viernes, 4 de enero de 2008

Historias de Francia: Ella, elle l'a

Llegué a Francia antes de Navidad y esta vez decidí ir, por primera vez, al Musée Carnavalet. Nos levantamos muy temprano y recorrimos, en la agradable tranquilidad matinal y dominical, el barrio de Le Marais, mi favorito. Éste era un rincón mugroso de la capital, pero gracias al dirigisme, hoy está en ebullición. Tomamos desayuno (café au lait, croissant et tartine) en la Place de Vosges, lugar que me produce una comezón en el estómago. Es difícil admitir que uno ama a un lugar más que al propio terruño. O sea: Place des Vosges primero, y el Parque Forestal después: en ese orden. El área fue refugio tradicional de judíos y de la comunidad homosexual. Abunda la cocina kosher, algunas boutiques rosadas y centros culturales. Lo bello y lo marginal se entremezclan en el único país que sabe combinar obscenidad con elegancia.

De entrada, la casona del museo impresiona. Me conmovió el pupitre en el que trabajaba el maestro Voltaire, y algunos muebles que pertenecieron al insigne encyclopédiste Denis Diderot ("con las tripas del último cura ahorcaremos al último rey"). Al llegar al Massif Central, a la casa de mis suegros, me preguntaba si acaso no habrá sido la ansiedad de los revolucionarios franceses por justificar su carnicería lo que inventó la Ilustración -Siècle des lumières-, al contrario de lo que se nos ha contado toda la vida (que les philosophes abrieron la mente del pueblo, en particular de la burgesía, y el desenlace todos lo sabemos: ¡guillotina a todos los huevones!). Antes de Año Nuevo, la televisora France 3 exhibió el téléfilm Divine Emilie. La verdad es que Voltaire, tal como se describe en Voltaire In Love, fue bien hijo de puta para sus cosas ("L'Emmerdeur"). Salvo que, no olvidemos, fue un hijo de puta brillante. En su lecho de muerte, agonizante, le pidieron que renunciara a Satanás. El maestro contestó: éste no es el momento de ganarme nuevos enemigos.

Después del museo, comimos en Le Marais, fuimos a una exposición de arte, y caminamos, mucho. Llegamos a la rue de Rivoli, hasta el Hôtel de Ville, y me di cuenta que hay cientos de afiches demandando la liberación de Ingrid Betancourt. Las guerrillas marxistas no conocen la vergüenza. Pasamos frente a Notre-Dame (usada como bodega durante la revolución) hasta llegar a un chocolate chaud en Les Deux Magots, la mejor manera de pasar el frío.

Ahí, en las mesitas sobre la vereda de la rue Saint-German-des-Prés, mientras admiraba la arquitectura parisina y la arquitectura de las parisinas, apareció una mujer extraordinariamente bella. Mi chanchi (mucho más bella, desde luego) me miró y sacudió la cabeza, "ay, qué hombre más predecible éste, pero si le vieses la cara... ¡qué fea!". La parisina en cuestión, después de saludar a quien la esperaba (un tipo horrible), pasó justo en frente de nosotros. "En realidad, no está nada de mal", reconoció. Pero en menos de un minuto, pasa otra, ¡con portaligas!". "Ah, mira" -le digo- "¿ves?, las francesas son así". La verdad es que no sé cómo alguien podía andar con una minifalda tan corta un día tan frío. "Créeme que es primera vez que veo algo así", fue el comentario. Pero bué, así es al parecer. Después de las sandeces leídas en este y otros blogs sobre las mujeres provocativas, ya no me queda más que encoger los hombros y conformarme que en Francia hay tontos, al igual que en Chile, pero parece que en Chile hay más, y son los que más tienen tribuna. Una dama tiene derecho a andar con minifalda, con portaligas y con lo que se le dé la real gana. Y ojalá se vea bien sexy: cosa de ella. Los admiradores de los ayatolas en Chile abundan como callampas en la humedad.

Con todo, ser chileno no está nada de mal, podría ser peor. Por ejemplo, la inglesa Louise Clark (30 años) despertó convencida de que ella era francesa. Sí, vean: La mujer que despertó creyendo que era francesa. Ella sufrió de un rarísimo trastorno mental que se llama síndrome de Susac, diagnosticado a no más de 200 personas en el mundo. La inglesa Louise Clark dijo que puede parecer gracioso, pero pensar que uno es francés es horrible. Lo cierto es que ser francés tampoco está nada de mal.

Volviendo a temas graciosos, y retomando a Voltaire, esto decía el insigne intelectual francés:
Il est plaisant qu'on fait une vertu du vice de chasteté, et voilà encore une drôle de chasteté que celle qui mène tout droit les hommes au péché d'Onan, et les filles aux pâles coluleurs.
O sea, algo así como "es gracioso que se haya convertido en virtud el vicio de la castidad, y es una castidad bien rara, que lleva a los hombres a caer en el vicio de Onán y a las mujeres a ponerse pálidas".

Para quienes no lo sepan, el vicio de Onán significa "correrse la paja". Pueden consultar Onanismo en el diccionario filosófico de Voltaire, o Génesis 38:9-10 en ese libro de depravaciones llamado antiguo testamento.

A pesar de que yo mismo he sido bendecido y he visitado los míticos cabaret franceses Lido, Crazy Horse y Moulin Rouge (donde se inventó el Can-Can), y que no son nada de baratos, nunca me había sentado en las mesitas de vereda del Deux Magots, donde el espectáculo también está soberbio (aunque el Chocolat Chaud des Deux Magots á l'ancienne cuesta la no despreciable cifra de 8,50 €, gracias a Jean-Paul Sarte et al).

Para la Réveillon fuimos a un club que incluía bar abierto para cervezas, vinos y algunos tragos, y desde las 11 de la noche incluía champagne.... la música era de los años '80 ("Les années quatre-vingt", o sea, los años "cuatro veces veinte": esta gente es complicada) y las francesas se visten todas de negro, y no se emborrachan, a pesar que había champagne para bañar yeguas. Bueno, yo soy chilien y, amigos, la resaca ha sido de antología.

Aprovecho de desearles a todos un excelente año 2008.




Algo que me hace sentir extrañamente bien
Es como la historia del pueblo negro
Que pasa del amor a la desolación...
Si tú lo tienes,
Ella, Ella ("FitzGerald"), también
Tiene un "je ne sais quoi"

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