El presidente Piñera finalmente condena los abusos del régimen castrista, pero meter en el mismo saco a China y Cuba es un error
China es un enorme socio comercial para cualquier país, mientras que Cuba es una isla pequeña de menor relevancia. Sólo para captar la magnitud de las diferencias, baste recordar que existen 400 millones de usuarios de Google en la nación oriental. El gráfico a la izquierda deja de manifiesto el potencial chino en todo su esplendor.
Mientras que el recién asumido gobierno de Chile correctamente deplora las sistemáticas violaciones a las libertades que se perpetran en Cuba, muchos, especialmente en la izquierda del espectro, acusan doble estándar por el silencio de la administración Piñera ante atrocidades similares en China. Se equivocan.
La distancia entre Cuba y China es sideral. La isla caribeña no ha modificado un ápice su estricto régimen policial, y ante la incapacidad física de Fidel Castro de seguir al mando, se corona a su hermano para continuar con las mismas inaceptables medidas revolucionarias que alguna vez inspiraron a millones a vestir camisetas del Che, dejarse barba y escuchar al Silvio mientras nos musitaban "shh, salta p'al lao, yo soy humanista de verdad, y revolucionario; tú no.". Por otro lado, en Asia, ya Deng Xiao Ping dio inicio en la década 70 a importantes reformas de mercado que comenzaron a abrir al enorme dragón chino al mundo. Cuando Ping declara que "no importa si el gato es blanco o negro, lo importante es que coma ratones", mandó a su país por el sendero del pragmatismo hacia una suavización de lo más ortodoxo de la ideología comunista, alejándose del dogmatismo marxista à la Castro. Es por eso que no puede compararse Cuba con China.
Nadie cuestiona que abusos como la masacre de Tiananmen son actos abyectos que sólo un estado policial y sanguinario logra ocultar. Recientemente, las arbitrariedades propinadas sobre la población china durante los Juegos Olímpicos fueron otro ejemplo de la brutalidad de este régimen. Todo esto es condenable.
No obstante, este es momento de seguir comerciando con China hasta que la prosperidad y la apertura que conlleva la economía de mercado sean el detonante que mine los cimientos mismos del aparato chino. Si EEUU hubiese suavizado el embargo contra Cuba, la historia también sería distinta, pero mientras la isla fue un conveniente parásito soviético donde podían instalarse misiles nucleares apuntando a Washington DC, no hubo forma de comerciar con ellos, ni tampoco creemos que Castro hubiese --en su dogmatismo delirante-- apreciado las bondades del comercio con el mundo. Es decir, es plausible creer que el barbudo déspota del Caribe no habría abierto su economía porque sabe mejor que nadie que estaría empezando a abrir las compuertas del descontento popular masivo en su oprimida isla. Acá radica otra de las diferencias fundamentales entre Cuba y China: la primera es una nación marxista dogmática, mientras la segunda emplea el comunismo como un útil herramienta para aglutinar una población dispersa y numerosa.
China no es sólo un país. Miles de grupos étnicos, cientos de idiomas y decenas de culturas milenarias sin mucho en común conviven bajo lo que el vulgo llama "China", que en realidad es una frágil y artificiosa federación que aún no cuaja, ni nunca lo hará. La grieta más conspicua es el Tíbet, que si quedase en libertad simplemente derrumbaría todo lo que la Revolución Cultural logró, es decir, formar desde una burocracia centralizada un país enorme y acorralado bajo unas fronteras comunes, que sin la herramienta del comunismo no podría contener un quinto de la población mundial bajo un sólo gobierno. Por un lado, China hace sombra a EEUU porque tiene la población y el territorio para medírsele hombro a hombro. Por otro, si China se resquebraja, sus restos serían varios países que por separado jamás llegarían a formar parte del denominado "G2" (China y EEUU).
La mejor forma de poner presión a China es mediante la contensión, táctica ya empleada durante la Guerra Fría. ¿Condenas? Que haya, y para empezar, que EEUU declare a China un país manipulador de su propia moneda en detrimento del libre comercio. China debe dejarse de exportar y empezar a consumir para así acelerar el crecimiento mundial (lo mismo corre para Alemania, por cierto). El yuan se encuentra artificialmente devaluado un 49%, como científicamente lo demuestra el más exacto de los indicadores jamás concebidos, el Índice Big Mac de The Economist (ver abajo). Ahora que China aspira a ser superpotencia es posible sacarla a la arena mundial, y dejar de manifiesto ante la comunidad internacional sus inaceptables prácticas políticas. Esto es mejor que el aislamiento contra Cuba. Pero la isla lleva más de medio siglo en el estancamiento, sin señas de modernización, al contrario del gigante asiático, por ello las declaraciones contra Cuba deben ser mucho más potentes.
Dejen que Google haga negocios en China, y que luego el régimen se exponga a las críticas mundiales por la censura al buscador en Internet, que recientemente se cambió de www.google.cn a www.google.com.hk, donde operará sin censura. Pero por favor no comparemos con Cuba, donde el aceso a Internet es otorgado sólo mediante permisos de gobierno.
Después de todo, no olvidemos que durante la dictadura de Pinochet, Chile y la República Popular mantuvieron calurosas relaciones diplomáticas: si el Pinocho fue capaz de ver la diferencia entre Cuba y China, entonces cualquiera puede.