Firma de la Constitución Americana, Cuadro de Howard Chandler Christy (1873-1952). George Washington preside la convención, de pie en el estrado. Figuras centrales son Alexander Hamilton, Benjamin Franklin y James Madison.
Si consideramos el valor simbólico que tiene una Constitución, la de 1980 es urgente reformarla porque no comanda ningún respeto en los gobernados (*). A pesar de las múltiples reformas, según aquella Constitución, aún terminamos declarando que la píldora del día después es ilegal así como muchos anticonceptivos, varios en pleno uso.
En términos políticos, y de organización de nuestra república, el presidencialismo descomunal de la Constitución obedecía a la necesidad de legalizar la dictadura de Pinoshit. Muerto el dictador, y caído el Muro de Berlín—e, incidenemente, culminada la Guerra Fría—ya ni la derecha conservadora puede justificar un sistema binominal y un presidencialismo exacerbado. Ya no necesitamos un hombre fuerte a cargo del gobierno, sino un gobierno limitado, y una política competitiva. Es necesario reemplazar la Constitución vigente, y a pesar de que Sebastián Piñera se opuso a la de 1980 tanto como Eduardo Frei, el único que ha planteado escribir una nueva Carta Magna ha sido el candidato díscolo, Marco Enríquez-Ominami.
No es necesario que él mismo escriba una. Más acertado sería convocar a una asamblea constituyente originaria, fundacional y plenipotenciaria (huevadas, al fin y al cabo), donde nuestros más brillantes juristas, eticistas, filósofos y especialistas en derecho se reúnan para salir con algo decente. Cómo elegirlos, es algo que MEO no aclara, y he ahí el quid del asunto.
No obstante, MEO ya ha lanzado un borrador con algunas propuestas sensatas, y con otras no tanto. Y con otras definitivamente estúpidas. La propuesta de Chile Liberal es volver al sistema parlamentario y dejar la figura de presidente a cargo de presidir el Estado, y un primer ministro para ser el jefe de gobierno, siendo éste(a) último(a) un miembro del Parlamento. Estamos pensando desde luego en la democracia parlamentaria británica, pero nuestro país sufre un love affair eterno con el presidencialismo. Así como la muchacha adolescente que se enamora siempre de cuarentones, nuestro país siempre quiere un presidente fuerte. Por ello, la Constitución Americana debe ser el paradigma de la chilena. Y muy bien hace MEO en cambiar el paternalista primer artículo donde se establece que la familia (cuál, no se sabe) es la base de la sociedad. El siguiente es el texto actualmente vigente:
MEO propone cambiar a lo siguiente:"Artículo 1º.- Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
La familia es el núcleo fundamental de la sociedad.
El Estado reconoce y ampara a los grupos intermedios a través de los cuales se organiza y estructura la sociedad y les garantiza la adecuada autonomía para cumplir sus propios fines específicos."
"El pueblo chileno en su forma de organización social y política tiene por finalidad crear una sociedad fundada en la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia."
Lo que nos retrotrae no a la Constitución Americana, sino a la "Declaración de independencia" de dicho país, que recogió el 4 de julio de 1776 en sencillas palabras una de las ideas más poderosas que emergieron del espíritu ilustrado:
“Sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres, los gobiernos derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla, o abolirla, e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.”
“Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta, establecer justicia, asegurar la tranquilidad interior, proveer para la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros y para nuestra posteridad los beneficios de la Libertad, establecemos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América.”
En Chile, ya es hora de que abramos los ojos y empecemos a respetar al individuo en la búsqueda de su felicidad.
Nadie está desplazando a la familia como núcleo de la sociedad. El concepto de “familia burguesa” siempre ha sido un instrumento de control social. Pero no olvidemos que la propia familia burguesa es el mecanismo más eficiente en la creación de capital humano productivo. El problema está en que no es necesario meter esta idea en la Constitución del país, sino dejar que los propios mecanismos sociales evolucionen a su favor, o en favor de cualquier concepto de familia. Es decir, en estas materias es mejor el laissez-faire que las sanciones constitucionales.
La constitución gringa declara “Nosotros, el pueblo...”, algo impensable para la Comisión Ortúzar que escribió la constitución chilena, ya que era claro que el origen del texto no era popular, sino una mera imposición para mantener la legalidad y el orden (este último concepto es vital para los Conservadores: imponer el orden, siempre y cuando lo impongan ellos mismos, y no que el orden lo impongan los comunistas, y viceversa. Los liberales más bien creemos en el orden espontáneo o la mano invisible).
La idea es que la base de la sociedad sea la familia, pero la verdad es que la sociedad no existe. Hay indiviudos que colaboran y se coordinan entre sí, y algunos forman familias. Pero el núcleo de la sociedad y lo que la sostiene es el individuo. Podemos decir que de entrada, el borrador de MEO es un acierto.
El resto del proyecto de MEO contiene perogrulladas como declarar abolida la pena de muerte, facilitar el voto de chilenos en el exterior, y sacar la línea que “protege al que está por nacer”, cuestión que como se resolvió en EEUU es más bien algo que queda a conciencia.
El problema de la Constitución de MEO es su lastre socialistoide, estatista y paternalista. Por ejemplo, pretende abolir el congeso bicameral, cuando todos sabemos que el Congreso debe tener más poder y por ello es esencial que los proyectos de la cámara de diputados se pongan en el congelador del senado. MEO quiere la impronta hiperkinética de su personalidad en el orden político del país.
Otro gran error es que el poder que le da al Estado, mientras—contradictoriamente—quiere darle más poder al “pueblo” sacando la palabra “nación” en el actual texto: "La soberanía reside esencialmente en la Nación". MEO quiere que el Estado garantice la calidad de la educación.
No, Marquito.
Los individuos son libres de procurarse su propia educación, y el Estado puede, a lo sumo, subvencionarla. De hecho, el Estado no debiera tener injerencia alguna, pero reconozcamos que los bolsones de pobreza e ignorancia en Chile deben desterrarse con libros, pizarrones y aulas. Pero el Estado no puede garantizar nada. El Estado está para garantizar una república "más perfecta, establecer justicia, asegurar la tranquilidad interior, proveer para la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros y para nuestra posteridad los beneficios de la libertad", ¿es que no has leído la Constitución Gringa, Marquito?
Y aquí encontramos el principal escollo que impide apoyar a Marquito. En Bolivia, la Constitución sanciona la propiedad estatal de los hidrocarburos. Chile pasó esa etapa cuando vendió a Inglaterra los recursos del salitre, y quedó el know-how, y los royalties. Si los latinoamericanos pudiésemos “pensar fuera de la caja” crearíamos joint-ventures entre el Estado y los capitalisas y financistas internacionales para explotar los recursos, y dejar felices a estatistas y libremercadistas. Pero estos huevones son brutos y no aprenden. La Constitución de Ecuador declara que no puede haber pobres, y así todos los proyectos de los tiranos latinoamericanos, Pinoshit incluido, convierten a sus proyectos constitucionales en meros afanes refundacionales, y con textos que son unos bodrios avergonzantes aparte de inaplicables y condenados desde el día de su promulgación a ser en el mejor de los casos letra muerta, y en el peor, textos dañinos.
Marco, peor aún, quiere crear la facultad para revocar el mandato de las autoridades. Yo pensé que esa etapa la habíamos superado. Si el electorado se equivoca y elige una autoridad que se convierte en ilegítima (piensen en Allende, o ahora en Zelaya en Honduras), pues la Constitución debe construir los suficientes diques para contrarrestar el poder de la autoridad, de modo que su salida sea inminente en caso de traición al electorado. Basta un gobierno de 4 años, para que si a mitad de camino nos damos cuenta que la cagamos, saquemos al presidente y entreguemos el gobierno a la Oposición. La reelección después de 4 años es importante, ya que en la práctica la da al electorado la oportunidad de emitir un veredicto sobre el primer período. Si pasa la prueba, el gobierno está 8 años en el poder, período suficiente como para pensar a largo plazo, y apropiado para que el mandatario no se convierta en un tirano.
El derecho de rebelión es importante—en una democracia adolescente. Nuestro país tiene problemas de infantilismo, ya que somos una de las democracias más largas del mundo pero aún actuamos como bananeros. En el camino no se arregla la carga, sino que cuando llega el momento de votar, los electores deben ser responsables y saber qué esperar. Y si se equivocan, deben sufrir las consecuencias.
A fin de cuentas, es loable la intención de MEO. Pero surgen algunos temores, porque no sabemos si su inspiración es la Constitución Americana, o las constituciones de Evos, Correas, o Huguitos. No sé si vamos a cambiar la Constitución que impuso un dictador latinoamericano, o vamos a reemplazarla por la de los dictadores que son del gusto de MEO. Una democracia y una república de extensa trayectoria como la nuestra (ver imagen a continuación) se merece algo mejor.
Sesión inaugural del primer Congresio Nacional de Chile, 4 de julio de 1811. (ver fuente)