Es hora de que Sebastián Piñera nos aclare su postura sobre el matrimonio homosexual. Ciertamente, el hecho de casarse bajo las leyes que impone el Estado es de por sí un atentado a la libertad individual. El siguiente artículo de
The Economist, publicado por allá en 1996, aborda esta problemática desde una perspectiva libertaria y pragmática. No está demás destacar que menos de una década transcurrió desde presentada esta columna a la opinión pública, el sueño de la unión civil homosexual fue una realidad en Gran Bretaña y muchos otros países industrializados.
Como me gustó tanto el artículo por su claridad y su usual estilo respetuoso pero contestatario,
Chile Liberal lo traduce y lo presenta, con el objetivo de que Sebastián Piñera se pronuncie y demuestre si está más cerca de los liberales
o de los conservadores.
Matrimonio gayDéjenlos casarse4 de enero de 1996
The Economist (ver original:
Let Them Wed)
No hay ninguna razón convincente para excluir a las parejas homosexuales del matrimonio. Sí hay muchas razones para incluirlosEl matrimonio puede ser para toda la vida, pero cambia todos los años. Y nunca, quizás en la historia, ha cambiado tanto como desde la década de los 60. Hoy en día, en las leyes de occidente, las novias gozan de igualdad ante su pareja: ya no se someten a ellos. El matrimonio interracial es plenamente aceptado en los estatutos legales así como en la sociedad. Los propios fracasos matrimoniales, en vez de ser la falta de uno de los miembros de la pareja, es razón para una separación. Con los cambios, ojo, se producen tensiones. En los apenas 25 años que han transcurrido desde 1960, las tasas de divorcio se han disparado a través de occidente: en Gran Bretaña se han sextuplicado, llegando a ser inevitable para la pareja más famosa del mundo, el Príncipe Carlos y la Princesa Diana. El actual gobierno Conservador de Gran Bretaña impulsa una ley, en apariencia sensata, que dificulta los divorcios impulsivos, pero no así en casos de definitiva ruptura familiar.
Eso, sin embargo, no es el tipo de reforma buscan aquellos ajenos al conservadurismo. Dinamarca, Noruega y Suecia ahora permiten que las parejas de un mismo sexo registren sus uniones en instancias legales y pueden reclamar muchos (aunque no todos) de los derechos de un matrimonio. Los holandeses comienzan a avanzar en la misma dirección. En Francia y Bélgica, ciudades y gobiernos locales ya reconocen las uniones homosexuales. Y en el estado de Hawai, EEUU, una corte está a punto de legalizar el matrimonio homosexual.
Hoy en día, no obstante, ningún país del mundo concede a los homosexuales los mismos derechos que un matrimonio
[Nota de ChL: recuerden este es un artículo de 1996]. Y ese es el objetivos de los activistas gay en muchos lugares. El matrimonio, uno puede pensar, ya se encuentra en aguas turbulentas. ¿Es realmente una buena idea —hoy— el legalizar el matrimonio gay?
Casa, hogar y saludPara entender por qué la respuesta es "sí" primero debemos dejar a un lado el simplismo, el cual es la propia ruina del argumento a favor del matrimonio gay.
"Los gobiernos no son elegidos para regular las uniones matrimoniales, menos aún para separarlas", argumenta Joe Rogaly en el
Financial Times.
"Es una cuestión netamente privada entre individuos". Desde este ángulo libertario, los términos y condiciones del contrato matrimonial son una cuestión que deciden los propios involucrados, no el Estado. Con la ayuda de algunos abogados y de gentes de iglesia, los homosexuales pueden crear para sí mismos algo que en todos los aspectos prácticos es un matrimonio. Si tienen o no una licencia matrimonial entregada por el gobierno, ¿a quién le importa?
Este impulso en favor de un gobierno limitado es francamente admirable. Pero, seamos honestos, la participación del Estado en el matrimonio es no sólo inevitable, sino además indispensable. Aunque entre humanos se conocen muchas formas de "emparejarse", el matrimonio con la venia del Estado es, tautológicamente, la única que une a las parejas ante la ley. Al así hacerlo, confiere a la pareja derechos únicos para tomar decisiones médicas de vida o muerte, otorga derechos de herencia, derechos para compartir la jubilación y beneficios médicos; tan importante como lo anterior, confiere a cada miembro de la pareja las responsabilidades legales de cuidado y manutención del uno al otro. Estos no son adornos en una pareja, sino que estos beneficios y deberes yacen en el corazón mismo del contrato matrimonial, y ninguna iglesia o empresa privada ni "ceremonia de compromiso" puede otorgarlas de una vez. Si el matrimonio debe hacer todas las cosas que la sociedad le exige, entonces el Estado debe establecer ciertas normas.
"De acuerdo", dicen los tradicionalistas:
"esas reglas deben excluir a los homosexuales", añaden. El matrimonio gay, argumentan algunos, es frívolo y peligroso. Frívolo porque bendice uniones sobre las que la sociedad no tiene interés alguno; peligroso porque cualquier cosa que trivialice el matrimonio debilita a la más básica de las instituciones. Los tradicionalistas aciertan cuando atribuyen máxima importancia al matrimonio. Pero se equivocan cuando ven al matrimonio homosexual como algo trivial o incluso frívolo.
Es cierto que la razón más importante por las cuales la sociedad se preocupa tanto por el matrimonio es para procurar el bienestar de los niños. Pero el interés de la sociedad en mantener relaciones estables y durables no termina ahí. Los matrimonios siguen siendo un bastión económico. Las personas solteras (especialmente las mujeres) son más vulnerables económicamente, y mucho más proclives a caer en el asistencialismo estatal. Además, los solteros son los primeros en llamar a la protección social cuando necesitan de cuidados y, por sobre todo, cuando se enferman (las cifras demuestran que los casados no sólo son más felices, sino además gozan de mejor salud). No menos importante, el matrimonio es un gran estabilizador social para los hombres.
Los homosexuales necesitan de la misma estabilidad económica y emocional que los heterosexuales —la sociedad se beneficia cuando se las proporciona—.
"Entonces que renuncien al homosexualismo y que se casen con alguien del sexo opuesto", era la vieja respuesta. Esa afirmación hoy es insostenible. Los homosexuales no eligen su condición. De hecho, muchas veces tratan desesperadamente de luchar contra ella, algunos incluso llegando al suicidio. Sin embargo, cada vez son más rehacios a ocultar su condición o practicar la abstinencia. Para la sociedad, la real elección es entre matrimonio homosexual y alienación homosexual. Esta última opción no contribuye en nada a los intereses de la sociedad toda.
A este principio de política social añadáse un principio de gobernabilidad. A no ser que haya razones de peso, un gobierno no debe discriminar entre clases de ciudadanos. Hasta recién en 1967, en algunos estados de EEUU estaba prohibido el matrimonio entre blancos y negros. Hoy, sólo el racista más vil podría defender aquella ley. Incluso si se considera que el caso de los homosexuales es mucho más complejo que el mestizaje, el Estado debe abstenerse de discriminar, especialmente cuando otorga algo tan importante como un certificado de matrimonio. Por lo mismo, la interrogante que se nos plantea es: ¿hay alguna razón convincente para excluir a los homosexuales del matrimonio?
Una objeción es simplemente que ambos cónyuges son del mismo sexo. Esa no es una respuesta. Es simplemente repetir la pregunta. Quizás, entonces, una vez que los homosexuales puedan casarse, ¿qué seguirá?, ¿estallará la anarquía? Eso podría ser si es que las uniones homosexuales fueran inventos arbitrarios, meras parodias de los "matrimonios de verdad". Pero lo concreto es que muchísimas parejas homosexuales, aún más en el caso de las lesbianas, evidencian la misma capacidad de fidelidad, responsabilidad y devoción que una pareja heterosexual, y todo ello a pesar de conllevar sus uniones en secreto, como ha sido lo habitual hasta ahora. Ciertamente, lo opuesto parace al menos probable: dejar que los matrimonios gay reafirmen la esperanza que tiene la sociedad de que sus miembros se establezcan en uniones estables.
La cuestión sobre los niños en las familias homosexuales —especialmente la adopción— es un asunto peliagudo. Sin embargo, es algo anexo al tema del matrimonio gay en sí mismo. Cuando se otorga la tuición de un niño a quienes no son sus padres naturales, las cortes de justicia y las agencias de adopción considerarán una variedad de factores, tal como ocurre hoy; la homosexualidad de una pareja puede ser uno de esos factores —aunque por sí mismo no debiese ser decisivo—.
A fin de cuentas, dejando de lado —como debe hacerlo un gobierno laico— objeciones de ciertos grupos religiosos, el argumento en contra del matrimonio homosexual es el siguiente: la gente no está acostumbrada aún a verlos. Es algo por ahora extraño y que suena radical. Eso mismo es un buen argumento para no apresurarse a proceder con este cambio social. La verdad, es un argumento para legalizar el matrimonio homosexual mediante una política de consensos (como en Dinamarca), y no mediante una resolución judicial (como en EEUU). Pero la dirección en que va este cambio es clara. Si el matrimonio existe para realizar nuestras aspiraciones, debe definirse como el compromiso de uno al otro en la salud y la enfermedad, en la prosperidad y la adversidad, y no definirse según qué tipo de gente excluye.
The EconomistTraducción de Chile Liberal