Cuando tu vecino se queda sin trabajo, eso se llama desaceleración.
Cuando tú te quedas sin trabajo, eso se llama recesión.
Cuando los economistas empiezan a quedarse sin trabajo, eso se llama depresión.
El Congreso de EEUU debe aprobar un rescate (bail-out) a Wall Street. Pronto
El chiste tiene mucho de cierto. Se cree que una recesión corresponde a dos trimestres seguidos de crecimiento negativo, pero esa definición no sólo es inexacta sino confusa. El mejor indicador de una recesión, y por cierto, de una depresión, es la tasa de desempleo. El impacto que tiene la cesantía (paro) en la economía real sirve mejor para determinar la gravedad de una crisis económica. Si queremos que la gente no pierda su trabajo, es imprescindible que el Congreso apruebe luego un plan de rescate.
Este es un momento difícil para quienes hemos sido defensores a ultranza de la economía de libre mercado. Es en estas duras circunstancias cuando se sabe quién realmente comprende los principios tanto de la economía de libre mercado como del liberalismo.
"La codicia es buena", Adam Smith
Ha sido común culpar la codicia de los inversionistas de Wall Street por la actual debacle. El trabajo de los grandes banqueros es, precisamente, ser codiciosos y generar dinero mediante las inversiones. Por contrapartida, el gobierno cada año anuncia que necesita cobrar más impuestos y demanda más presupuesto, porque el trabajo del gobierno es gastar lo que no le pertenece, y éste es el momento de evitar que la actual recesión se convierta en una depresión, y de hecho, es obligación del gobierno actuar. Los dineros que usurpa el Estado ahora debe invertirse en estabilidad económica.
Era trabajo de los burócratas mantener a los grandes financistas bajo control. Estos últimos probablemente nunca han pedido regulación, pero su propia industria debe someterse a regulaciones para funcionar. Si los burócratas insisten en mantener el control, en caso de una emergencia como la actual simplemente es su obligación intervenir. Se ha dicho que las regulaciones eran insuficientes. Falso. Las regulaciones eran demasiadas, y es al tratar de esquivarlas cuando estalló la crisis. De hecho, lo que se necesita es que el gobierno y los burócratas se desentiendan por completo de la actividad financiera, y si ésta falla, entonces corren por su propia cuenta. Pero como los defensores de todo tipo de regulaciones jamás permitirían dejar en completa libertad al mercado, en momentos como los actuales tienen la obligación de ir al rescate.
Por otro lado, mucha gente se endeudó cuando las tasas de interés se mantuvieron demasiado bajas por demasiado tiempo. Luego la FED subió las tasas y las deudas estrujaron a los más pobres. Las responsabilidades no sólo son de los financistas, sino principalmente de los burócratas.
Troubled Asset Relief Programme, TARP
El plan TARP que había preparado Hank Paulson, secretario del Tesoro, no era perfecto pero era decente. Demandaba poderes absolutos para inyectar la enorme cifra de 700 mil millones de dólares a la banca, aunque en etapas. Desde luego, los partidarios de regularlo todo aumentaron el plan inicial de 10 páginas a más de 100. El proyecto fracasó porque, por un lado, Paulson debe entender que los dineros provienen de los contribuyentes, y por otro, hay que estar muy desconectado del mundo político como para no captar que le pondrían todo tipo de trabas.
Algunos insisten en que se debe dejar que los bancos perezcan. Pensar de esta manera muestra rasgos de sicopatía. La idea no es rescatar a los grandes barones de las finanzas, quienes se han ido a retiro anticipado convertidos en millonarios. El objetivo es evitar una catástrofe mayor. Si bien el plan inicial de Paulson ha sido rechazado, el sector pensante de la opinión pública debe mantener los siguientes elementos en mente:
La primera pregunta es muy fácil de contestar. El plan implica desembolsar nada menos que el 6% del PIB de EEUU. El costo de no hacer nada puede costarle a la economía norteamericana un 16% del PIB, y el desempleo subirá de un 6% actual a un 20% (fuente: The Economist). Dicho de otro modo, rescatar a Wall Street significa que los beneficios superarán los costos.
La segunda pregunta también es sencilla. El plan no sólo es posible que funcione, sino que incluso es posible que el erario nacional de EEUU se beneficie. Claro, si se compran todos los activos tóxicos desde luego que se gasta dinero (los famosos 700 mil millones, ó 1600 € por cada norteamericano). Pero no hay que ser Einstein para entender que si el gobierno compra un portafolio que cuesta 700 mil millones, probablemente el precio real sea de 500 mil millones, por lo tanto los contribuyentes pierden 200 mil millones. Cuando el sistema se desintoxique, la privatización completa del sistema puede incluso traducirse en ganancias para el gobierno. Así lo explica William Gros en el Washington Post (ver artículo) y se resume del siguiente modo: el precio promedio de los activos que pasarán al Tesoro es de 65 centavos por cada dólar del vendedor, lo que representa una périda para este último de un tercio del valor y una ganancia para el Tesoro de un 10 a 15%; financiado a 3 ó 4% mediante la venta de bonos del Tesoro, puede representar ganancias de un 7 a 8%. La idea puede parecer loca, pero es tan probable como las posibilidades de que el plan de Paulson sea un completo fracaso, por lo mismo, concluyo que el rescate de Wall Street tiene bastantes posibilidades de funcionar, o al menos, las posibilidades de que falle son bajas.
Por todo lo anterior, el plan debió ser aprobado, y los senadores McCain y Obama hicieron lo correcto en apoyarlo. Pero ha sido rechazado y es hora de reescribirlo. Mientras más pronto se apruebe un nuevo paquete, mejor.
Como el Ave Fénix
En la práctica, el sistema capitalista norteamericano ha muerto junto con la desaparición de los principales bancos de inversión. Es hora de reinventar el capitalismo, sistema que nos ha dado estabilidad y prosperidad durante una generación completa. La propia existencia del capitalismo fue posible gracias al sistema financiero y su capacidad para asignar recursos y capitales donde se necesitaban, con más eficiencia que cualquier sistema planificado.
Para que el sistema se reinvente, se necesita que los mismos que lo arruinaron ahora hagan algo.
El chiste tiene mucho de cierto. Se cree que una recesión corresponde a dos trimestres seguidos de crecimiento negativo, pero esa definición no sólo es inexacta sino confusa. El mejor indicador de una recesión, y por cierto, de una depresión, es la tasa de desempleo. El impacto que tiene la cesantía (paro) en la economía real sirve mejor para determinar la gravedad de una crisis económica. Si queremos que la gente no pierda su trabajo, es imprescindible que el Congreso apruebe luego un plan de rescate.
Este es un momento difícil para quienes hemos sido defensores a ultranza de la economía de libre mercado. Es en estas duras circunstancias cuando se sabe quién realmente comprende los principios tanto de la economía de libre mercado como del liberalismo.
"La codicia es buena", Adam Smith
Ha sido común culpar la codicia de los inversionistas de Wall Street por la actual debacle. El trabajo de los grandes banqueros es, precisamente, ser codiciosos y generar dinero mediante las inversiones. Por contrapartida, el gobierno cada año anuncia que necesita cobrar más impuestos y demanda más presupuesto, porque el trabajo del gobierno es gastar lo que no le pertenece, y éste es el momento de evitar que la actual recesión se convierta en una depresión, y de hecho, es obligación del gobierno actuar. Los dineros que usurpa el Estado ahora debe invertirse en estabilidad económica.
Era trabajo de los burócratas mantener a los grandes financistas bajo control. Estos últimos probablemente nunca han pedido regulación, pero su propia industria debe someterse a regulaciones para funcionar. Si los burócratas insisten en mantener el control, en caso de una emergencia como la actual simplemente es su obligación intervenir. Se ha dicho que las regulaciones eran insuficientes. Falso. Las regulaciones eran demasiadas, y es al tratar de esquivarlas cuando estalló la crisis. De hecho, lo que se necesita es que el gobierno y los burócratas se desentiendan por completo de la actividad financiera, y si ésta falla, entonces corren por su propia cuenta. Pero como los defensores de todo tipo de regulaciones jamás permitirían dejar en completa libertad al mercado, en momentos como los actuales tienen la obligación de ir al rescate.
Por otro lado, mucha gente se endeudó cuando las tasas de interés se mantuvieron demasiado bajas por demasiado tiempo. Luego la FED subió las tasas y las deudas estrujaron a los más pobres. Las responsabilidades no sólo son de los financistas, sino principalmente de los burócratas.
Troubled Asset Relief Programme, TARP
El plan TARP que había preparado Hank Paulson, secretario del Tesoro, no era perfecto pero era decente. Demandaba poderes absolutos para inyectar la enorme cifra de 700 mil millones de dólares a la banca, aunque en etapas. Desde luego, los partidarios de regularlo todo aumentaron el plan inicial de 10 páginas a más de 100. El proyecto fracasó porque, por un lado, Paulson debe entender que los dineros provienen de los contribuyentes, y por otro, hay que estar muy desconectado del mundo político como para no captar que le pondrían todo tipo de trabas.
Algunos insisten en que se debe dejar que los bancos perezcan. Pensar de esta manera muestra rasgos de sicopatía. La idea no es rescatar a los grandes barones de las finanzas, quienes se han ido a retiro anticipado convertidos en millonarios. El objetivo es evitar una catástrofe mayor. Si bien el plan inicial de Paulson ha sido rechazado, el sector pensante de la opinión pública debe mantener los siguientes elementos en mente:
1) ¿El costo del plan, 700 mil millones, es mayor, menor, o igual al costo de no hacer nada?
2) ¿Es factible que el plan funcione?
La primera pregunta es muy fácil de contestar. El plan implica desembolsar nada menos que el 6% del PIB de EEUU. El costo de no hacer nada puede costarle a la economía norteamericana un 16% del PIB, y el desempleo subirá de un 6% actual a un 20% (fuente: The Economist). Dicho de otro modo, rescatar a Wall Street significa que los beneficios superarán los costos.
La segunda pregunta también es sencilla. El plan no sólo es posible que funcione, sino que incluso es posible que el erario nacional de EEUU se beneficie. Claro, si se compran todos los activos tóxicos desde luego que se gasta dinero (los famosos 700 mil millones, ó 1600 € por cada norteamericano). Pero no hay que ser Einstein para entender que si el gobierno compra un portafolio que cuesta 700 mil millones, probablemente el precio real sea de 500 mil millones, por lo tanto los contribuyentes pierden 200 mil millones. Cuando el sistema se desintoxique, la privatización completa del sistema puede incluso traducirse en ganancias para el gobierno. Así lo explica William Gros en el Washington Post (ver artículo) y se resume del siguiente modo: el precio promedio de los activos que pasarán al Tesoro es de 65 centavos por cada dólar del vendedor, lo que representa una périda para este último de un tercio del valor y una ganancia para el Tesoro de un 10 a 15%; financiado a 3 ó 4% mediante la venta de bonos del Tesoro, puede representar ganancias de un 7 a 8%. La idea puede parecer loca, pero es tan probable como las posibilidades de que el plan de Paulson sea un completo fracaso, por lo mismo, concluyo que el rescate de Wall Street tiene bastantes posibilidades de funcionar, o al menos, las posibilidades de que falle son bajas.
Por todo lo anterior, el plan debió ser aprobado, y los senadores McCain y Obama hicieron lo correcto en apoyarlo. Pero ha sido rechazado y es hora de reescribirlo. Mientras más pronto se apruebe un nuevo paquete, mejor.
Como el Ave Fénix
En la práctica, el sistema capitalista norteamericano ha muerto junto con la desaparición de los principales bancos de inversión. Es hora de reinventar el capitalismo, sistema que nos ha dado estabilidad y prosperidad durante una generación completa. La propia existencia del capitalismo fue posible gracias al sistema financiero y su capacidad para asignar recursos y capitales donde se necesitaban, con más eficiencia que cualquier sistema planificado.
Para que el sistema se reinvente, se necesita que los mismos que lo arruinaron ahora hagan algo.