El autor del este artículo Julian Baggini, es el editor de Philosophers' Magazine. Recomendamos leer su blog y el original aparecido en el periódico británico The Guardian (ver debate). Hemos seleccionado y traducido este artículo porque en Chile Liberal también creemos que no defendemos un "relativismo moral" ni mucho menos, sino que impulsamos una verdad universal y valores que son inherentes al bien y progreso del ser humano. Nuestra postura liberal no se limita a unas políticas económicas ni apoyo a uno u otro candidato presidencial, sino a una forma de entender el mundo. Les invitamos a leer y opinar.
El relativismo ha convertido a la amplitud de mente del liberalismo en una realidad débil, vacua y repugnante en comparación con la claridad del dogmatismo
Por Julian Baggini
La verdad es que no acostumbro a pensar en el Ministerio de Defensa del Reino Unido ni en el Vaticano como fuentes de sabiduría. Pero cuando estos dos oráculos tan disímiles emiten advertencias notablemente similares, hay que prestar atención. Esta semana el Ministerio de Defensa ha declarado en la prensa internacional que “la tendencia hacia el relativismo moral y el creciente pragmatismo valórico” incita a la gente a “sistemas de creencias más rígidos, incluida la ortodoxia religiosa y las ideologías políticas doctrinarias, como el marxismo”. Retrocedamos a 2004 y nos encontramos con Juan Pablo II alentando al cardenal Ratzinger de aquel entonces a desafiar el mundo actual “dominado por un relativismo generalizado y una tendencia al pragmatismo fácil”, al proclamar descaradamente que la Iglesia Católica posee “la verdad”. Desde aquel momento, Ratzinger ha pregonado los peligros del relativismo.
Si juntamos ambas declaraciones, el pronóstico es preocupante. El choque de civilizaciones no es entre el Islam y occidente, como se nos hace creer, sino que entre el relativismo pragmático y la certeza dogmática. En este análisis, es fácil entrar a considerar la democracia liberal no como la obra cúlmine de la civilización humana, sino como una manifestación del laissez-faire moral y vacuo de la era moderna. “El relativismo parece ser el fundamento filosófico de la democracia”, decía Ratzinger en 1996. “La democracia en realidad parece estar construida sobre el supuesto de que nadie es dueño de la verdad”, añadía.
No sorprende que el Ministerio de Defensa y el Papa crean que los beneficiarios de esta polarización serán aquellos que ofrezcan certezas, ya que creer en algo normalmente es mejor que no creer en nada. Como decía Walter en la película El Gran Lebowski, “di cualquier cosa sobre los principios del nacionalsocialismo, viejo, al menos fue una ética”.
¿Cómo es que pudimos llegar a este dilema hobessiano? Los dedos acusatorios se apuntan a los académicos e intelectuales que parecen estar siempre dispuestos a ridiculizar las nociones de la verdad que ellos mismos han creado en una cultura en la que no existe el punto medio entre el relativismo despreocupado y el fundamentalismo dogmático.
Si juntamos ambas declaraciones, el pronóstico es preocupante. El choque de civilizaciones no es entre el Islam y occidente, como se nos hace creer, sino que entre el relativismo pragmático y la certeza dogmática. En este análisis, es fácil entrar a considerar la democracia liberal no como la obra cúlmine de la civilización humana, sino como una manifestación del laissez-faire moral y vacuo de la era moderna. “El relativismo parece ser el fundamento filosófico de la democracia”, decía Ratzinger en 1996. “La democracia en realidad parece estar construida sobre el supuesto de que nadie es dueño de la verdad”, añadía.
No sorprende que el Ministerio de Defensa y el Papa crean que los beneficiarios de esta polarización serán aquellos que ofrezcan certezas, ya que creer en algo normalmente es mejor que no creer en nada. Como decía Walter en la película El Gran Lebowski, “di cualquier cosa sobre los principios del nacionalsocialismo, viejo, al menos fue una ética”.
¿Cómo es que pudimos llegar a este dilema hobessiano? Los dedos acusatorios se apuntan a los académicos e intelectuales que parecen estar siempre dispuestos a ridiculizar las nociones de la verdad que ellos mismos han creado en una cultura en la que no existe el punto medio entre el relativismo despreocupado y el fundamentalismo dogmático.
Por supuesto, las obras de los anti-verdad-absoluta como Michel Foucault y Richard Rorty no son bestsellers. No obstante, sus ideas se filtran (1) a toda la sociedad. Consideremos, por ejemplo, cómo aquello que pasa por sentido común sobre la moralidad se ha alojado en las mentes. Por miles de años, la gente creía que lo bueno es bueno y que lo malo es malo, y eso era todo. Ahora, los catedráticos universitarios comentan que las nuevas generaciones de estudiantes dan por sentado que nadie puede declarar con certeza qué es “la verdad” y que la moral es relativa. Al menos en los círculos educados, quienes creen en la objetividad pasan por ingenuos. Todo lo que Nietzsche proclamó a fines del siglo XIX fue considerado como escandaloso, pero a comienzos del siglo XXI se cataloga apenas como perogrulladas.
Tal vez la idea más potente que se transmite desde el mundo académico a la vida cotidiana fue articulada por Focault, quien adaptó y popularizó el concepto nietzschiano que aquello considerado como verdad no es más que resultado del poder. No hay hechos objetivos, sólo intentos por imponer una visión en el mundo decretándola como La Verdad. Esta idea está arraigada de tal manera que incluso un conservador como Donald Rumsfeld pudo quejarse de quienes viven en “la comunidad real”, argumentando que “el mundo ya no funciona de esa manera... sino que cada vez que actuamos, creamos nuestra propia realidad”.
La mayoría de los filósofos angloparlantes consideran que esta clase de actitud ultra escéptica es absurda y nociva. Pero aunque estas mismas ideas fueron urdidas por filósofos, se han enraizado en las ciencias sociales y las humanidades en una forma desvirtuada y bastarda.
Algunos filósofos, como Bernard Williams y Simon Blackburn han arremetido en el debate público en un intento por devolver el genio liberado de vuelta en su botella. Libros como Porqué la verdad sí importa (Why Truth Matters) de Ophelia Benson, tratan de oponer un dique al avance de esta marea. Pero no estamos en presencia de un debate entre eminencias intelectuales sobre si existe La Verdad con mayúsculas iniciales, sino sobre cómo las ideas abstractas se relacionan con la vida diaria.
Richard Rorty, por ejemplo, expone argumentos brillantes contra La Verdad, y no sabemos en lo absoluto si está simplemente equivocado o no. El problema es que él no concede tan rotundamente como debiese que en la práctica sus teorías normalmente dejan el mundo tal como estaba. Rorty cree como cualquiera que el Holocausto se produjo casi tal cual como se describe en los libros de historia, pero él se niega a usar un vocabulario supuestamente arcaico de la verdad para decirlo. No sería justo catalogar su negación como una pose, pero ciertamente no es tal como lo parece.
Es irónico que, tal como muchos otros intelectuales con tendencias políticas de izquierda, Rorty crea que la negación de la objetividad y la verdad es políticamente importante, como forma de liberar a la gente de las maneras de ver el mundo que los poderosos promueven como La Verdad. Sin embargo, ocurre que Rorty y todos los de esa ralea han equivocado de juicio sobre qué pasa cuando los intelectuales niegan la verdad frecuentemente y con estridencia. En vez de hacer a la amplitud de mente del liberalismo un elemento atractivo, estas negaciones la convierten en una realidad débil, vacua y repugnante en comparación con la claridad y certeza del dogmatismo.
Son ellos quienes nos deben una disculpa pública por no verse por sí mismos, o mostrárselo a otros, que en la vida diaria podemos y debemos distinguir entre falsedad y verdad, bien y mal, incluso si cuando a estos términos los observamos de cerca no son lo que pensábamos. La ciencia en su objetividad probablemente no pueda ser omnisciente como Dios, pero no es un simple mito. Los valores morales deben ser cuestionados, pero si la discriminación contra las mujeres, homosexuales o minorías étnicas es algo malo, entonces es malo aquí y en cualquier parte del mundo. La verdad quizás no sea el simple fenómeno que creemos conocer, pero tenemos que desafiar las falsedades y oponernos a ellas.
A menos que podamos demostrar un argumento convincente de que la encrucijada no es entre relativismo y dogmatismo, cada vez más gente rechazará la primera y abrazará la segunda. Cuando lo hagan, quienes contribuyeron a crear la impresión de que la racionalidad secular moderna deja todo a merced del mercado de las creencias, tendrán que asumir su culpa.
(1) Nota de ChL. ¿Recuerdan los memes de los que hablaba Richard Dawkins?
3 comentarios:
Invitamos a contrastar este artículo con Moral de nuestro amigo católico Patoace, uno de los contradictores de ChL.
Muchas gracias por el enlace. Ya que los ateos les gusta hablar de los memes, sería interesante que comenzaran a producir alguna prueba al respecto, más allá de "los niños aprenden de los adultos que tienen cerca"
No hay nada particularmente ateo sobre los memes, salvo que los popularizó el pérfido Dawkins. Los memes son sólo un modelo mental de la realidad, no un hecho objetivo como la ley de gravedad.
Tal vez alguien haya hecho un estudio estadístico sobre la propagación de determinados memes. Así se podría "probar" que los memes son útiles para explicar determinados fenómenos. Pero no más que eso.
Lo cual, desde luego, ya es bastante más que las "pruebas" que se han ofrecido en este foro sobre la existencia de Dios. Y muchísimo más que los detallados disparates que conforman el dogma papista, por ejemplo.
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