Irlanda. Esta es una de las primeras conclusiones que se pueden sacar después del shock del resultado del referendo. Más bien, el No debe asumirse como el rechazo de Irlanda a un texto incomprensible que no admitía una respuesta Sí/No. Una lección no menor que los políticos del mundo deben aprender.
La segunda lección tiene que ver con una cuestión lógica. Lisboa representaba un gran cambio en la forma que Irlanda tiene de relacionarse con el resto. Hasta ahora, todos los acuerdos deben tomarse por consenso. Lisboa pretendía crear un nuevo sistema de vetos, que al no ser comprendido por el electorado, se prestó para mentiras de todo tipo mediante eslóganes contradictorios, y lo más seguro fue rechazar el acuerdo. El No hizo creer que Europa ahora se impondría sobre Irlanda, Don't be bullied (ver foto abajo), fue uno de las consignas que más resonaron. Un país pequeño como Irlanda sintió que pasaría a la irrelevancia absoluta (en estricto rigor, esto no era cierto, y el principal argumento por el Sí por parte de este sitio fue que Lisboa establece un mecanismo claro para retirarse de la Unión, en caso que Irlanda no se sintiese representada). En este artículo de The Economist, se cita a un votante que declaró sobre el tratado, con la reconocida elegancia irlandesa, que era "puras huevadas" (" a lot of crap").
Muchos sí captaron que Irlanda perdía presencia en la Comisión Europea, lo que lleva a la tercera lección: respeto. La primera reacción de algunos fue la de llamar a expulsar a Irlanda, o aislarla, o apartarla un tiempo de la UE. Otros llamaron a continuar con el proceso de ratificación, como si los irlandeses fueran un espectro en Europa, o una especie de rebaño borrachos tontos. Bueno, algo de eso hay, pero básicamente, la contienda electoral resultó en una derrota, y demanda una solución. Pero no debe ignorarse el No irlandés.
Después de Lisboa
Quizás sea bueno hacer algunas precisiones al incomprensible texto. Por ejemplo, dejar claro que la preciada neutralidad irlandesa no va a sufrir modificaciones en la nueva Europa. Irlanda tiene una enorme tradición de de neutralidad y una vocación pacifista, y como país se siente incómodo ante los matones de la UE: Francia, Alemania y, cómo no, el Reino Unido. Irlanda no tiene una presencia militar, por su reducido tamaño, ni quiere ser parte de una fuerza militar europea sometida a la OTAN. La derecha religiosa, representada por la Iglesia Católica Romana, cuenta con elementos serviles a su causa, en especial en sectores rurales, que no desean por ningún motivo tocar el tema del aborto, la eutanasia o el matrimonio gay, o perder los beneficios agrícolas y pesqueros, ya en serio retroceso en la economía irlandesa (los sectores rurales quieren seguir produciendo lácteos, mientras Dublín es una knowledge economy). Los puntos sociales mencionados pueden llevarse a cabo de todos modos gracias a la cercanía con otros países, particularmente Inglaterra, pero es parte de la idiosincrasia del país el evitar esos temas, y tienden a no discutirse (no olvidemos el carácter católico de la Irlanda profunda, donde el No arrasó). Lisboa da la impresión que todas estas políticas pueden imponerse a Irlanda sin una discusión nacional. Por pequeña que sea Irlanda, se merece respeto (antes de Chile, sólo Irlanda no consideraba el divorcio en sus leyes, un ejemplo de lo patético que puede llegar a ser la realidad en la isla).
Si estos temas se aclarasen, podría llegarse a un acuerdo. Pero no debe volver a repetirse la experiencia del Tratado de Niza, el 2001. En aquel referendo, se votó sobre el ingreso de nuevos países a la Unión. Los irlandeses votaron No. Luego, se repitió el ejercicio, salvo que el gobierno y los eurócratas le dieron un mensaje claro a los irlandeses: "esta vez voten bien". Ganó el Sí en la repetición (increíble), pero la misma gracia ya no podrá imitarse esta vez. No a Lisboa, and No means No.
El modelo anglosajón
Irlanda y el Reino Unido son países que no se sienten europeos como tal. La distancia física al Contienente es mínima, pero culturalmente es gigantesca. Europa gira en torno al eje Francia-Alemania, el cual parece estar dominado por los galos. Los franceses están convencidos de que su cultura es la más rica, su cocina la más sofisticada, sus mujeres las más bellas y que ellos son capaces de proponer una alternativa al modelo anglosajón de libre mercado. Alemania es una irrelevancia, a pesar de tener tanto peso como Francia. Es natural que británicos e irlandeses sientan, respectivamente, admiración y cariño por EEUU. Los ingleses admiran el poderío norteamericano y se sienten sus aliados naturales. Irlanda sabe que ha sido un aporte a la cultura de EEUU y sus lazos sanguíneos con dicho país están latentes. Y aquí yace uno de los problemas más grandes para la UE, que los políticos deben captar: Francia votó No a la Constitución europea porque no quiere adoptar el modelo anglosajón, mientras el Reino Unido e Irlanda temen que se les imponga el modelo social europeo.
Un ejemplo claro de lo anterior es la actitud hacia la inmigración. La pujante economía inglesa necesita inmigrantes, al igual que Irlanda, y ambos recibieron una enorme oleada de inmigrantes del ex bloque comunista, sin poner grandes reparos. El resto de Europa, en particular Francia, es tremendamente hostil a la inmigración.
La integración política que pretende la UE debe ser la consecuencia natural de la integración económica, ya en marcha, y cultural, que muestra un quiebre (ya mencionado respecto al modelo anglosajón). Lo último aún no ocurre, o al menos, no en suficiente profundidad como para justificar un nuevo orden, como pretendía Lisboa.
Si bien este sito endosó el Sí, creemos que el No merece respeto y debe acatarse. Por supuesto, así es la democracia. Las instituciones en Bruselas y el funcionamiento económico continúa como siempre. Las idioteces como las ridículas deportaciones masivas siguen aprobándose, como si Auschwitz nunca hubiese existido, o como si el estado benefactor no atrayese a lo peor del mundo, o como si las economías europeas no necesitasen mano de obra. Europa sigue su curso sin el Tratado de Lisboa: business as usual.
No a Lisboa entonces. Insistir en él es un error.
La segunda lección tiene que ver con una cuestión lógica. Lisboa representaba un gran cambio en la forma que Irlanda tiene de relacionarse con el resto. Hasta ahora, todos los acuerdos deben tomarse por consenso. Lisboa pretendía crear un nuevo sistema de vetos, que al no ser comprendido por el electorado, se prestó para mentiras de todo tipo mediante eslóganes contradictorios, y lo más seguro fue rechazar el acuerdo. El No hizo creer que Europa ahora se impondría sobre Irlanda, Don't be bullied (ver foto abajo), fue uno de las consignas que más resonaron. Un país pequeño como Irlanda sintió que pasaría a la irrelevancia absoluta (en estricto rigor, esto no era cierto, y el principal argumento por el Sí por parte de este sitio fue que Lisboa establece un mecanismo claro para retirarse de la Unión, en caso que Irlanda no se sintiese representada). En este artículo de The Economist, se cita a un votante que declaró sobre el tratado, con la reconocida elegancia irlandesa, que era "puras huevadas" (" a lot of crap").
Muchos sí captaron que Irlanda perdía presencia en la Comisión Europea, lo que lleva a la tercera lección: respeto. La primera reacción de algunos fue la de llamar a expulsar a Irlanda, o aislarla, o apartarla un tiempo de la UE. Otros llamaron a continuar con el proceso de ratificación, como si los irlandeses fueran un espectro en Europa, o una especie de rebaño borrachos tontos. Bueno, algo de eso hay, pero básicamente, la contienda electoral resultó en una derrota, y demanda una solución. Pero no debe ignorarse el No irlandés.
Después de Lisboa
Quizás sea bueno hacer algunas precisiones al incomprensible texto. Por ejemplo, dejar claro que la preciada neutralidad irlandesa no va a sufrir modificaciones en la nueva Europa. Irlanda tiene una enorme tradición de de neutralidad y una vocación pacifista, y como país se siente incómodo ante los matones de la UE: Francia, Alemania y, cómo no, el Reino Unido. Irlanda no tiene una presencia militar, por su reducido tamaño, ni quiere ser parte de una fuerza militar europea sometida a la OTAN. La derecha religiosa, representada por la Iglesia Católica Romana, cuenta con elementos serviles a su causa, en especial en sectores rurales, que no desean por ningún motivo tocar el tema del aborto, la eutanasia o el matrimonio gay, o perder los beneficios agrícolas y pesqueros, ya en serio retroceso en la economía irlandesa (los sectores rurales quieren seguir produciendo lácteos, mientras Dublín es una knowledge economy). Los puntos sociales mencionados pueden llevarse a cabo de todos modos gracias a la cercanía con otros países, particularmente Inglaterra, pero es parte de la idiosincrasia del país el evitar esos temas, y tienden a no discutirse (no olvidemos el carácter católico de la Irlanda profunda, donde el No arrasó). Lisboa da la impresión que todas estas políticas pueden imponerse a Irlanda sin una discusión nacional. Por pequeña que sea Irlanda, se merece respeto (antes de Chile, sólo Irlanda no consideraba el divorcio en sus leyes, un ejemplo de lo patético que puede llegar a ser la realidad en la isla).
Si estos temas se aclarasen, podría llegarse a un acuerdo. Pero no debe volver a repetirse la experiencia del Tratado de Niza, el 2001. En aquel referendo, se votó sobre el ingreso de nuevos países a la Unión. Los irlandeses votaron No. Luego, se repitió el ejercicio, salvo que el gobierno y los eurócratas le dieron un mensaje claro a los irlandeses: "esta vez voten bien". Ganó el Sí en la repetición (increíble), pero la misma gracia ya no podrá imitarse esta vez. No a Lisboa, and No means No.
El modelo anglosajón
Irlanda y el Reino Unido son países que no se sienten europeos como tal. La distancia física al Contienente es mínima, pero culturalmente es gigantesca. Europa gira en torno al eje Francia-Alemania, el cual parece estar dominado por los galos. Los franceses están convencidos de que su cultura es la más rica, su cocina la más sofisticada, sus mujeres las más bellas y que ellos son capaces de proponer una alternativa al modelo anglosajón de libre mercado. Alemania es una irrelevancia, a pesar de tener tanto peso como Francia. Es natural que británicos e irlandeses sientan, respectivamente, admiración y cariño por EEUU. Los ingleses admiran el poderío norteamericano y se sienten sus aliados naturales. Irlanda sabe que ha sido un aporte a la cultura de EEUU y sus lazos sanguíneos con dicho país están latentes. Y aquí yace uno de los problemas más grandes para la UE, que los políticos deben captar: Francia votó No a la Constitución europea porque no quiere adoptar el modelo anglosajón, mientras el Reino Unido e Irlanda temen que se les imponga el modelo social europeo.
Un ejemplo claro de lo anterior es la actitud hacia la inmigración. La pujante economía inglesa necesita inmigrantes, al igual que Irlanda, y ambos recibieron una enorme oleada de inmigrantes del ex bloque comunista, sin poner grandes reparos. El resto de Europa, en particular Francia, es tremendamente hostil a la inmigración.
La integración política que pretende la UE debe ser la consecuencia natural de la integración económica, ya en marcha, y cultural, que muestra un quiebre (ya mencionado respecto al modelo anglosajón). Lo último aún no ocurre, o al menos, no en suficiente profundidad como para justificar un nuevo orden, como pretendía Lisboa.
Si bien este sito endosó el Sí, creemos que el No merece respeto y debe acatarse. Por supuesto, así es la democracia. Las instituciones en Bruselas y el funcionamiento económico continúa como siempre. Las idioteces como las ridículas deportaciones masivas siguen aprobándose, como si Auschwitz nunca hubiese existido, o como si el estado benefactor no atrayese a lo peor del mundo, o como si las economías europeas no necesitasen mano de obra. Europa sigue su curso sin el Tratado de Lisboa: business as usual.
No a Lisboa entonces. Insistir en él es un error.
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